Este experimento del MIT es una advertencia: virus letales al alcance de terroristas
Investigadores de EEUU han usado como ejemplo el virus de la "gripe española" de 1918 para demostrar que es demasiado fácil conseguir fragmentos de ADN peligrosos
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En las semanas posteriores al 11-S se produjo el ataque bioterrorista más famoso. Políticos y periodistas de EEUU recibieron cartas con carbunco o ántrax (esporas de la bacteria Bacillus anthracis) y se registraron cinco víctimas mortales. Hay pocos precedentes históricos de terrorismo basados en microorganismos patógenos —salvo casos puntuales vinculados a sectas— y, desde entonces, tampoco se han vivido episodios relevantes, pero la posibilidad de que alguien emplee virus, bacterias, toxinas u otros agentes con la intención de causar un daño deliberado contra la población sigue preocupando a muchos expertos.
Un reciente experimento del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) alerta de que, a pesar de las crecientes medidas de seguridad, con las herramientas que proporciona actualmente la biología sintética no solo es posible, sino que resultaría bastante fácil adquirir fragmentos de ADN sintético y recrear un virus peligroso sin autorización. Para demostrarlo, un grupo de investigadores de este centro lo ha hecho —en su caso, con la supervisión del FBI— con el patógeno que causó la gripe de 1918, una de las pandemias más devastadoras de la historia de la humanidad, que provocó unos 50 millones de muertos.
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Miembros del laboratorio de Kevin Esvelt realizaron pedidos de fragmentos de ADN a numerosos proveedores para reconstruir un virus idéntico (aunque el genoma del virus de la gripe consiste en ARN, se puede crear a partir de una plantilla de ADN). Los investigadores se pusieron en contacto con 38 empresas en nombre de una organización que no realiza experimentos científicos y solicitaron el envío a una dirección de oficina que carece de un espacio de laboratorio para trabajar en condiciones de seguridad, algo que, según explican, era fácilmente comprobable. Sin embargo, solo una de las compañías suministradoras detectó el peligro y solicitó una prueba de bioseguridad.
El experimento con la gripe española
Los investigadores consideran que esta facilidad para conseguir secuencias genómicas de un virus pandémico es muy grave, porque la información sobre los protocolos para producir una muestra infecciosa a partir de ese ADN sintético también está disponible en internet. “Ahora es tan sencillo ensamblar el genoma de la gripe de 1918 que una colección de fragmentos es tan peligrosa como todo el conjunto”, escribía Esvelt. Adquirir el material resulta “sorprendentemente fácil, incluso cuando se piden fragmentos de genes a empresas que verifican los pedidos de los clientes para detectar secuencias peligrosas”.
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Lo cierto es que el caso específico que han elegido para dar la voz de alarma, hoy en día, no tiene gran relevancia ni supondría un verdadero peligro. En 2005, las revistas Nature y Science ya publicaron la reconstrucción completa del virus de la gripe tipo A, subtipo H1N1, que provocó aquella gran pandemia de comienzos del siglo XX. Lo hicieron “a partir de cadáveres que habían quedado congelados en el permafrost”, explica a El Confidencial Raúl Rivas, catedrático de Microbiología de la Universidad de Salamanca. La mal llamada gripe española (denominada así porque España era el único país que informaba abiertamente de lo que sucedía, frente a la censura de los países involucrados en la Primera Guerra Mundial) se distribuyó ampliamente por todo el mundo y, todavía ahora, “esas cepas siguen circulando y son algunos de los que causan las gripes estacionales”.
Por eso, más allá del caso concreto, la intención de los científicos del MIT es llamar la atención sobre la posibilidad de que alguien reconstruya otro agente infeccioso que sea realmente problemático. “En los próximos años, vamos a ver una gran evolución tecnológica gracias a la secuenciación masiva y a la inteligencia artificial”, comenta María Tomás, coordinadora del Grupo de Microbiología Traslacional del Instituto de Investigación Biomédica de A Coruña (INIBIC) y portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC). Estos avances implican que “cada vez tenemos más bases de datos y mayor conocimiento de los genomas”, con lo cual, “los controles deben ser cada vez más estrictos”.
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La intención de Esvelt y su equipo no era criticar a los proveedores de material genético. “El problema es que los gobiernos no exigen seguridad”, apunta, en el sentido de que enviar un virus peligroso completo está prohibido, pero “enviar fragmentos” es perfectamente posible. Según el científico del MIT, las restricciones se quedan cortas y están mal enfocadas: por ejemplo, en EEUU solo las entidades con financiación pública están obligadas a adquirir síntesis de ADN a empresas que realicen los controles necesarios. Por eso, propone imponer auditorías de seguridad mensuales y generar un sistema que puntúe la seguridad.
