Intel tiene un plan para volver a ser el rey de los microchips. Le ha llevado a su mayor crisis
La compañía despedirá a 15.000 personas y tomará otros dolorosos sacrificios. Las alternativas de los competidores, la caída de la demanda de PC o su plan para fabricar también para terceros le han llevado a este delicado momento
A finales del pasado mes de diciembre, Intel publicó una foto en la que se veía a un grupo de trabajadores delante de un camión que contenía un enorme contenedor adornado con un lazo exageradamente grande y serigrafiado por todas partes con el logo de ASML, esa empresa europea famosa por ser la única capaz de crear los equipos necesarios para producir los microchips más punteros que existen a día de hoy.
La instantánea se había tomado en la localidad de Veldhoven (Países Bajos) y venía a celebrar la entrega a la multinacional estadounidense del Twinscan EXE:5000, la máquina más potente y avanzada que jamás había creado la compañía holandesa. Los de Santa Clara la habían encargado cinco años antes, en 2018, y habían pagado por ella la friolera de 350 millones de dólares. El mamotreto, que pesa más de 180 toneladas y tiene más de 3.000 cables y conexiones, iba a cruzar el Atlántico para instalarse en una planta que se está construyendo en Oregón, a donde llegaría en marzo y se empezaría a probar en abril de cara a poder utilizarla comercialmente en algún momento de 2025. La propia compañía ha asegurado que espera tener su primer cliente externo el próximo curso.
El postureo corporativo no era baladí. La entrega de ese escáner era la primera piedra del plan maestro de Pat Gelsinger, CEO desde hace tres años, para reverdecer viejos laureles y volver a convertirse en el mayor fabricante de circuitos integrados del mundo. La hoja de ruta pasa por no fabricar únicamente sus propios productos, sino convertirse en una fundición y dar forma a las creaciones de terceros, de la misma forma que hacen TSMC o Samsung, en el caso de los chips más modernos; o Global Foundries o SMIC, en tecnologías más maduras.
Las intenciones del mandamás de Intel pasaban por competir con los primeros y ofrecer una alternativa adicional en un mercado convertido en un cuello de botella desde hace años. Cuando se habla de semiconductores modernos hay un problema que explica este constante atasco. Muchos diseñan (Qualcomm, AMD, Nvidia, Apple, Google…) pero pocos fabrican. A los primeros se les conoce como fabless y a los segundos, los menos, como foundries.
La voluntad de Intel se tradujo en un plan de expansión de miles de millones, muchos salidos de sus propias arcas, pero otros tantos salidos de los planes puestos en marcha por la UE o Estados Unidos para recuperar soberanía tecnológica tras la crisis vivida en la pandemia que afectó a todo tipo de industrias.
A la firma dirigida por Gelsinger la cortejaron países de toda Europa con el fin de llevar la superfábrica que pretendía instalar en el Viejo Continente. El premio gordo, por cierto, se lo llevó Alemania. La cuestión es que nada hacía presagiar la crisis a la que se iba a enfrentar, probablemente la peor de su historia. Una crisis que algunos inversores y analistas, como recogía hace unos días el medio especializado Watch Market, definen como “existencial”.
30.000 millones se evaporan en 24 horas
En la madrugada del pasado jueves al pasado viernes en España, la compañía presentó resultados de los últimos tres meses. En el mismo periodo, un año antes, habían conseguido un beneficio de 1.500 millones de dólares. En esta ocasión, unas pérdidas de 1.600 millones y una caída en las ventas de un 1%. Los mercados no tuvieron clemencia y las acciones se despeñaron para acabar la jornada con un 26,6% menos de valor, aunque por momentos los daños alcanzaron el 30%. Eso se tradujo en una pérdida de capitalización brutal. Si alguien hubiese querido comprar Intel de golpe y porrazo 24 horas antes, habría tenido que pagar 30.000 millones más. Si uno consulta los registros de Bloomberg, una de las fuentes de información de referencia, no encontrará una caída similar en su base de datos, que se remonta hasta 1982.
Esto, además de un severo castigo, es un recordatorio de lo difícil que tiene Intel volver a ponerse a la vanguardia de una industria que lideró en los 90 y los 2000 con puño de hierro gracias a su dominio y omnipresencia en lo que se refiere a la informática personal. Ahora tiene que intentar seguir la estela de empresas como Nvidia, Apple o Samsung, por citar algunas.
No hay un único motivo que haya llevado a la compañía a sufrir esta pájara histórica. La más fundamental tiene que ver con su negocio. Aunque el auge del teletrabajo provocado por la pandemia detuvo la sangría, lo cierto es que desde hace años la demanda de PC y portátiles está cayendo notablemente.
Cuando se empezó a cocinar la revolución de los teléfonos inteligentes, Intel miró para otro lado y prefirió seguir explotando sus menesteres tradicionales. Aquello dio alas a varias empresas como puede ser Qualcomm. Pero, sobre todo, dejó el camino despejado a ARM. Esta firma británica fue la creadora de la arquitectura homónima que se impuso a la hora de diseñar procesadores para móviles y tabletas. Su mayor virtud era que la gran eficiencia energética que ofrecían, aunque fuesen más discretos en fuerza bruta.
