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La paradoja noruega: en la gran fiesta del coche eléctrico, el petróleo pone la música
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La paradoja noruega: en la gran fiesta del coche eléctrico, el petróleo pone la música

El país escandinavo es un líder en el uso de energía limpia o movilidad sostenible y, al mismo tiempo, uno de los principales productores de petróleo del mundo. ¿Hacia dónde se decantará la balanza?

Foto: Dos vecinos de Oslo aran un huerto urbano frente a los rascacielos (Vibeke Hermanrud)
Dos vecinos de Oslo aran un huerto urbano frente a los rascacielos (Vibeke Hermanrud)

Muchos años después, el mexicano Rodrigo Ballesteros había de recordar aquella tarde remota en que llevó a unos ejecutivos de Red Eléctrica Española a conocer el hielo.

Fue en la ciudad de Trondheim, cuando en 1997 el Real Madrid visitó por primera vez terreno noruego para enfrentarse al Rosenborg en la fase de grupos de la Champions League. Ballesteros, por azar pariente lejano del golfista, lleva dos décadas poniendo en contacto a españoles y noruegos para llevar oportunidades de negocio de un país a otro. En esta ocasión quería mostrar a los emisarios de REE la tecnología de contadores de lectura remota, que Noruega ya empleaba por entonces.

"Lo que más les llamó la atención aquel día", con -12°C en el termómetro, "fueron los asientos con calefacción", recuerda. Tampoco olvida la nevada que cayó el primer día que puso pie en el país, en octubre de 1992.

placeholder El río Akerselva a su paso por Oslo. (A.V.)
El río Akerselva a su paso por Oslo. (A.V.)

Todo esto viene a su mente porque este año estamos paseando a primeros de octubre por la orilla del río Akerselva en mangas de camisa. Hace sol y la temperatura es de unos 15°C, suficiente para que los osloítas broten en masa sobre bancos, escaleras y prados.

Ballesteros recuerda un viejo chascarrillo noruego: "El verano es el mejor día del año".

Foto: Un hombre enchufa un cable de carga en un Toyota eléctrico. (Reuters)

Saben que los días de frío volverán más pronto que tarde, pero algo ha cambiado en estos últimos veinte años. Este verano han tenido temperaturas superiores a los 33°C y el récord histórico de máximas se rompió en varios puntos del país. El anterior récord no estaba lejos, databa del verano de 2014.

Monica Egeberg, directora de un hotel en Grünerløkka (el barrio gentrificado de Oslo) dice no recordar más de tres días así de calurosos en toda su vida. No me atrevo a preguntar su edad, pero las previsiones apuntan a que no tendrá que esperar demasiado al número cuatro.

Noruega es uno de los países de Europa donde más se está notando el cambio climático. Pese a todo, sus efectos no serán particularmente perniciosos para el país, al menos a corto plazo. Los modelos auguran días más calurosos y las lluvias se han incrementado, la primavera llega cada vez antes y el otoño es más cálido: los agricultores y ganaderos están encantados. Y no sólo ellos.

Según varias encuestas, más del 95% de noruegos reconocen que el cambio climático 1) es real y 2) está provocado por el hombre, pero menos de la mitad creen que sea realmente un problema o al menos, que requiera de una acción inmediata por su parte. Este porcentaje, además, va descendiendo año tras año. Es algo predecible. El Notre Dame Gain Adaptation Index, que analiza qué países sobrevivirían mejor y peor a un cataclismo climático, lo tiene claro.

De los 195 países que hay en el mundo, el menos vulnerable es Noruega.

Encuentros en el aparcamiento

En apenas unos años, Oslo se ha convertido en la capital mundial del coche eléctrico. Este año, el 57% de los coches que se han vendido en la ciudad son eléctricos y ya suponen más de uno de cada diez. Por la calle, sin embargo, parecen muchos más porque otro de los planes del ayuntamiento es que los coches de gasolina, directamente, desaparezcan de la vista.

En el distrito de Vulkan, un enorme refugio antinuclear construido durante la Guerra Fría para dar cobijo a cientos de ciudadanos se utiliza ahora como depósito de coches. La idea no es sólo servir de aparcamiento disuasorio —para que los conductores que acceden al centro de Oslo aparquen ahí y tomen el transporte público— sino principalmente, sacar coches del espacio público. Para Sture Portvik, responsable de 'e-mobility' del Ayuntamiento de Oslo, los automóviles no solo contaminan con humo y con ruido, sino también visualmente, con su mera presencia.

