Un juez reconoce la electrosensibilidad como accidente laboral: "Estoy mejor en el pueblo"
¿Enfermos por el wifi, los móviles y los campos electromagnéticos en general? Para la Justicia, sí. Para la ciencia, puede llegar a ser un problema incapacitante, pero de origen psicosomático
Cuando llamamos a Joaquín Sanz al móvil, se pone su mujer. Él ha salido a dar un paseo, lejos de las pocas ondas electromagnéticas que pueda haber en el pequeño pueblo turolense de Samper de Calanda. Al rato, nos devuelve la llamada desde un fijo, “de los de cable, de los de toda la vida”.
Desde hace unos días se ha acostumbrado a atender a los medios de comunicación, porque es protagonista de una decisión judicial excepcional. El Tribunal Superior de Justicia de Aragón ha ratificado una sentencia anterior del Juzgado de lo Social Nº 1 de Zaragoza por la que se reconoce como accidente de trabajo la electrohipersensibilidad que tiene diagnosticada desde 2014.
Trabaja en el área de telecomunicaciones de Endesa en Zaragoza, en “una oficina convencional, con sus redes wifi, teléfonos inalámbricos y ordenadores portátiles; aunque también hay al lado un centro de transformación eléctrica”. Después de muchos años en el mismo entorno sin sufrir problema alguno, empezó a encontrarse mal en febrero de 2009, según relata, con “síntomas desconocidos” para él hasta entonces y muy variados: dolores, fatiga, picores, acúfenos...
La afección era tanto física como cognitiva. “El médico me dijo que podía ser algo transitorio y luego me mandó a muchos especialistas. Al final me dijeron que orgánicamente no tenía nada y me derivaron a varios psiquiatras que tampoco encontraron ninguna psicopatología”, explica.
“Pero a lo largo de cinco años te autochequeas y empiezas a pensar en si estás en contacto con algo, así que observé que cuando me separaba de mi entorno, mejoraba”, afirma. Al final, encontró un médico que le dio un diagnóstico. Joaquim Fernández Solà, del Hospital Clínic de Barcelona, le dijo que su problema eran los campos electromagnéticos.
Ahí empezó su batalla judicial para demostrar que no se trataba de una contingencia común, es decir, que le pudiera ocurrir en cualquier sitio, sino que estaba vinculada a su puesto en la empresa. De hecho, decía mejorar con el teletrabajo. “Mi exposición en el entorno doméstico es irrelevante, pero en la oficina es muy alta”, asegura.
Como la electrohipersensibilidad (también llamada hipersensibilidad electromagnética o simplemente electrosensibilidad) no está recogida en el Cuadro de Enfermedades Profesionales, la única salida era que se la reconocieran como “accidente de trabajo”, tal y como ha sucedido. De hecho, se sienta un precedente: “Esperemos que en un futuro se incluya”, apunta.
Joaquín Sanz expresa su preocupación por “la sopa de contaminación electromagnética” en la que nos encontramos con las tecnologías actuales, como en su domicilio de Zaragoza, donde asegura que le llegaban más de 20 redes wifi de sus vecinos: “En el pueblo estoy mucho mejor, aunque en realidad, hoy, en un mundo rodeado de satélites, no hay nadie que no esté expuesto”.
En realidad, hoy, en un mundo rodeado de satélites, no hay nadie que no esté expuesto
No obstante, según su abogado, Pedro José Jiménez, la clave de la sentencia fue demostrar que la causa principal de sus dolencias es la gran exposición al electromagnetismo a la que se ve sometido en su puesto de trabajo, aunque dentro de los límites legales, en comparación con otros ámbitos.
Basándose en los informes, la sentencia cita “un cuadro clínico multisomático, de origen neurológico central por disfunción límbica, caracterizado por fatiga, cefalea, desconcentración mental, prurito, irritabilidad y dolor osteomuscular, sintomatología que empeora claramente con la exposición del paciente a radiaciones electromagnéticas tales como wifi, pantallas de ordenador, redes LAN, microondas, móviles, mandos a distancia, etc.”.
Para la OMS: origen psicosomático
Sin embargo, la enfermedad que Fernández Solà le había diagnosticado es, en estos términos, inexistente para la Organización Mundial de la Salud (OMS), que recoge el problema como un trastorno idiopático de origen psicosomático. De hecho, recomienda centrar el tratamiento en los síntomas y “no en la necesidad percibida por la persona de reducir o eliminar los campos electromagnéticos en el lugar de trabajo o en el hogar”.
“Hay personas que están tan convencidas de que los campos electromagnéticos les producen un mal que realmente tienen un problema que resulta incapacitante”, afirma Alberto Nájera, físico, doctor en Neurociencias y profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha.
