"Quienes se oponen a las vacunas han olvidado que antes de ellas vivíamos 47 años"
El 'padre' de las vacunas modernas ha recibido esta semana el Premio Inventor Europeo 2017 por su lucha contra enfermedades como la meningitis y la tosferina
Veinticuatro meses después de que el microbiólogo Rino Rappuoli lanzara su vacuna contra la tosferina, la enfermedad era erradicada de su Italia natal. Era 1995. Unos años más tarde, el investigador hizo historia otra vez al desarrollar una vacuna contra el meningococo b, la bacteria responsable de un tipo de meningitis que había derrotado a los vacunólogos durante más de cincuenta años. Su tecnología transformó la inmunología y esta semana le ha valido el Premio Inventor Europeo 2017 en la categoría de Logro a toda una vida, entregado por la Oficina Europea de Patentes en Venecia.
“Las tecnologías disponibles no funcionaban contra el meningococo b. Todos, nosotros incluidos, habíamos fracasado durante los 90. No sabíamos cómo solucionar el problema”, recuerda Rappuoli. Entonces llegaron Craig Venter y la secuenciación del genoma humano: “Fue revolucionario, por primera vez podíamos leer las ‘huellas dactilares’ de un ser vivo. Pensamos que podíamos usar ese sistema para buscar algo en el genoma de la bacteria que no hubiéramos encontrado con los cultivos”.
Teníamos la vacuna del ébola en 1999, pero se quedó en el laboratorio. No se desarrolló porque dijeron que nadie la compraría
Los cultivos de bacterias o virus habían sido la mejor arma de los investigadores desde la primera vacuna creada por Edward Jenner en el siglo XVIII hasta entonces. Los microorganismos se mataban o atenuaban para luego ser inyectados en el paciente y activar su respuesta inmune. Pero con el siglo XX surgieron la genómica y la informática: “Por primera vez podíamos empezar con los datos de un ordenador para luego desarrollar la vacuna a partir de ahí. Lo llamamos vacunología inversa”. El microbiólogo ya había sido pionero en la creación de las vacunas conjugadas, que contienen proteínas que estimulan el sistema inmunológico y su memoria.
La colaboración entre Rappuoli y Venter fue fructífera y la secuenciación del genoma del meningococo b mostró decenas de componentes útiles para crear una vacuna. “Medio año después de comenzar a trabajar con el genoma de la bacteria supimos que íbamos a hacer una vacuna. Supimos que teníamos una mina de oro en las manos”. El investigador no se equivocaba: “Desde el comienzo de la microbiología hasta ese momento se había descubierto una docena de proteínas. En seis meses teníamos 91”. Ninguna de ellas, asegura, hubiera sido descubierta con las tecnologías convencionales.
La vacunología inversa redujo mucho el tiempo de descubrimiento de nuevas vacunas: “Antes tardabas 15 años solo en el prototipo, hoy en un par de años está listo”. Rappuoli matiza que, sin embargo, el desarrollo es más largo que hace dos décadas por el incremento en las regulaciones que garantizan que estos medicamentos sean seguros.
El error del ébola y la suerte del zika
Jenner creó la primera vacuna de la historia, contra la viruela, a finales del siglo XVIII. Desde entonces muchas enfermedades han sido tachadas de la lista mientras otras siguen siendo un rompecabezas para los inmunólogos. “Todo es difícil si no sabemos lo suficiente o carecemos de la tecnología para hacerlo. El meningococo era imposible y ahora está hecho, así que es fácil. El VIH no es fácil porque no tenemos la tecnología y la tuberculosis es de momento casi imposible porque no conocemos los mecanismos de acción del patógeno, así que necesitarán más investigación", explica Rappuoli. "En el caso del zika, aunque era una enfermedad nueva, sabíamos cómo hacer la vacuna porque se parece a otros virus que ya la tienen".
Rappuoli asegura que cada vez veremos más enfermedades emergentes y reemergentes —nuevas o que vuelven a ser una amenaza a pesar de haber sido controladas en el pasado—. Los motivos, según el investigador, son cuatro: el incremento de la población global, el aumento en su movimiento, la urbanización y el cambio climático.
