El plan de Trump con los chips parece un suicidio. En realidad, puede salirle muy bien
El mandatario ha puesto en el disparadero el plan y las subvenciones para atraer fábricas de semiconductores a Estados Unidos. Una jugada con pinta de harakiri que puede salirle redonda
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F437%2Fde2%2F66a%2F437de266a5a77f1ec0a9c9714ebf828c.jpg)
Levantar una fábrica de semiconductores se está antojando, por momentos, como una labor tan faraónica como en su día debió resultar poner en pie las maravillas del mundo antiguo. En esta ocasión no es por la falta de medios técnicos, sino por los múltiples obstáculos de todo tipo que surgen cada vez que uno se propone hacer un proyecto de estas características.
Muchos de estos inconvenientes tienen que ver, como en otros tantos casos, con ver quién paga la fiesta. Por eso, cuando la pandemia reventó las costuras de este gremio y provocó una escasez que industrias como la automotriz pagaron muy caro, desde EEUU a Europa, pasando por Japón o Corea del Sur, no dudaron en movilizar ingentes cantidades de dinero público en diferentes formas, desde ayudas directas a préstamos ventajosos o desgravaciones fiscales.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F24c%2Fc66%2F49e%2F24cc6649eb370b722faf5ef02165e91a.jpg)
Todo para convencer a los grandes actores del sector de que volviesen a sus territorios o modernizasen alguna de las fundiciones que allí tenían. Probablemente, la más ambiciosa de todas fue la CHIPS Act aprobada por la administración estadounidense en 2022, que se traducía en un cañón de 280.000 millones de dólares, de los que más de 50.000 millones eran créditos o subvenciones.
Aunque no fuese unánime, el plan de Biden recibió un inusual apoyo bipartito. La munición financiera impactó en un buen número de blancos: TSMC, Intel, Samsung, Micron, GlobalFoundries… Washington se podía dar con un canto en los dientes al ver cómo había avanzado en el objetivo de recuperar soberanía tecnológica, teniendo en cuenta, por ejemplo, los pocos frutos que se estaban recogiendo a este lado del Atlántico.
Pero, como ha ocurrido con otras tantas cosas de la herencia que ha recibido cuando regresó a la Casa Blanca, ahora Donald Trump ha puesto en duda esta iniciativa. “El CHIPS Act es horrible. Damos cientos de miles de millones de dólares y no significa nada. Se quedan con nuestro dinero y no lo gastan”, dijo el presidente en una alocución hace unos días. “Lo único que les importaba era que no querían pagar aranceles”.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fad8%2Ff0d%2F903%2Fad8f0d9037fd74a07994e9172d11110a.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fad8%2Ff0d%2F903%2Fad8f0d9037fd74a07994e9172d11110a.jpg)
El mandatario expuso en la tribuna la inversión que Apple se ha comprometido a hacer en su país. “Construirán sus plantas aquí en lugar de en China”, aseveró. Pero si de algo presumió es de haber convencido a TSMC, el mayor fabricante de chips del mundo, para que invirtiese otros 100.000 millones adicionales en el país sin recibir un dólar a cambio. Si este acuerdo, suscrito por el presidente de la compañía y Trump hace unas semanas en Washington, llega a materializarse al cien por cien, la multinacional taiwanesa será la protagonista de una de las mayores inversión extranjeras que jamás se ha realizado en EEUU, con un monto total de 165.000 millones y con varias plantas de producción donde creará los chips más avanzados del planeta.
Por qué la decisión de Trump parece un harakiri…
Para entender por qué esta decisión puede ser vista por muchos como un disparo en el pie, hay que conocer, en primer lugar, las diferentes castas que componen la industria de los semiconductores. Por un lado, están los foundries como TSMC o SMIC, que son compañías que tienen fábricas pero no diseñan ni un solo chip; solo se dedican a dar forma a los que se les ocurren a terceras empresas.
Por otro lado, están los fabless, los que hacen justo lo contrario: diseñan, pero externalizan la fabricación. En este grupo están AMD, Nvidia o Qualcomm, entre otros. Por último, están los de ciclo completo (IDM), empresas como Intel o Samsung, que hacen absolutamente todo. Los IDM y los foundries son mucho menos numerosos que los fabless. ¿Por qué? Porque para mantenerse a la vanguardia y actualizar sus instalaciones para fabricar procesadores más avanzados hay que invertir enormes cantidades de dinero en actualizar o comprar nuevos equipos.
