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Tres proyectiles 'mortales' al día: la amenaza de la basura espacial que preocupa a los científicos
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¿UN FUTURO MIRANDO HACIA ARRIBA?

Tres proyectiles 'mortales' al día: la amenaza de la basura espacial que preocupa a los científicos

Pedazos de cohetes, satélites rotos y estructuras espaciales están cayendo a la Tierra con más frecuencia. Algunos se desintegran, pero otros sobreviven a la atmósfera y se estrellan con violencia en cualquier parte del mundo

Foto: Ilustración de fragmentos y desechos de un satélite. (ESA)
Ilustración de fragmentos y desechos de un satélite. (ESA)

El pasado sábado, vecinos de Jalisco y Michoacán, en México, miraban al cielo sorprendidos: una bola de fuego atravesaba la atmósfera, dejando un rastro incandescente en plena noche. En cuestión de minutos, las redes sociales se llenaron de vídeos y teorías de lo que parecía un meteorito. Pero no se trataba de una roca espacial surcando el firmamento, sino de los restos ardientes del cohete chino CZ-3B, lanzado en agosto de 2024, reentrando a nuestro planeta en una caída descontrolada. La escena se repitió días antes en el cielo del Reino Unido: otro fogonazo cruzó a 27.000 kilómetros por hora. Esta vez, se trataba de un trozo de un cohete Falcon 9 de SpaceX. Lo que empezó como un espectáculo celeste terminó con un susto a miles de kilómetros, en Polonia, donde un tanque metálico de dos metros se estrelló, carbonizado, frente a un almacén. "Cuando llegamos, parecía que había estallado una bomba. Por suerte, no estábamos allí", explicó un trabajador a la prensa local.

Puede parecer ciencia ficción, pero este tipo de fenómenos están ocurriendo cada vez con más frecuencia de la que imaginamos: pedazos de cohetes, satélites rotos y estructuras espaciales están cayendo a la Tierra. Cada día, al menos tres objetos fabricados por humanos regresan desde el espacio. Tres. Por día.

Lo ilustra el último informe de la Agencia Espacial Europea (ESA): en 2024, al menos 1.200 objetos completos volvieron a la atmósfera. A esto hay que sumarle miles de fragmentos de chatarra espacial que ni siquiera se alcanzan a rastrear. Algunos se desintegran completamente, pero otros —los más grandes o construidos con materiales resistentes, como titanio— sobreviven al fuego atmosférico y se estrellan con violencia en cualquier parte del mundo. Prueba de ello son las impactantes imágenes del anillo de media tonelada que se encontró en una remota aldea de Kenia. Un impacto así podría haber reventado un edificio entero sin ningún problema.

placeholder Una lluvia de escombros se desplaza por el cielo de las Bahamas, después de que la nave espacial Starship de SpaceX explotara en el espacio. (Reuters)
Una lluvia de escombros se desplaza por el cielo de las Bahamas, después de que la nave espacial Starship de SpaceX explotara en el espacio. (Reuters)

Según alertan algunos científicos, el espacio cercano a nuestro planeta se está convirtiendo en todo un vertedero en órbita. Con la rápida expansión de los vuelos espaciales comerciales, se lanzan miles de satélites cada año. Sin embargo, pocos propietarios tienen planes de retirarlos de la órbita de forma controlada. Muchos simplemente se dejan allí arriba, flotando, hasta que la gravedad y el desgaste orbital hacen su trabajo. Y con cada nuevo lanzamiento, se multiplica la posibilidad de que algo vuelva sin control. En 2024, orbitaban la Tierra más de 45.000 objetos de más de 10 centímetros. Y más de 170 millones de fragmentos minúsculos, de apenas un milímetro, provenientes de cohetes, transbordadores espaciales, satélites fuera de servicio y otras operaciones espaciales.

