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El español que desmonta la última teoría de Stonehenge: "Los ingleses se venden mejor"
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POLÉMICA ARQUEOASTRONÓMICA

El español que desmonta la última teoría de Stonehenge: "Los ingleses se venden mejor"

Juan Antonio Belmonte, experto en Arqueoastronomía, rechaza que el gran monumento megalítico sea un calendario en piedra tan preciso que incluye los años bisiestos

Foto: Juan Antonio Belmonte. (EFE/Ramón de la Rocha)
Juan Antonio Belmonte. (EFE/Ramón de la Rocha)

El crómlech de Stonehenge es el monumento megalítico más conocido del mundo. Ubicado al sur de Inglaterra, este conjunto de piedras gigantes en forma de círculo lleva en pie más de 5.000 años y nos resulta tan fascinante que no dejamos de intentar comprender, a través de explicaciones más o menos científicas, qué tenían en la cabeza nuestros antepasados cuando erigieron estos impresionantes bloques. Una de las teorías más recientes y con mayor repercusión de los últimos tiempos fue publicada hace un año por la prestigiosa revista Antiquity, especializada en arqueología. Según la Universidad de Bournemouth, ubicada también al sur de Inglaterra, muy próxima al gran monumento, Stonehenge sirvió como calendario solar para medir el tiempo de una forma tan extraordinaria que solo sería igualada por los romanos más de dos milenios más tarde. Es decir, que los habitantes de Gran Bretaña ya habrían establecido a finales del Neolítico la misma forma de contar los años que tenemos hoy en día: con 365 días y uno más cada cuatro años.

La revelación era impactante, así que no es de extrañar que desde entonces haya tenido una amplia difusión. Sin embargo, como decía Carl Sagan, las afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias. Los expertos, asombrados, analizaron detalladamente el artículo, firmado por el arqueólogo Timothy Darvill, y encontraron más especulaciones que evidencias. Ahora, un nuevo trabajo publicado en la misma revista por dos expertos en Arqueoastronomía desmonta sus argumentos. Uno de ellos es el italiano Giulio Magli, investigador del Politécnico de Milán (Italia). El otro es Juan Antonio Belmonte (Murcia, 1962), científico del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y de la Universidad de La Laguna, en Tenerife.

En una entrevista concedida a El Confidencial, este experto en arqueoastronomía reflexiona sobre las peculiaridades de su especialidad: "Llevo años publicando cosas interesantes, pero solo me llaman cuando critico algo sobre Stonehenge", comenta, más en serio que en broma.

Foto: Hace 4.500 años, los habitantes de Stonehenge ya tenían parásitos intestinales (EFE/Enrique Rubio)

Pero ¿qué había escrito exactamente Darvill para provocar la reacción de Belmonte y Magli? El arqueólogo británico recopiló los datos contrastados sobre el origen del crómlech y analizó otros sistemas de calendario antiguos para darle una nueva interpretación. Las investigaciones arqueológicas indican que alrededor del año 3100 a. C. la llanura de Salisbury comenzó a albergar grandes construcciones funerarias, pero que los grandes bloques de piedra arenisca que hoy conocemos se habrían levantado a partir del 2600 a. C. Procedentes de la misma zona, parece que no se habrían agregado al azar, sino siguiendo un diseño inicial.

El trabajo llevó generaciones y el resultado final es que el eje de Stonehenge está alineado con el sol naciente en el solsticio de verano y con la puesta del sol en el solsticio de invierno. La interpretación más aceptada, al igual que sucede con otros monumentos megalíticos del mundo, es que el monumento "tiene que ver con alguna ceremonia ritual", comenta el experto del IAC. Esa función no excluye la posibilidad de que también marcase de alguna manera el paso del tiempo, al menos, en esos momentos clave, en junio y diciembre, que coinciden con los momentos de mayor y menor cantidad de horas de luz, respectivamente. Sin embargo, la propuesta del arqueólogo de la Universidad de Bournemouth va mucho más allá: este crómlech habría permitido llevar una cuenta precisa del paso de los días, las semanas y los meses.

placeholder Celebraciones del solsticio de invierno en Stonehenge. (EFE)
Celebraciones del solsticio de invierno en Stonehenge. (EFE)