Es más, a día de hoy, los microchips más modernos, por debajo de la frontera de los 7 nanómetros, solo pueden ser fabricados en masa por dos compañías: Samsung y la propia TSMC. SMIC, la mayor fundición china, podría estar en este grupo si no fuera porque las sanciones de EEUU le han impedido acceder a los equipos de ASML, imprescindibles para trabajar con nodos tan avanzados.
Un buen ejercicio para entender la diferencia entre lo goloso que es un negocio y otro basta con fijarse en los que actualmente encabezan cada uno: Nvidia y TSMC. El primero, que es un fabless, tiene entre un 80 y un 90 por ciento de cuota de mercado cuando se habla de chips para inteligencia artificial. En 2024, tuvo un beneficio de casi 70.000 millones de euros. TSMC, que tiene una penetración similar cuando nos referimos a la fabricación de esos componentes, tuvo un beneficio neto de la mitad.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F26e%2F098%2F8e8%2F26e0988e8f2cf1f17b43cc41a4710a1f.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F26e%2F098%2F8e8%2F26e0988e8f2cf1f17b43cc41a4710a1f.jpg)
A finales del pasado siglo y principios de este se fue produciendo, gota a gota, una deslocalización hacia el sudeste asiático de esta industria. Las razones fueron una ensalada de factores que incluían costes laborales más bajos, menos burocracia, condiciones ventajosas en materia impositiva y menores restricciones en aspectos como el medioambiental. Todas estas diferencias se dejan notar a día de hoy en el tiempo que se tarda en levantar una fábrica de este tipo en Occidente frente a lo que se tarda en hacerlo en Taiwán o en otros lugares del sudeste asiático. Los problemas no tardan en aparecer. Por mucha experiencia que tuviesen, TSMC se encontró con obstáculos relacionados con la cultura laboral de los empleados que habían fichado para levantar una de sus nuevas plantas en Arizona.
En aquel proyecto, los taiwaneses también tuvieron que aumentar los emolumentos de los contratados en la factoría, porque con los sueldos que aplicaban en su país de origen se quedaban cortos. En otros casos, las quejas simplemente van dirigidas a conseguir nuevas ventajas fiscales para cubrir gastos imprevistos, como el alza del coste de la energía. Eso es lo que pasó con Intel en Alemania: al poco de empezar las obras de su nueva planta europea, exigió más ayudas por lo cara que estaba la electricidad. El proyecto, por cierto, se encuentra en punto muerto actualmente.
Con este escenario, el consenso más extendido es que las ayudas públicas son el cebo perfecto para este tipo de compañías, que ya tienen una gran carga inversora para mantener su negocio en la vanguardia como para hacerlo más grande. Un buen ejemplo de cómo puede afectar una expansión no medida al dedillo a la salud de una compañía es la propia Intel. Pat Gelsinger fue obligado a jubilarse y a abandonar el barco después de que su plan para convertir a la multinacional de Santa Clara en un gigante al estilo de TSMC desatase la mayor crisis de su historia, cosechase sus peores resultados en 50 años y se desplomase en bolsa. Uno de los problemas era, precisamente, la enorme cantidad de liquidez que hacía falta para poner en activo esta hoja de ruta.
Por cosas como estas, muchos se sorprenden de que Trump juegue con la CHIPS Act, más teniendo en cuenta que hay sectores de su partido que la apoyaron porque, entre otras cosas, estas inversiones generan miles de empleos directos en estados clave. Además, este golpe de timón podría empujar a estas compañías a valorar otras ubicaciones donde sí se mantengan esas ayudas.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F2a3%2F786%2F240%2F2a37862409c59883738e6137d59c71a6.jpg)
...que le puede salir bien
El presidente ha vuelto a poner sobre la mesa los aranceles, el recurso que más ha utilizado desde que volvió a poner un pie en el Despacho Oval. Hay que ver, en caso de que llegue a activarlos, cómo los implementaría y si alcanzarían a dispositivos fabricados en el extranjero que utilizan semiconductores extranjeros (lo que provocaría un alza generalizada de los precios de la electrónica de consumo) o simplemente a los chips.
