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La última falsa esperanza contra el covid: por qué el plasma sanguíneo es una incógnita
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El 'show' de Trump

La última falsa esperanza contra el covid: por qué el plasma sanguíneo es una incógnita

Trump da luz verde al uso de anticuerpos de otros pacientes que han superado la enfermedad, pero los expertos alertan de presiones políticas y ausencia de evidencia científica

Foto: Plasma sanguíneo congelado. (Reuters)
Plasma sanguíneo congelado. (Reuters)
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Parece una idea lógica y sencilla: si las personas que han superado la enfermedad tienen anticuerpos efectivos contra el covid, podrían utilizarse para tratar a otros pacientes que no presentan una evolución tan favorable. Por eso, desde el inicio de la pandemia, numerosos estudios en todo el mundo intentan evaluar si el plasma convaleciente o hiperinmune (el líquido amarillo que queda tras extraer las células de la sangre) se puede convertir en una buena terapia contra el coronavirus. El resultado es que la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA) de EEUU acaba de autorizarlo como tratamiento. ¿Esto quiere decir que estamos, por fin, ante una solución efectiva y deberíamos aplicarla cuanto antes? No tan deprisa.

La decisión de la agencia americana ha levantado una enorme controversia científica y política. De hecho, el protagonista del anuncio el pasado domingo fue Donald Trump, quien no se cortó al afirmar que era un momento "verdaderamente histórico" porque el plasma convaleciente reduce la mortalidad por coronavirus en un 35%. Sin embargo, los expertos cuestionan esta afirmación porque al parecer se basa en un estudio con muchos defectos y todo apunta a que el Gobierno estadounidense ha presionado a la FDA para poder ofrecer buenas noticias.

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La investigación que sustentaría el dato no es más que un ‘preprint’ (artículo no revisado por expertos) subido a medRxiv el pasado 12 de agosto, de manera que no se ha publicado en una revista médica. Aunque recoge los datos de más de 35.000 pacientes, el estudio deja mucho que desear desde el punto de vista formal, sobre todo porque carece de un grupo de control al que se le hubiera administrado un placebo para comparar la verdadera efectividad del plasma sanguíneo.

Los resultados indican que los pacientes graves que recibieron una transfusión dentro de los tres días posteriores al diagnóstico tuvieron una menor mortalidad que otros a los que se les practicó más tarde (8,7% frente al 11,9%). Esa diferencia estadística indica que el plasma debe tener algún efecto, pero es difícil valorar la importancia de esos datos con un planteamiento con tantas lagunas sin seleccionar al azar pacientes en las mismas condiciones. Por eso, ante los primeros rumores de una luz verde al plasma sanguíneo por parte de la FDA, algunos expertos ya pusieron el grito en el cielo. Por ejemplo, varios científicos se expresaron en ‘The New York Times’ y en ‘Nature’ el pasado miércoles contra esa posibilidad, subrayando la ausencia de datos sólidos.

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Donald Trump. (EFE)

Técnicamente, lo que ha hecho la agencia es autorizar un “uso de emergencia”, que no es lo mismo que una aprobación formal de un tratamiento, pero esta declaración abre la puerta a la utilización del plasma sin tener que estar incluido en un ensayo clínico. Es más, podría perjudicar otras investigaciones que sí hayan planteado un diseño serio, aleatorio y con grupos de control, porque muchos pacientes pueden preferir recibir el plasma como tratamiento en lugar de arriesgarse a que se les administre un simple placebo si forman parte de un ensayo clínico voluntario.

Investigadores españoles que trabajan en esta misma cuestión consultados por Teknautas —prefieren no ser citados hasta la publicación de sus propios resultados, que será inminente— consideran que en realidad la autorización de la FDA no supone ningún cambio, teniendo en cuenta que en EEUU ya se usa el plasma en miles de pacientes sin datos de ensayos clínicos. En ese sentido, insisten en la necesidad de contar con estudios controlados que aclaren cuál es la verdadera utilidad de esta posible terapia y para qué tipo de pacientes. “Todo indica que la población que ya está en cuidados intensivos y en fases avanzadas de la enfermedad no sería, precisamente, la población diana para el plasma”. Por el contrario, una autorización de uso de emergencia como la aprobada se relaciona habitualmente con el uso compasivo, un último recurso para pacientes graves, apuntan estas fuentes.

Los críticos recuerdan que la FDA ya ha emitido otras aprobaciones de uso de emergencia a lo largo de la pandemia, entre ellas, la hidroxicloroquina, apoyada por el presidente estadounidense de forma entusiasta. El motivo fue la existencia de ensayos iniciales prometedores, pero con escasos datos, de manera que finalmente se demostró que este fármaco contra la malaria no tenía en realidad un beneficio real para los pacientes en el caso del covid.