Su explicación es que las 30 piedras en círculo representan los días de los meses, que estarían divididos en tres semanas de 10. Al multiplicar por 12 meses, nos salen 360 días, pero hay que tener en cuenta los cinco trilitos (las construcciones de dos grandes piedras verticales que soportan una tercera horizontal), que representarían cinco días adicionales probablemente dedicados a las deidades locales. Además, otras cuatro piedras ubicadas fuera del círculo estarían indicando que cada cuatro años uno es bisiesto, es decir, tiene un día más. Así que los antiguos habitantes de Stonehenge tenían una idea muy precisa de la duración de un año terrestre: 365,25 días. La realidad astronómica lo sitúa en 365,2422 (la Tierra tarda 365 días, seis horas y 9,76 minutos en dar una vuelta completa al Sol).

La idea suena atractiva, pero ¿de dónde sacaron ese conocimiento tan preciso? Darvill tira de investigación histórica para argumentar que las civilizaciones de la época ya tenían calendarios solares muy parecidos, especialmente en el Mediterráneo oriental. Los egipcios adoptaron uno de 365 días alrededor del 2700 a. C. (12 meses de 30 días, divididos en tres periodos de 10 días y con cinco días de más al final del año). Los miles de kilómetros que separan Gran Bretaña de esta zona, inabarcables para la época, no parecen impedir las conexiones culturales, según su interpretación.

placeholder Solsticio de verano en el monumento megalítico. (EFE)
Solsticio de verano en el monumento megalítico. (EFE)

De hecho, un hallazgo de 2002 ha modificado gran parte de lo que se pensaba al respecto. En Amesbury, la localidad más próxima a Stonehenge, se encontró una tumba de un hombre que, según las pruebas de radiocarbono, habría sido enterrado en torno al 2300 a. C. Llamado “el arquero de Amesbury”, porque junto a sus huesos había numerosas puntas de flecha, se sabe que había nacido en los Alpes gracias a análisis isotópicos del esmalte de sus dientes. Estos descubrimientos, citados por el arqueólogo inglés, prueban que no es descabellado pensar en relaciones culturales comunes que hubieran generalizado esa forma de contar el tiempo y que podría haberse plasmado en las piedras del monumento megalítico.

Demasiadas lagunas

Sin embargo, otros expertos, entre ellos Belmonte y su colega italiano, se llevaron las manos a la cabeza cuando el artículo vio la luz. “Hace mucho tiempo que se lleva discutiendo si Stonehenge podía funcionar como una herramienta calendárica, pero lo que nos llamó la atención fue que Darvill defendía que era un reflejo de un calendario que solo se pondría en uso 2600 años más tarde”, comenta. En efecto, aunque los egipcios contabilizaban 365 días, añadir una jornada más cada cuatro años fue un invento de los romanos cuando adquirieron el sistema egipcio en el siglo I a. C., pero con esa corrección para evitar el desfase que se habría acumulado frente a la realidad astronómica.

No obstante, el investigador del IAC no descarta que el monumento inglés tuviera un uso relacionado con el calendario o con acontecimientos temporales simbólicos y rituales. “Podría haber estado asociado a festivales o momentos de peregrinaje, quizá relacionados con el culto a los muertos”, reconoce, pero, en cualquier caso, “no es un calendario en piedra, como se argumenta”. La teoría publicada anteriormente en Antiquity, denuncian, se basa en la numerología. Es decir, que pretende revelar supuesta información oculta a través de los números. El problema es que las cifras, a fuerza de darle vueltas, nos pueden decir casi cualquier cosa. “Es como cuando coges las pirámides, empiezas a medir cosas y aseguras que contienen la distancia de la Tierra al Sol o el número pi. Cuando haces números puedes encontrar de todo", afirma.

placeholder Visitantes. (Reuters)
Visitantes. (Reuters)

En este caso, las lagunas son manifiestas. “Parte de que, en teoría, había 30 piedras en el círculo exterior, pero no lo sabemos porque no están todas preservadas. Aunque se han encontrado cimentaciones, no conocemos qué forma ni tamaño tenían”, señala. Asumir que los cinco trilitos son cinco días que añadir es mera especulación, pero, además, “lo que no se encuentra por ninguna parte es el número 12”, señala en referencia a los meses. En realidad, el artículo comete un “sesgo de selección”, porque solo tiene en cuenta la información que puede encajar con su teoría. “Nos llamó poderosamente la atención que la argumentación no tenía ni pies ni cabeza”, afirma el científico español. Mientras que en otros trabajos se exige un gran peso estadístico para llegar a conclusiones, “aquí estamos ante un único monumento” que pertenece a una civilización que “supuestamente tiene un calendario similar al del Antiguo Egipto”, pero con una forma que se anticipa 2600 años a la versión que adoptaron los propios egipcios en época romana.

