Petrodólares y 'chips': el 'invitado sorpresa' que va a decidir la nueva guerra tecnológica
Las empresas de IA se enfrentan a un enorme problema: necesitan muchos millones y energía para ser viables. A Arabia Saudí le sobran ambas cosas y se va a convertir en el juez de la batalla tecnológica entre EEUU y China
"Sus altezas, sus excelencias, damas y caballeros, por favor, levántense para escuchar el himno nacional". Más de 1.000 personas se ponen en pie al unísono mientras arranca la música y la bandera de Arabia Saudí se despliega en una gigantesca pantalla LED de 30 metros de largo. El momento no resultaría chocante si nos encontrásemos en una competición deportiva, pero estamos en la mayor conferencia sobre inteligencia artificial del país celebrada esta semana en la capital saudí, Riad. Aquí la tecnología no es solo un negocio, es un asunto de Estado.
El evento, llamado Gain Summit, cuenta con el "patrocinio" y el sello personal del príncipe heredero Mohamed bin Salmán, conocido como MBS. "Hasta el último momento hemos estado en vilo, no sabíamos si iba a venir o no…", nos confiesa nervioso uno de los organizadores. Hace ocho años, Bin Salmán presentó Vision 2030, la hoja de ruta para diversificar la economía saudí más allá del petróleo. Hoy el 'oro negro' es casi tabú. "Los datos son el nuevo petróleo", reza una pegatina que regalan al entrar. La IA se ha convertido en la gran obsesión del país, inmerso en inversiones mil millonarias y una apuesta de futuro que a veces se confunde con la ciencia-ficción.
Bin Salmán al final no hizo acto de presencia, pero sí su visión de lo que viene. En el auditorio principal del Centro Internacional de Conferencias Rey Abdulaziz, bajo cúpulas islámicas y lujosas lámparas de araña, una voz en off narra el advenimiento de la IA. De la oscuridad saltan guerreros con hoces luminosas, láseres sobrevuelan las cabezas y retumba una música épica al más puro estilo Christopher Nolan. Es la era de la Superinteligencia Artificial, dice la voz. La humanidad ha sido superada por las máquinas, pero logramos forjar una "alianza sin precedentes con la IA para trabajar juntos hacia la gloria y la felicidad". Un niño del futuro termina aupado por los aires cantando el Imagine de John Lennon. "Es el último lugar del mundo en el que esperaría escuchar esta canción…", susurra con sorna un británico en la butaca de al lado.
Estamos en el arranque de un congreso que ha reunido durante tres días a más de 20.000 asistentes, entre ellos, mandamases de casi todas las big tech estadounidenses, pero también gigantes chinos como Huawei y Alibaba, ingenieros y científicos de medio mundo y miles de directivos saudíes, incluidos varios ministros y hombres de confianza del príncipe Bin Salmán. A Arabia Saudí le sobran ahora mismo dos de los elementos clave que la industria de la IA necesita desesperadamente: dinero y energía. Son las dos razones por las que todos los 'capos' tecnológicos quieren estar aquí.
Jonathan Ross es uno de ellos. Su trayectoria es un buen ejemplo de lo que se está cociendo en Oriente Medio. Este ingeniero de Google dejó su puesto en 2016 para montar la startup Groq, con la que ahora amenaza al imperio de Nvidia. Ross ha diseñado un tipo de procesador que asegura ser el más rápido del mundo. Crear un gran modelo de lenguaje, como GPT o LLaMA (de Meta), requiere primero entrenarlo y luego producir los resultados. Para esta última fase, llamada inferencia, se necesitan unos chips especializados como los que fabrica Groq y otro de sus competidores, la startup estadounidense Cerebras. El 40 % de los ingresos de Nvidia proviene de vender este tipo de procesadores, por lo que Ross se ha colado ya en la selecta lista de personas capaces de plantarle cara a Nvidia.
Para conseguirlo, Groq necesita acceso a enormes centros de datos con cada vez mayor poder de computación. Y eso requiere a su vez miles de millones de dólares de inversión. Es el gran problema al que se enfrentan todos, desde OpenAI y Microsoft, pasando por Google, Amazon o Apple. El consumo energético de los centros de datos de IA es prohibitivamente caro y casi nadie puede permitirse semejante desembolso. Arabia Saudí es la excepción.