Los antivacunas lo son porque gracias a las vacunas nunca han visto enfermedades como viruela, tétanos, difteria, poliomielitis…
"Hemos pasado en un siglo de ser 2.000 millones de personas a más de 7.000 millones. Esto implica más gente donde las bacterias pueden crecer y evolucionar, algo que hacen muy rápido, por lo que hay más posibilidades de que surjan nuevos patógenos". Además, los aviones han 'eliminado' las distancias, por lo que un virus como el del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) ha podido llegar desde su China natal hasta Canadá y EEUU.
En ese sentido, que la mitad de la población mundial viva en megaciudades no ayuda. "Ha cambiado cómo se transmiten los patógenos y no estamos preparados. El ébola aparecía en pequeñas aldeas africanas fáciles de aislar, pero en otros sitios es difícil contener estas enfermedades". A esto hay que sumar que el aumento de las temperaturas por el cambio climático "trae los patógenos tropicales más y más al norte".
Todos estos factores en combinación harán que, según Rappuoli, veamos más patógenos a nivel global. "Necesitamos una aproximación proactiva. Hoy en día esperamos a que pasen estas cosas y entonces nos entra el pánico y cuando terminan creemos que nunca volverán. Podemos prepararnos ya porque, si empezamos a hacer una vacuna cuando hay una emergencia, será tarde".
Rappuoli sabe de lo que habla, pues vivió un ejemplo de cerca. “Teníamos la vacuna contra el ébola en 1999. Fui parte del grupo que discutió si lanzarla al mercado, pero se concluyó que nadie lo compraría, decían que nunca había sido un problema y que no podíamos desarrollar una vacuna para tres personas de una aldea. ‘No tendrá futuro’, dijeron. Esa vacuna se quedó en el laboratorio y nunca fue desarrollada. Cuando el ébola llegó, para cuando estuvo lista el virus ya se había ido. Era demasiado tarde. Es el mejor ejemplo de que si usamos la aproximación retroactiva nunca llegaremos a tiempo. Espero que hayamos aprendido esto del ébola".
Antivacunas con mala memoria
Investigadores como Rappuoli han dedicado su vida a protegernos de enfermedades que no hace tanto tiempo mataban a millones de personas. Hoy, los movimientos antivacunas amenazan con su reaparición. Al sacar el tema, Rappuoli medita un momento qué decir a continuación. “La realidad es que la gente puede permitirse el lujo de ser antivacunas porque las vacunas han tenido mucho éxito. Hace un siglo la esperanza de vida en Europa era de 47 años. La gente moría de difteria, tétanos, viruela y cólera”.
Estas enfermedades no se han ido y si dejamos de vacunar volverán. Podemos volver atrás y vivir otra vez 47 años
El investigador considera que "el 99% de la gente que está en contra de las vacunas en realidad no lo está" y cree que todo es un problema de educación y mala memoria. “Los antivacunas lo son porque, gracias a las vacunas, nunca han visto estas enfermedades. Nuestra esperanza de vida es de 85 años y lo dan por sentado, pero si vivimos 40 años más es porque hemos conquistado a estos microorganismos”.
“Esta es una de las conquistas más grandes que ha hecho el ser humano jamás. Somos la generación con más suerte que jamás ha habido en este planeta, la primera en tres millones de años que tiene el lujo de vivir 85 años. Hemos fracasado al comunicar y educar sobre esta conquista. Los jóvenes deben ser conscientes de que estos microorganismos no se han ido, quitando la viruela, y si dejamos de vacunar volverán. Podemos volver atrás y vivir otra vez 47 años”.
Veinticuatro meses después de que el microbiólogo Rino Rappuoli lanzara su vacuna contra la tosferina, la enfermedad era erradicada de su Italia natal. Era 1995. Unos años más tarde, el investigador hizo historia otra vez al desarrollar una vacuna contra el meningococo b, la bacteria responsable de un tipo de meningitis que había derrotado a los vacunólogos durante más de cincuenta años. Su tecnología transformó la inmunología y esta semana le ha valido el Premio Inventor Europeo 2017 en la categoría de Logro a toda una vida, entregado por la Oficina Europea de Patentes en Venecia.