La alineación con los solsticios también presenta muchos problemas como medida del tiempo. “Solsticio significa 'sol parado', es decir, que durante varios días seguidos el sol sale en la misma posición, casi una semana”, explica Belmonte, “así que no es un marcador astronómico preciso para controlar un calendario”. Por eso, es más común el uso de los equinoccios (primavera y otoño) e incluso “la salida de una estrella en una época determinada”, ya que “son eventos mucho más precisos, con un margen de error pequeño”.

Ríos de literatura

Si todo esto resulta tan evidente para los expertos, ¿por qué llegan a revistas importantes estudios tan especulativos y por qué se les hace tanto caso? “En cuestiones de Arqueoastronomía parece que, si no publicas sobre Stonehenge, no eres nadie”, bromea el experto del IAC. En su opinión, parte del problema está en la división radical entre disciplinas, que hace que científicos con formación meramente arqueológica realicen especulaciones sobre cuestiones astronómicas inverosímiles, y viceversa. No obstante, en los últimos años, los trabajos arqueológicos han ido aportando información y han ido acabando con algunas de las interpretaciones más disparatadas sobre este monumento, del que apenas queda una parte de lo que fue, y reconstruida ya a mitad del siglo XX. Definitivamente, no es un calendario en piedra, pero tampoco “una calculadora para predecir los eclipses, como se decía en los años 60”. En realidad, “es todo más sencillo, en la actualidad se interpreta como un monumento más de un área especialmente sagrada para las poblaciones de Gran Bretaña de hace milenios”.

Foto: Otros círculos eran de madera y se usaban para hacer fiestas. (EFE)

Esto también incluye las interpretaciones astronómicas, pero con una finalidad simbólica y ritual. Incluso en civilizaciones muy antiguas sorprende encontrar claves que evidencian importantes conocimientos astronómicos. “Hay que tener en cuenta que la astronomía era la única herramienta para orientarse en el tiempo y el espacio. Ahora no nos damos cuenta porque el GPS del móvil nos lleva a todas partes, pero los fenicios cruzaban el Mediterráneo cruzando las estrellas”, afirma el experto en Arqueoastronomía.

Eso sí, seguimos hablando de Stonehenge porque los británicos venden su producto “infinitamente mejor” que nadie. Sin restar importancia al famoso monumento megalítico que apenas está a 140 kilómetros de Londres, “en la propia España”, recuerda Belmonte, tenemos monumentos igual de relevantes desde el punto de vista científico, desde los dólmenes de Antequera al Paisaje Cultural de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria, que se declaró Patrimonio Mundial de la UNESCO en 2019 y que, entre otras cosas, alberga una cúpula excavada en piedra por los aborígenes canarios que, en este caso, sí que parece revelar un gran conocimiento astronómico.

El crómlech de Stonehenge es el monumento megalítico más conocido del mundo. Ubicado al sur de Inglaterra, este conjunto de piedras gigantes en forma de círculo lleva en pie más de 5.000 años y nos resulta tan fascinante que no dejamos de intentar comprender, a través de explicaciones más o menos científicas, qué tenían en la cabeza nuestros antepasados cuando erigieron estos impresionantes bloques. Una de las teorías más recientes y con mayor repercusión de los últimos tiempos fue publicada hace un año por la prestigiosa revista Antiquity, especializada en arqueología. Según la Universidad de Bournemouth, ubicada también al sur de Inglaterra, muy próxima al gran monumento, Stonehenge sirvió como calendario solar para medir el tiempo de una forma tan extraordinaria que solo sería igualada por los romanos más de dos milenios más tarde. Es decir, que los habitantes de Gran Bretaña ya habrían establecido a finales del Neolítico la misma forma de contar los años que tenemos hoy en día: con 365 días y uno más cada cuatro años.

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