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¿Soy un yonki de la tecnología o simplemente un tipo conectado?
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¿Soy un yonki de la tecnología o simplemente un tipo conectado?

Vivimos en una época en la que nos empeñamos en ponerle etiquetas a todo. Una de las que están de moda en los últimos años es la adicción a

Vivimos en una época en la que nos empeñamos en ponerle etiquetas a todo. Una de las que están de moda en los últimos años es la adicción a la tecnología y, más concretamente, a internet (hace una década, por ejemplo, la moda era hablar de la adicción al sexo). Si bien es cierto que cualquier heavy user esboza una media sonrisa al solo oír mencionarlo (posiblemente también con la adicción al sexo), no lo es menos que hace ya algunos años que corren ríos de tinta en publicaciones científicas que hablan sobre la dependencia de la tecnología. De hecho se la denomina IAD ―Internet Addiction Disorder―, o más comúnmente como la conocemos "ciberadicción".

Pero, ¿existe realmente ese desorden? Y en caso de que así sea, ¿cómo y cuándo puedo considerar que mi modus vivendi cruza la delgada línea que separa la normalidad de una adicción? La respuesta es compleja. Hay todo tipo de teorías aunque, en estos casos, creo que lo más razonable es aplicar el principio de la 'Navaja de Ockham', según el cual cuando dos o más teorías rivalizan por llevar la razón, la más simple es siempre la que se lleva la palma.

Apliquemos la lógica. Preguntémonos si podemos vivir sin consultar compulsivamente nuestro correo electrónico, chatear por WhatsApp o interactuar en nuestra red social favorita sin que eso nos cree el más mínimo estrés. ¿Hace cuÁntos días, meses o años, no pasas 24 horas sin leer Twitter o el correo electrónico? ¿Serías capaz de hacerlo durante, por ejemplo, una semana sin que eso te generara la más mínima ansiedad?

Jóvenes de todo el mundo llevan años sustituyendo sus hábitos de ocio, antaño anclados al salón de la casa a causa del televisor, hacia un nuevo tiempo de ocio en el que se practica el principio de conectividad total. Esto es, se conectan a la red durante la mayor parte del día.

Veamos otro ejemplo. Las largas conversaciones telefónicas de adolescentes han migrado radicalmente en los últimos años hacia la interacción en redes sociales y los servicios de chat. Eso, en sí mismo, no representa un problema, ni es un síntoma preocupante. Se trata, simplemente, de la seña de identidad de una nueva generación: la primera generación nativa digital.

Las señales de alarma deberían empezar a encenderse cuando ese hábito, esos largos tiempos de conexión, empiezan a sustituir el trato personal con las personas de alrededor hasta el punto de cambiar y limitar al individuo, o incluso a desdoblar una doble personalidad online–offline. Si el tiempo frente al monitor anula la socialización del individuo, entonces resulta necesaria una reflexión. Es posible que se esté empezando a cruzar la frontera que separa la percepción de lo real y la de lo virtual.

Síntomas

Existen varios síntomas que deben alertarnos y hacernos reflexionar, tales como la necesidad de incrementar el tiempo conectado para obtener una satisfacción real, o la necesidad de conectarse diariamente y el estrés ante la incapacidad de hacerlo en determinados momentos, -especialmente las relacionadas con el ocio- a causa del uso de internet, o si tenemos problemas de insomnio, maritales y de abandono de obligaciones profesionales.

La distorsión de emociones, así como la confusión entre los sucesos virtuales y los del mundo real, puede ser otro síntoma de que algo va mal. Se han descrito decenas de miles de casos de adicción a internet, a la tecnología en general y, muy particularmente, a los videojuegos. Curiosamente, existe una mayor proliferación de estas patologías en Asia y en Estados Unidos que en el resto de países industrializados.

No conozco nadie que piense que puede tener una adicción a estar conectado. De hecho sí conozco decenas de personas que piensan que esto es una absoluta estupidez. Al margen de mi opinión personal, si reflejaré que los últimos estudios realizados al respecto hablan de que un 8 ó 9% de la población internauta podría padecer algún tipo de anomalía en su relación con el medio digital.

Es importante resaltar que internet no produce, por sí mismo, desórdenes o adicciones. Sí lo puede hacer, por su parte, el uso poco racional de los distintos servicios que ofrece la red -como los chats, las compras online, las redes sociales, la búsqueda de información-, etc. El mero hecho de permanecer conectado durante muchas horas no determina que tengamos un problema. De hecho, estamos ya definitivamente instalados en la conexión total en dispositivos fijos y móviles.

¿Cuál es la frontera que separa la normalidad de la patología?

Vivimos en una época en la que nos empeñamos en ponerle etiquetas a todo. Una de las que están de moda en los últimos años es la adicción a la tecnología y, más concretamente, a internet (hace una década, por ejemplo, la moda era hablar de la adicción al sexo). Si bien es cierto que cualquier heavy user esboza una media sonrisa al solo oír mencionarlo (posiblemente también con la adicción al sexo), no lo es menos que hace ya algunos años que corren ríos de tinta en publicaciones científicas que hablan sobre la dependencia de la tecnología. De hecho se la denomina IAD ―Internet Addiction Disorder―, o más comúnmente como la conocemos "ciberadicción".