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Por qué siempre reconoces a Belén Esteban y otras historias de neurociencia
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Por qué siempre reconoces a Belén Esteban y otras historias de neurociencia

En 'Un esquimal en Nueva York', el neurocientífico José Ramón Alonso explica a base de anécdotas históricas por qué nuestro cerebro es "la estructura más compleja del universo"

Foto: Belén Esteban
Belén Esteban

Ante la pregunta de si alguna vez conseguiremos llevar a cabo trasplantes de cerebro con la misma normalidad con la que hoy hacemos los de corazón o de riñón, José Ramón Alonso, director del Laboratorio de Plasticidad Neuronal y Neurorreparación del Instituto de Neurociencias de Castilla y León, se apresura a hacer una puntualización: "Si alguna vez lo conseguimos, será un trasplante de cuerpo, no de cerebro. En nuestro cerebro es donde reside nuestra personalidad".

En cualquier caso, continúa, se trata de una posibilidad aún lejana. Si no hemos conseguido todavía reconectar la médula espinal en pacientes que han quedado paralíticos por una lesión, explica, reconectar un cerebro con otro cuerpo es todavía una meta imposible. "De vez en cuando aparece alguien diciendo que lo conseguiremos en un par de años, y se hace famoso, pero es una mentira".

El cerebro, su estudio y sus prodigiosas funciones son los protagonistas de 'Un esquimal en Nueva York y otras historias de la neurociencia', el último libro de Alonso, en el que utiliza anécdotas históricas para explicar a un público con curiosidad pero sin conocimientos previos qué es lo que la ciencia ha aprendido hasta ahora sobre nuestro cerebro.

Las razas y el cerebro

Como por ejemplo, que por mucho que diversas ideologías y personajes históricos se hayan empeñado en ello, no hay absolutamente ninguna evidencia de que la raza o el sexo estén relacionados con nuestras capacidades cerebrales. Y eso que muchos investigadores (casualmente siempre hombres blancos) la han buscado hasta la extenuación.

Una de esas búsquedas da título al libro y ocupa el primer capítulo, dedicado a Minik, un joven y desdichado esquimal que el explorador polar Robert Peary llevó a Nueva York en 1896 para que sus costumbres y características fuesen analizadas por los científicos. Minik era uno de los seis miembros de su tribu que viajó hasta allí, pero sus compañeros, entre ellos su padre, murieron en poco tiempo a causa de una tuberculosis.

Los científicos americanos aprovecharon esos fallecimientos para extraer y analizar el cerebro de los esquimales, y las conclusiones no fueron las que ellos querían: resultó que estos hombres de piel más oscura y civilización menos avanzada tenían cerebros más pesados que los hombres blancos, en teoría superiores. Sin despeinarse demasiado, los investigadores cambiaron su tesis, explica Alonso en su libro, dejando claro que ya no creían que la capacidad craneal significase gran cosa, tal y como recogen textos de la época: "Una tabla en la cual las razas fueran dispuestas según su capacidad craneal no representaría el grado de su superioridad o inferioridad. [...] Los esquimales, los lapones y otros pueblos del tipo mongol sobrepasan a los pueblos más civilizados de Europa. Una raza inferior puede por lo tanto tener un gran cerebro".

A día de hoy, esta relación está científicamente descartada, explica Alonso. "La idea en general de raza ya no se considera científicamente relevante, como si hubiese divisiones estrictas entre unos seres humanos y otros. Somos más bien mezclas de distintas procedencias geográficas".

Tu cerebro sabe lo que te conviene...

Asegura Alonso en la portada de su libro que "el cerebro es la estructura más maravillosa y compleja del universo. En él residen nuestro pasado, presente y futuro". No solo controla nuestros cuerpos para que funcionen como deben, coordinando miles de reacciones y funciones sin que seamos conscientes de ello, sino que de formas sutiles pero eficaces nos empuja a tomar aquellas decisiones que son mejores para nosotros y para la supervivencia de nuestra especie.

Ocurre por ejemplo con el sabor de los alimentos. Existen cinco sabores básicos en los alimentos: salado, ácido, amargo, dulce y 'umami', el último en incorporarse a la lista y quizá el más difícil de describir asociado a la molécula de glutamato sódico. Lo curioso es que la mayoría de la gente elegiría su favorito solamente entre estos dos últimos. Y el cerebro tiene sus motivos para que sea así.