La órbita terrestre baja, la región del espacio que se extiende entre los 160 km y los 2000 km sobre la superficie terrestre, es la zona más congestionada. Alberga satélites de imagen, constelaciones meteorológicas y de comunicaciones, y estaciones espaciales como la Estación Espacial Internacional (EEI). También es la parte del espacio con mayor carga de desechos, albergando más de 6.000 toneladas de objetos creados por el hombre. El Foro Económico Mundial predice que para 2030 se habrán lanzado más de 60.000 satélites, la mayoría de los cuales están destinados a convertirse en escombros. "Si SpaceX continúa con sus planes de ampliar su constelación Starlink a 30.000 satélites, estaremos hablando de 15 reentradas diarias", explicaba el astrofísico Jonathan McDowell en este artículo de Space.com. "Además, Amazon está a punto de comenzar a desplegar su constelación Kuiper y también estamos viendo un aumento en los proyectos de megaconstelaciones chinas. Por lo tanto, en los próximos diez años, veremos un aumento correspondiente en el número de satélites que se retiran", añade.

Foto: El satélite SpainSAT NG I durante su ensamblaje en Toulouse antes de ser enviado a Cabo Cañaveral el 7 de enero. (Agencia Espacial Europea)

Cuando uno de esos objetos reentra en la atmósfera, la mayoría se quema por completo. De hecho, los satélites de Starlink están diseñados específicamente para fundirse por completo a menos que reentren de forma no convencional. Pero no siempre ocurre. Las piezas más grandes y densas —como tanques de combustible o módulos de cohetes— pueden sobrevivir al 'infierno atmosférico' y caer a la superficie a velocidades de cientos de kilómetros por hora. El problema es que predecir los lugares de impacto es extremadamente difícil. Cuando un objeto cae, su trayectoria hacia la Tierra no es recta ni uniforme. Saber dónde aterrizará implica cálculos complejos y muchos factores, como la rotación de la Tierra, la gravedad, los vientos y la velocidad y altitud iniciales del objeto. La NASA cuenta con modelos matemáticos, como la Herramienta de Análisis de Supervivencia de Reingreso de Objetos (ORSAT), pero hoy en día no es 100% precisa.

Algunas agencias espaciales dirigen deliberadamente satélites fuera de servicio hacia el océano. Sin embargo, muchos operadores simplemente los dejan desintegrarse de forma natural, sin tener certeza de dónde aterrizarán. La energía liberada por sus impactos puede ser equivalente a la de un pequeño misil. Cuanto mayor sea la velocidad de reentrada, mayor será la dispersión de los escombros. Y, como bien advierte McDowell: “Vamos a tener mala suerte tarde o temprano y alguien resultará herido”.

placeholder Habitantes de la aldea de Mukuku, en Kenia, encuentran un anillo metálico de media tonelada. (KSA)
Habitantes de la aldea de Mukuku, en Kenia, encuentran un anillo metálico de media tonelada. (KSA)

Los riesgos van más allá de los impactos terrestres. A cualquier hora hay más de 10.000 aviones volando sobre nuestras cabezas. Un objeto cayendo del espacio a gran velocidad podría cruzarse fácilmente con una ruta aérea. De hecho, ya ha habido cierres preventivos del espacio aéreo en Estados Unidos, Francia y España por la reentrada descontrolada de cohetes chinos Long March 5B. Y ahora mismo no existen protocolos globales para alertar a los pilotos de estos eventos.

Pero incluso si los fragmentos no llegan a la Tierra, hay un problema que también preocupa a los científicos: el llamado síndrome de Kessler. Propuesto en 1978 por un científico de la NASA, este escenario plantea que si hay demasiada basura orbitando, las colisiones entre objetos generarán más escombros, que a su vez colisionarán con otros satélites... Una reacción en cadena que podría convertir la órbita terrestre en un 'campo de minas' incontrolable. Este ciclo que se autoperpetúa podría inutilizar ciertas regiones orbitales, lo que supone riesgos para los satélites, las misiones espaciales y la propia Estación Espacial Internacional (ISS).

Soluciones desesperadas para evitar desastres

A pesar de la creciente frecuencia de colisiones, las leyes internacionales siguen desactualizadas. No existen normas para la gestión de la basura que llega del cielo. El Tratado del Espacio Ultraterrestre de 1967 responsabiliza a los Estados de lanzamiento de los daños causados ​​por sus actividades espaciales, y el Convenio sobre Responsabilidad de 1972 permite a las naciones afectadas solicitar una indemnización. Sin embargo, estos tratados se redactaron cuando ni soñábamos con tener miles de satélites orbitando al mismo tiempo y contienen lagunas legales.

