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¿Por qué es más fácil entender un idioma que hablarlo? Científicos vascos tienen la respuesta
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Tras siete años de estudio

¿Por qué es más fácil entender un idioma que hablarlo? Científicos vascos tienen la respuesta

El cerebro emplea más recursos para la comprensión oral y escrita que para el habla

Foto: Representación de los hemisferios del cerebro. (iStock)
Representación de los hemisferios del cerebro. (iStock)

Sumergirse en una nueva lengua es una experiencia que produce satisfacción y frustración a partes iguales, sobre todo por la sensación de que resulta más fácil entender a los hablantes nativos que dirigirse a ellos en su idioma. ¿Por qué la comprensión y el habla no van al mismo ritmo? Un grupo de científicos vascos tiene la respuesta.

Desde mediados del siglo XIX, se sabe que algunas funciones cognitivas están lateralizadas, es decir, que se realizan desde uno de los dos hemisferios que componen el cerebro humano, pero el lugar exacto en el que se posiciona cada una de ellas o si intervienen ambas partes a la vez siguen siendo incógnitas en la mayoría de los casos. Después de siete años de trabajo, el Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL) ha desentrañado qué zonas están implicadas en el aprendizaje de un idioma extranjero.

El lado izquierdo es clave para el habla, la lectura y la escucha en la lengua materna. Esta condición se mantiene en el habla cuando un adulto aprende otro idioma, si bien la comprensión escrita y auditiva utiliza recursos de ambos hemisferios. "Esto puede explicar por qué es más difícil aprender a hablar un nuevo idioma que entenderlo a un nivel muy alto. Se emplean más recursos cerebrales para la comprensión oral y escrita que para el habla", apunta la investigadora Kshipra Gurunandan, autora principal del estudio que acaba de publicarse en la prestigiosa revista 'The Journal of Neuroscience'.

Junto con ella, comanda el proyecto el investigador senior Kepa Paz-Alonso, que observa una característica común entre los 50 voluntarios de entre 17 y 60 años sometidos a sus pruebas: "Los cambios más notables en cuanto a función cerebral se asociaron con la lectura y, en menor medida, con la escucha o la comprensión auditiva. Casi no hubo cambios al hablar. Estos cambios fueron más acusados en adolescentes que en adultos, aunque en ambos casos siguieron el mismo patrón".

Tales resultados sugieren que el concepto de plasticidad cerebral funcional —la capacidad del cerebro de transformarse— es clave para la comprensión de una nueva lengua en la edad adulta; no así para la producción y el habla. "Nos ayudan también a comprender mejor cómo se organiza el lenguaje en el cerebro y cuáles pueden ser las consecuencias sobre los diferentes sistemas lingüísticos de un accidente, un traumatismo o una enfermedad que afecte un área cerebral concreta, así como su posible recuperación", añade Gurunandan.

¿Hay una edad para aprender idiomas?

Siempre se dice que los niños son como esponjas y, en parte, es cierto. El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) sometió a 67.000 personas a un examen virtual en 2018 y reveló que la edad de 10 años es la mejor para adquirir el conocimiento gramatical propio de un hablante nativo. Tiene sentido, porque para entonces las habilidades del lenguaje son necesidades vitales: hacer amigos y ser aceptados socialmente depende de ello.

Es lógico pensar que el cerebro se vuelve menos adaptable una vez completado este proceso de 'urgencia social'. No obstante, en la etapa adulta se desarrollan otras habilidades que no se tienen en la infancia, como por ejemplo la capacidad de comprender nuevos significados y establecer relaciones entre ellos gracias a la experiencia. El mismo test determinó que sólo se aprende a dominar completamente un lenguaje —incluso el propio— a los 30 años.

Sumergirse en una nueva lengua es una experiencia que produce satisfacción y frustración a partes iguales, sobre todo por la sensación de que resulta más fácil entender a los hablantes nativos que dirigirse a ellos en su idioma. ¿Por qué la comprensión y el habla no van al mismo ritmo? Un grupo de científicos vascos tiene la respuesta.

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