La ruta migratoria de los 'homeless' en España explicada por sus psiquiatras
En verano se desplazan al norte y en invierno al sur, de albergue en albergue. Un reto más para los equipos de salud mental especializados en personas sin hogar de la sanidad pública
Hace unos años, mientras hacía el camino de Santiago, María Victoria Ortega reconoció a otro peregrino. Vivía cerca de su casa, en Málaga. Más concretamente, debajo de un puente que hay en El Palo, tradicional barrio marinero de la capital de la Costa del Sol.
El hombre los acompañó durante parte del peregrinaje, que no hacía por asueto. "En verano se iba al norte haciendo el camino y el invierno lo pasaba en Málaga", explica Ortega. "Estuvimos unos días caminando junto a él y fue contando historias, fue una experiencia muy enriquecedora".
Probablemente, para cualquiera de nosotros esta persona habría resultado invisible, porque tal es la capacidad —o la maldición— de los ‘homeless’. Llaman la atención al primer golpe de vista, pero al segundo empiezan a diluirse en el paisaje urbano hasta desaparecer entre papeleras y carteles a medio descolgar.
Pero Ortega no pudo obviar su cara, dado que esta psiquiatra malagueña lleva más de una década centrada exclusivamente en las personas sin hogar. Un día colgó la bata blanca en su antiguo despacho del Hospital Carlos Haya y, vestida de calle, se enroló a tiempo completo en un programa pionero: el de atender a todos esos ciudadanos con patología mental grave, como esquizofrenia o brotes psicóticos, que por vivir en la calle no tenían acceso a la sanidad pública que —por su universalidad— se merecen.
Sin pautas, sin reglas
En aquel momento, Mavy Ortega, quien trabaja en este Programa de Intervención en Salud Mental y Exclusión Social junto a Trinidad Campos, enfermera, y Pedro González, trabajador social, comprendió que todo lo que había aprendido sobre psiquiatría a lo largo de los últimos 15 años de carrera no le servía con estos nuevos pacientes: acostumbrados al rechazo, refractarios a confiar en alguien y, sobre todo, esquivos.
Nunca se sabe cómo estarán en la próxima visita… o si aparecerán.
"Es duro saber que una persona que está enferma, a la que estás visitando y con la que ya tienes un vínculo está sola en la calle", dice Ortega, "y es cierto que entre visita y visita nuestra pueden pasar muchas cosas, por ejemplo que tengan problemas de salud física, o que sufran un robo, o una agresión, o que se muden de sitio y tardemos tiempo en retomar el contacto y los reencontremos en peores condiciones".
Pero después de tantos años, para ellos las recaídas "no son un fracaso, solo un paso más en el proceso".
Trabajar como psiquiatra de ‘homeless’ a tiempo completo era algo inédito fuera de las dos grandes ciudades españolas. Así que, además de conocer el programa de Madrid cuando comenzaron, Ortega y una compañera tomaron un avión a Copenhague, que llevaba bastantes años poniendo en práctica una iniciativa similar y por su tamaño, 600.000 habitantes, era una ciudad más comparable a Málaga.
Los camiones daneses de comida caliente que circulaban de noche no eran una opción realista para Málaga, pero tampoco el distante acercamiento nórdico a los ‘homeless’. Allí los psiquiatras podían pasar días simplemente observándoles desde la acera de enfrente. Ortega comprendió que, en Málaga, tendrían que escribir su propio manual.
El doble estigma
Estos psiquiatras se encargan de una parte muy específica de la sociedad: personas sin hogar con un trastorno mental significativo, que en España pueden rondar los 5.000 o 6.000 individuos. "La patología mental grave se detecta rápido", dice Juan José Martínez Jambrina, director de Salud Mental en el área sanitaria de Avilés, "es gente muy retraída o, en el momento en que consumen cualquier sustancia o se emborrachan, montan el pollo rápido… no es difícil de diagnosticar". Sin embargo, en estos casos el problema es que no todos estos ciudadanos tienen la suerte de caer dentro del ámbito de actuación de los psiquiatras (Madrid, Barcelona o Málaga) o permanecer en él durante mucho tiempo.
Como el vecino-peregrino, un gran número de 'homeless' recorren España de forma casi trashumante, en perpetuo movimiento de norte a sur. Por eso las palabras son tan imprecisas para referirse a ellos: ni todos vagabundean, ni todos mendigan, ni todos son 'sin techo'. Madrid es un lugar recurrente para los que vienen de fuera porque es donde están las embajadas, Barcelona por ser un lugar de paso hacia Europa y por sus suaves inviernos, Málaga es un destino idóneo para los meses fríos.
Un gran número de 'homeless' recorren España de forma casi trashumante, en perpetuo movimiento
"En general hay mucha circulación por una variedad de motivos: el clima, la temporalidad en las ofertas de trabajo en sectores como la hostelería o la agricultura, también porque los centros de acogida tienen un límite de días, que varía según la ciudad y el centro, y que hace que muchas personas se hagan un itinerario", indica la psiquiatra.
