El color de tus vaqueros explica el gran problema del gigante Shein (y la moda rápida)
Para que la ropa que llevas sea de un color determinado, se utiliza un sinfín de tintes tóxicos e ingentes cantidades de agua. Detrás de este despilfarro contaminante están las grandes cadenas de moda rápida
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Si hubieras nacido hace 2.000 años, tu ropa sería muy diferente a la que se muestra hoy en los catálogos de Primark o Shein. Ni siquiera los colores tendrían algo que ver. Para lucir un bonito rojo, se hubiera necesitado aniquilar a unos 70.000 insectos para hacer medio kilo de colorante, suficiente para teñir 13 suéteres de lana. ¿Una túnica de color púrpura? Otros miles de caracoles. Y para conseguir un azul parecido al de tus jeans favoritos se necesitaría un buen puñado de plantas de índigo, con las que se crea un tinte natural utilizado históricamente en todo el mundo.
Hoy en día, afortunadamente, no hace falta acabar con miles de insectos, pero para que el denim (el material con el que se fabrican tus vaqueros y que marcas como Levi’s han popularizado hasta la obsesión) consiga su famoso tono azulado, los fabricantes utilizan productos químicos tóxicos, así como ingentes cantidades de agua. Y uno de los fenómenos que está agravando esta problemática es el boom de la moda rápida.
"Han pasado 26.000 años desde que los humanos comenzaron a teñir su ropa. Tus antepasados revolvían un burbujeante tanque de tinte… mientras los mamuts lanudos y los felinos dientes de sable vagaban por la Tierra", explicaba la diseñadora textil Lauren MacDonald, en su libro En busca del color. De hecho, en 2009, los científicos encontraron fibras de lino teñido de 34.000 años de antigüedad en una cueva en las montañas del Cáucaso, en Georgia.
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Con el tiempo, alrededor del siglo XIX, los lentos y difíciles procesos de teñido natural simplemente ya no podían seguir el ritmo de la producción. Además, los tintes naturales no siempre lograban la durabilidad deseada y se empezaron a sintetizar con productos químicos, lo que también abarataba los costes. Hoy en día, hasta el 90% de la ropa se tiñe artificialmente. ¿El problema? Un gran agujero de sostenibilidad.
Uno de los obstáculos al que se enfrentan los fabricantes al crear ese denim azul para la chupa vaquera que te pones los fines de semana es que el índigo no se disuelve en agua, lo que garantiza que no se elimine del tejido con los lavados. Sin embargo, este hecho impide, a su vez, la disolución y aplicación directa sobre el tejido virgen. Por ello, suelen tratar el tinte con productos químicos, como el ditionito de sodio, para que se adhiera mejor al material, además de utilizar otros productos blanqueadores para aclararlo y conseguir el tono buscado. Vamos, un cóctel químico que también incluye formaldehído (un bactericida que se usa en los cosméticos), anilina (usado hacer la espuma de zapatos, neumáticos y volantes de coche), o cianuro de hidrógeno (otro líquido venenoso para fabricar plásticos).
El papel de la industria textil y la moda rápida
Los estudios que sugieren que la industria textil —y ahora el auge de la moda rápida— está contaminando las vías fluviales y son culpables del despilfarro hídrico, se amontonan. El proceso de tintado incluye decenas de enjuagues. Eso y otros tratamientos utilizados se traducen en cerca de 200 toneladas de agua por cada tonelada de ropa. Según el Parlamento Europeo, para fabricar una sola camiseta de algodón, se necesitan 2.700 litros de agua dulce, el equivalente a todo lo que bebe una persona durante dos años y medio.
Y la mayor parte de esta agua regresa a la naturaleza llena de residuos químicos y microfibras. Un informe de 2019 publicado en el European Journal of Microbiology and Immunology señala que el 90% de estos tintes siguen vertiéndose en los ríos. Eso afecta a la fertilidad del suelo, al oxígeno del agua, a la fotosíntesis de las plantas acuáticas y a los animales de la zona. Basta decir que en 2017 se encontraron perros azules en un río de Bombay cerca de una fábrica de tintado. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, la producción textil, a partir de esos procesos, es responsable de nada menos que el 20% de la contaminación mundial del agua potable. Y también libera una enorme huella de carbono, alrededor del 10% de las emisiones globales anuales.
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Quienes trabajan directamente con esos tintes o las personas que simplemente visten esas prendas se exponen a riesgos para la salud que incluyen irritación de la piel e incluso cáncer. Alden Wicker, autor del libro To Dye For: How Toxic Fashion is Making Us Sick—and How We Can Fight Back, escribía que, si bien hay una lista cada vez mayor de casos que vinculan problemas de salud con la ropa, sigue habiendo una falta de debate en comparación con otros sectores como el de la belleza. Una posible razón, explica, es que "ni los consumidores ni los profesionales saben qué sustancias químicas, o incluso cuántas, se utilizan para fabricar, procesar, teñir, y ensamblar la ropa y los accesorios".
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El auge de la moda rápida, impulsada por las redes sociales, ha sido determinante para el aumento de la producción de textiles y, por ende, de su huella. El motivo es que se enfoca en un ciclo de consumo muy rápido, caracterizado por una veloz obsolescencia de las prendas. Eso implica que se lleven a cabo procesos industriales intensivos en los que materias primas como el algodón o el poliéster se procesen en grandes volúmenes y en muchas más fábricas.
