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¿Patrimonio o gasto insostenible? La polémica demolición de centrales térmicas
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RECLAMAN EVALUAR CADA CASO

¿Patrimonio o gasto insostenible? La polémica demolición de centrales térmicas

Con la desaparición del carbón, gigantes torres y chimeneas desaparecen del paisaje. Expertos en patrimonio industrial estudian si merece la pena conservarlas y darles un uso

Foto: Central de As Pontes. (EFE/Kiko Delgado)
Central de As Pontes. (EFE/Kiko Delgado)
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En Galicia hay una construcción más alta que la torre Eifel. Sus 356 metros dejan atrás al emblemático monumento parisino (300) y superan ampliamente a las Cuatro Torres de Madrid (entre los 249 y los 224). A pesar de sus dimensiones, no es muy conocida porque una instalación industrial, en principio, no tiene 'glamour' ni atractivo turístico. Es la chimenea de la central térmica de As Pontes (A Coruña), que funciona con carbón, la fuente de energía más contaminante. En los últimos días, estas instalaciones han estado de actualidad porque Endesa y el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico se plantean posponer su cierre debido a la crisis de suministro del gas ruso.

Teniendo en cuenta cuál ha sido el final de otras centrales térmicas españolas, su destino no podía ser otro que la demolición. Desde 2011, se han cerrado en España 16 de estas instalaciones dependientes del carbón, pero la mayoría, en los dos últimos años. As Pontes no iba a ser una excepción: a estas alturas ya debería estar sentenciada, pero desde que en 2019 se decidió el desmantelamiento, ha vuelto a quemar carbón para volcar energía a la red en situaciones de gran demanda energética, como el temporal Filomena, a comienzos del año pasado. La posible reactivación ha provocado el estupor y la indignación de los vecinos, que han visto desaparecer sin remedio industrias similares en otras comarcas muy recientemente. En poco más de dos meses se han dinamitado las dos torres de refrigeración de La Robla (León), la chimenea de Velilla del Río Carrión (Palencia) o las tres torres de Andorra (Teruel).

Foto: Foto: iStock.

Las empresas están obligadas a hacerse cargo de los procesos de desmantelamiento, pero precisamente As Pontes parecía transitar por un camino distinto. La Xunta de Galicia inició un procedimiento para declarar bien de interés cultural (BIC) esta central térmica y, en particular, para proteger su chimenea en un movimiento que también ha sido muy polémico. Por una parte, algunos se preguntan si mantener esta infraestructura implica renunciar a otros proyectos industriales. Por otra, hay expertos que se llevan las manos a la cabeza pensando en el coste que puede suponer tratar de conservarla en buenas condiciones: podrían ser cientos de miles de euros al año. La Junta de Castilla y León también se había planteado salvar la central de Velilla, pero la propia alcaldesa de la localidad palentina rechazó esta posibilidad, ya que estimaba un coste de 60.000 euros al año para una estructura, en su opinión, sin atractivo turístico ni posibilidad de convertirse en museo. ¿Quién tiene razón? ¿Merece la pena salvar estas centrales, convertidas en monstruos de hormigón sin actividad?

Expertos en patrimonio industrial llevan tiempo estudiando esta cuestión. De hecho, la revista científica 'Heritage Science' publicó hace poco un minucioso estudio que propone un modelo para tomar decisiones sobre la conservación de este tipo de construcciones y que justo se centra en el caso de As Pontes. “Cuando una actividad industrial se acaba, no les damos valor a las instalaciones; y cuando se pierden, se pierden para siempre. En vez de destruir tan rápido, vamos a pensar mejor qué hacemos con este patrimonio”, comenta en declaraciones a Teknautas uno de los autores de este trabajo, Ángel Martín Rodríguez, profesor del Área de Ingeniería de la Construcción de la Universidad de Oviedo.

placeholder As Pontes. (Reuters)
As Pontes. (Reuters)