En el caso de los trastornos mentales, ocurre algo más: a algunos, los propios delirios les hacen moverse, se sienten perseguidos o creen que tienen una misión que debe llevarlos a otra ciudad. "También es frecuente que se alejen de lugares donde han sufrido pérdidas o piensan que ya están etiquetados como enfermos mentales y que donde no les conozcan les va a ir mejor", dice Ortega.
Algunos compañeros del ámbito sanitario o social no comparten nuestro modelo de trabajo
El doble estigma, estar en la calle y ser enfermos mentales, añade múltiples capas de dificultad a la labor de estos especialistas de la sanidad pública. Además, en su descenso hacia la calle suelen haber tenido contactos previos con servicios sociales y sanitarios que han sido infructuosos. Recelan de las ayudas y nunca acudirían a una cita en una unidad de salud mental.
Los manuales de psiquiatría no sirven de nada, dado que la medicación aparece muy, muy, muy abajo en la lista de prioridades de estos pacientes. "Nuestro objetivo final no es que tomen medicación sino que mejore su salud y su calidad de vida, y aunque algunos compañeros del ámbito sanitario y del social puedan no compartir nuestro modelo de trabajo nosotros intentamos evitar la coerción, respetamos su autonomía, su capacidad de decidir, incluso de rechazar nuestra ayuda", dice la psiquiatra malagueña. "Procuramos implicarles en la toma de decisiones, convencer, no imponer, somos muy respetuosos con la autonomía de las personas".
El mito y el estigma
Un programa así habría sido inimaginable a mediados de los ochenta, hasta que entró en vigor la llamada desinstitucionalización psiquiátrica, también conocida como La Reforma.
“Cuando se cerraron los manicomios y toda la gente fue saliendo a la calle, se empezó a decir que se estaban llenando los albergues y las aceras de enfermos”, recuerda el psiquiatra Jambrina. “Un compañero hizo entonces un estudio en el albergue de Gijón durante un año y descubrió que patología mental grave había más bien poquita, sobre todo había gente con problemas de adicción, alcoholismo o con trastornos de la personalidad que, en realidad, no son auténticas enfermedades mentales sino personalidades un poco raras o inadaptadas”.
Hoy los manicomios forman parte del pasado y lo que se ha impuesto es una nueva corriente de intervención denominada Tratamiento Asertivo Comunitario, que consiste en no aislar a los pacientes sino tratarlos en su entorno. Los psiquiatras que salen a la calle para atender a personas sin hogar son, de alguna forma, consecuencia de este cambio de tendencia.
Treinta años más tarde de aquel estudio en Asturias, Jambrina y Lorena Pallas, psicóloga en el sistema sanitario de Castilla y León, se propusieron actualizarlo para ver si, una generación más tarde, algo había cambiado. Los resultados, a los que ha tenido acceso El Confidencial pero que se harán públicos en el próximo Simposio Nacional sobre Tratamiento Asertivo Comunitario, señalan que, a día de hoy, solo el 15% de los ‘homeless’ presentaban algún tipo de patología mental grave, como esquizofrenia o trastorno bipolar. La cifra concuerda con estudios anteriores, según los cuales entre el 13% y el 18% de las veces, el principal detonante de que una persona acabe en la calle es la enfermedad mental.
No obstante, nunca es la única causa por la que una persona acaba cayendo a través de todas sus redes de seguridad hasta darse de bruces en el duro asfalto.
La primera sonrisa de Málaga
Juan padece un deterioro cognitivo, agravado durante los años en que su padre lo mantuvo encerrado en un piso sin apenas contacto con el mundo exterior. Cuando éste falleció, el hijo, desprovisto de las habilidades sociales para mantenerse bajo un techo, acabó en la calle. Los tatuajes talegueros que luce en el brazo —una cruz y un número 13— apuntan a que esos años no fueron fáciles. Cuando Ortega y su equipo iniciaron su expediente, hace cuatro o cinco años, ni siquiera era capaz de comunicarse. Y no es de lo peor que se han encontrado. "Ha habido casos con tanto deterioro personal que al principio no sabíamos si eran hombres o mujeres", comenta Campos.
El modelo paternalista no sirve de nada, hay que acompañarles: que tomen decisiones y se equivoquen
Hoy se ha acercado al centro de día que hay a unos diez minutos del Hospital Civil, y donde la psiquiatra y sus compañeros suelen acercarse a diario para comprobar la evolución de sus pacientes. Juan, que ha ido a por comida, les muestra un par de conjuntos de camiseta y pantalón corto que se ha agenciado en el mercadillo. Ellas y las monitoras de Faisem —la entidad pública andaluza que gestiona el centro— le observan, serias pero emocionadas.
El mero gesto de ir a comprar ropa parecía imposible hace unos meses. "Aquí hay que venir despenado y llorado de casa", dice la enfermera, "el modelo paternalista no sirve de nada, hay que acompañarles: dejar que tomen sus decisiones y se equivoquen".