"Quizá los sabores que gozan de una aceptación más universal son el dulce y el 'umami'. El sabor dulce nos habla de sustancias ricas en glúcidos, y por tanto en energía, y el glutamato, uno de los veinte aminoácidos esenciales, nos indica sustancias ricas en proteínas. Además, los dos, dulce y 'umami', son abundantes en la leche materna (nota: en una versión anterior, por error, ponía "leche paterna"), lo que puede indicar que nuestro gusto se ha 'educado' en nuestros primeros meses de vida y nos hace buscar y disfrutar de estos sabores", explica Alonso. Con mucha discreción, su cerebro le empuja a nutrirse.

...y se adapta rápidamente

Para escribir este artículo, robamos al autor una media hora de su valioso tiempo "y tu cerebro no es igual ahora que cuando empezamos a hablar", nos ha asegurado. Alonso explica en varios capítulos del libro cómo nuestro cerebro se adapta continuamente y con rapidez para incorporar la información que recibe a través de nuestros sentidos y optimizar su funcionamiento. Es una de las cosas que los científicos estudian y los expertos en inteligencia artificial tratan de imitar.

Uno de los ejemplos es nuestra habilidad para reconocer a una persona a pesar de los cambios que el tiempo conlleva en nuestros rasgos, nuestras elecciones estilísticas o los cambios de ambientes por los que nos movemos. Es de lo que se encarga la neurona Jennifer Aniston, aunque Alonso apuesta en su libro porque todos los españoles debemos tener una similar dedicada a Belén Esteban. "Se ha encontrado un grupo de neuronas [dentro del lóbulo temporal medial] que se activa selectivamente por fotos diferentes de la misma persona. Ello parece indicar que existe un código invariante, explícito, que permite transformar una imagen visual compleja en memorias abstractas y que se pueden mantener a largo plazo".

En esos grupos de neuronas se van almacenando distintas imágenes, conceptos y recuerdos asociados a esa persona ("Belén Esteban de frente o de perfil, llorando o riendo, en la portada de Interviú o en el plató de Sálvame, contando su vida privada u opinando de la de los demás"), creándose con ellos estructuras jerárquicas relacionadas y con ella que se activan cuando la vemos de nuevo. Y el cerebro nunca deja de hacerlo, "notablemente bien y remarcablemente rápido", asegura Alonso. Es decir, querido lector, que su cerebro no es igual ahora que cuando comenzó a leer este artículo, y que la estructura que su cerebro tiene sobre sí mismo es, a estas alturas, un poco más completa.

¿De verdad somos únicos?

No es fácil definir qué es la inteligencia y ese 'algo' que nos hace humanos frente al resto de las especies animales que pueblan nuestro planeta. ¿Inteligencia es utilizar un lenguaje? ¿Fabricar y utilizar herramientas? ¿Planificar y resolver problemas? ¿Tener y expresar sentimientos? ¿Ser conscientes de nosotros mismos? Algunas de estas habilidades han sido halladas en otros animales, mientras que otras no sabemos cómo comprobar si las tienen, lo que no quiere decir que no las tengan. Entonces, ¿que nos diferencia de ellos?

Cuenta Alonso que el neurólogo Constantin von Economo describió en 1929 un tipo de neurona que se creía presente solo en los seres humanos. Hoy en día las conocemos como neuronas en huso o de von Economo (NvE). Años después de la muerte del neurólogo, se descubrió que estas neuronas están también presentes en otros animales, concretamente en los grandes simios, los cetáceos y los elefantes.

Curiosamente, no es lo único que compartimos con ellos. Algunas características que consideramos intrínsecamente humanas están presentes también precisamente en estos animales: grandes masas encefálicas, lenguajes elaborados, complejas relaciones sociales y una peculiar relación con la muerte de otros individuos de la misma especie o grupo. Primates, cetáceos y elefantes han sido observados por los científicos 'llorando' la pérdida de sus familiares y guardando el cuerpo de un compañero fallecido.

¿Acaso es la pena de una pérdida cercana lo que nos hace inteligentes? ¿O es condición imprescindible ser capaz de reconocer a Belén Esteban?

Ante la pregunta de si alguna vez conseguiremos llevar a cabo trasplantes de cerebro con la misma normalidad con la que hoy hacemos los de corazón o de riñón, José Ramón Alonso, director del Laboratorio de Plasticidad Neuronal y Neurorreparación del Instituto de Neurociencias de Castilla y León, se apresura a hacer una puntualización: "Si alguna vez lo conseguimos, será un trasplante de cuerpo, no de cerebro. En nuestro cerebro es donde reside nuestra personalidad".

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