Musk ya saca tajada de Trump. Y esto deja dos grandes perdedores en la carrera espacial
La apuesta de Donald Trump por el empresario Jared Isaacman para dirigir la NASA da una pista de cómo los 'susurros' de Elon Musk ya están calando en la política estadounidense. Y ahoga cualquier esperanza para los rivales de SpaceX
Los zarcillos de Elon Musk ya han empezado a extenderse en la política estadounidense. Donald Trump ha elegido para dirigir la NASA a Jared Isaacman, el director ejecutivo de la empresa de procesamiento de pagos Shift4 Payments, y un estrecho colaborador de Musk. Pasa de ser cliente privado del hombre más rico del mundo a serlo desde el sector público, en un momento en el que SpaceX tiene multimillonarios contratos con la agencia y su CEO se ha convertido en el first buddy de la nueva administración Trump. Se espera que esto suponga una privatización de la carrera espacial, con un claro ganador y otros dos perdedores.
El anuncio no se ha hecho esperar demasiado. "Jared allanará el camino para conseguir logros en la ciencia, la tecnología y la exploración espacial", decía el presidente electo republicano. Reemplazaría así a Bill Nelson, de 82 años. Entre el currículum de ambos hay un abismo: uno es un exsenador demócrata de Florida que fue nominado por el presidente Joe Biden y el otro no ha pisado un edificio gubernamental en su vida.
Isaacman es un multimillonario que abandonó la escuela secundaria y que, cuando era adolescente, fundó Shift4, una empresa que tramita compras online. Su pasión por la aviación le llevó a cofundar Draken International, que proporciona formación a las Fuerzas Armadas. En los últimos años, ha estado impulsando la industria de los vuelos espaciales privados, financiando dos misiones a la órbita. Sí, él estaba entre la primera tripulación totalmente civil que saltaba al espacio y también en la que llevó a cabo la primera caminata espacial comercial. Según dice, la NASA bajo su liderazgo "marcará el comienzo de una era en la que la humanidad se convertirá en una verdadera civilización espacial".
En caso de ser confirmado para el cargo, Isaacman se haría cargo de una agencia con alrededor de 18.000 empleados en todo Estados Unidos y un presupuesto de aproximadamente 25.000 millones de dólares. Pero más allá de los números, su nombramiento podría marcar un antes y un después en el equilibrio de poder entre las principales empresas del sector: SpaceX, Blue Origin y Boeing. Isaacman es más que un simple aliado de Musk, es accionista de SpaceX y defensor declarado de que las agencias públicas como la NASA adopten un papel de colaboración con el sector privado.
Y hay que tener en cuenta que SpaceX es ahora un importante contratista de la NASA. La agencia desembolsa nada menos que 2.000 millones de dólares anuales para que los de Musk transporten astronautas y carga a la estación espacial, desarrollen hardware de exploración, y un largo etcétera.
Con este anuncio, ya no cabe ninguna duda de que Elon Musk y su empresa de cohetes han sido los grandes beneficiados de la victoria en las elecciones presidenciales del republicano. Musk no ha dudado en jugar con habilidad sus cartas, apostando a que su cercanía al poder político podía asegurar el futuro de sus empresas y su posición en el mercado.. "Si Trump pierde, estoy jodido", bromeba en el podcast de Tucker Carlson. Su interés por mover la aguja de los comicios era mayúsculo: posee una serie de negocios que beben directamente de los contratos y las leyes establecidas por el gobierno federal.
Blue Origin y Boeing: ¿víctimas colaterales?
Con un posible escenario en el que Isaacman esté mando de la NASA, a la competencia de SpaceX le preocupa cada vez más que Elon Musk pueda manipular el campo de juego y orquestas maniobras como esta. Motivos no les faltan. Elon Musk y Jeff Bezos, fundador de Blue Origin, han mantenido una rivalidad feroz por la supremacía en la exploración espacial. Las tensiones alcanzaron un punto álgido en 2021, cuando SpaceX se aseguró un contrato multimillonario para una misión lunar, dejando a Blue Origin en los tribunales con una demanda que no prosperó. Ahora, con Musk estrechando lazos con la administración entrante, la posibilidad de que SpaceX consolide un cuasi-monopolio se cierne como una sombra sobre su cabeza.
