Incendios forestales: por qué España está ardiendo muy poco este año (por ahora)
En los primeros siete meses de 2018, ha habido la mitad de siniestros y se ha quemado un 25% menos de extensión que en la media de los últimos 10 años. La clave: una meteorología favorable
España no arde este año. Solo se ha dado un gran incendio forestal. Sucedió en los montes leoneses del Curueño en mayo pasado cuando el fuego arrasó más de 600 hectáreas. A estas alturas, en 2017, ya habían ocurrido diez grandes incendios, aquellos que devastan más de 500 hectáreas. Entre ellos, el siniestro que amenazó gravemente la joya ecológica del Parque Natural de Doñana en junio.
Los expertos señalan como causa principal de la falta de fuegos a unas condiciones meteorológicas favorables: gran cantidad de lluvias en primavera que mantienen el combustible vegetal con altos niveles de humedad y que hace muy controlables los conatos de incendio, además de la ausencia de olas de calor. Mal negocio para los incendiarios. No se dan la circunstancias propicias para que le peguen el mecherazo al monte.
De acuerdo con las estadísticas publicadas por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAPAMA), hasta el 8 de julio solo se han producido 3.128 siniestros, menos de la mitad del promedio de los últimos diez años. Además, la superficie forestal quemada alcanza las 9.419 hectáreas, menos de la cuarta parte de la media del decenio 2008-2017.
“La razón fundamental es lo anormal en cuanto a promedios de temperaturas y humedad que está ofreciéndonos un principio de verano suave en la mayor parte de España. El arbolado y parte del matorral dispone de una fuerte reserva hídrica en el suelo debido a las abundantes precipitaciones de esta primavera”, explica Javier Madrigal, experto en incendios forestales y editor del blog especializado FuegoLab.
Añade Madrigal que para que desarrolle un incendio tienen que concurrir simultáneamente varias circunstancias: “estado de humedad de los combustibles vegetales, meteorología adversa con alta sequedad ambiental y viento”, pero nada de eso está ocurriendo hasta ahora.
Mal negocio para los incendiarios. No se dan la circunstancias meteorológicas propicias para que le peguen el mecherazo al monte
No en vano, la Aemet informa de que el valor medio nacional de las precipitaciones desde el pasado mes de octubre y hasta el 10 de julio representa un 15 por ciento más que el valor normal del periodo 1981-2010, referencia temporal de la agencia para estudiar esta variable.
Otro razón significativa que introduce Raúl Quílez, doctor en Incendios Forestales y técnico forestal en los Bomberos de Valencia, es “la continua bajada de masas de aire frío hacia la cornisa cantábrica, que están suponiendo lluvias en el norte y oeste peninsular a la vez que se produce un bloqueo más o menos frecuente del anticiclón de las Azores por lo que las temperaturas no son tan elevadas cómo es lo habitual”.
A tenor de los expertos consultados, la meteorología es determinante hasta la fecha para que la cifra 56 grandes incendios forestales (GIF) de 2017, un año dramático para el monte, sea difícil que se reproduzca en 2018.
Un mito incierto
Los agoreros siempre están presentes. Si las lluvias de invierno y primavera han sido escasas, entonces los fuegos de verano y otoño van a ser terribles. Y si las precipitaciones en esas dos primeras estaciones del año han sido abundantes, como ha ocurrido en 2018, entonces el riesgo de grandes incendios también va a ser alto por la acumulación de combustible vegetal en el sotobosque. Sobre los que argumentan que limpiar el monte es la solución a los incendios forestales, no hablamos, solo les animamos a que e paseen por el campo y vean las grandes extensiones por desbrozar. Se necesitarían juntos a los ejércitos de Rusia, Estados Unidos y Corea del Norte para limpiar la mitad de España.
“Con las lluvias, la vegetación se hace más densa, pero es un mito que eso provoque más incendios porque es mucho peor un año largo de sequía”, apunta Pablo González, presidente de la Asociación de Trabajadores de las Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales (ATBRIF). Añade González que “el combustible fino muerto es lo que determina la propagación de un fuego, pero este año la humedad en el suelo es alta, por lo que los siniestros se quedan en conatos”.
Raúl Quílez incide en liquidar el mito: “En contra de lo que mucha gente opina, una primavera lluviosa no favorece la ocurrencia de grandes incendios, ya que se generará mucho pasto que se agostará con la llegada del verano, pero cuando el fuego se va a propagar la vegetación viva dispondrá de un nivel moderado o alto de humedad, por lo que es difícil que el incendio se desarrolle”.
Ruleta rusa
Pero las condiciones meteorológicas pueden cambiar en lo queda de verano y el próximo otoño. Algo (o mucho) jaleo va a ver, como siempre. A los bomberos y agentes forestales nunca les falta tarea en estas fechas. La sombra del trágico 2017 aún se cierne sobre Portugal y España, especialmente en el cuadrante noroeste. Se quemaron el año pasado 178.000 hectáreas en nuestro país, una superficie casi equivalente a la provincia de Guipúzcoa.
Lourdes Hernández es la responsable de incendios forestales en WWF España y no se muestra como la más optimista: “No debemos bajar la guardia. La campaña es muy larga y si hasta entrado el otoño no vuelve a llover, podemos enfrentarnos a situaciones de riesgo en cuanto llegue la primera ola de calor”.
Supeditar el éxito de la lucha contra los incendios exclusivamente a la evolución de las condiciones meteorológicas es jugar a la ruleta rusa
Además, Hernández siempre se muestra critica con el abandono del monte y la ausencia de una gestión forestal bien estructurada en el Estado. “No podemos afirmar que este repunte a la baja se deba a a mejoras impulsadas desde las administraciones públicas, ya que supeditar el éxito de la lucha contra los incendios exclusivamente a la evolución de las condiciones meteorológicas es jugar a la ruleta rusa”.
España no arde este año. Solo se ha dado un gran incendio forestal. Sucedió en los montes leoneses del Curueño en mayo pasado cuando el fuego arrasó más de 600 hectáreas. A estas alturas, en 2017, ya habían ocurrido diez grandes incendios, aquellos que devastan más de 500 hectáreas. Entre ellos, el siniestro que amenazó gravemente la joya ecológica del Parque Natural de Doñana en junio.
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