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Las provincias de España donde el calor matará más gente no son las que piensas
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LA BALA Y LA VELOCIDAD

Las provincias de España donde el calor matará más gente no son las que piensas

Aunque España se ha adaptado al aumento de las temperaturas de las últimas décadas, hay regiones donde la velocidad no puede ser la suficiente para compensarlo

Foto: Las provincias con mayores temperaturas medias son las más preparadas. (EFE)
Las provincias con mayores temperaturas medias son las más preparadas. (EFE)

Empecemos por las buenas noticias. España, en general, se ha adaptado muy bien a los cambios de temperatura que se han producido durante las últimas décadas, y ahora es mucho más difícil morir por calor que a comienzos de los años 80. Concretamente, mientras que de 1983 a 1994 por cada grado que superaba el umbral de la ola de calor, la mortalidad aumentaba en un 14%, a partir de 2004 ha pasado a un 2%.

“Esto se puede interpretar de dos maneras. O bien que el impacto del calor está descendiendo, o bien que la temperatura a la cual la gente empieza a fallecer está aumentando, es decir, cada vez hace falta más calor para que la gente fallezca, es una medida de adaptación”, explica Julio Díaz, científico titular en la Escuela Nacional de Sanidad en el Instituto de Salud Carlos III y uno de los responsables de ‘Evolution of the minimum mortality temperature (1983-2018): Is Spain adapting to heat?’, publicado en el último número de ‘Science of the Total Environment’ y parte de un proyecto encargado por la Fundación Biodiversidad, adscrita al Ministerio para la Transición Ecológica.

Valladolid, Ciudad Real, Granada o Cáceres son las regiones más afectadas

Según sus cálculos, la temperatura de mínima mortalidad (es decir, en la que las muertes comienzan a crecer) ha aumentado en España a un ritmo de 0,64 grados por década, mientras que la de la temperatura máxima diaria ha crecido a 0,41 grados. “En Madrid, por ejemplo, la temperatura ha subido un grado durante los últimos 30 años, pero nos hemos adaptado a 1,3, por lo que no ha habido más muertos por calor”, explica Díaz. “Como nos adaptamos más rápido, podemos decir que el ritmo de adaptación al calor a nivel global es correcto”.

Ahora vienen las malas noticias. No todas las provincias se han adaptado de la misma manera a estos cambios de temperatura, y de hecho, hay un gran número de ellas que quedan por debajo en el cuadrante de adaptación. Las más críticas son Valladolid, Ciudad Real, Granada o Cáceres. Puede parecer paradójico, pero algunas de las provincias que mejor se han adaptado son aquellas más caracterizadas por las altas temperaturas, como Córdoba o Huelva.

El gran reto, recuerda Díaz, es ser capaces de seguir adaptándose a ese ritmo. “El problema del cambio climático no es que suba la temperatura, es el ritmo al que sube: es como una bala, no te mata la bala, sino su velocidad”, explica. “Aquí igual, no te mata el incremento de temperatura, sino el ritmo al que sube. En los últimos 35 años han ocurrido muchas cosas, ha habido un avance económico brutal, una mejora espectacular en los servicios sanitarios, hay que mantener ese ritmo y es muy complicado”. En el peor de los escenarios, el de un RCP (trayectorias de concentración representativas) de 8,5, más de la mitad pueden estar fuera de la zona de adaptación dentro de 50 años.

¿Por qué se adaptan peor?

La pregunta del millón de dólares (o, mejor dicho, del millón de euros: la cuenca mediterránea es una de las más afectadas por el cambio climático) es por qué unos sí y otros no. Díaz está trabajando en ello. “De momento no lo sabemos, porque es otro proyecto, pero sabemos que hay cosas comunes, sabemos por ejemplo que influyen las temperaturas a las que están sometidos”, responde el investigador. Influyen en el sentido opuesto, pero lógico, de lo esperado.

"Hay que rehabilitar edificios: cuanto más antiguos son, mayor es la mortalidad"

Es decir, cuanto más calor haga, más probable es que se hayan tomado medidas para adaptarse a ellas, como muestra que Córdoba figure la primera en el ‘ranking’: “Los lugares más cálidos se adaptan mejor al calor porque ya tienen sus casas acondicionadas”. Esa misma razón provoca que las viviendas de zonas habitualmente “frescas” estén peor diseñadas para hacer frente a estos cambios de temperatura. Es un proceso que se produce en toda Europa, como han mostrado otros estudios que analizaban ciudades como Atenas, Roma, París, Helsinki o Estocolmo. Además, como recuerda el investigador, “los edificios que se construyan ahora tendrán que ser capaces de soportar las temperaturas de dentro de 50 años”.

