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El gigantesco plan para 'fertilizar' el Pacífico y cambiar el clima ya no es una 'chaladura'
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VUELVE LA GEOINGENIERÍA

El gigantesco plan para 'fertilizar' el Pacífico y cambiar el clima ya no es una 'chaladura'

Un proyecto internacional resucita la idea de fomentar el crecimiento del fitoplancton en los océanos para que consuma CO2 y así reducir la temperatura del planeta, pero no es tan fácil

Foto: El Mar de Mármara en Turquía cubierto de fitoplancton debido al cambio climático. (Getty Images/Resul Kaboglu)
El Mar de Mármara en Turquía cubierto de fitoplancton debido al cambio climático. (Getty Images/Resul Kaboglu)
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La cantidad de dióxido de carbono (CO₂) presente en la atmósfera determina la temperatura del planeta desde hace millones de años y las emisiones de origen humano están provocando un calentamiento global acelerado. Por eso, la solución es casi de Perogrullo: hay que reducir este gas para volver a una situación normal. La cuestión es cómo hacerlo. Detener las emisiones es un objetivo muy ambicioso y, aunque se logre, el clima tardará décadas en recuperarse. Por eso, algunos científicos piensan en alternativas contundentes y a gran escala.

Una de ellas está basada en el hecho de que los océanos actúan como grandes sumideros de carbono. ¿Qué quiere decir eso? Es algo que sabemos desde hace mucho tiempo: un estudio publicado en Science hace ya 20 años calculaba que los mares del mundo son capaces de tragarse casi la tercera parte de las emisiones de origen humano. El mayor responsable de que esto suceda es el fitoplancton, el conjunto de diminutos organismos vegetales que viven flotando en las aguas. Igual que ocurre con los árboles, usan el CO2 y la luz solar para producir energía y crecer. Estas pequeñas formas de vida incorporan el carbono y, al morir, se hunden en las profundidades.

Foto: Planeta Tierra.

A partir de ahí, una vieja idea especula con la posibilidad de incrementar la cantidad de fitoplancton de los océanos para eliminar más rápidamente el CO₂. Para conseguirlo, solo habría que fertilizar las aguas con hierro, un nutriente esencial para el fitoplancton. Sin embargo, esta propuesta nunca ha pasado de la teoría a la práctica. Por diferentes motivos, este y otros proyectos de geoingeniería contra el cambio climático —técnicas que supuestamente ayudarían a frenar el calentamiento global a gran escala— se han topado con el escepticismo de la comunidad científica. Sin embargo, algunos expertos están dispuestos a tomárselo en serio de una vez por todas.

Exploring Ocean Iron Solutions (ExOIS) es un consorcio internacional de investigación científica integrado por instituciones de diversos países, principalmente EEUU y varios asiáticos, que planea realizar un gigantesco ensayo real para comprobar si la idea es viable. El proyecto, detallado por sus promotores hace pocos días en la revista científica Frontiers in Climate, debe arrancar en 2026 y supone fertilizar con hierro una zona situada al noreste del océano Pacífico que abarcaría unos 10.000 kilómetros cuadrados, una extensión que equivale al tamaño medio de una provincia española (aproximadamente, la superficie de Huelva, Soria, Navarra o Zamora).

placeholder Fitoplancton visto al microscopio.
Fitoplancton visto al microscopio.

Una vía muy polémica

El objetivo es analizar la capacidad de eliminar CO₂ por esta vía y ver qué efectos puede tener en los ecosistemas marinos. Por el momento, los investigadores trabajan con modelos informáticos y tratan de recaudar fondos públicos y privados para alcanzar los 160 millones de dólares que necesitan para el gigantesco ensayo. Además, deben obtener los permisos necesarios: aunque el Protocolo de Londres prohíbe actuaciones que puedan contaminar o alterar el medio marino, para investigación científica se pueden hacer excepciones.

No obstante, existe un precedente que desató una gran controversia internacional hace más de una década, cuando el empresario canadiense Russ George realizó un vertido de más de 100 toneladas de partículas de sulfato de hierro cerca de la costa oeste de su país, con el objetivo de impulsar de manera indirecta (también, gracias al aumento del plancton) la pesca del salmón. Por aquel entonces, algunas empresas pretendían utilizar esta vía para poder vender créditos de carbono (el mecanismo por el que se compensan las emisiones a través de otros proyectos), pero la polémica acabó en la prohibición de estas prácticas cuando tuvieran fines comerciales. Ahora, los científicos que trabajaban en este campo, esperan darle un nuevo enfoque.

placeholder Presentación de la iniciativa en un foro científico. (ExOIS)
Presentación de la iniciativa en un foro científico. (ExOIS)

“Es un pequeño cambio en biología, en comparación con no hacer nada y ver cómo se desmorona este planeta”, ha explicado Ken Buesseler, investigador de la Institución Oceanográfica Woods Hole (EEUU), uno de los líderes de la iniciativa. El proyecto se propone añadir los nutrientes a las aguas y monitorizar lo que sucede con todo tipo de medios, desde imágenes satelitales a sensores flotantes o drones submarinos. Los científicos esperan vencer las reticencias a través de la participación pública y la transparencia.

En general, todos los proyectos de geoingeniería han suscitado recelos en los últimos años, ya que parecen prometer soluciones casi mágicas sin ir a la raíz del problema, la emisión de gases de efecto invernadero. La modalidad más famosa y espectacular es la geoingeniería solar, que propone, por ejemplo, inyectar aerosoles en la estratosfera para que tengan un efecto reflectante y, así, enfriar la atmósfera. Los científicos más escépticos alertan de los posibles efectos secundarios que tendrían las actuaciones a gran escala, ya que potencialmente podrían alterar el clima de algunos países, con consecuencias imprevisibles.