En este punto se puede empezar a entender por qué TSMC ha doblado el brazo y se ha comprometido a gastar otros 100.000 millones en Estados Unidos, aun cuando Trump pretende cerrar el grifo de dinero y renegociar las condiciones de lo acordado hasta ahora. En el caso de las tres plantas de Arizona firmadas durante el mandato de Biden, los asiáticos comprometieron un presupuesto de 60.000 millones. Una sexta parte de ese presupuesto fue devuelta en ayudas directas y préstamos a bajo interés.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F8dc%2F118%2F009%2F8dc1180095653eaca4cd5eaec017f770.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F8dc%2F118%2F009%2F8dc1180095653eaca4cd5eaec017f770.jpg)
La cuestión es que, a día de hoy, de cada cien dólares que ingresa TSMC, unos 60 vienen de Estados Unidos. De ese dinero, la mitad procede de componentes de alto rendimiento fabricados en nodos avanzados para IA o dispositivos de última generación. No en vano, suministra a Nvidia, Apple, AMD o Qualcomm, entre muchos otros.
El sitio especializado NextPlatform publicó un informe basado en las estimaciones y proyecciones de ingresos de TSMC. En 2025 podría ganar 115.000 millones de dólares y, si no hay grandes cambios en el gremio, en los próximos cuatro años podría alcanzar los 605.000 millones en todo el mundo. El 60% de esa cantidad, es decir, 363.000 millones. Si se aplica un arancel del 25%, la factura ascendería a 91.000 millones. Eso, siempre que se mantengan estables y Trump no decida aumentarlos cada año. En ese caso, el pago que la multinacional taiwanesa debería hacer a la administración estadounidense se acercaría a los 100.000 millones que acaba de comprometer.
La sintonía entre el presidente y la multinacional no se queda ahí. El primero les pidió que tomasen el mando de las fábricas de Intel y los asiáticos ya han sondeado, según ha informado Reuters, a empresas como Nvidia o Broadcom para crear una joint venture. Hay varios problemas en el horizonte. El primero de todos es que Intel no parece dispuesta a vender únicamente su unidad de fabricación. El segundo, si se llega a materializar una oferta, habría que enfrentarse a los reguladores con una operación que plantearía muchas dudas en lo que se refiere a la competencia. Esta filtración salto justo unas horas antes de que Intel confirmase a Lip-Bu Tan como nuevo CEO de la compañía, un veterano del sector con un perfil más financiero que Gelsinger que parece que llega a poner orden en las cuentas de la organización.
Quedan muchos enigmas por resolver en la jugada de Trump, entre otros, si TSMC será capaz de controlar el sobrecoste de la mano de obra en EEUU o si repercutirá esto en sus clientes. Por ahora, el incendio, en su caso, parece controlado. Al menos en este frente, porque en su mercado natal, la oposición y varios sectores de la isla han criticado a la empresa y al gobierno por debilitar el “escudo de silicio” que protege al país con este acuerdo. Este término hace referencia a la capacidad que tiene Taiwán de ser el mayor productor de chips del planeta y, además, liderar la producción de semiconductores de vanguardia. Una interrupción en la cadena de suministro en aquel rincón del mundo podría provocar un efecto dominó que causase graves daños a la economía global. Esta situación le confiere cierta protección a la isla ante una hipotética invasión china. Esparcir el conocimiento y la capacidad de TSMC en dos puntos resquebraja ese escudo.
Y aquí estaría una victoria de Trump, que ganaría autonomía en caso de una crisis o conflicto militar que involucrase a la isla al haber conseguido que los taiwaneses fabriquen sus chips más avanzados en EEUU. Y todo dándoles menos incentivos que su predecesor.
Levantar una fábrica de semiconductores se está antojando, por momentos, como una labor tan faraónica como en su día debió resultar poner en pie las maravillas del mundo antiguo. En esta ocasión no es por la falta de medios técnicos, sino por los múltiples obstáculos de todo tipo que surgen cada vez que uno se propone hacer un proyecto de estas características.