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Ese cuerpo perfecto que ves en Instagram no es real: el postureo tóxico que inunda tu móvil
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¿Es hora de regular Instagram?

Ese cuerpo perfecto que ves en Instagram no es real: el postureo tóxico que inunda tu móvil

La imagen que los 'influencers' proyectan en las redes sociales puede influir en la autoimagen de sus seguidores, hasta el punto de crear trastornos psicológicos

Foto: Foto: Istock.
Foto: Istock.

Abres Instagram y encuentras un despliegue de cuerpos perfectos posando en bikini, cervezas con amigos en una terraza con vistas al mar, fotos en espejos con ‘outfits’ recién salidos de la Semana de la Moda, poses forzadas imposibles de replicar, selfis de rostros sin imperfecciones y mucha gente guapa. No es ninguna sorpresa, cualquiera que haya pasado por la 'app' propiedad de Facebook se ha acostumbrado a ver esta realidad. Sin embargo, su impacto no se queda ahí, el consumo masivo de este tipo de contenido está reforzando lentamente unos cánones de belleza imposibles de alcanzar, incluso para los propios creadores que, en muchas ocasiones, recurren a filtros, trucos de posado y retoques fotográficos que luego intentan ser replicados por muchos seguidores. Ante esto, países como Noruega ya han legislado al respecto obligando a los 'influencers' a avisar de su utilización, que puede afectar a la autoestima de los usuarios y crear o empeorar ciertos trastornos de la conducta alimentaria (TCA).

Si Twitter tiene la fama de ser un lugar abierto para todo tipo de quejas, Instagram se ha ido convirtiendo en el espacio perfecto para presumir, aunque sea de cosas que son mentira (o no del todo verdad). Desde su nacimiento, allá por 2010, la red social ha ido evolucionando desde lo que fue (una 'app' de fotografía en la que solo se permitía el uso de la cámara de la plataforma y su no muy variada herramienta de edición) hasta lo que es hoy: una ventana abierta al postureo en la que sus más de 1.200 millones de usuarios comparten la comida que mejor aspecto tenga, los planes en los que parezca que más se divierten y, por supuesto, las fotos en las que mejor se vean (aunque en ellas quede más bien poco de lo que son realmente).

Foto: Foto: Reuters.

La ley aprobada por el Parlamento noruego en junio establece la obligatoriedad por parte de los ‘influencers’ del país de avisar a sus seguidores en caso de haber modificado una fotografía de su rostro o cuerpo, ya sea a través del uso de filtros o de retoques con Photoshop o derivados. Hasta el momento, solo afecta a las publicaciones comerciales, por las que el 'influencer' esté recibiendo algún tipo de beneficio, pero podría abrir puertas a futuras maniobras en este y otros países. La decisión fue tomada a raíz de la preocupación que este tipo de técnicas generaban en los usuarios de internet, contribuyendo a aumentar la presión sobre la apariencia de su cuerpo y aumentando la inseguridad y la baja autoestima, algo que no solo pasa en el país nórdico, ni mucho menos.

“Si antes el protagonista de la foto era el lugar que se visitaba, ahora lo es la persona, y detrás está el lugar o la experiencia. El foco soy yo. Se potencia el narcisismo y el egocentrismo e Instagram recoge este perfil y lo amplifica”, explica a Teknautas Sergio García Morilla, psicólogo clínico. "Además, solo publico lo que me da rédito social, lo que me da 'like', y ese es el peligro, es lo que lleva a la creación de filtros para que se me vea mejor, para que se me valore más".