Como ocurre con otras muchas regulaciones, “Europa es muy estricta en la adquisición de este tipo de material, mucho más que otras zonas del mundo”, apunta María Tomás. “En nuestro caso, que somos un laboratorio de nivel 2, a veces nos cuesta trabajo conseguir ciertos genomas”, pone como ejemplo. Las instalaciones científicas que trabajan con microorganismos están clasificadas en cuatro niveles de bioseguridad y los controles de los más elevados son extremadamente rigurosos. Además, “en las aduanas, cada vez es más complicado” hacer pasar material biológico.
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Por qué no es tan fácil crear una pandemia
Por otra parte, habría que distinguir ataques puntuales con agentes infecciosos conocidos, como fue el caso del ántrax, algo que podría estar al alcance de muchos grupos terroristas, de un hipotético intento de provocar una pandemia. Los expertos creen que esta segunda posibilidad, de la que advierte el MIT, es extremadamente compleja. La actual expansión de la gripe aviar sirve de referencia: “Su evolución es natural y es muy difícil saber qué mutaciones pueden provocar una mayor infectividad en los receptores de los mamíferos con respecto a los de las aves”, comenta la microbióloga.
Ese carácter imprevisible resultaría muy poco práctico si alguien desea provocar el terror en un país o a nivel internacional. De hecho, el covid también sirve de referencia. “Hemos visto cómo se adapta y evoluciona en humanos y cómo, desde el principio, provocaba una gran patología en unas personas, pero otras eran asintomáticas”. Por eso, aunque existe un riesgo real de que alguien pudiera diseñar un arma biológica a partir de múltiples virus o proteínas; en la práctica, hay muchos obstáculos para conseguirlo.
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No obstante, en 2011 una investigación logró modificar el virus de la gripe aviar H5N1 para que se pudiera transmitir entre hurones y ese salto a los mamíferos provocó cierto temor a que alguien pudiera usar la información para desatar una pandemia. Científicos de la Escuela de Medicina Erasmus de Rotterdam (Países Bajos) y de la Universidad de Wisconsin (EEUU) enviaron sus resultados a las revistas Nature y Science, pero un panel de expertos encargado de asesorar al Gobierno estadounidense sobre bioseguridad (NSABB, National Science Advisory Board for Biosecurity) recomendó censurar parcialmente el contenido. Aunque daba luz verde a la publicación de las conclusiones generales, pidió que se eliminaran los detalles que hubieran permitido reconstruir el virus.
A medida que la ciencia y la tecnología avanzan, todo se complica un poco más. “Con la inteligencia artificial cada vez tenemos más información sobre las funciones de genes y proteínas”, señala la portavoz de la SEIMC. Las más importantes serían las implicadas en la entrada en las células o en la replicación del propio agente infeccioso y, a través de manipulación genética, podrían emplearse para diseñar armas biológicas. Sin embargo, ese trabajo teórico es asequible, pero “la funcionalidad hay que probarla en experimentos de laboratorio y ensayos con animales”; y esa investigación, probablemente, es demasiado técnica, compleja y costosa como para que alguien ajeno a organismos públicos o potentes empresas se aventure a realizarlo sin garantías de éxito.
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Por si acaso, desde el MIT creen que existen varias herramientas, también basadas en las nuevas tecnologías, que podrían aumentar la seguridad de una manera eficaz y muy económica. Una de ellas es la plataforma SecureDNA, operada por una organización sin ánimo de lucro con sede en Suiza y desarrollada por biólogos y tecnólogos para verificar los pedidos de material genético a través de una base de datos que recopila las secuencias peligrosas actualizadas. Otra alternativa es Common Mechanism, que, con la misma filosofía, ofrece a los proveedores de ADN y ARN sintéticos un software gratuito, distribuido, de código abierto y automatizado para evitar que se explote su tecnología de manera ilícita.
Estas fórmulas tratan de proteger los secretos comerciales a la vez que garantizan la seguridad. Si no se hace de forma correcta y alguna vez sufrimos un caso de bioterrorismo basado en ADN sintético, aunque fuera leve o anecdótico, “no solo generaría una crisis de salud pública”, advierten en el MIT, “sino que también desencadenaría restricciones paralizantes a la investigación”. Para generar vacunas y productos de productos biotecnológicos avanzados es imprescindible que este comercio de material genético siga funcionando, pero con la garantía de que acaba en las manos adecuadas.
En las semanas posteriores al 11-S se produjo el ataque bioterrorista más famoso. Políticos y periodistas de EEUU recibieron cartas con carbunco o ántrax (esporas de la bacteria Bacillus anthracis) y se registraron cinco víctimas mortales. Hay pocos precedentes históricos de terrorismo basados en microorganismos patógenos —salvo casos puntuales vinculados a sectas— y, desde entonces, tampoco se han vivido episodios relevantes, pero la posibilidad de que alguien emplee virus, bacterias, toxinas u otros agentes con la intención de causar un daño deliberado contra la población sigue preocupando a muchos expertos.