"Tenemos una demanda brutal, más de 440.000 desarrolladores. Somos el segundo fabricante de chips de AI, solo detrás de Nvidia y… ¡Nos venimos a Arabia Saudí!", anunció entre aplausos Ross esta semana. Groq ha firmado un acuerdo con la unidad digital de la petrolera estatal saudí Aramco, la mayor del mundo en producción diaria. Además de abrir una sede en el país este año, asegura que dejará de depender de los centros de datos en EEUU para pasar a usar servidores ubicados en el Reino Saudí, con los que cubrirá el 30 % de su consumo energético. Todos ganan. Arabia se apunta un tanto logrando atraer a una de las startups más calientes del momento, y Groq puede seguir creciendo como la espuma mientras otros se estancan por no poder pagar los servidores. La estrategia ha disparado su valoración a casi los 3.000 millones de dólares.
"¿Por qué escoger este país? Le sobran recursos energéticos, tiene el clima de negocio adecuado, visión y ambición"
"¿Por qué escoger este país? Le sobra recursos energéticos, tiene el clima de negocio adecuado, visión y ambición. Este es el lugar desde el que abastecer la demanda de computación de medio planeta", sentenció Ross. Minutos después, empresarios saudíes le rodeaban para hacerse selfies con él. Él señalaba sonriente el pin de su solapa: Vision 2030. Un truco infalible para meterse en el bolsillo a sus nuevos socios.
Adiós al cheque en blanco de 'petrodólares'
Acuerdos como el de Groq y Aramco son justo lo que persigue Arabia Saudí para convertirse en potencia mundial tecnológica. Durante los últimos años, el país había optado por regar con millones a startups de Silicon Valley a través de fondos de terceros. Su mayor apuesta fueron los 90.000 millones de dólares que aportó al Vision Fund de la japonesa Softbank. Eso le hizo entrar en las tecnológicas más codiciadas del momento, desde Uber a Wework. La cosa salió regular.
Muchas de esas empresas se fueron a pique, como la propia WeWork o la firma de robótica Zume; otras no acaban de despegar, como la empresa de coches autónomos Cruise. Sin embargo, el problema era otro de mayor calado: en lugar de crear una industria local, los petrodólares estaban ayudando a engordar empresas extranjeras, sobre todo de EEUU. Eso se ha terminado.
"Nuestro objetivo es ser una de las potencias mundiales en IA en 2030. Por eso, ahora nos centramos en construir nuestra propia infraestructura tecnológica, en atraer el talento, tener la capacidad para crecer… Estamos invirtiendo en muchísimos frentes", explica a El Confidencial Abdulrahman Tariq Habib, jefe de estrategia de SDAIA, la Autoridad Saudí de Datos e Inteligencia Artificial, la agencia gubernamental encargada de impulsar la inversión estatal en IA y la digitalización de todos los servicios públicos. Su presupuesto anual roza los 900 millones.
El fondo soberano PIF (Public Investment Fund), uno de los mayores del planeta, ha creado además tres conglomerados para impulsar la IA en el sector privado, con un presupuesto de 140.000 millones de dólares (el PIF maneja activos por un valor total de 900.000 millones). Las cifras son siderales en comparación con las de otros países. Reino Unido anunció el año pasado una inversión de 350 millones en IA; la Unión Europea 4.400 millones hasta 2030; España 2.100 millones (el 70 % proveniente de Europa).
Las condiciones para acceder al dinero saudí, sin embargo, han cambiado radicalmente. El Reino ahora exige a las empresas establecer oficinas en el país e ir aumentando poco a poco su presencia y compromiso. La idea es pasar de mero financiador a exportador mundial de tecnología. Y para ello, además de dinero, necesitan otro componente clave: que los mejores ingenieros y científicos del mundo quieran irse a vivir a su país. Eso ya no es tan sencillo.
Un MIT en mitad del desierto
"Si te digo la verdad, mi idea era quedarme un año, pero mira, aquí estoy una década después", explica Manus Ward riéndose a la vez que encoge los hombros. Afuera son las 10:00 de la mañana y el termómetro ya marca 41 °C. "La mayoría de la gente viene uno o dos años. A partir de ahí, o lo odias, o te quedas".
Este neurocientífico irlandés probó suerte y acabó seducido por el mayor centro de investigación de ciencia y tecnología del país, la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdullah (Kaust, en sus siglas en inglés). Se trata de una especie de MIT en mitad del desierto que, en solo 15 años, se ha hecho un hueco entre los centros de investigación más prestigiosos a nivel mundial (puedes ver debajo las imágenes del campus).
