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Ponga un robot en su campo de batalla. ¿Y si la guerra no es solo cuestión de tecnología?
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Ponga un robot en su campo de batalla. ¿Y si la guerra no es solo cuestión de tecnología?

Cómo adaptarse es la gran pregunta, pero surgen muchos interrogantes, toda vez que entregarse solo a la tecnología se nos antoja arriesgado

Foto: Artilleros ucranianos disparando una pieza M777 de 155 mm (Reuters)
Artilleros ucranianos disparando una pieza M777 de 155 mm (Reuters)
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Pocas veces se usa la palabra revolución con propiedad para señalar un cambio rápido y profundo que recoge la RAE. No es el caso para hablar de la transformación que vive la tecnología militar y las aplicaciones de defensa. Todo se cuestiona y todo parece evolucionar más rápido de lo que somos capaces de digerir. Cantidades y tipos de drones que dan vértigo, multiplicación de amenazas híbridas, campos de batalla hipersensorizados, tecnologías disruptivas y entornos de combate convencionales con una letalidad inédita. Cómo adaptarse es la gran pregunta. Pero surgen muchos interrogantes, toda vez que entregarse solo a la tecnología se nos antoja arriesgado.

Para tomarle el pulso a este punto crítico, asistimos al Foro 2E+I que el Ejército de Tierra organiza cada año en Toledo (1 y 2 de octubre), que contó con la representación institucional de la secretaria de Estado de Defensa, Mª Amparo Valcarce. El teniente general Rodríguez Roca, jefe del Mando de Apoyo Logístico del Ejército de Tierra (MALE), así como otros muchos ponentes de nivel, expusieron muchas de las claves de esta nueva realidad. Todo eso nos da pie a reflexionar sobre el futuro de los conflictos: habrá que combatir en un entorno cada vez más complejo, tecnológico y letal para el que no estamos preparados.

Un nuevo entorno geopolítico y militar

La realidad internacional que vemos, y la que parece venir, vaticina un nuevo entorno y grandes cambios. Vemos un retorno hacia el reparto de áreas de influencia, algo que parecía olvidado tras la Guerra Fría, pero que vuelve con virulencia. Y la emergencia de un gran actor desestabilizador, Rusia, que continuará rearmándose y que se percibe como una amenaza real para la OTAN.

placeholder Inauguración del Foro 2E I en Toledo, a cargo de la secretaria de Estado de Defensa (Juanjo Fernández)
Inauguración del Foro 2E I en Toledo, a cargo de la secretaria de Estado de Defensa (Juanjo Fernández)

En este nuevo entorno, irrumpen los avances técnicos con una fuerza inusitada. La letalidad de las nuevas armas, como los drones, van a hacer replantearse muchos aspectos de las operaciones militares. La información va a ser clave y las fuentes que nos facilitan esa información se van a multiplicar de forma que casi nada escape al control de un enemigo simétrico o, cuando menos, avanzado.

Todo eso va a exigir muchas adaptaciones. Entre ellas, un nuevo enfoque de la maniobra –que debe evolucionar desde el concepto actual –y, paradójicamente, el retorno de viejas tácticas. Un buen ejemplo es la contramovilidad, para la que habrá de dotarse de medios adecuados, y el retorno de las minas terrestres, algo que estamos viendo en Ucrania a diario.

El campo de batalla transparente

Uno de los aspectos que más ha evolucionado en cuestión de muy pocos años es el de las fuentes de información. Antes era relativamente sencillo al existir apenas un número muy reducido. La responsabilidad caía sobre los hombros de quien tomaba las decisiones, muy a menudo con información incompleta, poco precisa y casi siempre desactualizada. Los generales antes debían lidiar con la denominada "niebla de guerra", que no es otra cosa que la ausencia de información precisa sobre los movimientos del enemigo.