Rivales por todas partes
El problema para Intel no solo fue quedarse fuera de ese negocio que es la industria de los móviles, sino que de ahí surgió una nueva alternativa. Apple empezó a trabajar con los patrones de ARM en sus iPhone y sus tabletas y llegó un momento en el que alcanzó tal grado de rendimiento que se planteó utilizarlo para sus portátiles. Aquel plan resultó exitoso y en 2020 rompió el cordón umbilical que le unía a Intel y empezó a utilizar sus propios motores, diseñados con esa arquitectura.
Ahora otros, como Qualcomm, han empezado a seguir la estela y a tomar posiciones en el mercado Windows. El auge de las opciones con ARM no es el único peligro para el tradicional negociado de la compañía. Sus compatriotas de AMD, otrora un rival sin mordida, han ido ganando enteros y también han pegado un importante bocado a unas cifras de ventas que desde hace tiempo llevan rumbo descendente.
Pero el de los móviles no ha sido el único mercado que Intel ha ignorado. También está el asunto de las tarjetas gráficas. Durante mucho tiempo, estos componentes se veían como un producto de nicho, destinado principalmente al sector del videojuego o de la edición de video.
Los californianos se dedicaron a cubrir el expediente, creando productos dirigidos al mercado de gran consumo, dejando a Nvidia prácticamente en solitario dedicándose a evolucionar estos productos. La primera recompensa para esta compañía, que ha llegado a ser la más valiosa del mundo, vino de la mano de Tesla, que escogió sus componentes para desarrollar sus sistemas de conducción autónoma.
El premio gordo vino cuando los investigadores de Google que desarrollaron los ‘transformers’, una tecnología vital para la inteligencia artificial generativa, lo hicieron pensando en que corriese en una gráfica de gran potencia. Todo eso desembocó en que cuando estalló el boom de la IA hace año y medio, Intel estuviera fuera de juego. Las diferencias entre una compañía y otra son, sencillamente, abismales. Además, Nvidia ha creado un ecosistema alrededor de las GPU que incluye un software exclusivo que permite tunear las gráficas para objetivos personalizados o sistemas de red para agruparlas y que se comuniquen más rápido.
Un dato resume esta brecha. Los de Gelsinger pretenden vender este año chips Gaudi (sus chips de IA) por valor de 500 millones de dólares. Las ventas trimestrales de Nvidia ascienden a 20.000 millones.
El otro frente: la fabricación
El otro frente, que no es menor, es el de las fábricas. Antes hemos hablado de empresas que diseñan y empresas que fabrican. Intel siempre ha hecho las dos cosas, lo que en el argot especializado se conoce como IDC o empresas de ciclo completo. Lo más parecido podría ser Samsung, aunque es cierto que la factoría surcoreana también recurre a chips de otras compañías, como Qualcomm, para algunos de sus productos.
El caso es una auténtica rareza, porque la industria, en general, optó por el modelo fabless, ya que la fabricación de microprocesadores es una actividad muy compleja y sobre todo intensiva en capital. La solución más socorrida: la externalización.
Intel optó por el camino más difícil y aunque tuvo grandes hitos, lo cierto es que tuvo muchas dificultades para romper la barrera de los 10 nanómetros, lo que le supuso un importante retraso frente a algunos de sus competidores.
Gelsinger intentó solucionar esto cuando accedió al puesto de mandamás de la compañía. Separó la unidad de fabricación de la de diseño, con el fin de que se pudiese escoger el proveedor que mejor se adaptase a cada desarrollo. En ese sentido, la compañía ha derivado parte de su producción a TSMC en los últimos años.
Ahora aspira a ser como la compañía taiwanesa y que ese tipo de encargos también lleguen a sus puertas. Para ello ha movilizado una montaña de dinero: en Estados Unidos gastará 100.000 millones en el próximo lustro. En la UE, 33.000 millones. Todo con el fin de levantar nuevas fábricas o ampliar las que ya tiene. ¿El problema? Que los subsidios y préstamos ventajosos que han creado no dan para cubrir esa inversión. En su país natal, donde Washington tiene mucho interés por promocionarle debido a lo estratégica que resulta, las ayudas públicas en sus distintas formas apenas cubren 1 de cada 5 dólares. Esto está obligando a la compañía a buscar financiación en otros puntos, con condiciones menos ventajosas. Teniendo en cuenta las malas perspectivas de negocio, Intel está sufriendo una tormenta perfecta que puede tardar mucho en escampar.
A finales del pasado mes de diciembre, Intel publicó una foto en la que se veía a un grupo de trabajadores delante de un camión que contenía un enorme contenedor adornado con un lazo exageradamente grande y serigrafiado por todas partes con el logo de ASML, esa empresa europea famosa por ser la única capaz de crear los equipos necesarios para producir los microchips más punteros que existen a día de hoy.
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