Las tecnológicas iban a ser las más verdes, pero solo la energía más odiada las puede salvar
La IA ha desatado el consumo eléctrico de empresas como Google o Microsoft. Y el problema no va a hacer más que acrecentarse. Después de impulsar el valor de Nvidia, la IA va a dar una segunda juventud a la nuclear
Eric Schmidt, el que fuera la máxima autoridad de Google durante 10 años, lleva una temporada atizando algunos de los tótems culturales de la compañía que dirigió. El pasado mes de agosto, vino a decir que el buscador más importante del planeta se había quedado descolgado de la carrera de la IA porque había priorizado el "equilibrio" entre el trabajo y la vida personal y "no ganar". Aunque se disculpó y pidió eliminar el video de la conferencia donde hizo estas declaraciones, la crítica se viralizó.
Hace unos días, el ejecutivo, que ahora es presidente ejecutivo de la matriz Alphabet, volvió a la carga y puso en cuestión otro de los mantras que llevan abanderando en Mountain View desde hace años: la reducción de las emisiones de carbono. "Nunca vamos a alcanzar los objetivos climáticos, porque no estamos organizados para hacerlo", dijo el directivo en una conferencia sobre inteligencia artificial que se celebró en Washington.
Lo que venía a defender es que la industria debía poner toda la carne en el asador para desarrollar esta tecnología, sin importar cuán alta sea la factura eléctrica para lograrlo. "Nos podemos equivocar en el uso que le demos, pero si somos conservadores, nunca la alcanzaremos". Schmidt incluso aventuró que el sacrificio merecería la pena y que la IA ya encontrará soluciones que a la humanidad no se le ocurren para resolver los problemas del medioambiente.
Estas declaraciones, que son un verso suelto en el monolítico discurso que Silicon Valley lleva manteniendo sobre este asunto desde hace años, reflejan la enorme contradicción que se ha despertado en el seno de las multinacionales que se han lanzado a la carrera para conquistar la inteligencia artificial generativa, después del big bang provocado por ChatGPT y OpenAI. Después de años prometiendo reducir sus emisiones y gastando enormes cantidades en levantar parques eólicos y granjas solares en todo el mundo, estas intenciones han chocado frontalmente con el hecho de que la red de centros de datos que se necesita para entrenar las inteligencias artificiales son auténticos agujeros energéticos.
Aunque ahora es una realidad que más o menos es conocida, los primeros que levantaron la liebre sobre el hambre de megavatios de la IA generativa fue una decena de investigadores, entre ellos empleados de Alphabet y académicos de Berkely, que publicaron hace unos meses un estudio que estimó que las emisiones de dióxido de carbono producidas por el entrenamiento de GPT-3, un modelo de OpenAI lanzado en 2023, ascendieron a 550 toneladas. Esa cifra es la misma que generaría una persona que realice más de 2.400 viajes entre Cádiz y Bilbao.
Según los autores del trabajo, la potencia empleada suponía un consumo de casi 1.300 MWh. 1.300 MWh son 1.300.000 kWh. Teniendo en cuenta que un Tesla básico tiene 60 kWh, estaríamos hablando de que se podrían cargar casi 22.000 Teslas. Se puede colegir que en este tiempo esos guarismos no han hecho más que aumentar exponencialmente con el atropellado avance que se ha visto en la materia en los últimos años y medio. "Eso no es sostenible para alguien que no sea un gigante. Las empresas o instituciones que sean pequeñas, medianas o grandes no se lo pueden permitir", aseguraba a Teknautas Carlos Gómez-Rodríguez, catedrático de Computación Informática de la Universidad de Santiago de Compostela, cuando se conoció la investigación. Aquel informe fue el canario en la mina que empezó a levantar el debate sobre un problema, el consumo eléctrico tanto del entrenamiento como del uso de la IA generativa, que se ha multiplicado exponencialmente desde entonces, porque los modelos ahora son más, más potentes y utilizados por millones de personas.
Las multinacionales pueden invertir mucho en renovables, pero, a la hora de la verdad, no pueden controlar totalmente el nivel de contaminación de la energía que utilizan para hacer funcionar los cimientos físicos de la nube, porque, una vez volcada a la red local, es imposible distinguir la energía que proviene de fuentes sucias de la que viene de fuentes limpias.
A día de hoy, lograr ambas cosas al mismo tiempo parece más imposible que mezclar el agua y el aceite, así que muchas empresas han dejado en segundo plano sus objetivos climáticos y han priorizado el negocio y la lucha por lo que muchos creen que será la próxima gran revolución tecnológica. Por tanto, han vuelto a echar mano de combustibles fósiles para engrasar la maquinaria. Incluso pretenden recurrir a una de las fuentes energéticas que más pasiones, a favor y en contra, levanta: la nuclear.
Los gases de Google y Microsoft
Para entender cómo la irrupción de la inteligencia artificial ha cambiado las hojas de ruta en esta materia, solo hace falta fijarse en los dos grandes contendientes: Microsoft (que hace pareja de baile con OpenAI) y Google. En Redmond y en Mountain View hicieron la misma promesa de que, al finalizar la década, serían neutras en carbono. Los padres de Windows fueron un poco más allá y dijeron que, para 2050, habrían eliminado todo el carbono que hubiesen generado desde su fundación en 1975.
Esto ha acabado siendo un brindis al sol. 30 millones de toneladas de gases contaminantes. Eso es lo que volcaron estas dos compañías a la atmósfera el pasado curso. ¿Eso es mucho o poco? Pues concretamente un 30 % más que lo que se registró tres años antes, cuando el COVID obligó a medio mundo a encerrarse y teletrabajar desde casa, aumentando el consumo de contenidos y plataformas digitales. Lo curioso es que algunas de estas promesas medioambientales se formularon en esa época, y todo lo que ha sucedido ha ido en sentido contrario. Incluso cuando una compañía dice que está cerca de lograr sus metas, hay que tomar estas victorias con pinzas. Un buen caso es el de Meta, la empresa antes conocida como Facebook.
