Una nueva explosión del cohete Long March chino deja una peligrosa nube hipersónica
El accidente aumenta la probabilidad de colisiones con otras naves que podrían generar escombros a una escala nunca vista hasta ahora y convertir la órbita de la Tierra en un entorno insostenible
El pasado 6 de agosto, China lanzó un cohete Long March 6A desde el puerto espacial de Taiyuan cargado con el primer lote de la constelación de satélites de comunicaciones Qianfan, un rival de Starlink, a una órbita de 800 kilómetros de altitud. Una vez alcanzada la órbita y desplegados los satélites, la etapa superior se partió y provocó una nube de más de 700 fragmentos de basura espacial que ahora viajan por el espacio a velocidad hipersónica y preocupan a los expertos.
Ni la Academia de Tecnología de Vuelos Espaciales de Shanghai (SAST), creadora de los Long March 6A, ni su empresa matriz, la Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial de China (CASC), ni la Administración Espacial Nacional de China (CNSA) han hecho comentarios sobre lo sucedido con el cohete. Sin embargo, esta es la segunda vez que la etapa superior del cohete chino estalla en órbita.
El primer incidente sucedió en noviembre de 2022 y dejó unos 533 fragmentos de basura espacial. Aunque en otras ocasiones el cohete también ha generado nubes de escombros sin llegar a romperse. La causa exacta de la explosión del 6 de agosto sigue sin estar clara. Space News apunta a que podría estar relacionado con la pasivación de la etapa o con la rotura del aislamiento.
Preocupación en los expertos
El que sí ha hablado es el Comando Espacial de EEUU, que emitió un comunicado a los dos días del incidente asegurando que "no se observan amenazas inmediatas" provocadas por los restos de basura espacial. Sin embargo, la altitud a la que se encontraba el cohete en el momento del accidente (entre 700 y 800 kilómetros sobre la Tierra) es motivo de preocupación. Los restos de la etapa superior del Long March 6A viajarán a unos siete kilómetros por segundo y supondrán una amenaza para las naves espaciales que orbitan nuestro planeta.
"Lo que sea que hayan creado, en lo que respecta a los restos, va a permanecer durante mucho, mucho tiempo mientras desciende lentamente, muy lentamente, hacia la atmósfera", explica el coronel retirado de las Fuerzas Aéreas Jack Anthony a la revista Air & Space Forces Magazine. "Estamos hablando de decenas de décadas. “A medida que desciende, pasa a través de otros regímenes orbitales donde hay satélites productivos operando u otras piezas de escombros, tal vez una gran etapa de cohete. Y si [colisionan] a estas velocidades, lo que llamamos hipervelocidad, crearán muchos más desechos".
Una invasión espacial
El lanzamiento del 6 de agosto fue el primero de la megaconstelación de comunicaciones en órbita baja conocida como G60 o Qianfan (mil velas) que busca hacerle la competencia a la red de Starlink de Elon Musk. La SSST, la empresa responsable de la constelación Qianfan, tiene previsto lanzar más de 14.000 satélites, aunque no está confirmado que lo hagan con los Long March 6A.
Starlink por su parte ya tiene 6.281 satélites Starlink en órbita a fecha de julio de 2024, según el astrónomo Jonathan McDowell, que hace un seguimiento de la constelación en su página web. El mapa que muestra todos estos satélites rodeando la Tierra ya asusta, sin embargo, el plan de SpaceX es desplegar muchísimos más, hasta 42.000 Starlink en total.
Pero esto no es todo. China también planea otra constelación de satélites de comunicaciones llamada Guowang, similar a Qianfan, pero con 13.000 satélites. También están la británica OneWeb, que ahora cuenta con 618 satélites en órbita, y la estadounidense Astra Space, que ha propuesto desplegar una constelación de más de 13.600 satélites para un servicio global de Internet de banda ancha. Y por supuesto está Jeff Bezos y su proyecto Kuiper, que incluye una constelación de 3.236 satélites y ya ha lanzado sus dos primeros prototipos al espacio con el objetivo de iniciar el servicio para los primeros clientes a finales de 2024.
El letal síndrome de Kessler
El problema de los desechos espaciales no ha hecho más que empeorar desde el comienzo de la era espacial en 1957. Los desechos que pueden ir desde satélites inoperativos o que funcionan mal hasta pequeños fragmentos que se mueven a velocidad hipersónica, como balas alrededor de la Tierra.
A día de hoy se estima que hay más de 131 millones de estas piezas que son imposibles de rastrear debido a su pequeño tamaño. Y las colisiones, llamadas eventos de fragmentación, contribuyen significativamente a agravar el problema. Existe la posibilidad de sufrir un síndrome de Kessler, una teoría que dice que un solo evento de colisión puede iniciar una reacción en cadena autosostenida de choques de desechos espaciales que podrían inutilizar todas las órbitas.
La proliferación de estas enormes redes de satélites en el espacio aumenta radicalmente la posibilidad de que se produzcan colisiones directas, lo que casi ya pasó entre satélites Starlink y la estación espacial china. Los desechos representan una amenaza para satélites mucho más importantes para nosotros, máquinas que monitorean el tiempo de la Tierra, los cultivos agrícolas y otros recursos vitales de todo tipo o aquellos que ofrecen servicios de posicionamiento global. Y, por supuesto, también corren peligro las misiones espaciales tripuladas por humanos.
El pasado 6 de agosto, China lanzó un cohete Long March 6A desde el puerto espacial de Taiyuan cargado con el primer lote de la constelación de satélites de comunicaciones Qianfan, un rival de Starlink, a una órbita de 800 kilómetros de altitud. Una vez alcanzada la órbita y desplegados los satélites, la etapa superior se partió y provocó una nube de más de 700 fragmentos de basura espacial que ahora viajan por el espacio a velocidad hipersónica y preocupan a los expertos.