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Un brindis al sol de 1,4 billones: por qué los megacontratos de OpenAI son una 'ruleta rusa'
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PUERTA GRANDE O ENFERMERÍA

Un brindis al sol de 1,4 billones: por qué los megacontratos de OpenAI son una 'ruleta rusa'

La empresa de Sam Altman está dando más que hablar por los jugosos cheques que está firmando para aumentar su capacidad de cómputo. Más de uno alerta, una vez más, que estos acuerdos están hinchando la burbuja de la IA

Foto: Sam Altman, CEO de OpenAI. (Reuters/Kim Kyung-Hoon)
Sam Altman, CEO de OpenAI. (Reuters/Kim Kyung-Hoon)
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Desde hace varias semanas, OpenAI no está siendo esa máquina de generar titulares gracias a sus modelos de lenguaje, sus nuevas funciones o el número de parámetros o materiales con los que ha entrenado a la última entrega de su inteligencia artificial. Con lo que están quitando el hipo a propios y extraños los padres de ChatGPT está siendo con la cantidad de ceros que contienen los cheques y acuerdos que están firmando con algunas de las empresas tecnológicas más grandes y poderosas del planeta. Nvidia, Oracle, AMD, Microsoft… La última de la lista, anunciada el pasado lunes, ha sido Amazon Web Services, la gran fontanera de internet.

La startup de Sam Altman ha suscrito un contrato de 38.000 millones con la división de servicios en la nube de la multinacional de Seattle para poder acceder a su capacidad de computación y utilizarla para entrenar, desarrollar sus futuros productos y, en último término, poner a punto la AGI o inteligencia artificial general que iguale o supere la inteligencia humana.

La cuestión es que ese mismo objetivo, el de asegurarse la suficiente capacidad de cómputo, es el que hay detrás de varias de las operaciones anunciadas en este año. Operaciones, con distintos matices y naturaleza, que suman un valor estratosférico. El grueso, 500 mil millones, corresponden al proyecto Stargate. Le siguen los pactos suscritos con Nvidia (100 mil millones), AMD (100 mil millones), Intel (25 mil millones de dólares), TSMC (20 mil millones), Broadcom (10 mil millones de dólares) u Oracle (10 mil millones, como primer paso para 300.000 millones).

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A esto hay que sumarle un acuerdo con Google Cloud, del que no ha trascendido la cuantía, así como un contrato de 22.000 millones con CoreWeave, una compañía especializada en lo que se conoce como neonube. Según Bloomberg, los compromisos de OpenAI de cara a reforzar la infraestructura y los cimientos físicos de su inteligencia artificial ascienden a 1,4 billones de dólares.

El apetito por la potencia de cómputo

Todos estos compromisos de inversión vienen a demostrar, por enésima vez, el voraz apetito de esta firma y de la industria de la inteligencia artificial en general por asegurarse la potencia informática que requieren sus grandes promesas, que para muchos no dejan de ser brindis al sol. La directora financiera de la compañía, Sarah Friar, confirmó el lunes lo que muchas veces había dicho su jefe. La mayor limitación que tienen a día de hoy es la de no tener suficientes recursos informáticos. Por esa razón están descartando desarrollos. Ese músculo se obtiene, hasta que alguien encuentre una manera de entrenar y usar la IA de manera más eficiente, con enormes centros de datos cargados hasta las trancas con chips de última generación, específicamente diseñados para ello. Desde ese punto de vista, parece completamente lógica la firma de todos estos acuerdos.

Pero la cuestión, como en casi todas estas ocasiones, es que el diablo se esconde en la letra pequeña. Detrás de estos contratos faraónicos se oculta una arquitectura financiera que algunos ya critican de ilusionismo contable, cuya principal derivada es alimentar la burbuja en torno a la inteligencia artificial: ingresos futuros reconocidos antes porque conviene para salir mejor en la foto ante los inversores, compromisos inflados que aún no existen sin flujo real, expectativas de crecimiento que parecen fruto más de alquimia bursátil que de demanda real, o compras financiadas de chips y hardware disfrazadas de inversión de capital.

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El pacto con Amazon es una buena muestra de esto. Por cierto, esta unión no se hubiese producido si Microsoft no hubiese adquirido el 25% de la compañía hace unos días y redefinido la relación con OpenAI, permitiéndole negociar con otros proveedores rivales, como es el caso de AWS. Los 38.000 millones no es dinero instantáneo. Se trata de una relación a siete años vista. No se ha expuesto una hoja de ruta concreta; solo que van a empezar a correr sus modelos en algunos de sus servidores desde ya y que habrá un centro dedicado exclusivamente a este fin, previsiblemente para finales del próximo año.

¿Construir centros de datos en el aire?

Más contundente es el caso de Oracle. Quizá recuerden que hace unas semanas Larry Ellison, fundador de esta tecnológica, superó a Elon Musk como la persona más rica del planeta. El día que ocurrió, el empresario había amanecido con una fortuna valorada en 292.000 millones. La cifra no era desdeñable, pero poco tenía que ver con lo astronómico que iba a ser unas pocas horas después. Todo cambió cuando la multinacional presentó las cuentas trimestrales. Fueron tan positivas que las acciones se dispararon un 43%, y el patrimonio de Ellison siguió el mismo camino hasta superar los 393.000 millones.