Mientras Musk visita cada semana a Trump en su mansión de Mar-a-Lago, Bezos intenta achicar el agua como puede. La comparación entre SpaceX y Blue Origin es inevitable. Mientras los primeros han lanzado más de 120 misiones orbitales este año, Blue Origin aún lucha por obtener aprobación regulatoria para su cohete New Glenn, que ni siquiera ha debutado. Bezos asegura que están cerca, pero en esta carrera, van muy por detrás.
Pocos días antes de las elecciones, el fundador de Amazon estuvo tratando de suavizar su discurso hacia Trump, incluso cancelando apoyos políticos a la demócrata Kamala Harris que podrían interpretarse como hostiles. Pero el camino para reconciliarse con el expresidente es cuesta arriba. Trump no ha ocultado su desprecio hacia Bezos, a quien ha atacado públicamente por temas que van desde el pago de impuestos de Amazon hasta la línea de su periódico, The Washington Post.
En una entrevista celebrada pocas horas después de la nominación de Isaacman, Bezos intentaba restar importancia a cualquier preocupación de que Musk pudiera usar la estrecha relación actual que tiene con el presidente para darle a SpaceX una ventaja sobre la competencia: "Tomo al pie de la letra lo que ha dicho, que es que no va a usar su poder político para beneficiar a sus propias compañías o para perjudicar a sus rivales. Puede que me equivoque, pero no lo creo", decía sobre Musk.
Incluso dice apoyar el nuevo “Departamento de Eficiencia Gubernamental”, que estudiará formas de reducir el gasto federal y recortar las regulaciones. “He tenido mucho éxito en la vida al no ser cínico. Muy pocas veces se han aprovechado de mí como resultado. ¿Por qué ser cínicos al respecto? Vamos a analizarlo con la esperanza de que las declaraciones que se han hecho sean correctas, que esto se hará de manera transparente y en interés público, y si eso resulta ser ingenuo, entonces ya lo veremos”, señalaba.
Boeing, el otro gigante aeroespacial, tampoco está a resguardo del chaparrón, y además no atraviesa su mejor momento. Su cápsula Starliner, desarrollada para la NASA, ha tenido problemas técnicos que dejaron a sus astronautas varados en la Estación Espacial Internacional. Realizarán el viaje a casa con SpaceX en febrero, después de más de ocho meses en órbita. Su misión debería haber durado ocho días. Eso no solo ha mermado su reputación, sino los posibles acuerdos con el gobierno.
Además, Boeing enfrenta otra serie de problemas graves. Una huelga de siete semanas en sus plantas de ensamblaje le ha costado miles de millones de dólares, mientras que los problemas de fabricación en su división de aviones comerciales han minado la confianza de clientes y reguladores. Por otro lado, las pérdidas en su división de Defensa han golpeado duramente a la compañía. Y próximamente, con un Trump proteccionista en la Casa Blanca, las políticas arancelarias también podrían complicar su modelo de negocio globalizado. No sale el sol para quien en el pasado no estuviera en el paraguas del republicano.
Los zarcillos de Elon Musk ya han empezado a extenderse en la política estadounidense. Donald Trump ha elegido para dirigir la NASA a Jared Isaacman, el director ejecutivo de la empresa de procesamiento de pagos Shift4 Payments, y un estrecho colaborador de Musk. Pasa de ser cliente privado del hombre más rico del mundo a serlo desde el sector público, en un momento en el que SpaceX tiene multimillonarios contratos con la agencia y su CEO se ha convertido en el first buddy de la nueva administración Trump. Se espera que esto suponga una privatización de la carrera espacial, con un claro ganador y otros dos perdedores.
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