Sin embargo, “cuando se realizan experimentos en condiciones controladas, no son capaces de detectar si están expuestas a algún tipo de radiación”, con lo cual se demuestra que “los campos electromagnéticos no son la causa de sus problemas”, comenta este especialista, que trata de divulgar las evidencias científicas sobre este tema a través de su blog Radiando.
"Sufren, y mucho"
El hecho de que los síntomas que sufren sean tan inespecíficos da una pista de cuál es el verdadero problema, según Nájera. “Cualquiera de esos síntomas los sufres tú todos los días. Es un trastorno psicosomático, pero eso no quiere decir que esta gente no sufra. Que quede claro: sufren, y mucho, pero la causa por la que creen que sucede no es cierta científicamente”.
De hecho, una revisión de 22 estudios publicada en 2012 en la revista 'Environment International' concluyó que no existía una relación entre los síntomas de los pacientes y una mayor exposición a los campos electromagnéticos. Lo que sí parecía existir era un incremento de los síntomas a la “exposición percibida”. Al igual que en el caso de la sensibilidad química múltiple —problema similar por exposición a productos químicos—, algunos expertos hablan de ‘efecto nocebo’: si una persona está convencida de que algo le va a hacer daño, acaba siendo así.
Radiación de baja energía e intensidad
En definitiva, no tendría nada que ver con la interacción física, ya que las ondas electromagnéticas son “radiaciones no ionizantes, de muy baja energía y a intensidades muy bajas”, explica. Por ejemplo, “la radiación de los hornos microondas es la misma que la de las ondas de telefonía, pero un millón de veces más potente. Si no fuera así, no podrían ni calentarnos la leche”.
A veces, quienes defienden la existencia de problemas relacionados con los campos electromagnéticos esgrimen estudios que parecen apoyar sus tesis, pero no todas las publicaciones científicas tienen el mismo valor. Nájera recuerda que lo importante es fijarse en las revisiones y los metaanálisis, “estudios de estudios” —por ejemplo, uno publicado en 2013 que explica que no se han demostrado efectos del wifi sobre la salud— y no en investigaciones aisladas.
Además, advierte sobre el error que supone equiparar lo que sucede en experimentos 'in vitro' con células e incluso con animales y extrapolarlos a humanos. “No es lo mismo. Claro que los campos electromagnéticos producen efectos, pero ¿a qué intensidades? A las que estamos expuestos es prácticamente imposible”, señala.
Tampoco provoca cáncer
En 2011, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), una agencia dependiente de la OMS, colocó los campos electromagnéticos de los móviles como posible cancerígeno en el grupo 2B, es decir, el mismo que el café y los encurtidos. Esto quiere decir que apenas hay indicios de que puedan provocar cáncer, pero aun así a algunos científicos les pareció exagerado. “El estudio que demostraba una posible relación concluía que no se podían establecer relaciones causales”, señala el experto. "Revisiones posteriores no han encontrado ninguna asociación y la epidemiología tampoco soporta este hecho”. Por encima están el grupo 2A y el 1, donde están productos que sí son cancerígenos, como el alcohol o el tabaco.
Tampoco hay evidencia de que alrededor de antenas haya más casos de cáncer ni de que el uso del móvil haya provocado un incremento del número de tumores cerebrales. De hecho, la incidencia era similar en 2017 que en los años noventa, antes de su uso generalizado.
Y no parece que haya motivo de preocupación para el futuro inmediato. “Con la tecnología 5G, los niveles serán similares o incluso más bajos. Las antenas serán más pequeñas y habrá muchas más, así que al estar más cerca, van a necesitar menos intensidad de emisión. Además, para transferir la misma información, tanto el móvil como la antena tardarán menos”, explica.
“Un negocio que se alimenta del miedo”
Si esto es así, ¿cómo es posible que tantas personas estén equivocadas y que incluso haya médicos que diagnostiquen este problema al margen de las recomendaciones de la OMS? Para Nájera, existe “un negocio que se alimenta del miedo y del desconocimiento”, falsas curas para enfermedades inexistentes. Asegura que ya se venden todo tipo de productos antirradiación: pastillas, protectores, pinturas, calzoncillos, pijamas… “Y, sobre todo, supuestos medidores de radiaciones con equipos de risa que no sirven para nada salvo para meter miedo”.
Lo que ocurre es que “cuando estas noticias salen en prensa, se produce un ‘efecto llamada’, eso está demostrado científicamente. Han conseguido que la gente crea que hay relación, alimentan esa idea y quienes lo creen se reafirman”, destaca.
Cuando llamamos a Joaquín Sanz al móvil, se pone su mujer. Él ha salido a dar un paseo, lejos de las pocas ondas electromagnéticas que pueda haber en el pequeño pueblo turolense de Samper de Calanda. Al rato, nos devuelve la llamada desde un fijo, “de los de cable, de los de toda la vida”.
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