En 1973, un Concorde despegó de Canarias: lo que ocurrió durante 74 minutos no ha vuelto a pasar
La velocidad alcanzada por el avión hipersónico fue suficiente para perseguir la sombra de un fenómeno astronómico espectacular. Por desgracia, no todos los datos fueron procesados
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El Concorde despegó desde Gran Canaria el 30 de junio de 1973 con una misión que marcaría un antes y un después en la historia de la ciencia: seguir la sombra de un eclipse solar total sobre África durante más de una hora. Aquella operación, que combinó tecnología punta, cooperación internacional y observación astronómica, no ha vuelto a repetirse en las décadas posteriores.
En pleno contexto de expansión de la aviación supersónica, el vuelo partió de Canarias con un equipo científico internacional a bordo y un avión modificado que sirvió como observatorio aéreo. La singularidad del momento no radicaba solo en el tipo de aeronave utilizada, sino en la estrategia: volar a Mach 2.2 para prolongar la permanencia en la umbra lunar, fenómeno que desde tierra solo puede observarse unos pocos minutos.
En 1973, un avión supersónico Concorde persiguió un eclipse solar total por 74 minutos. Científicos franceses e ingleses realizaron observaciones a bordo de un avión adaptado y modificado para tal fin. pic.twitter.com/Ojv7pWyEM2
— PegasusA4 (@A4KikeLippi) April 9, 2024
La ubicación geográfica de España permitió una alineación perfecta con la trayectoria del eclipse, lo que convirtió a Gran Canaria en el punto de partida ideal. En su interior, el Concorde 001 fue equipado con cámaras infrarrojas y cristales de cuarzo colocados en su fuselaje para captar imágenes únicas de la corona solar desde 17.000 metros de altitud. Aquel prototipo, sin uso comercial, se transformó en un improvisado pero valioso laboratorio científico.
Una experiencia irrepetible en la historia de la astronomía
Durante 74 minutos, siete científicos, entre ellos el físico Don Liebenberg, observaron el eclipse desde el cielo africano. "Fue como estar en medio de una oscuridad absoluta a plena luz del día", declaró Liebenberg en una entrevista. Las imágenes obtenidas permitieron detectar oscilaciones de cinco minutos en la intensidad de la corona, fenómeno difícil de registrar desde tierra por la distorsión atmosférica.
A pesar del carácter histórico de la misión, la mayoría de los datos recogidos se almacenaron en rollos de película de 35 mm que nunca se digitalizaron. La falta de recursos técnicos y económicos impidió que se completara el análisis del material, limitando el impacto científico inmediato del vuelo. No obstante, su valor simbólico y experimental ha permanecido vigente como referente para futuras investigaciones solares.
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La colaboración entre organismos de Francia, Reino Unido, Estados Unidos y España consolidó a nuestro país como un socio estratégico en la logística de la investigación espacial. Este experimento supuso la primera vez que el Concorde participaba activamente en una misión científica internacional, lo que sitúa este vuelo por encima de las posteriores visitas comerciales que el avión realizó a suelo español.
Dentro del avión, los científicos trabajaron sin comodidades: apenas quedaban asientos y el espacio estaba adaptado al mínimo indispensable para las observaciones. Las ventanas fueron limpiadas manualmente antes del despegue, lo que contrasta con la magnitud y la sofisticación del reto técnico al que se enfrentaban. La operación fue coordinada desde Toulouse con el apoyo del Ejército del Aire español.
La sombra del eclipse y el legado del Concorde
A medio siglo de aquel evento, muchos datos siguen sin analizar, pero su memoria permanece intacta para quienes vivieron aquella misión. El Concorde, adaptado para mirar al Sol, simboliza una época en la que la ciencia no solo era rigurosa, sino también audaz y creativa. La visión de la curvatura de la Tierra desde una altitud poco habitual quedó grabada en la retina de los participantes.
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Actualmente, con el retorno del debate sobre los vuelos supersónicos sobre tierra firme tras la derogación de la norma estadounidense de 1973, la historia de aquel vuelo vuelve a cobrar relevancia. La experiencia demuestra cómo la tecnología, cuando se pone al servicio de la investigación, puede romper las barreras del conocimiento y llevar a la humanidad a alcanzar fenómenos que antes parecían inalcanzables.
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El Concorde despegó desde Gran Canaria el 30 de junio de 1973 con una misión que marcaría un antes y un después en la historia de la ciencia: seguir la sombra de un eclipse solar total sobre África durante más de una hora. Aquella operación, que combinó tecnología punta, cooperación internacional y observación astronómica, no ha vuelto a repetirse en las décadas posteriores.