Qué hay detrás de Colossus, el megacentro de datos más potente del mundo que Musk ha construido en 19 días
El hombre más rico del mundo está invirtiendo una descomunal fortuna en una titánica construcción para almacenar datos y entrenar modelos de IA. Su idea es poner a trabajar un millón de chips de Nvidia a la vez
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Elon Musk ha vuelto a levantar el teléfono y lo que se trae entre manos es de todo menos modesto. En las últimas semanas, ha convocado a los grandes fondos para convencerlos —algunos dicen, rogarles— de que inviertan decenas de miles de millones en su última obsesión y una de las más polémicas: el mayor superordenador del mundo. Se trata de un megacentro de datos que aspira a ser el corazón de su empresa de inteligencia artificial, xAI, un proyecto que ya ha levantado más de 11.000 millones de dólares en lo que va de año. Su nombre es igual de grandilocuente: Colossus. Con este movimiento, Musk quiere ponerse a la altura de Sam Altman, su antiguo socio en OpenAI, en una carrera por ver quién saca más pecho y marcada por promesas tecnológicas desorbitadas.
El magnate ocupó en julio del año pasado una antigua fábrica de aspiradoras a las afueras de Memphis. En un par de días metió de manera más que cuestionable 200.000 GPU de Nvidia a piñón. La cosa no quedó ahí, pues ahora tiene una idea mucho más ambiciosa: multiplicar por cinco esa capacidad y alcanzar el millón de chips en funcionamiento, una cifra que ninguna otra compañía del sector ha logrado siquiera plantear de forma creíble.
Para que os hagáis una idea. Un millón de GPU Nvidia Blackwell B100 o B200 costaría entre 50.000 y 62.500 millones de dólares, dependiendo del acuerdo que Musk alcance con sus socios. La infraestructura restante (edificio, servidores, equipos de red, refrigeración, etc.) podría ascender a una cifra similar o incluso más. Queda por ver si Musk puede reunir más de 120.000 millones de dólares para su capricho en un plazo razonable o no.
Lo más sorprendente, sin embargo, no es el volumen de chips o de capital que pongan sobre la mesa, sino la velocidad a la que lo está haciendo. Este centro de datos se ensambló en apenas 19 días, un récord que el propio CEO de Nvidia, Jensen Huang, describió como "inaudito, ya que este tipo de infraestructuras suelen tardar cuatro años".
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Pero claro, tener tantas GPU en el mismo sitio también significa una demanda brutal de energía. De forma atropellada y en lugar de integrarse a la red eléctrica local, Colossus fue conectado a capón a una serie de generadores móviles de gas natural, que se utilizaron para alimentar la instalación sin pasar por los permisos ordinarios. Algunos informes indican que más de 35 turbinas de gas —cada una montada sobre camiones— desembarcaron en la planta de xAI en Boxtown hace meses. Se trata de equipos capaces de generar hasta 420 megavatios de potencia, lo que equivaldría al consumo de una ciudad de unos 300.000 hogares.
La apuesta de Musk por la autonomía energética no es casual. El ritmo de expansión de la IA ha creado una contienda por el acceso a la energía y a los chips. Las grandes tecnológicas están asegurándose como pueden todas las GPU posibles y acceso a infraestructuras críticas, como centros de datos, para suministrar la potencia de procesamiento necesaria para entrenar y desplegar sus modelos de IA.
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OpenAI, por ejemplo, se ha asociado con Softbank y Oracle para llevar a cabo Stargate, un titánico proyecto en Texas que consumirá cifras similares de energía y para el que han adquirido 100.000 chips de Nvidia. Musk les dejó un recado en X cuando lo anunciaron, burlándose del consorcio de "no tener realmente el dinero". Pero en Abilene, Texas, 2.000 trabajadores ya trabajan día y noche en una localización cuyo nombre en clave es Proyecto Ludicrous y que pronto será uno de los centros de datos de IA más grandes del mundo. Amazon, por su parte, ha respaldado con 8.000 millones a Anthropic, el creador del chatbot Claude, y prepara un nuevo centro con otros 100.000 chips personalizados.
Pero mientras sus rivales firman este tipo de alianzas, Musk prefiere ir por libre y no depender de terceros si puede permitírselo, sea por sus amigos o por aquellos que le apoyan desde los sillones de la Casa Blanca. Su plan, si le dejan, consiste en construir su propio músculo computacional, integrado con su red social (X), sus servidores (Tesla) y sus baterías (Megapack). Todo, claro, con el objetivo de entrenar a Grok, un chatbot que aún juega en segunda división frente a ChatGPT o Gemini. Su última versión, Grok 3, lanzada en febrero de 2025, fue entrenada íntegramente en Colossus y, según xAI, el sistema cuenta con una memoria de 194 petabytes por segundo y una capacidad de almacenamiento superior a un exabyte. Cifras astronómicas si lo comparamos con un modelo como el de Anthropic.