El cambio en este aspecto ha sido copernicano. A medida que la tecnología ha ido avanzando, el número de fuentes de información ha crecido de manera exponencial. Se ha pasado del espionaje, el interrogatorio a desertores y la exploración de caballería, fuentes tradicionales hasta los inicios del siglo XX, a un número elevado de sensores, que hoy incluyen satélites, aviones de reconocimiento, drones de todo tipo con funciones ISR y análisis del espacio radioeléctrico (métodos SIGINT o Inteligencia de Señales).

placeholder Robot (UGV) en versión armada Aunav.Best, de EM&E (Juanjo Fernández)
Robot (UGV) en versión armada Aunav.Best, de EM&E (Juanjo Fernández)

A todo lo anterior se han unido otras fuentes que se han revelado importantes a raíz de la guerra de Ucrania, como fuentes OSINT (Open Source Intelligence) o Inteligencia de Fuentes Abiertas, geoposicionamiento de imágenes tomadas por ciudadanos, combatientes, etc. y una labor crucial en redes sociales, tanto en analizar información como en verter desinformación.

Todo esto no ha hecho más que empezar, pues con la irrupción del IoT o internet de las cosas, cualquier cámara urbana, sensor o elemento conectado a la red puede convertirse en fuente de información. Este volumen de sensores y, por tanto, de información es lo que ha generado lo que hoy se denomina el "campo de batalla transparente". Todo es visible.

La primera consecuencia es que la cantidad de información que se maneja es de un volumen tal que empieza a ser difícil de digerir con los métodos actuales. Separar lo importante de los detalles y, sobre todo, focalizar esa información en aquellos aspectos que de verdad son relevantes para las acciones en curso, será la clave del éxito. Hemos pasado en cuestión de décadas de la niebla de guerra al campo de batalla hipersensorizado y, de ahí, a la saturación. Aquí entra en juego la inteligencia artificial, encargada de depurar esta maraña de registros en un tiempo muy breve y ofrecer solo lo necesario a los decisores.

Nuevo concepto de guerra

La segunda consecuencia de esta hipersensorización afecta al modo de conducir las operaciones militares. En este campo de batalla transparente es muy difícil maniobrar, pues todo movimiento, el más mínimo de un solitario vehículo, será detectado de inmediato por el enemigo. Si a esto le unimos la disponibilidad de fuegos de largo alcance conectados en red, maniobrar con unidades se habrá vuelto suicida. Es así porque la artillería, cada vez con alcances mayores –se habla ya sin rubor de centenares de kilómetros- tendrá ahora una capacidad de respuesta casi instantánea, alimentadas con información sobre posibles objetivos y sus movimientos en tiempo real.

Si reunimos todo lo anterior, nos encontramos con el escenario ucraniano del último año y medio. Se renuncia a la guerra de movimientos y volvemos a la Primera Guerra Mundial, una guerra de trincheras donde aquella "tierra de nadie" hoy se ha convertido en una zona de letalidad extrema. Una especie de "zona de exclusión" donde cualquier tropa o vehículo al descubierto es batido por fuegos desde más de 50 km.

placeholder Dron (munición merodeadora) de Arquimea (Juanjo Fernández)
Dron (munición merodeadora) de Arquimea (Juanjo Fernández)

No solo eso. Además de los fuegos de largo alcance, habrá docenas (o miles) de drones de todo tipo, desde municiones merodeadoras, drones explosivos, de vigilancia, señuelos, etc., a diferentes alturas y de una gran variedad de características y sistemas de control. Si sumamos las minas y trabajos de contramovilidad realizados por zapadores, y la propia dificultad de moverse en un terreno bombardeado una y otra vez, habremos llegado a ese frente estático propio de 1915.

En esta franja de terreno, que podría ser de unos 20 km de ancho, no se pondrán tropas. Éstas se encontrarán bien atrincheradas y camufladas a ambos lados. Aquí surgirá otro problema que ya se ve en Ucrania y es la dificultad para el abastecimiento. Allí la sanidad se ha convertido en un infierno y es casi imposible evacuar bajas durante el día. Se debe hacer de noche y con el medio disponible, lo que suele significar un verdadero calvario para los soldados heridos.

Si no se pueden colocar tropas, ese terreno acabará siendo dominio exclusivo de ingenios robotizados de todo tipo. Habremos llegado al combate de máquinas, bien operadas remotamente o, asistidas con IA, de funcionamiento autónomo. Lo que no sabemos es cuál de estas dos opciones es más preocupante.

