Las circunstancias parecen haber enterrado, al menos en parte, esta filosofía. Ya en pleno azote del covid, la compañía se vio obligada a mejorar las condiciones salariales en todo el mundo para afrontar el boom del comercio online, disuadiendo así a los trabajadores de irse a la competencia. La guerra por el talento tecnológico se había convertido, en su caso, en la guerra por la mano de obra.
Los beneficios extraordinarios sostuvieron ese aumento de la masa salarial y los gastos operativos. Pero la vuelta a la vieja normalidad les quitó la venda de los ojos: aquello no era sostenible. Su imperio de internet no podía seguir creciendo a base de quemar dinero para contratar y retener a miles de personas en sus puestos. El negocio logístico de la compañía nunca ha sido un vergel de enormes rentabilidades y, en caso de seguir sin cambios, el asunto podría agravarse.
Amazon vuelve a funcionar, una vez más, como canario en la mina de un problema que puede afectar a muchos más. En algunos sectores, como la industria o el transporte, ven constantes aumentos del número de vacantes que quedan sin cubrir. En EEUU, según datos oficiales, el pasado mes de agosto había más de 550.000 ofertas de empleo desiertas solo en logística. A eso hay que sumar el efecto de la Gran Dimisión, que en ese mes se cobró un máximo histórico en este sector, con 250.000 renuncias. A este lado del Atlántico, en países como Alemania, el problema lleva cocinándose poco a poco en silencio. Hace una década, solo 2 de cada cien puestos de trabajo en centros logísticos y almacenes no conseguían candidatos. Ahora, la cifra se acerca a 5 de cada 100, según los datos recogidos por Eurostat. En España los registros se mantienen contenidos, pero el miedo al efecto contagio está presente.