En los casos más graves, los datos también juegan a su favor. De los 38 accidentes serios reportados entre julio de 2024 y febrero de 2025, solo uno fue claramente atribuible al vehículo autónomo. El resto tuvieron un denominador común: conductores humanos que pisaban de más el acelerador o se saltan semáforos en rojo. En uno de los casos más sonados, un Waymo detenido correctamente en un semáforo acabó involucrado en un accidente mortal tras ser embestido por un todoterreno que venía lanzado. Esto ha abierto un nuevo debate: ¿pueden convivir unas máquinas tan exquisitas con las normas de circulación con los imprevisibles conductores humanos?
“Hay que tener en cuenta que el coche autónomo nace para dar un grado de seguridad mayor. Ese es su gran vector de motivación social”, reflexiona en este punto Villagra. “Pero para eso, tienen que ser eficientes en un mundo en el que todo no está programado. Y eso es un gran reto”, añade, haciendo referencia a inconvenientes que se han detectado cuando ha aparecido una ambulancia o en las rotondas, donde los conductores humanos se han aprovechado de la cautela de los coches de Waymo, que permanecían minutos parados a la espera de que se despejara el camino.
“Es una disyuntiva importante, dar prioridad absoluta a la seguridad o ponderarla con el contexto, en un escenario donde el factor humano tiene mucho que decir. Si no se da con el punto justo, es probable que impacte en su adaptación”, argumenta, poniendo de ejemplo el caso del autobús autónomo que se puso en marcha en la Universidad Autónoma de Madrid. “Es tan prudente y se detiene tanto que nadie lo usa por lo lento que resulta”.
En el horizonte aparece el llamado ‘Dilema del tranvía’: si un accidente es inevitable, ¿debe el coche decidir atropellar a una persona para salvar a cinco? ¿Y si la persona que moriría es su propio pasajero? El reto es programar decisiones morales en una máquina, sabiendo que cualquier elección tiene consecuencias éticas. “Es un debate artificial, visto desde el punto de vista de la conducción humana”, concluye París. “Un coche autónomo no bebe, no se distrae, puede ver al mismo tiempo lo que ocurre en 360 grados… Está preparado para no provocar esa situación límite”. Quizá, el debate, dentro de poco, no sea si los coches autónomos están preparados, sino si lo estamos nosotros.