El artículo explica una nueva metodología que agrupa diversos criterios junto con la opinión de expertos en áreas muy diferentes. La idea es tener en cuenta las complejas interacciones entre los restos de la actividad industrial que se ha desarrollado en las últimas décadas con la sociedad, la cultura y la naturaleza. Aplicado a la central de As Pontes, la conclusión es que se deberían preservar las torres de enfriamiento, las calderas, la chimenea y la sala de turbinas debido a la relevancia de estos elementos por motivos técnicos, históricos y socioculturales. “La tecnología representativa de finales del siglo XX que tienen las centrales térmicas es muy interesante y, en el aspecto de conservación del patrimonio, creemos que es muy importante mantenerla”, afirma el experto. “Destruirlas todas en esta época de transición es una barbaridad, pensamos que debería conservarse al menos alguna y darle un uso”, añade.

Sin embargo, es evidente que la cuestión económica tiene un peso decisivo. “El gasto depende de los elementos que quieras conservar. Por ejemplo, la sala de turbinas podría permanecer casi tal cual, mantenerla no debería suponer un gran coste”, asegura. En cambio, una chimenea de más de 300 metros de altura requiere una importante inversión. La de As Pontes no es un caso único: una vez derribadas las torres de refrigeración de la central turolense de Andorra, aún sigue en pie (en principio hasta 2023) una chimenea que casi iguala a la gallega, con sus 343 metros. Allí también se ha desatado la polémica por esta cuestión. Teruel Existe, el partido más votado en la provincia en las últimas elecciones generales, defiende su permanencia. “Con esa altura, es necesario hacer estudios y comprobar anualmente el estado en que se encuentra”, explica Ángel Martín Rodríguez.

La reutilización, imprescindible

Así que la cuestión clave es encontrarle un uso alternativo. En sí misma, la construcción puede convertirse en un icono, pero además, si un ascensor sube hasta arriba, tendremos unas vistas panorámicas espectaculares. Con las torres de refrigeración sucede algo parecido: “Impactan mucho en el paisaje y se les puede encontrar alguna utilidad para el entorno, por ejemplo, espacios culturales”, propone. Concebidas para eliminar el calor mediante la evaporación de agua, también podrían albergar actividades de verano.

Un ejemplo de renovación tras una actividad industrial está, precisamente, en As Pontes, que cuenta con el lago artificial más grande de Europa gracias a los trabajos de regeneración de una mina a cielo abierto que surtía de carbón a la propia central. “Era un carbón que tenía mucho azufre y se dejó de explotar, pero ahora es un lugar apto para el baño”, destaca el profesor de la Universidad de Oviedo. Endesa rellenó el hueco de la mina con aguas del río Eume tras una obra que finalizó en 2012 y en la actualidad, con sus cinco kilómetros de largo y más de 200 metros de profundidad, se ha convertido en una zona recreativa en la que se practican numerosos deportes náuticos.

Los expertos en patrimonio abogan por estudiar cada caso, pero si se opta por conservar, es imprescindible encontrar un nuevo uso en función de los intereses de la zona en que se ubica. “Una central puede ser un elemento dinamizador del entorno, especialmente cuando pensamos en un lugar muy despoblado, como Teruel”, afirma Ángel Martín Rodríguez. En cualquier caso, “si no tenemos una utilidad, no tenemos patrimonio, eso está muy claro”, destaca.

placeholder Voladura de las torres de La Robla, en León. (EFE)
Voladura de las torres de La Robla, en León. (EFE)

Tampoco tiene sentido conservar únicamente una fachada y eliminar por completo los elementos característicos de un edificio dándole una utilidad completamente ajena a lo que fue, algo bastante habitual. En ese sentido, “las antiguas máquinas aportan mucho, aunque solo quede una, ya marca la diferencia”. Por ejemplo, mantener una sala de turbinas supone “conservar tecnología del siglo XX que muestra cómo eran muchos campos de la industria”. No obstante, para que tenga un verdadero valor cultural, estemos o no en un museo, es necesario explicar de algún modo el proceso productivo. “Cogemos el carbón, lo quemamos, obtenemos vapor, este pasa por la turbina para producir una energía mecánica que después transformamos en energía eléctrica gracias a un generador y, finalmente, se distribuye”, relata el experto, “todos esos pasos tienen que quedar reflejados para que dentro de 200 años comprendan cómo era el proceso de generación de energía eléctrica de finales del siglo XX”.