El peligro de una vida perfecta

Hay que tener en cuenta dos aspectos. En primer lugar, los filtros que se utilizan, que están alejados de la realidad y afectan al tamaño de ojos y labios, al color de piel, la reducción de imperfecciones, etc. En segundo lugar, el tiempo de exposición a ellos. “Años atrás la gente se comparaba con las figuras de las revistas, a las que accedían una o dos veces por semana. Ahora, gracias a las redes sociales, podemos ver entre 50 o 100 fotos al día, a partir de las cuales nos llega una información visual tergiversada”, explica García Morilla. Además, la aparición del concepto ‘influencer’ y su obsesión, en muchos casos, por mostrar cuerpos perfectos paseándose por vidas idílicas ha dado lugar a un bombardeo masivo de este tipo de contenido que puede afectar a nuestra salud mental. "La exposición es tan fuerte y durante tanto tiempo que normalizas e incluyes en tu vida ese tipo de imágenes", añade. Según el informe realizado por We are social en 2021, la media de uso de las redes sociales es de dos horas y 25 minutos al día.

“Las personas funcionamos por comparativa, e Instagram es una red que usamos como modelo de vida, aunque sea sin querer”, comenta en conversación con este periódico la psicóloga y nutricionista Raquel López Rubio. Las imágenes que consumimos en Instagram pueden causarnos trastornos psicológicos, problemas anímicos, depresión y una mala relación con la comida que derive en un trastorno alimentario. “Los usuarios hacen cualquier cosa por parecerse a sus referentes y alcanzar ese canon de belleza que se está llevando tan al extremo”, añade López Rubio. Además, recuerda que en Instagram confluyen dos factores de riesgo de los TCA: “Las mujeres son más activas en esta red social y más de la mitad de los usuarios son menores de 34 años”. En abril de 2021, el 37% de su audiencia total tenía menos de 24 años y un 50,8% de sus usuarios eran mujeres.

“Con mis pacientes de TCA, parte de la terapia es hacer una limpieza de Instagram”, comenta López Rubio. "Analizar qué contenido te hace bien y cuál te hace daño. Son muchas las horas en las que estamos expuestos y al final se convierte en un recordatorio constante por parte de Instagram por conseguir ese modelo de belleza perfecta que nadie puede conseguir, porque está influenciado por un proceso de digitalización. Es interesante comenzar un proceso de introspección y plantearte si debes seguir a determinadas cuentas". García Morilla también advierte que el conflicto no reside en la propia red social, si no en la manera en la que el usuario se relaciona con ella. "No hay que demonizar a ninguna red social, no es internet el problema, sino su uso, mal uso o abuso. Si se usa con cabeza puede unirnos a nivel social y darnos experiencias gratificantes de conexión con los otros", explica.

Perfiles contra la "gordofobia"

Las industrias de la moda y la belleza son conscientes del potencial que tiene Instagram para vender sus productos. Por eso, explica López Rubio, "se ha convertido en un escaparate de belleza, por haber empezado a comercializar productos, a veces con campañas bastante agresivas. Ocurre que, al final, nos preocupamos mucho por el envoltorio, pero descuidamos el contenido". López Rubio recomienda tomar contacto con otro tipo de cuentas que muestren diversidad corporal. "Hay cuentas que sí que fomentan diversidad, y sí que les recomiendo seguirlas para ir poco a poco desestructurando esa idea que se tiene de la belleza".

Mara Jiménez posee uno de estos perfiles, es la responsable de @croquetamente y se define a sí misma como "superviviente de TCA y gorda sin tapujos". En sus redes crea contenido sobre trastornos alimentarios, autoestima y gordofobia. "Vi cuantísima gordofobia me rodeaba y la de años que llevaba integrada en mi vida, me di cuenta de las necesidades que tenían las personas de amarse, de verse en un espejo sin culpa ni vergüenza y ahí empezó lo que llaman 'mi activismo".

“Creo que la iniciativa de Noruega deja claro el abuso que se está haciendo de estos medios, así que me parece genial que lo legislen y que lo traigan cuanto antes a España para que nuestro trabajo, el de 'influencer', sea cada vez más transparente y honesto”, dice Mara, que añade que ella siempre avisa cuando usa un filtro. “Yo me siento más cómoda explicando que uso ese filtro con plena conciencia de que lo estoy usando, por el motivo que sea, y trato de aparecer lo máximo posible sin filtros porque precisamente de eso va mi cuenta”.