"También estamos construyendo nuevos carriles-bici para, básicamente, eliminar el aparcamiento en la calle", apunta.

placeholder Portvik, en un aparcamiento para coches eléctricos en Oslo. (A.V.)
Portvik, en un aparcamiento para coches eléctricos en Oslo. (A.V.)

Para el próximo año, en que Oslo será la Capital Verde Europea, los planes son que en el centro de la ciudad no entre ni un solo coche. A partir de ahí todo se acelerará: en 2022 todos los taxis tendrán que ser vehículos de cero emisiones y en 2025 se prohibirá directamente la venta de coches diésel o gasolina.

placeholder Área de Oslo en la que estará prohibida la circulación de coches en 2019. (Oslo Kommune)
Área de Oslo en la que estará prohibida la circulación de coches en 2019. (Oslo Kommune)

La cita con Portvik tiene lugar en un entorno peculiar, un aparcamiento de tres plantas dedicado principalmente a recargar coches eléctricos durante la noche. Es decir, pertenece a una empresa privada y durante el día sirve de 'parking' convencional, pero de noche, cuando apenas tiene uso, el ayuntamiento lo alquila para que los dueños de estos vehículos puedan enchufarlos gratis. En una planta se cargan lentamente a 3,6 kW, en otra a 7,2 kW y en la última (de carga rápida) a 22 kW, en función del modelo de coche y las prisas del conductor. "Lo próximo será emplear inteligencia artificial de modo que, al enchufar el coche, proporcione automáticamente la potencia necesaria", explica.

En el pasado, los economistas hablaban de "la paradoja noruega" para expresar la dualidad entre un país con muy poca I+D pero un alto rendimiento económico. Ahora, la paradoja es otra: Noruega, un país que está entre los principales productores de petróleo del mundo es, al mismo tiempo, uno de los líderes mundiales en coches que no necesitan gasolina y otros baremos de eficiencia y sostenibilidad climática. Además, casi toda la energía necesaria para los nuevos vehículos procede de la hidroeléctrica.

"Acá tener un auto eléctrico tiene muchos beneficios", me explica Hernán Rocha, guía turístico argentino que lleva años en Oslo. "No pagan impuestos, no pagan peaje, no pagan el estacionamiento, puede ir por la vía preferencial de taxis y autobuses y la carga en la vía pública es totalmente gratuita".

Al mismo tiempo, sus intenciones son de seguir prolongando el negocio permitiendo las prospecciones petrolíferas en el Mar de Barents y el Ártico para paliar el desagradable hecho de que el fondo soberano parece haber tocado techo e irá reduciéndose irremisiblemente en las próximas décadas.

Noruega produce tantos millones de barriles como Qatar, pero a diferencia del petroestado, aquí la gasolina y el diésel no son nada baratos

El país produce tantos millones de barriles como Qatar, pero a diferencia del petroestado, en Noruega la gasolina no es nada barata. Está alrededor de los 1,5 euros. Por cierto, en los luminosos de las pocas gasolineras que pueden encontrarse hoy en Oslo, el precio de combustible fluctúa como si se tratara de un termómetro.

Pero aquí está precisamente la clave de este impulso por lo sostenible. Gracias a que el petróleo les ha procurado un Fondo de Reserva de la Seguridad Social que hoy acumula unos 900.000 millones de euros, la crisis de 2008 no hizo ni un rasguño a Noruega. Sin embargo, cuando el precio del petróleo se desplomó entre 2014 y 2017 por iniciativa de los petroestados árabes, el país escandinavo empezó a temblar. Su petróleo es caro, por lo que la demanda en ese periodo cayó, al igual que las reservas de la hucha que alimenta al país con inversiones y subsidios de todo tipo.

placeholder Coches eléctricos cargándose en plena calle. Oslo, con 550.000 habitantes, tiene ya unos 60.000 vehículos limpios. (A.V.)
Coches eléctricos cargándose en plena calle. Oslo, con 550.000 habitantes, tiene ya unos 60.000 vehículos limpios. (A.V.)

El primer mandamiento de un narcotraficante es no engancharse nunca a la droga que vende. Noruega se dio cuenta de que tenía que hacer lo mismo. Si quieres seguir viviendo de vender petróleo, el primer paso es reducir al máximo tu consumo interno.

"Fabricamos nuestra propia miel"

Para ser el noruego más universal, Edvard Munch tiene una tumba bastante humilde. Lápida, busto y frugalidad vegetal. Está en el Cementerio de Nuestro Salvador, prácticamente un parque salpicado de tumbas donde en primavera florecen los castaños y los arbustos de 'berries'. También aparecerán los cientos de miles de pequeños soldados de Alexander du Rietz.

