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Detectan perros con mutaciones genéticas en Chernóbil, pero la explicación no es la radiación
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Una "respuesta adaptativa"

Detectan perros con mutaciones genéticas en Chernóbil, pero la explicación no es la radiación

Un estudio genético detecta diferencias entre los perros de la zona de exclusión y los del resto del mundo. ¿Es por culpa de la radiación? En realidad, hay otras explicaciones

Foto: Perros en Chernóbil. (Clean Futures Fund+)
Perros en Chernóbil. (Clean Futures Fund+)

El mayor desastre nuclear de la historia volvió a pasarnos por la cabeza cuando comenzó la guerra de Ucrania hace un año. Las tropas rusas ocuparon las instalaciones de Chernóbil y sus deshabitados alrededores y desataron, de nuevo, el temor a un accidente nuclear, que aún fue más grave cuando se produjeron combates alrededor de la central de Zaporiyia. El accidente de 1986 y sus consecuencias siguen asustando y se continúan estudiando. El último ejemplo ha aparecido estos días en la revista científica Science Advances: es una investigación sobre los perros que viven en los alrededores de la antigua central y asegura que sus características genéticas son distintas a las de otras poblaciones del mundo. Los titulares no se han hecho esperar, relacionando directa o indirectamente la radiación con estas variaciones genéticas. La realidad es mucho más compleja.

El artículo está liderado por Gabriella Spatola, investigadora del National Human Genome Research Institute y de la Universidad de Carolina del Sur, en EEUU, y cuenta con las aportaciones de otras entidades estadounidenses, polacas, chinas y ucranianas. Los investigadores realizan un análisis genético de 302 perros que deambulan por la zona de exclusión, es decir, el territorio contaminado alrededor de la central, que fue evacuado en 1986 tras el desastre. Según explican, los diferentes niveles de exposición de estos animales podrían haberlos hecho distintos entre sí y diferentes del resto de los cánidos del mundo.

Foto: Imagen de la central de Chernóbil. (Reuters)

Los científicos utilizaron muestras de sangre recolectadas entre 2017 y 2019 de perros que, en teoría, deberían haber recibido diferentes niveles de radiación debido a su ubicación: los alrededores de la central, la ciudad de Chernóbil, que está a 15 kilómetros, y Slavutych, situada a 45 kilómetros. Según explican en su trabajo, identifican 15 estructuras genéticas exclusivas de estas poblaciones en comparación con el resto de perros del mundo y, además, habría significativas variaciones genómicas dentro de las diferentes ubicaciones geográficas que han analizado.

Pero ¿qué significa todo esto? ¿Estos animales han incorporado mutaciones genéticas debido a la radiación? Lo cierto es que en el paper no se mencionan ese tipo de conclusiones, pero el comunicado de prensa con el que se ha difundido la investigación sí habla de que los perros “pueden ser genéticamente distintos debido a los diferentes niveles de exposición a la radiación”. En el mismo, los investigadores tratan de destacar la importancia de su investigación, aunque de forma ambigua. “La población de perros de Chernóbil tiene un gran potencial”, aseguran, ya que puede aportar datos útiles para “la gestión de recursos ambientales en una población que resurge”. Sin embargo, "su mayor potencial radica en la comprensión de los fundamentos biológicos de la supervivencia animal y, en última instancia, humana, en regiones de alto y continuo ataque ambiental".

El origen de la investigación está en un proyecto denominado The Dogs of Chernobyl Research Initiative, que hace años puso en marcha un grupo de estudiantes de la Universidad de Carolina del Sur. Los cientos de perros que vagaban sin dueño en la zona de exclusión, probablemente descendientes de los que fueron abandonados en 1986, empezaban a ser un problema por su mal estado y la posibilidad de que transmitieran enfermedades, así que las autoridades decidieron sacrificarlos. Sin embargo, para evitar tan trágico final, se propuso la alternativa de sanear y esterilizar esta población, de manera que se redujera progresivamente. Los científicos aprovecharon para tomar las muestras que han servido para hacer el estudio. Hoy en día, estos animales sobreviven acercándose a los humanos que aún trabajan en la zona y en los puestos de control.

placeholder Perros junto a la central. (Tim Mousseau)
Perros junto a la central. (Tim Mousseau)

Uno de los mayores expertos del mundo en la fauna de Chernóbil es el español Germán Orizaola, investigador de la Universidad de Oviedo. Según explica a Teknautas, el estudio es impecable desde el punto de vista del análisis genético. Sin embargo, el artículo ya juega con algunas ambigüedades y realiza afirmaciones puntuales que no son ciertas, mientras que la nota de prensa enviada a los medios se equivoca al vincular esos resultados con la radiactividad. Sencillamente, porque los investigadores “no han medido la radiación en los perros”, destaca, así que resulta imposible realizar una asociación seria de esta con posibles cambios genéticos.

El primer paso para establecer esa relación sería analizar qué radiación han absorbido esos perros. En el estudio, los investigadores dan por supuesto que los que viven más cerca de la central habrán estado más expuestos. Sin embargo, “eso no se hace así, porque la radiación varía mucho en cuestión de metros o de centímetros, depende de por dónde se mueva un animal concreto puede estar expuesto a un nivel de radiación muy diferente al de otro que viva junto a él”, indica Orizaola. “No es serio coger un mapa y decir que unos animales han estado expuestos a más radiación que otros por el lugar donde se ubican”, añade. Además, hay que tener en cuenta que el paso del tiempo ha normalizado mucho los niveles y que hoy en día en la localidad de Chernóbil, situada a 15 kilómetros de la central, “tienen la misma radiación que tú y yo en casa”.