Lo mismo sucede con otro paciente, que se pasa solo para entregar unos papeles. "El otro día insistió en ir él solo a hacerse el DNI", explica Carolina, una de las trabajadoras del centro. El lugar es uno de los puntos de apoyo de estos 'homeless' en su regreso hacia la funcionalidad. Aquí pueden venir a echarse en uno de los sofás, lavarse la ropa, hacer un poco de elíptica, comer algo o, simplemente, intercambiar unas palabras tras horas y horas de soledad. "Uno de ellos nos dice que somos la primera sonrisa de Málaga".
Dejarse caer por aquí y adecentarse un poco puede suponer la diferencia entre que les sirvan un vaso de agua en un bar o no, con las consecuencias que todo esto tiene para su autoestima... y para el éxito del tratamiento. Y por eso, además de intervenir en la calle, Ortega y Campos, "las albergueras" (o 'albérguelas' según la terminología de los pacientes) se pasan por aquí a diario.
Juana —nombre ficticio— llega al centro de día. No debería estar allí, puesto que esta mujer de mediana edad ya hace tiempo que vive en un piso junto a otros antiguos 'homeless', pero obviamente nadie se lo impide porque ya es una vieja conocida. Pasó bastante tiempo a la intemperie pese a tener una herencia por cobrar y tres hijos, con los que ha vuelto a recuperar el contacto.
"Cuando has visto a una persona en condiciones deplorables y la acompañas a lo largo del proceso y luego las ves bien, que tenemos bastantes casos, la alegría es mucho mayor", dice Ortega, "gente que ha conseguido un empleo y un alojamiento estable, que ha recuperado a su familia o a los hijos que había perdido. Es un trabajo difícil pero gratificante".
Y eso que, hace unos años, un caso así era muy raro, pero en los últimos años están encontrándose cada vez más mujeres, más jóvenes y, últimamente, más inmigrantes en las calles. "La sociedad cambia, la gente en la calle cambia y las enfermedades mentales también cambian, pero nuestro perfil sigue siendo el de personas sin hogar con trastorno mental grave que están desvinculados de la red de atención sanitaria", indica la psiquiatra.
Han recuperado a su familia o a los hijos que habían perdido. Es un trabajo difícil pero gratificante
González, quien forma parte del equipo desde sus inicios y se encarga de arreglar papeles de herencias, prestaciones o ayudas a la dependencia, ve su labor como la de un fontanero que, en lugar de arreglar la rotura de la tubería principal, se dedica a achicar agua del sótano. "Podemos ensalzar este programa o verlo como muestra de un fracaso social", dice, "el éxito sería que este programa tuviera que disolverse y que cerrara el último comedor social de Málaga".
Enganche y clarificación
En el momento de nuestra visita, Ortega está metiendo en un archivador metálico el expediente número 751. Son todos los casos que llevan tratados en este tiempo y, pese a alguna que otra decepción, el número de personas que han logrado sacar de la calle se cuentan por cientos. A la hora de convertir a una persona sin hogar y con una patología mental grave en un paciente, lo más importante es lo que ellos llaman el enganche.
"Recuerdo una persona que el enganche conmigo lo hizo de la forma más rara", recuerda la psiquiatra. "Lo llevaba visitando un tiempo en la calle, era muy mayor, y un día me pidió que le sintonizara Radio María, le puse la sintonía y eso marcó el antes y el después".
Lo llevaba visitando un tiempo en la calle y un día me pidió que le sintonizara Radio María, eso marcó el antes y el después
Tras el enganche comienza un largo proceso de muchos altibajos que con suerte les lleva a lo que Trinidad define como la clarificación. Desde nuestra posición, es imposible ponerse en la piel de una persona que lo ha perdido todo, ha acabado enganchado a alguna sustancia y, con suerte, ha salvado un par de bolas de partido y empezado a salir adelante, pero inténtenlo. ¿Cuál es esa luz al final del túnel, dónde está y qué aspecto tiene? El camino que pretendíamos seguir en nuestras vidas ha desaparecido. Tras mucho tiempo bajo el agua, hasta el concepto de respiración se vuelve borroso.
Hay que dejar asentarse al paciente hasta que un día llega esa clarificación, cuando se da cuenta de los recursos que posee realmente y lo que puede hacer con ellos. Y entonces, la labor de Ortega, Campos y González ha concluido. No así el tratamiento del paciente, que en adelante es trasferido a las unidades de salud mental comunitarias. Es decir, a los psiquiatras institucionalizados, con sus consultas y sus batas.
Debido a la gratitud que les guardan, en la mayor parte de los casos quienes han estado bajo su tutela y ya están perfectamente estables no les hace gracia cambiar de psiquiatra, aunque también hay algún caso que, medio en broma, ha exclamado al verlas "¡no, con vosotras ya no!".
Hace unos años, mientras hacía el camino de Santiago, María Victoria Ortega reconoció a otro peregrino. Vivía cerca de su casa, en Málaga. Más concretamente, debajo de un puente que hay en El Palo, tradicional barrio marinero de la capital de la Costa del Sol.
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