Ahora estamos en una azotea cercana al cementerio y vestidos de forma peculiar mientras Du Rietz elabora 'falsa miel'. Ha colocado cajones de agua azucarada en una de las colmenas para dar a las abejas alimento suplementario antes del invierno.

placeholder Alexander du Rietz, apicultor urbano en Oslo. (Juan Pedro Chuet Misse)
Alexander du Rietz, apicultor urbano en Oslo. (Juan Pedro Chuet Misse)

Hace seis años aprovechó uno de los cursos subvencionados por el gobierno y dejó su trabajo de comercial en una empresa tecnológica. Ahora él y su esposa son apicultores urbanos. Gestionan 95 colmenas en Oslo y alrededores.

La ciudad tiene mucha zona verde y las abejas buscan polen en un perímetro de hasta tres kilómetros. Parece lógico. Tienes un parque, metes cientos de miles de abejas y te dan miel, se crea empleo y se gana dinero. E imagen. El 'fabricamos nuestra propia miel' es ya un emblema que lucen muchos establecimientos de la ciudad.

Sólo de esta azotea, Du Rietz sacó 271 kilos de miel el año pasado. Sin embargo, el apicultor cree que el verdadero valor de su trabajo (y la razón por la que el estado financia estas actividades) es estimular la polinización cruzada en la ciudad.

Incluso el escollo para mantener viva una colmena en el norte de Europa, el frío, parece estar atemperándose. El último invierno fue duro, recuerda Du Rietz, pero este año las temperaturas han estado muy por encima de sus expectativas. "Si la próxima primavera sobreviven dos tercios estaré feliz".

El edificio que genera electricidad

Incluso el estudio de arquitectos Snøhetta, autores de la Ópera de Oslo y de la nueva biblioteca de Alejandría en Egipto y, por tanto, uno de los emblemas del postureo noruego, se ha lanzado a diseñar colmenas para apicultores urbanos. Instalaron dos en el techo del Mathallen, el típico mercado de abastos devenido en templo del 'gourmet' que hay en toda capital europea para deleite de modernos y turistas. Es como si esas 160.000 abejas vivieran en la maqueta de un rascacielos de Abu Dabi.

placeholder El mercado de Mathallen y, a la derecha, las dos colmenas de diseño. (A.V.)
El mercado de Mathallen y, a la derecha, las dos colmenas de diseño. (A.V.)

Para definir la filosofía de Snøhetta, en un momento dado alguien pronuncia la palabra "democrático" y me saltan todas las alarmas. Por suerte no usan el término más devaluado del último lustro en un sentido 'puigdemontiano'. Lo dicen de verdad.

"En el estudio todo el mundo tenemos el mismo espacio: la misma mesa y la misma silla, nadie tiene despacho y cada tres años se rotan todos los puestos", explica Arrate Arizaga, una arquitecta española que trabaja aquí desde 2015. "Impera la idea de que un 'project leader' no siempre va a ser 'project leader' y que un miembro del equipo puede tener más experiencia que otro pero todos somos complementarios".

placeholder Arizaga, junto a una maqueta de la Ópera de Oslo. (A.V.)
Arizaga, junto a una maqueta de la Ópera de Oslo. (A.V.)

El gran proyecto que tienen ahora entre manos se llama 'Powerhouse' y consiste, dicho pronto y bien, en construir edificios capaces de tener un balance positivo de electricidad. O dicho de otra forma, que a lo largo de su vida útil (estimada en 60 años) haya generado más energía de la que haya costado construirlo y mantenerlo.

El primero de estos proyectos pilotos consistió en la reforma de un edificio de oficinas de los años ochenta. Antes de la intervención, las oficinas tenían un consumo de 193 kWh por metro cuadrado. Tras alterar la disposición y hacer algunos cambios como ampliar el hueco de la escalera para que sirva también como entrada de luz natural y conducto de ventilación, el gasto energético de las oficinas se redujo en un 86%. Lo siguiente fue introducir pozos para geotermia e instalar placas solares. El edificio Kjørbo genera ahora 28 kWh de electricidad por metro cuadrado.

"Antes en arquitectura se decía que la forma sigue a la función", dice Ellen Heier, arquitecta senior en Snøhetta. "Ahora la forma sigue a la sostenibilidad".

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En otro de sus proyectos estrella, Under —el primer restaurante submarino de Europa, que abrirá en el punto más meridional de Noruega el año que viene— están trabajando junto a un grupo de investigación en biología marina. Es otra dosis de la paradoja noruega. Sumergir en el Atlántico Norte un rectángulo de hormigón de millones de toneladas como tributo "a la costa noruega y la fauna salvaje".