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Actuar sobre la estratosfera, otra opción de geoingeniería contra el cambio climático.

¿El plan B que necesitamos?

Desde ese punto de vista, potenciar el fitoplancton parece una vía algo más inocua, pero ¿es necesaria? Para muchos expertos, este tipo de iniciativas suponen una especie de plan B para salvar el planeta. “Un número creciente de investigadores está estudiando otras vías de actuación para evitar los efectos más perniciosos del calentamiento global”, explica en declaraciones a El Confidencial Mariano Marzo Carpio, catedrático emérito de la Universidad de Barcelona y director de la cátedra de Transición Energética de la Fundación Repsol-Universidad de Barcelona. En su opinión, el auge de estos estudios está justificado “por si se diera el caso, cada vez más probable, de que los actuales esfuerzos de mitigación y adaptación resultaran insuficientes”.

De hecho, en EEUU, las Academias Nacionales de Ciencia, Ingeniería y Medicina publicaron un informe en 2021 en el que instan no solo a reforzar las políticas de mitigación y adaptación al cambio climático, sino también a desarrollar investigaciones sobre intervenciones climáticas a gran escala de manera coordinada con otros países, tal y como hace el proyecto ExOIS. La descarbonización de la economía “no está funcionando como esperábamos”, reconoce el experto de la Universidad de Barcelona, así que “sería conveniente que, desde mediados de este siglo, estuviéramos en condiciones de aplicar técnicas de geoingeniería”.

placeholder Aire contaminado por gases de efecto invernadero. (EFE)
Aire contaminado por gases de efecto invernadero. (EFE)

En cualquier caso, defensores y detractores de estos grandes planes están de acuerdo en una cosa: la geoingeniería no debe sustituir a las actuales políticas que tratan de reducir las emisiones. Es decir, si alguna de las propuestas resultara efectiva, no debería convertirse en una carta blanca para seguir emitiendo CO2 a un ritmo desenfrenado. “Más bien es una herramienta que, respaldada por un gran esfuerzo de investigación, podría convertirse en una opción para enfriar la atmósfera”, asegura Marzo Carpio, “en el caso de que los actuales esfuerzos resultaran insuficientes”.

Por qué es tan complicado

No obstante, el proyecto para estimular el crecimiento del fitoplancton marino no es tan sencillo como parece, porque las relaciones entre el calentamiento global y estos diminutos vegetales son realmente enrevesadas. Por ejemplo, según algunos estudios, el propio cambio climático está provocando su declive. El incremento de la temperatura del agua está modificando la circulación oceánica, de manera que los nutrientes están menos disponibles para estos microorganismos, que podrían disminuir globalmente un 6% en las próximas décadas.

placeholder El océano, desde un barco. (EFE)
El océano, desde un barco. (EFE)

Según una investigación de científicos canadienses publicada en la revista Nature, esto ya estaría pasando desde hace más de un siglo. De media, en todos los océanos, el descenso del fitoplancton podría ser de un 1% cada año y en el hemisferio norte ya habría descendido un 40% desde 1950. Estos datos plantean muchos interrogantes. Por un lado, indican que el esfuerzo por fertilizar los mares para que capturen más CO2 debería ser mucho mayor de lo esperado. Por otro, incrementan las dudas sobre el resultado final: ¿supondría un punto de inflexión para bajar la temperatura del planeta o solo estaríamos compensando parte de la pérdida?

Un estudio publicado en Nature Geoscience ya advertía hace años de que la fertilización por hierro de los ecosistemas marinos podría ser menos efectiva de lo que indicaban los cálculos iniciales. La investigación, en la que participaba la Universidad Autónoma de Barcelona, se centraba en el Pacífico sur, y detectaba que la presencia de hierro también favorecía el crecimiento de pequeños organismos con conchas calcáreas que se alimentan del fitoplancton y que, al contrario que este, producen CO2. Al final, el balance seguía siendo positivo, pero habría que corregir los cálculos sobre el efecto de la fertilización y reducirla, al menos, un 30%.

Foto: En el fondo del océano Pacífico se produce un fenómeno que se creía imposible

Por otra parte, a los expertos les preocupan los daños colaterales que podría causar un incremento desmedido del fitoplancton. Por ejemplo, un mayor consumo de oxígeno del agua podría afectar a otras formas de vida marina, incluyendo los peces. Del mismo modo, estos microorganismos, además de hierro, también necesitarían nutrientes como el fósforo y el nitrógeno, quitándoselos al resto del ecosistema oceánico.

Para completar el lío, pretender que los océanos almacenen mayores cantidades de CO2 tiene un efecto perverso, según señalan algunos trabajos científicos. El dióxido de carbono hace que las aguas sean más ácidas (tienen menos pH) y esto, combinado con una mayor temperatura, perjudicaría a un tipo muy abundante de fitoplancton calcificado (los cocolitóforos), que atrapa el CO2 y lo hunde en el fondo del océano. ¿Cuál es el balance final de todos estos desequilibrios? ¿Merece la pena, realmente, un gran proyecto de geoingeniería para tratar de enderezar el clima? Probablemente, solo un ensayo a gran escala pueda dar las respuestas.

La cantidad de dióxido de carbono (CO₂) presente en la atmósfera determina la temperatura del planeta desde hace millones de años y las emisiones de origen humano están provocando un calentamiento global acelerado. Por eso, la solución es casi de Perogrullo: hay que reducir este gas para volver a una situación normal. La cuestión es cómo hacerlo. Detener las emisiones es un objetivo muy ambicioso y, aunque se logre, el clima tardará décadas en recuperarse. Por eso, algunos científicos piensan en alternativas contundentes y a gran escala.

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