“Otra de las cosas que estamos viendo es la antigüedad de los edificios: cuanto más antiguos son, mayor es la mortalidad por calor”, explica Díaz. Por lo tanto, una de las inversiones necesarias sería en la rehabilitación de edificios en esas regiones peor adaptadas. Otro factor esencial es la ruralidad. “En las grandes ciudades, la adaptación al calor es peor que en los pueblos pequeños”. También, el nivel de renta, que permite disponer de aire acondicionado en el entorno privado. Hay otras cuestiones de gran importancia en las que resulta mucho más difícil actuar, como la pirámide poblacional y el número de mayores de 65 años, pero el aumento del número de profesionales de la sanidad, los servicios sanitarios o las campañas de educación pueden influir en la tendencia.

placeholder Foto: EFE/Mariscal.
Foto: EFE/Mariscal.

¿Qué ocurrirá en el período 2050-2100? Por una parte, la temperatura media aumentará a un ritmo de 0,66 grados por década, es decir, aún más rápido que en los últimos 40 años. Es posible que la adaptación sea completa, pero también, que muchas regiones sean superadas a pesar de los avances de los últimos años. “Saber qué provincias tienen mayores dificultades de adaptación puede ser una forma de saber dónde hay que implementar esos fondos de reestructuración”.

¿Qué hacemos?

El pasado otoño, Moncloa aprobó el nuevo Plan de Adaptación al Cambio Climático, que Díaz valora de forma positiva, pero considera que aún faltan muchas cosas para evitar que el calor impacte en la salud de unos ciudadanos que, además, tendrán cada vez mayor edad y por ello serán más vulnerables a estas alteraciones. “Muchas de estas cosas hay que hacerlas a nivel local, porque no hay nadie como los que viven cerca que sepan mejor qué se puede hacer”, valora Díaz.

Un buen ejemplo es lo ocurrido en España durante las últimas dos décadas. La buena adaptación durante ese período no es casualidad, y en algunos casos, se produjo como reacción a eventos devastadores. Es lo que ocurrió en 2003, cuando una ola de calor dejó un aumento de mortalidad de un 15,2% y alrededor de 12.919 fallecimientos más que en el año anterior. Fue entonces cuando el equipo de Díaz recibió una llamada de la entonces Ministra de Sanidad, Ana Pastor, para que se pusiesen las pilas y sacasen adelante un plan de prevención contra las olas de calor para el verano siguiente.

Foto: Una mujer pasea protegida por un paraguas en Lleida. (Efe)

Los cambios fueros sustanciales. “A partir de ese año, la gente se dio cuenta de que el calor puede matar”, explica Díaz. “Ahora mismo, cuando la gente mayor sale a pasear por el parque, lleva gorra, pantalón corto y botella de agua, algo que era impensable hace tan solo 40 años”. Entre esas medidas benignas se encuentra la incorporación de aire acondicionado en los hospitales o en las residencias de ancianos.

Cada año mueren en España alrededor de 1.300 personas por causas atribuibles al calor. “El calor exacerba otras patologías, como las cardiovasculares o neurológicas, aumenta la mortalidad por párkinson o demencia, o influye en las enfermedades de carácter renal”, concluye el científico. “Lo que estamos viendo es que si se produce una buena adaptación, nos podemos quedar en torno a esas 1.000 muertes, pero si no la hay, en el peor de los horizontes, podemos encontrarnos a final de siglo con 13.000 muertes anuales”. Un problema bastante fuerte, pero “las cosas están funcionando por ahora”.

Empecemos por las buenas noticias. España, en general, se ha adaptado muy bien a los cambios de temperatura que se han producido durante las últimas décadas, y ahora es mucho más difícil morir por calor que a comienzos de los años 80. Concretamente, mientras que de 1983 a 1994 por cada grado que superaba el umbral de la ola de calor, la mortalidad aumentaba en un 14%, a partir de 2004 ha pasado a un 2%.

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