Un análisis del Financial Times encontró que, cuando el informe de sostenibilidad de la compañía de 2023 hablaba de 279 toneladas de emisiones derivadas del consumo energético de centros de datos, en realidad la cifra era de 3,9 millones.
¿Por qué bailan tanto las cifras? Por el sistema para contabilizarlas. Actualmente, se pueden comprar bonos que se otorgan cuando un molino de viento, una placa solar o una presa generan energía limpia. Estos certificados son una suerte de aval que compensa el consumo de una empresa o una persona. Lo hace Amazon, lo hace Meta y también lo hace Taylor Swift.
Hay algunas voces críticas con este sistema. El rotativo inglés lo definía, a través de algunos expertos, como ir en coche de gasolina a la oficina y pagarle a un compañero para tener el derecho a decir que has venido en transporte público o en bicicleta. El problema de este método parece residir en que, aunque esa energía limpia se ha tenido que generar en la misma región geográfica, no hace falta que esté generada ni en la misma red nacional, ni en el mismo momento ni en el mismo año. Algunos expertos critican que esto puede maquillar el impacto real, porque se podrían comprar bonos solares para supuestamente compensar la electricidad gastada por la noche en un centro de datos.
Tanto Google como Microsoft, por citar algunos de los implicados, reconocen sin ambages que esto se debe a sus inversiones derivadas de la inteligencia artificial. Se defienden diciendo que los datos podrían ser peores si no trabajasen para que sus infraestructuras sean mucho más eficientes que la media. Desde el buscador explican que uno de sus centros de datos, diseñado, construido y gestionado por ellos, es casi el doble de eficiente que un centro de datos convencional. En sus informes, piden una regulación global y una respuesta coordinada para abordar este reto, que no va a hacer más que aumentar en los próximos años. Según McKinsey, se prevé que los centros de datos consuman 35 gigavatios de energía cada 12 meses para 2030, frente a los 17 gigavatios del año pasado. Según la Agencia Internacional de la Energía, suponen hasta el 3 % de la electricidad que se consume anualmente en todo el mundo.
Segunda juventud de la nuclear
Es en este contexto donde la energía nuclear parece estar teniendo una redención. Y lo ha hecho de una manera mucho más sosegada que cuando Francia impulsó que la UE la considerase como energía verde, algo que generó un gran debate entre los estados miembros.
Microsoft es la que más titulares ha protagonizado con estas intenciones, ya que ha firmado con la compañía Constellation Energy un acuerdo que conllevará la reapertura de la central nuclear de Three Mile Island. Esta instalación lleva cerrada desde 2019, cuando tuvo que bajar la persiana por la mala situación económica de sus gestores. Sin embargo, se hizo famosa mucho antes, en 1979, por un accidente nuclear en uno de sus dos reactores. Durante cuatro décadas siguió funcionando solo con uno de ellos. Es este último el que se reabrirá. El pacto se traducirá en un gasto de 1.600 millones de dólares y conllevará restaurar las turbinas, los generadores, sistemas de control y enfriamiento. Los trabajos deberían estar listos para 2028, momento en el que será capaz de producir anualmente 835 MW de electricidad. Los de Redmond se han comprometido a adquirir absolutamente toda la producción durante 20 años.
Meta, el último gran jugador en liza, también ha abierto este melón en público. El responsable de su estrategia de IA, Yann Lecun, afirmó en la red social antes conocida como Twitter que los centros de datos dedicados a la IA se levantarán junto a lugares de producción continua de electricidad a escala de gigavatios, de bajo costo y con pocas emisiones. "En definitiva, junto a plantas nucleares".
Eso es lo que ha hecho precisamente Amazon Web Services, la división de servicios en la nube del gigante del comercio electrónico y su negocio más rentable. La firma pagó a Talen Energy 650 millones de dólares para quedarse con un centro de datos alimentado directamente por una enorme central en Pensilvania.
A día de hoy, la instalación tiene una potencia de 48 MW. La firma dirigida por Andy Jassy planea multiplicarla hasta los 960 MW en los próximos años, creando uno de sus hubs más importantes a nivel mundial. El último en sumarse a esta tendencia fue Sundar Pichai, CEO de Google, durante una gira por Japón. En una entrevista con Nikkei, aseguró estar "evaluando tecnologías como pequeños reactores modulares" para alimentar sus centros de datos y poder cumplir sus promesas corporativas. El directivo también puntualizó que están escrutando otras inversiones, como en energía solar. En los mentideros especializados ya se especula con que, teniendo en cuenta el cambio de sensibilidad de algunos gobiernos hacia la energía nuclear y el interés y el alto precio que están dispuestas a pagar las tecnológicas, todo esto se acabe traduciendo en una ola de inversiones en infraestructura nuclear por parte de fondos financieros. Después de hacer despegar a Nvidia, parece que la IA va a levantar la mala reputación que históricamente ha arrastrado en ciertos sectores la energía nuclear.
Eric Schmidt, el que fuera la máxima autoridad de Google durante 10 años, lleva una temporada atizando algunos de los tótems culturales de la compañía que dirigió. El pasado mes de agosto, vino a decir que el buscador más importante del planeta se había quedado descolgado de la carrera de la IA porque había priorizado el "equilibrio" entre el trabajo y la vida personal y "no ganar". Aunque se disculpó y pidió eliminar el video de la conferencia donde hizo estas declaraciones, la crítica se viralizó.
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