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Foto: Reuters.

Para algunos, salta a la vista que Trump quiere apuntarse un tanto y que para ello ha presionado a la FDA. Incluso hace pocos días, criticaba a la propia agencia a través de Twitter, acusándola de dificultar nuevos pasos hacia vacunas y tratamientos. En el país con el mayor número de casos (camino de los seis millones) y de fallecimientos (más de 180.000), la gestión del covid será un arma política para las elecciones presidenciales de noviembre, así que el candidato republicano busca desesperadamente buenas noticias. Algunas voces ya alertan de la posibilidad de que el presidente trate de adelantar el anuncio de una vacuna antes de las elecciones, en sintonía con la carrera geopolítica en que están involucrados otros países, especialmente Rusia y China. En estas circunstancias, ¿tendría las garantías de seguridad necesarias?

Los resultados serios

En cualquier caso, con respecto al plasma convaleciente, no se trata de que Trump tenga o no razón, simplemente, faltan datos para afirmar si es realmente una buena opción terapéutica, según la mayoría de los especialistas. Aunque diversos países han puesto en marcha ensayos clínicos —en algunos casos, bastante ambiciosos, como los de Francia o Canadá—, la investigación es compleja y aún no se han publicado resultados concluyentes.

Uno de los estudios más recientes, aparecido el pasado 10 de agosto en ‘The American Journal of Pathology’, comparó los resultados de 316 pacientes de EEUU que recibieron la transfusión frente a 251 que no, y mostró que existía una reducción de la mortalidad. Esa eficacia parece depender de que el tratamiento se realice de forma temprana. Hasta ahora, la mayoría de los estudios revisados incluían muchos menos casos.

España también ha apostado por investigar las posibilidades del plasma convaleciente a través del Estudio ConPlas-19, que cuenta con la financiación del Instituto de Salud Carlos III e involucra a 20 hospitales de todo el país, con la previsión de alcanzar 300 pacientes. Se trata de pacientes curados que donan voluntariamente su plasma. El Centro Nacional de Microbiología analiza su contenido en inmunoglobulinas y, si procede, se aplica a otros pacientes ingresados por neumonía en los primeros días de su hospitalización.

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Foto: Reuters.

En el plasma convaleciente, deberían mantenerse los anticuerpos que han servido para derrotar al patógeno y que, mediante transfusión, pueden ayudar a otras personas cuyo sistema inmunitario no ha sabido responder de la misma manera. Es lo que se conoce como inmunoterapia pasiva, y no es nueva. De hecho, esta opción se ha utilizado para combatir desde la gripe de 1918 hasta la epidemia del MERS, causada también por un coronavirus, o el ébola, según explica África González, catedrática de Inmunología de la Universidad de Vigo y expresidenta de la Sociedad Española de Inmunología (SEI).

Se trata de una forma de terapia con una larga tradición, pero que tiene una serie de problemas. “En el plasma, pueden ir tanto los anticuerpos apropiados como otras proteínas”, señala, e incluso elementos que causen otras enfermedades. Además, los anticuerpos de unos pacientes recuperados pueden ser diferentes en calidad y cantidad a los de otros. Por eso, para superar estas dificultades y afrontar esa gran variabilidad, se recurre a otras actuaciones complementarias antes de utilizar esta vía terapéutica, como la purificación de anticuerpos, su concentración o la producción de anticuerpos monoclonales.

En opinión de esta especialista, el hecho de que la FDA apruebe esta opción no debe sorprender, pero coincide con las críticas expresadas en EEUU en el sentido de que serían necesarios más ensayos clínicos aleatorizados y con grupos de control, sobre todo para ver la efectividad que tendría en distintos perfiles de pacientes en lugar de enfocarse en enfermos críticos. “Creo que hay que dejar al margen el debate de si se está utilizando o no como reclamo electoral y centrarse en los datos científicos”, añade.

Parece una idea lógica y sencilla: si las personas que han superado la enfermedad tienen anticuerpos efectivos contra el covid, podrían utilizarse para tratar a otros pacientes que no presentan una evolución tan favorable. Por eso, desde el inicio de la pandemia, numerosos estudios en todo el mundo intentan evaluar si el plasma convaleciente o hiperinmune (el líquido amarillo que queda tras extraer las células de la sangre) se puede convertir en una buena terapia contra el coronavirus. El resultado es que la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA) de EEUU acaba de autorizarlo como tratamiento. ¿Esto quiere decir que estamos, por fin, ante una solución efectiva y deberíamos aplicarla cuanto antes? No tan deprisa.

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