Diferencias genéticas

Por otra parte, las pequeñas diferencias genéticas que se pueden encontrar entre los diferentes grupos de perros analizados y entre todos ellos y otros que viven fuera de Chernóbil no tienen nada de especial. “Pueden deberse a un sinfín de motivos”, comenta el investigador. Para empezar, no sabemos apenas nada de su origen, salvo la suposición de que descienden de mascotas abandonadas, pero lo importante es que “entre los animales más alejados hay pocas conexiones y ninguna con otros grupos de perros debido a la propia zona de exclusión”, comenta el experto.

placeholder Perro en Chernóbil. (Jordan Lapier)
Perro en Chernóbil. (Jordan Lapier)

Así, al comparar poblaciones pequeñas y aisladas, siempre aparecen características genéticas propias, ya sea en los perros de Chernóbil o en los gatos de Madrid, y la explicación más normal sería la “pura dinámica de poblaciones”. Un buen ejemplo es el oso cantábrico, que mantiene dos poblaciones en la cordillera Cantábrica que están aisladas entre sí, de forma que ya se pueden detectar diferencias genéticas entre ellos. A su vez, también son diferentes de los osos del Pirineo, de los italianos o de los rusos.

En este caso, también son grupos de perros más o menos aislados, uno alrededor de la central y otro más alejado, que mantienen unas dinámicas distintas y se diferencian de alguna manera, pero querer ver más allá es “tratar de vender algo más allá de lo que hay”, afirma, “con medias verdades y palabras confusas”. En opinión del investigador de la Universidad de Oviedo, relacionar las variantes genéticas y la radiación “es mera especulación, porque pueden ser causadas por muchos factores distintos que no estás midiendo”.

¿De dónde viene la diversidad actual de Chernóbil?

En los últimos años, Orizaola y otros investigadores han estudiado la fascinante biodiversidad de la zona de exclusión de Chernóbil en especies animales como las ranas y los topillos. También, en los árboles y en la vegetación. La vida salvaje se ha recuperado de una manera increíble en un territorio abandonado por el ser humano y los resultados de los análisis genéticos siempre destacan que existe una gran diversidad genética. Sin embargo, “eso se puede explicar de muchas maneras”. La hipótesis más truculenta sería que la radiación hace que haya más mutaciones y, en consecuencia, se incrementa dicha diversidad genética. Sin embargo, la explicación más probable es mucho más sencilla: “Es una zona que se ha ido recolonizando una vez que se fueron los humanos, ha sido invadida por animales y plantas desde todas partes, así que puede estar aumentando la diversidad por procesos ecológicos normales y corrientes”. Por el momento, es difícil determinar si hay daños en el material genético que estén favoreciendo este fenómeno, pero no hay pruebas de ello.

Foto: La 'pata de elefante' de Chernóbil. (Foto: US Department of Energy)

Orizaola se encontró en 2016 con una gran sorpresa cuando halló cerca de la central ranitas de San Antonio orientales (Hyla orientalis) de color negro, cuando esta especie es de un llamativo verde brillante. Sin embargo, ese cambio no está relacionado con los niveles de radiación actuales, sino que está vinculado a las ranas más cercanas a Chernóbil en el momento del accidente y es una “respuesta adaptativa”. Es decir, que en 1986 las ranas con una coloración más oscura, propia de la acción protectora de la melanina, sobrevivieron mejor y se han reproducido más, imponiendo su color en las siguientes generaciones.

El científico español solía viajar a Ucrania en primavera, pero el año pasado no pudo hacerlo y ahora mismo tampoco cree que lo pueda hacer. Cuando finalmente regrese, quiere centrarse en estudiar otra especie interesantísima que está triunfando en el entorno de Chernóbil, los caballos de Przewalski, especie salvaje muy amenazada en el mundo. “No estaban allí cuando ocurrió el accidente, los primeros los soltaron en 1998, así que no experimentaron los niveles de radiación altos del principio. Por eso, es un modelo muy bueno y una especie en expansión”, ya que de los 30 ejemplares introducidos, ya hay cerca de 200. “Es un mamífero grande, una especie muy interesante para ver las dinámicas de ocupación de una zona como Chernóbil y su proceso de renaturalización”, explica. En este caso, también se podría estudiar si, a nivel genético, hay algún tipo de cambio con su exposición a mayor o menor radiación, pero, como con los perros, será difícil encontrar esa relación porque “ahora mismo los niveles altos solo se encuentran en puntos muy concretos, así que es muy complicado que se pueda detectar ningún efecto poblacional”.

El mayor desastre nuclear de la historia volvió a pasarnos por la cabeza cuando comenzó la guerra de Ucrania hace un año. Las tropas rusas ocuparon las instalaciones de Chernóbil y sus deshabitados alrededores y desataron, de nuevo, el temor a un accidente nuclear, que aún fue más grave cuando se produjeron combates alrededor de la central de Zaporiyia. El accidente de 1986 y sus consecuencias siguen asustando y se continúan estudiando. El último ejemplo ha aparecido estos días en la revista científica Science Advances: es una investigación sobre los perros que viven en los alrededores de la antigua central y asegura que sus características genéticas son distintas a las de otras poblaciones del mundo. Los titulares no se han hecho esperar, relacionando directa o indirectamente la radiación con estas variaciones genéticas. La realidad es mucho más compleja.

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