Probamos el Lenovo Yoga Book: el portátil más futurista es también el más incómodo
Fue una de las estrellas de la pasada IFA. Este convertible aspira a entrarte por los ojos aunque, a la hora de trabajar con él, te dará más de un quebradero de cabeza
Es imposible resistirse al encanto del Lenovo Yoga Book. Es un convertible que te entra por los ojos y que acaparó un buen número de titulares en la pasada feria IFA de Berlín gracias a un teclado táctil que también hacía las veces de tableta sobre la que escribir con un 'stylus' o con un bolígrafo tradicional. Lo que no se sabía, hasta que no lo probabas a fondo, es que el teclado es poco más que eso: un arreglo muy bonito pero de escasa funcionalidad.
Hemos podido probar el Yoga Book a lo largo de la semana e incluso tratamos de dedicar una jornada de trabajo con el dos en uno de Lenovo. Para un equipo pensado para la productividad, el hecho de tener que cambiar al ordenador de sobremesa para completar el trabajo diario fue una muestra de lo poco productivo que estaba siendo al teclado del ordenador.
El teclado cumple una doble función aunque, en nuestro caso, hemos potenciado la labor de escritura. Se puede utilizar como bloc de notas, aspecto que tocaremos más adelante, aunque nuestro principal interés radicaba en la capacidad del teclado por adaptarse y hacer olvidar uno físico. No lo ha conseguido.
Y no hay que olvidar que el Yoga Book lo intenta. Tiene un pequeño motor háptico para que, a cada pulsación, el equipo emita una pequeña vibración y así el usuario sienta que cada tecla que introduce en pantalla está, en efecto, donde debería estar. Pero en nuestra experiencia nos hemos encontrado con más errores de los deseados y más problemas de los ideales.
Una de las causas de esta frustración venía determinada por el hecho de haber recibido una unidad desde Estados Unidos, como lo atestiguan tanto el cargado como la distribución del teclado, al que le faltaba la eñe. Aunque Windows 10 nos ha permitido configurar un teclado español, y a pesar de no tener problemas para teclear sin mirar, los problemas derivados de no sentir el tacto físico bajo los dedos nos han obligado a mirar más de una vez un teclado en el que algunas teclas (tildes, paréntesis) no estaban donde decían estar.
La ausencia de un teclado físico convierte la experiencia en un suplicio. Es habitual tener que revisar los textos escritos para corregir erratas
El segundo motivo de esa frustración tiene un nombre: tabletas. Los teclados introducidos tanto en iOS como Android han predispuesto al usuario de tal manera que escribir sobre una pantalla táctil implica mantener pulsada una vocal hasta que se despliega el menú con la opción de ponerla con una tilde. Lo mismo sucede con otros signos ortográficos. Ese mapa mental no se puede trasladar al Yoga Book, en el que las tildes y otros elementos se colocan a la antigua usanza.
Microsoft, primero, y Apple y otras 'third parties' después han sabido dar con la tecla. Los teclados de Surface, iPad Pro y otra soluciones de fabricantes como Logitech han dado en el clavo. La tecla física termina por imponerse, por lo menos en el ámbito de la productividad, como una solución obligatoria que ha obligado a los fabricantes a comprimir espacios sin disminuir la usabilidad. Lo último que se necesita en un entorno profesional es que la máquina suponga un obstáculo. La ausencia de un espacio físico, de un relieve, es el mayor argumento en contra del teclado del Yoga Book.
Ese teclado también se puede convertir, con suma facilidad, en un bloc de notas o en una tableta para diseño gráfico y uso artístico. Y ahí sí que el Yoga Book sabe moverse con solvencia hasta el extremo de convertirse en un dos en uno más enfocado a labores de diseño de entornos 3D, retoque fotográfico o producción artística que para ejecutar tareas de ofimática.
Aunque las limitaciones técnicas del equipo pueden suponer un lastre para ese tipo de usuarios. El cuidadísimo diseño del Yoga Book, con unas dimensiones de 25x17 centímetros y solo 9,6 milímetros de grosor le obligan a montar un procesador Intel Atom (de cuatro núcleos hasta 2,4 GHz), 4 GB de RAM LPDDR3 y un disco duro de 64 GB, que se puede ampliar con 128 GB adicionales vía microSD.
El Yoga tiene dos modelos en función del sistema operativo. La versión con Android cuesta 499 euros mientras que la de Windows 10 se va a los 599
En nuestras pruebas, el rendimiento con Windows no ha sido especialmente satisfactorio, teniendo en cuenta que el mismo sistema operativo en un ordenador de sobremesa de oficina funcionaba de manera mucho más fluida. Existe una versión del Yoga Book con Android 6.0, por 499 euros (la de Windows 10 se puede adquirir por 599). En términos de batería no hemos tenido queja alguna, el Yoga Book está preparado para soportar una jornada de trabajo gracias a una batería de 8.500 mAh.
¿Me lo compro?
Desde el punto de vista del diseño, el Yoga Book parece una de esas compras obligatorias. Tiene un precio bastante ajustado y la inclusión de Windows 10 lo debería convertir en un serio candidato para ese usuario que busca un equipo manejable y muy portátil que le permita trabajar en diferentes rincones.
Pero la experiencia de uso del téclado táctil se ha convertido en un suplicio que nos ha obligado a regresar a las teclas de toda la vida. La ausencia de un soporte físico, por mucho que el Yoga Book incluya un motor háptico, suponen un lastre para un usuario que debe preocuparse más por la corrección de erratas que por aquella tarea en la que está centrado.
El Yoga Book parte de una idea muy bonita pero mal ejecutada. Si esas teclas tuvieran un mínimo relieve, otro gallo cantaría.
Es imposible resistirse al encanto del Lenovo Yoga Book. Es un convertible que te entra por los ojos y que acaparó un buen número de titulares en la pasada feria IFA de Berlín gracias a un teclado táctil que también hacía las veces de tableta sobre la que escribir con un 'stylus' o con un bolígrafo tradicional. Lo que no se sabía, hasta que no lo probabas a fondo, es que el teclado es poco más que eso: un arreglo muy bonito pero de escasa funcionalidad.