Arranca la cumbre del clima en Ifema: un inquietante no-lugar entre Chile y Madrid
Se abre el telón y aparecen fotografías de Atacama o Viña del Mar, pabellones denominados Iquique o Valparaíso, churros con chocolate y Pedro Sánchez en las pantallas. ¿Pero dónde estamos?
Sí, en la primera mañana de la COP25 todavía hay muchas cosas en IFEMA que desprenden un considerable aroma a improvisación. Algunos operarios cargando con cables o paquetes de folios —quizá los estén desalojando dada la política de tolerancia cero con las cosas impresas que impera en la cumbre— y otros trabajadores tratando de conciliar la falta de papeleras de orgánico con el hecho de que en la entrada estén regalando fruta a los asistentes. "¡Ahí no, ahí no!"
Pero una cosa no se le puede negar al gobierno en funciones. Dijeron que organizarían la cumbre del clima y lo han hecho.
Todos los ‘stands’ están ya montados aunque muchos de ellos siguen vacíos. Nadie para explicar de momento al eventual interesado los esfuerzos de Malasia por reducir los impactos de la subida del nivel del mar en su territorio. Afortunadamente para todos estos esforzados trabajadores, todos los focos hoy se dirigen a los representantes políticos que han venido a hacerse la foto, por lo que pueden acabar de apretar esos tornillos sueltos entre las sombras.
La principal disonancia para el visitante al poner un pie en la cumbre es preguntarse "¿dónde estamos realmente?" En las paredes, la palabra ‘Chile’ aparece tantas veces como ‘Madrid’. A la entrada, una sucesión de fotografías de los telescopios del desierto de Atacama a las playas de Viña del Mar o al teleférico de Santiago nos recuerda que, por mucho ‘Madrid Green Capital’ que enarbolemos, esta cumbre no es realmente nuestra, solamente somos los caseros del país latinoamericano.
La división entre ambos lugares va más allá. La organización obsequia a cada asistente con una tarjeta de transporte gratuita, válida para 15 días e ilustrada con la puerta de Alcalá, y aprovecha el asunto del reciclaje para tirar de otro clásico de la capital: su agua. Al llegar, todo el mundo recibe una botella de cristal recargable en alguna de las fuentes de “bebe agua de Madrid” que hay repartidas por los pabellones.
Por último, a la entrada, churros con chocolate: más madrileño imposible,100% 'vegan-friendly' y de proximidad.
Por mucho ‘Madrid Green Capital’ que enarbolemos esta cumbre no es realmente nuestra, solamente somos los caseros de Chile
Esta disonancia Madrid-Chile en la que habitamos se hizo mucho más evidente cuando Carolina Schmidt, ministra de Medio Ambiente de Chile y presidenta de la cumbre, dio paso a una video-intervención de Sebastián Piñera, "que no podrá acompañarnos por motivos que son de público conocimiento".
En una enorme pantalla del salón de plenos, el presidente chileno apareció con un parque otoñal de fondo y dijo "duele no estar hoy en Madrid pero mi deber es estar en Chile". En realidad, Piñera no se dirigiría en ningún momento a los cientos de delegados internacionales congregados en este centro de congresos al noroeste de Madrid, sino a sus propios conciudadanos.
Habló de los disturbios, de sus esfuerzos por darles una respuesta social, de la proporcionalidad de las fuerzas de seguridad chilenas y de que "cualquier desviación de este principio está siendo investigado por la Fiscalía”. Luego definió a Chile como "una de las colonias más pobres de España en América Latina" que en las últimas tres décadas había florecido económicamente. ¿De verdad era necesario ese puyazo, presidente Piñera?
En cuanto a Pedro Sánchez, pocas ocasiones mejores que ésta para lucirse tendrá en su vida política. El presidente en funciones dio uno de esos discursos que tanto le arroban. Más motivacionales que pragmáticos y donde la hemeroteca suele ser siempre benevolente. Existe, claro está, el riesgo de sobreprometer, como cuando dijo que, dado que Europa era responsable de la revolución industrial, ahora tenía la obligación moral de asumir la responsabilidad de liderar la descarbonización.
Los negociadores europeos no estarán tan de acuerdo, sobre todo en lo que se refiere a compensaciones económicas que tratan de repartir entre cualquier país en disposición de haberlo. Pero al igual que pasa con las negociaciones para formar gobierno, las grandes declaraciones aquí no sirven de nada, sólo cuentan las pequeñas y documentadas palabritas, puestas en negro sobre blanco, que se comenzarán a escribir a partir de hoy y durante las dos próximas semanas.
Con prisa pero sin pausa o, como decimos aquí en Chile, "lento como bofetada de astronauta".
Sí, en la primera mañana de la COP25 todavía hay muchas cosas en IFEMA que desprenden un considerable aroma a improvisación. Algunos operarios cargando con cables o paquetes de folios —quizá los estén desalojando dada la política de tolerancia cero con las cosas impresas que impera en la cumbre— y otros trabajadores tratando de conciliar la falta de papeleras de orgánico con el hecho de que en la entrada estén regalando fruta a los asistentes. "¡Ahí no, ahí no!"