¿Guerra tecnológica o tecnología de guerra?

Con este panorama cualquiera podría pensar que la guerra en el sentido tradicional ha terminado. Ahora todo serían drones y combates sin intervención humana. Según esto, las inversiones en defensa deberían ir exclusivamente por ese camino. ¿Para qué invertir en carros de combate? ¿Para qué en caros y sofisticados aviones tripulados? Podemos encontrar argumentos que apoyan esta tesis, basados en la realidad de la guerra en Ucrania, donde el 80% de los vehículos destruidos han sido víctimas de drones y no de sistemas de armas "tradicionales". Sin embargo, es posible que esta situación no sea la que siempre nos encontremos a futuro.

La tecnología es imprescindible y es capaz de hacer tareas humanamente imposibles... cuando todo funciona bien. El problema es que eso no siempre va a ocurrir. Lo que vemos en Ucrania, de donde por supuesto hay que tomar lecciones, es un cierto espejismo fruto de que ninguno de los dos contendientes estaba preparado para afrontar la irrupción de unas nuevas armas, métodos y doctrinas. La evolución a la que hemos asistido en año y medio es algo que, en tiempos de paz, puede que ni siquiera hubiéramos llegado a ver.

placeholder Vehículo no tripulado (UGV) Alano, colaboración entre EINSA y Sener (Juanjo Fernández)
Vehículo no tripulado (UGV) Alano, colaboración entre EINSA y Sener (Juanjo Fernández)

La victoria en ese escenario se consigue si y solo si se mantiene la ventaja tecnológica y, a la vez, se consigue anular la del enemigo. Pero eso no es fácil de alcanzar. Si el enemigo no tiene capacidad tecnológica –hablamos de conflicto asimétrico- volvemos a la afganización, con la novedad de que esa asimetría no tiene por qué significar baja intensidad. Hoy, incluso un enemigo sin mucha infraestructura, puede ser capaz de lanzar ataques de saturación con medios no sofisticados.

Pero si se trata de un conflicto simétrico convencional, con un enemigo con tecnología y medios equivalentes, no podemos pensar que nuestros sistemas serán inmunes. Lo más probable es que ambos contendientes sufran una degradación en sus capacidades basadas en tecnología, de tal manera que no se logre una superioridad decisiva.

La conclusión de todo esto es que toca adaptarse, evolucionar y hacerlo rápido para alcanzar esa superioridad tecnológica que nos asegure la victoria o, al menos, no sufrir una derrota. Hay que potenciar todo lo relativo a drones, ahora descuidado, avanzar en vehículos no tripulados y parcialmente autónomos. Potenciar las líneas de trabajo en el concepto de "sistemas de sistemas", donde no se abandonen los vehículos tripulados, pero que sean capaces de trabajar y controlar elementos colaboradores no tripulados.

En definitiva, hay que desarrollar la tecnología más avanzada posible, pero sin apostarlo todo a esa baza. Si falla, se degrada o es anulada por el enemigo, hay que tener preparado un plan B que recupere viejas formas de combate. Hay múltiples ejemplos y uno de ellos sería mantener los viejos equipos de comunicaciones con cable: ¿Y si los basados en tecnologías punteras caen y dejan de estar operativos? En definitiva, hay que estar preparados para todo. Es mucho más caro prepararse durante un conflicto que estar preparado antes del mismo. Y demasiado a menudo el precio de no estarlo no se paga solo con dinero.

Pocas veces se usa la palabra revolución con propiedad para señalar un cambio rápido y profundo que recoge la RAE. No es el caso para hablar de la transformación que vive la tecnología militar y las aplicaciones de defensa. Todo se cuestiona y todo parece evolucionar más rápido de lo que somos capaces de digerir. Cantidades y tipos de drones que dan vértigo, multiplicación de amenazas híbridas, campos de batalla hipersensorizados, tecnologías disruptivas y entornos de combate convencionales con una letalidad inédita. Cómo adaptarse es la gran pregunta. Pero surgen muchos interrogantes, toda vez que entregarse solo a la tecnología se nos antoja arriesgado.

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