Primark, H&M, Inditex, Topshop, Mango, Uniqlo... Si antes teníamos 20 piezas en el armario de estas marcas, ahora tenemos 40 (y 60 en el caso de las mujeres). El hecho de que sus líneas de ropa estén destinadas a ser sustituidas en tan poco tiempo ha provocado que, primero, se reduzca la calidad, y, por tanto, que tengas que comprar más, y segundo, que se acumulen más residuos textiles.
El caso de Shein es uno de los que mejor ejemplifica ese problema. En julio de 2021, su aplicación se convirtió en la más descargada en las tiendas Google Play y Apple Store. Según su directora de operaciones, Molly Miao, la empresa lanza entre 700 y 1.000 artículos nuevos al día. Y cada uno de esos productos se produce en pequeñas cantidades (entre 50 y 100 piezas). Si esa pieza se viraliza, se comienza a producir en masa a mayor escala. Con esas cifras sobre la mesa, estaríamos hablando de una fabricación de, al menos, 35.000 artículos cada día.
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Esa estrategia le ha valido para pasar de ser un simple comerciante chino de ropa económica a un gigante mundial del retail. Y de ingresar 10.000 millones de dólares en ventas en 2020 a la friolera de 100.000 millones de dólares en 2022, según datos de Bloomberg. Su modelo de negocio funciona como el de Amazon: una tienda online reúne a unas 6.000 fábricas de ropa en China bajo la marca de Shein. Mientras, un algoritmo extrae datos sin parar sobre qué artículos se venden y cuáles no para impulsar la visibilidad de los populares.
Su éxito reside en cómo ha sabido aprovechar el mercado de la Generación Z mejor que cualquier otra marca. Y en cómo ha invertido millones en campañas de Google y Facebook, acuerdos publicitarios e incluso un reality show copresentado por Khloé Kardashian. El epicentro de esa estrategia de marketing confluye en el nuevo mundo de los influencers y sus vídeos #SHEINhaul, en los que youtubers o instagramers crean contenido abriendo paquetes de Shein y probándose ropa.
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Pero el resultado de esas tendencias y de la titánica producción es que la empresa deja alrededor de 6,3 millones de toneladas de dióxido de carbono al año a su paso. Su descomunal uso de poliéster produce la misma cantidad de emisiones que aproximadamente 180 centrales eléctricas de carbón, según Synthetics Anonymous 2.0. Y un gasto de agua igual de devastador (7.000 millones de metros cúbicos anuales). Además, según Greenpeace, el 15% de sus prendas contienen sustancias químicas peligrosas que superan los límites reglamentarios de la UE.
Una posible solución al problema de los tintes: tecnología
¿Qué hacemos entonces con los tintes? Eso es lo que DyeCoo, una empresa holandesa de tintes ecológicos, lleva preguntándose durante años. Ahora, han lanzado una tecnología que utiliza CO2 en lugar de agua y productos químicos adicionales para adherir los colores a la tela. En un circuito cerrado y presurizado, consiguen que el CO2 crítico tenga un alto poder disolvente, lo que permite que el tinte se disuelva y se impregne fácilmente en las fibras. Gap e Inditex, propietaria de Zara o Pull & Bear, se encuentran entre varias marcas que se han comprometido a usar esta tecnología en el futuro.
Recientemente, un estudio teorizaba sobre usar alternativas al índigo, como el indicano, un compuesto químico natural que se encuentra también en las plantas Indigofera. Este se diferencia en que es incoloro y soluble en agua, por lo que se absorbe fácilmente. "Así se pueden omitir muchos de los productos químicos agresivos", explicaba Ditte Hededam Welner, la investigadora detrás del análisis. Cuando la tela teñida se expone a la luz durante unas horas, adopta un color concreto. "No sé si a los consumidores les gustaría eso, pero, con el tiempo, al usar unos vaqueros empapados en indicano bajo la luz del sol, se volverían azules".
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La startup británica Alchemie Technology va más allá y ha creado una máquina llamada Endeavour que utiliza el mismo principio que la impresión de inyección de tinta para disparar el tinte de manera rápida y precisa sobre la tela. Los 2.800 dispensadores de la máquina disparan aproximadamente 1.200 millones de gotas por metro lineal de tejido. "Lo que estamos haciendo es registrar y colocar una gota muy pequeña de manera precisa y exacta sobre la tela. Podemos encender y apagar estas gotas, como si fueran un interruptor de luz", afirman. Aseguran que este proceso permite reducir el consumo de agua en un 95% y el de energía un 85%. La empresa quiere empezar a usar sus sistemas en el sur de Asia, donde se concentra gran parte de las fábricas del sector, en 2025.
Los gigantes como Inditex necesitarían cientos de estas máquinas trabajando juntas para satisfacer su demanda. Y el conglomerado detrás de Bershka es solo una pieza del ajedrez. Con el imperio que Shein ha creado, se requeriría repensar la industria por completo, volcar el tablero y volver a colocar las piezas, por lo que el proceso de adopción de tecnologías similares será lento y costoso al principio. Pero lo que nos jugamos de cara al futuro es mucho más grande. Y todo empieza en tus pantalones vaqueros.
Si hubieras nacido hace 2.000 años, tu ropa sería muy diferente a la que se muestra hoy en los catálogos de Primark o Shein. Ni siquiera los colores tendrían algo que ver. Para lucir un bonito rojo, se hubiera necesitado aniquilar a unos 70.000 insectos para hacer medio kilo de colorante, suficiente para teñir 13 suéteres de lana. ¿Una túnica de color púrpura? Otros miles de caracoles. Y para conseguir un azul parecido al de tus jeans favoritos se necesitaría un buen puñado de plantas de índigo, con las que se crea un tinte natural utilizado históricamente en todo el mundo.