Otro ejemplo de activismo en redes sociales es el de la divulgadora Elena Rue Morge, que advierte del peligro del actual canon de belleza creado a través de las redes y alude al nivel de responsabilidad de los conocidos como ‘influencers’. “Procuro no utilizar filtros de belleza en mis 'stories', no retoco mi cuerpo en mis fotos. Intento no contribuir a agrandar esta bola de nieve, creo que tenemos que utilizar las RRSS con responsabilidad. Si tienes cierto nivel de influencia puedes tenerla para hacer bien o para hacer mal”, detalla a Teknautas. “Yo tengo claro que no quiero que ninguna chica se compare conmigo y se sienta mal, sobre todo que se compare con una versión de mí que no existe (o que no existe siempre) y que eso le haga hacerse sentirse peor consigo misma”.

"No sé en el caso de personas anónimas, pero sí en aquellas con muchos seguidores, que están mercantilizando su imagen, que están capitalizando su cuerpo, que venden productos de dieta o rutinas de ejercicio. Ellas deberían estar legalmente obligadas a decir si sus fotos han sido alteradas digitalmente", responde Elena al ser preguntada por la posibilidad de una regulación de este tipo de prácticas en nuestro país.

“Nuestra voz influye bastante, sobre todo en la juventud”, añade Marina Llorca, que empezó en redes sociales hablando de moda y belleza hasta que sintió que le faltaba algo imprescindible. Ahora usa su cuenta de Instagram como un escaparate hacia la visibilización de cuerpos no normativos. “No podemos desentendernos, y no podemos lanzar mensajes como el que lanzó en su momento Marina Yers, cuando dijo que vomitaba para depurarse. Yo tuve problemas con mi imagen corporal, veía que no me parecía al canon establecido y eso me frustraba cada vez más, mi autoestima empeoraba y entraba en un bucle del que no conseguía salir. Por eso, desde mi espacio, intento hablar de amor propio y procuro que la gente encuentre en mí esa representación que en otros sitios no encuentra”.

El activismo llevado a cabo por cuentas como las ya mencionadas puede ayudar a equilibrar la balanza entre la realidad y la ficción que impera en Instagram. Ahora bien, no es de extrañar que en poco tiempo la actividad de los conocidos como 'influencers' se controle legalmente. De hecho, la CNMC ya ha propuesto incluir su actividad en su anteproyecto de Ley General de Comunicación Audiovisual, aunque todavía se desconoce la manera en que aparecerá en ella este nuevo empleo del siglo XXI. Está por ver, por lo tanto, si en los próximos veranos el moreno de las fotos de Instagram seguirá siendo de filtro.

Abres Instagram y encuentras un despliegue de cuerpos perfectos posando en bikini, cervezas con amigos en una terraza con vistas al mar, fotos en espejos con ‘outfits’ recién salidos de la Semana de la Moda, poses forzadas imposibles de replicar, selfis de rostros sin imperfecciones y mucha gente guapa. No es ninguna sorpresa, cualquiera que haya pasado por la 'app' propiedad de Facebook se ha acostumbrado a ver esta realidad. Sin embargo, su impacto no se queda ahí, el consumo masivo de este tipo de contenido está reforzando lentamente unos cánones de belleza imposibles de alcanzar, incluso para los propios creadores que, en muchas ocasiones, recurren a filtros, trucos de posado y retoques fotográficos que luego intentan ser replicados por muchos seguidores. Ante esto, países como Noruega ya han legislado al respecto obligando a los 'influencers' a avisar de su utilización, que puede afectar a la autoestima de los usuarios y crear o empeorar ciertos trastornos de la conducta alimentaria (TCA).

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