Foto: foto  La Tierra podría tener anillos de chatarra orbitando a su alrededor. (Cosmos: Possible Worlds)

Además, solo 30 países cuentan con programas activos de vuelos espaciales tripulados, por lo que la gran mayoría de la población mundial corre el riesgo de ser víctima de los desechos de otro país sin haber contribuido al problema. Y cuando estos caen en aguas internacionales o zonas remotas, tampoco existe un proceso legal claro para determinar la responsabilidad.

No obstante, algunas agencias espaciales ya están dando algunos pasos para prevenir posibles desastres. Se han desarrollado radares y telescopios para rastrear fragmentos de naves. Empresas como LeoLabs y proyectos públicos como la Red de Vigilancia Espacial de EE.UU o la ESA monitorizan miles de objetos en tiempo real. Sin embargo, estas organizaciones solo pueden rastrear desechos si miden más de unos pocos centímetros, lo que deja millones de fragmentos más pequeños sin contabilizar.

placeholder Takao Doi, exastronauta japonés y profesor de la Universidad de Kioto, sostiene un modelo de satélite de madera de LignoSat. (Reuters)
Takao Doi, exastronauta japonés y profesor de la Universidad de Kioto, sostiene un modelo de satélite de madera de LignoSat. (Reuters)

Y, aunque suene paradójico, la limpieza del espacio podría hasta ser un negocio lucrativo. La retirada activa de desechos espaciales —es decir, ir a por ellos, cazarlos y traerlos de vuelta o desintegrarlos— no solo es técnicamente posible, sino que podría abrir una nueva era de economía orbital. Algunas startups ya están desarrollando brazos robóticos capaces de atrapar satélites muertos, redes gigantes desplegadas en órbita, arpones espaciales, sistemas de propulsión que redirigen objetos hacia zonas seguras… Incluso se investiga el uso de láseres para modificar la trayectoria de fragmentos en caída libre.

Igual que se exige a los fabricantes de coches que los elementos de sus vehículos sean reciclables o a las eléctricas que limpien sus residuos tóxicos, lo mismo debería pasar en la órbita terrestre. Los nuevos satélites deberían incluir sistemas que les permitan reentrar de forma controlada al final de su vida útil, o bien construirse con materiales biodegradables que se desintegren sin dejar rastro al atravesar la atmósfera. Japón, por ejemplo, ha lanzado ya el primer satélite hecho de madera. Sí, madera. El LignoSat se quema al regresar como si fuera una cerilla cósmica. Mirando al futuro, la ESA propone una economía espacial circular para 2050: reutilización, reciclaje, impresión 3D en órbita y estaciones que reparen satélites como si fueran talleres flotantes. Lo que está claro es que todo lo que sube… baja. Y tendremos que prepararnos para el futuro espacial que viene como sea.

El pasado sábado, vecinos de Jalisco y Michoacán, en México, miraban al cielo sorprendidos: una bola de fuego atravesaba la atmósfera, dejando un rastro incandescente en plena noche. En cuestión de minutos, las redes sociales se llenaron de vídeos y teorías de lo que parecía un meteorito. Pero no se trataba de una roca espacial surcando el firmamento, sino de los restos ardientes del cohete chino CZ-3B, lanzado en agosto de 2024, reentrando a nuestro planeta en una caída descontrolada. La escena se repitió días antes en el cielo del Reino Unido: otro fogonazo cruzó a 27.000 kilómetros por hora. Esta vez, se trataba de un trozo de un cohete Falcon 9 de SpaceX. Lo que empezó como un espectáculo celeste terminó con un susto a miles de kilómetros, en Polonia, donde un tanque metálico de dos metros se estrelló, carbonizado, frente a un almacén. "Cuando llegamos, parecía que había estallado una bomba. Por suerte, no estábamos allí", explicó un trabajador a la prensa local.

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