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Parece que en esta nueva Guerra Fría entre multimillonarios todo ha empezado a medirse en megavatios, millones y montones de procesadores gráficos. Pero algunos expertos se preguntan si esta maratón es realmente sostenible, sobre todo en un momento en que las empresas aún no han obtenido un retorno real de la inversión. Empresas como DeepSeek, en China, han demostrado que es posible construir modelos competitivos con mucha menos infraestructura y a una pequeña parte del coste. Aun así, Musk y Altman siguen apostando por la escala como ventaja estratégica.
El CEO de Microsoft, Satya Nadella, justificó ese frenesí hace unos meses en una publicación apelando a la paradoja de Jevons: cuanto más eficiente se vuelve una tecnología, mayor es su consumo. "A medida que la IA se vuelva más eficiente y accesible, veremos cómo su uso se dispara, convirtiéndola en un producto del que simplemente no podemos cansarnos", escribió.
La otra cara del proyecto
Ir contra la mayor fortuna de este planeta puede parecer irresponsable, pero si Colossus ha puesto realmente en contra a alguien es a las comunidades locales y a las organizaciones medioambientales. Algunos lo acusan de eludir los permisos de planificación y critican las exigencias que impone a la red eléctrica de la región. El año pasado, el equipo de Musk consiguió una fábrica abandonada que pertenecía a Electrolux, una empresa de aspiradoras, en las afueras del barrio de Boxtown. Con su estilo habitual y fanfarronería, renombró la fábrica a Colossus (al menos no le puso Kekius Maximus) y comenzó a llenarla de baterías y gráficas.
Todo se torció cuando el propio alcalde de Memphis, Paul Young, que mostró inicialmente su apoyo al proyecto por su potencial económico, admitió que xAI solicitó permisos para solo 15 de los 35 generadores encontrados. "Quiero averiguar cómo podemos aprovechar este proyecto para nuestro propio beneficio. Sé que todos sienten que nos están explotando, pero debemos hablar con firmeza". Tuvo que llevarse a cabo una inspección aérea realizada por SouthWings, una organización de monitoreo ambiental, para descubrir mediante imágenes térmicas que 33 estaban encendidos al mismo tiempo.
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El problema es que Boxtown, como otros barrios del sur de Memphis, es una comunidad mayoritariamente afroamericana que ya soporta 17 instalaciones contaminantes en su entorno. Un informe de E&E News apunta que la zona cuadruplica los niveles de riesgo de cáncer aceptables por la Agencia de Protección Ambiental (EPA), y lidera las estadísticas estatales de hospitalizaciones infantiles por asma. "No sabemos qué estamos respirando", decía una vecina en una entrevista con la CNBC.
Es irónico que mientras Musk promete convertir Memphis en una capital de la innovación tecnológica y presenta la IA como símbolo de progreso, se esté alimentando de combustibles fósiles. La empresa defiende la legalidad de sus operaciones y asegura que los generadores cumplen una función temporal mientras se completa la conexión formal con la red eléctrica. Esa red, por cierto, tampoco tiene margen de maniobra ilimitado. El proveedor local, Memphis Light, Gas & Water (MLGW), y la Autoridad del Valle de Tennessee (TVA) se han comprometido a entregar 150 megavatios al proyecto (suficiente para alimentar a una ciudad entera).
En definitiva, Colossus representa mucho más que un superordenador. Refleja a la perfección cómo se construye el futuro, quién lo financia, quién lo dirige… y quién paga el precio. Pero sobre todo, sirve para entender que la fiebre por la IA ya no se mide solo en gigabytes, parámetros o algoritmos, sino en megavatios, billeteras y proyectos apoteósicos.
Elon Musk ha vuelto a levantar el teléfono y lo que se trae entre manos es de todo menos modesto. En las últimas semanas, ha convocado a los grandes fondos para convencerlos —algunos dicen, rogarles— de que inviertan decenas de miles de millones en su última obsesión y una de las más polémicas: el mayor superordenador del mundo. Se trata de un megacentro de datos que aspira a ser el corazón de su empresa de inteligencia artificial, xAI, un proyecto que ya ha levantado más de 11.000 millones de dólares en lo que va de año. Su nombre es igual de grandilocuente: Colossus. Con este movimiento, Musk quiere ponerse a la altura de Sam Altman, su antiguo socio en OpenAI, en una carrera por ver quién saca más pecho y marcada por promesas tecnológicas desorbitadas.