¿Valoramos el patrimonio industrial?

Esa valoración del patrimonio industrial todavía suena a chino en muchos lugares de España, pero en países con una tradición industrial más asentada hace tiempo que han tenido lugar este tipo de transformaciones. La cuenca minera del Ruhr, en Alemania, abandonó su pasado industrial para apostar por importantes proyectos arquitectónicos y artísticos, y ser un referente cultural. Minas, naves industriales, centrales y todo tipo de artefactos han sido reconvertidos hacia el turismo o el deporte. “Aquí se empieza a valorar, en Asturias hemos sido pioneros”, afirma el experto. Entre otras cosas, gracias a la labor de Incuna (Industria, Cultura, Naturaleza), una asociación para el estudio de la arqueología industrial y el patrimonio cultural y natural que se puso en marcha en 1999 y lleva más de dos décadas organizando jornadas internacionales sobre patrimonio industrial. Quizás es más difícil de entender donde destacan otros atractivos, como el sol y un gran patrimonio histórico, pero “a muchos nos gusta ir a ver una antigua fábrica y ver cómo hacían cerveza a finales del siglo XIX, con sus máquinas de vapor y sus carros”.

Foto: El profesor Mohsen Assadi (i) con su equipo. (UiS)

El problema es que casi nadie es capaz de identificar ese patrimonio nada más echar el cierre. “Imaginemos un taller de 1850. Si lo tuviéramos intacto hoy en día, sería una maravilla, porque cuando pasan muchos años todo el mundo entiende perfectamente su valor. Sin embargo, desde que una actividad industrial deja de ser útil o rentable hasta que se ve como patrimonio pasan muchos años, en los que se pierden muchas cosas”, lamenta.

Con las centrales térmicas estamos justo en ese punto y, de hecho, calcular su valor es muy complejo, porque es intangible. “Son sentimientos que tiene la sociedad hacia algo, y si no es capaz de reflejarlos a través de los políticos, desaparecerán”, porque en realidad “lo más fácil es destruir la central para no tener problemas”. Una vez que dejan de ser rentables y se opta por cerrar, las empresas realizan un informe con el plan de demolición, garantizando unos requisitos medioambientales. La dinamita acaba con décadas de trabajo y de historia y cambia de nuevo el paisaje en solo unos segundos.

En cambio, desarrollar un proyecto de conservación y reutilización es todo un desafío. “Una instalación industrial no puede tener visitas de turistas, es necesario gestionar el paso de esa propiedad a manos de una fundación, por ejemplo, y ver cómo se podría explotar”, señala el experto. El proceso es complicado y alguna Administración debe asumir los costes de mantenimiento y decidir qué nuevos usos podría darle. Así que la destrucción es el camino más corto (y quizás el más lógico) en la mayoría de los casos. Sin embargo, los expertos y los defensores del patrimonio industrial aspiran a que al menos un proyecto de conservación salga adelante y por eso reclaman un pequeño esfuerzo: "Seguro que las generaciones futuras nos lo van a agradecer”.

En Galicia hay una construcción más alta que la torre Eifel. Sus 356 metros dejan atrás al emblemático monumento parisino (300) y superan ampliamente a las Cuatro Torres de Madrid (entre los 249 y los 224). A pesar de sus dimensiones, no es muy conocida porque una instalación industrial, en principio, no tiene 'glamour' ni atractivo turístico. Es la chimenea de la central térmica de As Pontes (A Coruña), que funciona con carbón, la fuente de energía más contaminante. En los últimos días, estas instalaciones han estado de actualidad porque Endesa y el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico se plantean posponer su cierre debido a la crisis de suministro del gas ruso.

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