"Es una utopía científica", resume Bernard Ghanem, jefe del departamento de IA generativa de la Kaust, que presume de tener 24 facultades, 1.700 estudiantes de máster y más de 1.000 postdoctorados. "Yo he sido investigador en EEUU y en Singapur, y en ningún sitio he encontrado la libertad que tenemos aquí. En otros lugares tienes mil obligaciones que atender. Aquí te levantas por la mañana y solo piensas en tu proyecto científico o en cómo vas a titular tu próximo paper", explica Ghanem a El Confidencial.
La Kaust, con sede en la ciudad costera de Thuwal, al norte de Yeda, es otro de los megaproyectos de Arabia Saudí para huir del petróleo y abrazar la ciencia y la tecnología. Su plantel se ha ido cuajando poco a poco de científicos internacionales. El alemán Jürgen Schmidhuber, eminencia europea en investigación en IA, o el ecólogo marino español Carlos M. Duarte, referente en ciencias marinas y que abandonó el CSIC por la Kaust, son solo algunos de los nombres más destacados.
El dinero es un factor fundamental para lograr estos fichajes, tal vez el decisivo. El sueldo de un profesor asociado en la Kaust puede subir hasta los 150.000 dólares anuales, y la cifra se dispara para profesores distinguidos y catedráticos. Pero cada vez influye más la posibilidad de trabajar en ambiciosos proyectos científicos y tecnológicos, como el supercomputador Shaheen III, entre los 20 más potentes del mundo, y del que en breve se estrenará la siguiente versión, o la creación de ALLaM, el primer gran modelo de lenguaje (LLM) en árabe para cuyo desarrollo se ha firmado un contrato millonario con IBM.
"Arabia Saudí está en un momento interesante. Parece que de verdad está logrando atraer talento, pero no va a ser tan fácil. Cuando construyes todo esto partiendo de una base tan baja, es mucho más complejo que las cosas salgan bien", explica en conversación con este diario Nick Jennings, ex científico jefe en el gobierno de Reino Unido en asuntos de Seguridad Nacional y ahora unos de los miembros del comité asesor de la SDAIA en materia de inteligencia artificial. "No puedo hablar mucho de eso. Somos 10 personas, pero la lista no es pública", señala Jennings. ¿Hay asesores de EEUU? "Uno. Yo soy el único europeo". ¿Y de China? "No. Pero prefiero no comentar más. Es un asunto… delicado".
Juez y parte en la guerra tecnológica EEUU-China
Prosperar en Arabia Saudí obliga a aceptar otra de sus reglas no escritas: hablar de política o derechos humanos no está bien visto. La Kaust, de hecho, se ha visto envuelta en alguna polémica. Una parte relevante de sus científicos en plantilla son chinos. Eso ha despertado suspicacias en EEUU.
En 2020, este país vetó a estudiantes y profesores chinos con lazos con universidades relacionadas con organismos militares. Varios países, como Japón, les acogieron con los brazos abiertos. Según documentos analizados por The New York Times, la posible conexión de estos científicos con el gobierno de Pekín preocupa al otro lado del charco. En el caso de Arabia Saudí, Washington teme que China pueda estar intentando usar su tecnología (como el superordenador Shaheen III o los chips avanzados que compra a Nvidia, vetados a China), para saltarse las restricciones impuestas por EEUU.
¿Hay asesores de EEUU? "Uno. Yo soy el único europeo". ¿Y de China? "No. Pero prefiero no comentar más. Es un asunto... delicado"
Sobre este asunto, y tras la publicación de este artículo, un portavoz de la Kaust señala a El Confidencial que el centro "ha sido clasificado como la mejor universidad árabe por Times Higher Education y es sede de 18 de los investigadores más citados del mundo en su campo en 2023. Kaust es mundialmente reconocida por su excelencia en la investigación y tiene una sólida cultura de ética y cumplimiento normativo. Estamos plenamente comprometidos con el cumplimiento de todas las leyes y reglamentos aplicables, incluidos los reglamentos de control comercial de Estados Unidos y las condiciones de las licencias de exportación aplicables a nuestros superordenadores de origen estadounidense."