La razón: la inclusión de ingresos por contratos futuros por 317.000 millones. Aunque la justificación es que esta facturación correspondería a tres clientes diferentes, fuentes de la compañía reconocieron al WSJ que la inmensa mayoría saldría del mismo bolsillo: el de Sam Altman y OpenAI.

placeholder Larry Ellison. (EFE)
Larry Ellison. (EFE)

El principal problema de esta operación radica en su fragilidad contable y financiera. Al incluir ingresos futuros por contratos aún no ejecutados, estaría inflando artificialmente su facturación y, por extensión, su valoración bursátil. Si esos ingresos no se materializan (por ejemplo, si OpenAI reduce su consumo de servicios o enfrenta dificultades financieras), la empresa quedaría expuesta a un ajuste abrupto en sus cuentas. Además, hay que tener en cuenta que Oracle tendrá que pagar por adelantado la fiesta y endeudarse para levantar esos centros de datos y adquirir las máquinas que les den vida. Un hecho que aumentaría su nivel de apalancamiento sobre bases inciertas, comprometiendo su estabilidad ante posibles cambios en los ciclos de inversión tecnológica o en las condiciones del mercado de inteligencia artificial.

Llámalo inversión, llámalo crédito al consumo

Nvidia sorprendió al anunciar una inversión de 100.000 millones de dólares en OpenAI, una cifra muy superior a la de cualquier otro socio de la startup. Sin embargo, más que una inyección de capital, el acuerdo es una ingeniería financiera circular: el dinero que Nvidia presta se destinará a construir centros de datos que usarán exclusivamente sus propios chips, por lo que los fondos acabarán regresando a sus cuentas como ventas.

El pacto se estructurará en diez rondas de 10.000 millones, la primera con una valoración de 500.000 millones para OpenAI, permitiendo atraer capital sin diluir en exceso a los accionistas.

Los riesgos se repiten una vez más: OpenAI se ata a una infraestructura carísima que solo podrá sostener si su negocio crece al ritmo previsto, y Nvidia se expone a depender en exceso de un único cliente. Además, los reguladores podrían ver esta operación como un movimiento que concentra aún más poder en manos de la empresa líder del mercado de chips de inteligencia artificial, que, por cierto, la semana pasada superó la frontera de 5 billones de capitalización bursátil.

Todos estos movimientos se están produciendo en un momento clave. Según Reuters, Sam Altman estaría maniobrando para preparar la salida a bolsa de OpenAI. Si los planes salen según lo previsto, podría alcanzar un billón de dólares de valoración. En caso de cumplirse, sería el mayor estreno bursátil de la historia.

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Foto: EFE/Jim Lo Scalzo.

Pero el relato no termina de encajar. Hace unos días, el medio especializado The Information analizaba las cuentas de Microsoft y conseguía señalar un dato clave: a día de hoy, para generar un solo dólar de ingresos, la startup necesita gastar siete.

Cómo ganar lo que gana Google en un año

En esta situación, OpenAI sueña con convertir sus modelos en una máquina de imprimir dinero. La adopción empresarial y corporativa de sus productos no cubre todavía la fiesta, y el consenso general es que hace falta convertir cosas como ChatGPT en un producto de masas, que utilice el común de los mortales de la misma forma que hoy utilizan Google.

La vía rápida pasa por algo tan viejo como Internet: la publicidad. El bot de OpenAI no solo conversa; escucha deseos, frustraciones y secretos de millones de almas cada día, el tipo de información que haría salivar a cualquier anunciante. Imaginen el clima de confianza que alcanzan los usuarios cuando hace unos días los responsables de la empresa revelaron que más de un millón hablan de sentimientos suicidas con su inteligencia artificial. Un investigador holandés encontró una brecha de seguridad que le permitió acceder a miles de charlas con ChatGPT y localizó desde proyecciones financieras aún no publicadas, volcadas por directivos de grandes empresas, hasta abogados tratando de urdir maniobras de dudosa legalidad para ganar sus juicios.

placeholder Foto: Dado Ruvic.
Foto: Dado Ruvic.

Si Google ha levantado un imperio de 100.000 millones de dólares anuales vendiendo intenciones de búsqueda, OpenAI podría aspirar a la mitad solo con colocar anuncios entre sus respuestas. El resto vendría de Sora, ese híbrido entre YouTube y TikTok con esteroides generativos, capaz de producir contenido al ritmo del clic y monetizarlo como si fuera una fábrica de vídeos infinita.

A eso habría que sumar el menú completo de futuros negocios: suscripciones premium, herramientas corporativas, una App Store de inteligencia artificial y, si el ego lo permite, hasta gadgets con cerebro propio si su alianza con Jony Ive, el diseñador del iPhone, da en la tecla correcta. Si todos esos engranajes encajaran, Altman podría acercarse a los 100.000 millones de beneficios anuales. Lo justo para mantener encendidos los reactores que alimentarán su red de centros de datos y seguir jugando a ser la infraestructura del futuro.

El problema es que ninguna hoja de Excel genera realidad por sí sola. La publicidad necesita confianza, las suscripciones fidelidad, y la IA aún está lejos de producir rentabilidad sostenida a esa escala. OpenAI podría ser el próximo Google o el próximo Meta de la inteligencia artificial. La pregunta no es si pueden hacerlo, sino cuánto durará el hechizo antes de que alguien pida ver los números.

Desde hace varias semanas, OpenAI no está siendo esa máquina de generar titulares gracias a sus modelos de lenguaje, sus nuevas funciones o el número de parámetros o materiales con los que ha entrenado a la última entrega de su inteligencia artificial. Con lo que están quitando el hipo a propios y extraños los padres de ChatGPT está siendo con la cantidad de ceros que contienen los cheques y acuerdos que están firmando con algunas de las empresas tecnológicas más grandes y poderosas del planeta. Nvidia, Oracle, AMD, Microsoft… La última de la lista, anunciada el pasado lunes, ha sido Amazon Web Services, la gran fontanera de internet.

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