Quién en su sano juicio se manifestaría contra un homenaje.

No lo llames huerto, llámalo 'parque comestible'

En un hueco de 6.000 metros cuadrados que ha quedado entre las torres de ventilación de una autopista soterrada y la propia orilla del fiordo, pusieron un huerto. Si lo hubieran llamado huerto, habría tenido un éxito minoritario, pero lo re-brandearon como una actividad urbanita más y han logrado que, en lugar de salir a hacer 'running', muchos osloítas bajen hasta este solar del barrio de Bjørvika para recoger remolachas un miércoles a mediodía.

placeholder Un vecino de Oslo recoge remolachas en el megahuerto urbano. (Vibeke Hermanrud)
Un vecino de Oslo recoge remolachas en el megahuerto urbano. (Vibeke Hermanrud)

Tras la faena, organizan un almuerzo común con alimentos ecológicos producidos en el huerto y pan recién hecho en un tandur que hay in situ. "Es un parque comestible, mucho mejor que sembrar césped", dice Vibeke Hermanrud mientras nos adentramos por un camino de tierra desde el margen de la autopista. Ella trabaja en Bjørvika Utvikling, una empresa que se dedica a hacer cumplir una cláusula concreta de urbanismo: por cada varios miles de euros de inversión inmobiliaria es obligatorio destinar un porcentaje al desarrollo de zonas comunes entre los edificios. Así uno encuentra en todas partes zonas verdes, bancos de diseño, esculturas o parques infantiles.

Muy al estilo nórdico, no hay vallas ni hay puertas en el huerto, pero hay aseos públicos y un edificio construido sobre el armazón de un barco que llaman La Panadería.

placeholder El mayor huerto urbano de Oslo. (Monika L. Udahl)
El mayor huerto urbano de Oslo. (Monika L. Udahl)

Hace no muchos siglos, los alrededores del huerto eran parte del fiordo, pero Oslo le ha ido ganando terreno al mar y construyendo cada vez más dentro de la bahía. Prácticamente todos los nuevos rascacielos que conforman el llamado Código de Barras se han hecho sobre lo que antes era agua.

"¿Han tenido en cuenta la subida del nivel del mar que provocará el cambio climático?", pregunto mientras caminamos por una pasarela que se alza a ras del agua, frente a las obras del futuro Museo Munch diseñado por Juan Herreros.

"Noruega tiene mucha suerte con eso", dice Hermanrud. "es cierto que el nivel del mar crece, pero en esta parte del planeta, la corteza terrestre también se está elevando".

La ciudad está imbuida en un frenesí de sostenibilidad que alcanza a veces cotas paródicas. La avenida que hemos recorrido hasta el huerto está llena de grúas y rascacielos de próxima construcción pero en la acera han plantado árboles de todas las partes del mundo, desde Asia hasta América. ¿Resistirán bien el invierno esos magnolios traídos de Japón? Pronto lo sabremos.

placeholder La avenida del Código de Barras donde se alinean los árboles del mundo. (A.V.)
La avenida del Código de Barras donde se alinean los árboles del mundo. (A.V.)

Pero el proyecto eco-flipante por antonomasia es la Biblioteca del Futuro. En las afueras de la ciudad están plantando un bosque, Nordmanka, en un terreno remunicipalizado con la idea de que distintos escritores donen manuscritos inéditos que serán custodiados durante 100 años. Uno al año, la primera en participar fue Margaret Atwood. Una vez llegue 2114, los mil árboles que forman el bosque serán talados para imprimir la obra de la autora canadiense y otros 99 escritores cuyas voces habrán dejado de sonar hace décadas.

Incluso contando con que en el siglo XXII siga habiendo libros en papel y 'El Cuento de la Criada' siga algo de moda, en términos de sostenibilidad el plan de la Biblioteca del Futuro tiene algún que otro punto débil.

placeholder Emplazamiento del bosque que en 2114 será talado y convertido en la Biblioteca del Futuro. (Vibeke Hermanrud)
Emplazamiento del bosque que en 2114 será talado y convertido en la Biblioteca del Futuro. (Vibeke Hermanrud)

Pero claro, tampoco es que el plan de seguir dependiendo al 100% del petróleo sea perfecto.

Muchos años después, el mexicano Rodrigo Ballesteros había de recordar aquella tarde remota en que llevó a unos ejecutivos de Red Eléctrica Española a conocer el hielo.

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