La relación entre Arabia Saudí y China va mucho más allá del frente académico. Huawei, en la lista negra de EEUU y Europa en despliegues "críticos" de 5G, es el proveedor de gran parte del equipamiento de telecomunicaciones del país. Otros grandes conglomerados chinos, como Alibaba, se han extendido rápidamente por el Reino. Y este, a su vez, busca beneficiarse de la tecnología de su aliado en sectores como la automoción. Tanto EEUU como China necesitan el dinero y los recursos energéticos de Arabia, pero ninguno de los dos quiere compartirlos. El Reino saudí se han convertido así en juez y parte, en el invitado sorpresa capaz de decidir quién gana la guerra por la IA: ¿EEUU o China?
Oficialmente, el Gobierno saudí asegura que es totalmente neutral en esta contienda. "Las sanciones de EEUU o los retos geopolíticos en realidad nos ayudan, la competencia entre EEUU y China creo que es buena. Pero nosotros no nos centramos solo en una parte, trabajamos con ambas. Tenemos muchos programas de colaboración con ambas potencias. Somos neutrales", señala Abdulrahman Tariq Habib, de la SDAIA. Está por ver cuánto tiempo podrán mantener esa neutralidad. Su país vecino, Emiratos Árabes Unidos, rival de Arabia Saudí en la carrera tecnológica, ya se ha visto forzado a escoger.
El pasado abril, Microsoft anunció una inversión de 1.500 millones de dólares en la firma de IA emiratí G42, conocida por mantener alianzas con empresas chinas y contar con empleados cercanos al gobierno de Pekín. A cambio de la inversión y de dejarles usar su plataforma Azure, G42 dio su brazo a torcer y acordó cortar cualquier relación con empresas China, en una negociación en la que incluso intervino de manera oficial el departamento de comercio de EEUU.
China no es el único asunto que preocupa de puertas hacia fuera sobre el ascenso de Arabia Saudí a la cima tecnológica. Hay otro frente aún más delicado: ¿se puede confiar en el uso que haga de la IA un país que prohíbe la homosexualidad y al que acusan de no respetar la libertad de expresión, la disidencia política o la igualdad de género? Consciente de las críticas y las dudas, Arabia Saudí ha lanzado una batería de medidas para revertir la situación. Esta semana, durante la celebración del Gain Summit, el gobierno saudí firmó un memorando de entendimiento con la OECD para medir los incidentes en el uso y despliegue de IA en Oriente Medio. Y se comprometió con la Unesco para liderar el empleo ético y responsable de la IA. Son solo dos proyectos de una larga lista de iniciativas. ¿Es un mero lavado de imagen o hay algo más?
"He visto más sentido común en la conversación que he mantenido estos días con un alto cargo del gobierno saudí, que en todas las que he tenido durante años en EEUU, Reino Unido y otros países europeos. Creo que va a depender de cuánta gente pongan en el gobierno a la que de verdad, de forma sincera, le preocupe los derechos humanos", señala Lorena Puica a este diario. Nacida en Rumanía, Puica montó la startup Sydlife en Londres en 2017. Se trata de una app que tira de IA para analizar un millón de estudios científicos y recomendarte hábitos de vida saludables personalizados y basados 100 % en conclusiones científicas. "Recibí un email del Gobierno saudí invitándome a hablar en esta conferencia y no me lo pensé. Nunca había estado".
Asegura que no venía por dinero, no buscaba financiación, pero confiesa que no ha tardado ni 48 horas en recibir una oferta de inversores saudíes. "Estamos valorando qué hacer", dice riéndose. Igual que ella, cada vez más gente recala en este país, como atraídos por un imán, para comprobar si la historia de transformación que vende el gobierno es real o no. Puica reconoce que lo que ha visto hasta ahora le ha sorprendido. "Desde el mismo momento que he aterrizado, me he sentido más respetada como mujer que en muchos lugares de Europa, incluido Rumanía". Cuatro mujeres saudíes pasan en ese momento a nuestro lado cubiertas por completo con el obligado vestido negro (abaya) y el velo en el rostro. Solo dejan los ojos al descubierto. Lorena prosigue. "Es mi primera vez aquí, pero después de lo que he visto, quiero volver".
"Sus altezas, sus excelencias, damas y caballeros, por favor, levántense para escuchar el himno nacional". Más de 1.000 personas se ponen en pie al unísono mientras arranca la música y la bandera de Arabia Saudí se despliega en una gigantesca pantalla LED de 30 metros de largo. El momento no resultaría chocante si nos encontrásemos en una competición deportiva, pero estamos en la mayor conferencia sobre inteligencia artificial del país celebrada esta semana en la capital saudí, Riad. Aquí la tecnología no es solo un negocio, es un asunto de Estado.
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