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El elefante despierta: India quiere jubilar a China como fábrica tecnológica del mundo
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cuenta con una creciente clase media

El elefante despierta: India quiere jubilar a China como fábrica tecnológica del mundo

El primer ministro indio quiere competir en manufacturas electrónicas con China. Marcas como Intex o Micromax ya están entre las que más móviles venden

Comparar China e India está de moda, pero es una gran obscenidad. Por mucho que los dirigentes de Nueva Delhi se empeñen en hacer creer que no es así, el país de Gandhi todavía está varias décadas por detrás del desarrollo que ha alcanzado su vecino asiático. Para certificarlo no hace falta más que comparar las desastradas calles de la capital india, llenas de ratas, cabras y vacas, con los vanguardistas edificios de Pekín; o las barriadas de chabolas de Mumbai con los espectaculares suburbios de Shanghái. Consciente de ello, el primer ministro indio, Narendra Modi, puso en marcha nada más llegar al poder, hace dos años, el ambicioso programa ‘Make in India’ (Hazlo en India), con el que pretende sentar las bases para convertir a su país en una potencia mundial de las manufacturas tecnológicas.

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La idea es proporcionar al país el ‘hardware’ que necesita para completar la transformación económica que comenzó con la deslocalización de servicios. Porque fue el sector de las tecnologías de la información y de la comunicación el que marcó el camino. Grandes empresas indias como Infosys, TCS, o Wipro lograron convertir a India en el ‘back office’ de grandes multinacionales: desde los innumerables centros de atención al cliente, en los que trabajadores indios formados en diferentes acentos atienden a los problemas de los consumidores del mundo anglosajón, hasta el segmento que lidera la innovación y desarrolla complejos programas de software para gobiernos y entidades financieras de todo el planeta. “Somos la punta de lanza de una revolución que ahora salta a la segunda fase”, afirma Kris Gopalakrishnan, vicepresidente y cofundador de Infosys.

Esta nueva etapa busca construir las infraestructuras y el marco legal necesarios para atraer inversión en el sector de las manufacturas con alto valor añadido. Make in India incentiva el asentamiento de grandes corporaciones y de la industria auxiliar que requieren, que es también vital para la creación de los 100 millones de puestos de trabajo que Modi ha prometido para los próximos 6 años. En definitiva, se trata de la adaptación de una copia del modelo que ha convertido a China en la segunda potencia mundial en un cuarto de siglo. Y, a pesar del torrente de críticas por las desigualdades que genera el plan y por la abultada cuantía de las subvenciones que ofrece, es evidente que está funcionando: en los primeros 17 meses desde la aprobación del plan -hasta el pasado mes de febrero-, la inversión extranjera directa aumentó un 37%, y el año pasado India superó incluso a China en esa variable. Así, en diferentes regiones del país, las fábricas crecen como setas.

Y eso hace que algunas empresas locales, sobre todo del sector de los ‘smartphones’, se hayan planteado llevar a cabo un notable aumento de la producción para lanzarse al mercado global. No en vano, Micromax e Intex se cuentan ya entre los quinceprincipales fabricantes mundiales, y tienen ambiciosos planes de expansión. “Hemos traído de China el 100% de nuestra producción, y cuando pongamos en marcha la mayor planta de India podremos incrementar nuestra presencia en diferentes mercados”, cuenta Keshav Bansal, director de Intex.

La guerra en India es casi exclusivamente por el precio: algunos terminales apenas alcanzan los cuarenta euros

La suya es la primera marca India que desembarca en España, primero con un ‘smartwatch’ y luego con tres móviles, y su intención es continuar ganando cuota de mercado con una estrategia familiar: productos decentes a precios muy bajos. “Nosotros nacimos hace veinte años con 100 dólares y una mentalidad global, pero hasta ahora no hemos contado con los recursos suficientes para hacerla realidad”, explica su director.

La fábrica de Intex en Noida, a las afueras de Nueva Delhi, es un buen ejemplo de que las palabras de Bansal no son un farol. Allí, unos 5.000 trabajadores producen hasta 1,7 millones de móviles al mes. La mayoría son terminales baratos y de baja calidad que tendrían poca aceptación fuera de India, pero el mercado interno, en el que Intex pugna con Micromax y con Samsung por el liderato, tiene sus propias reglas: a diferencia de lo que sucede en China, donde los usuarios demandan especificaciones muy elevadas, en India la guerra es casi exclusivamente por el precio.

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Así, no es de extrañar que muchos de los móviles de Intex todavía sean los ‘feature phones’ previos a la irrupción de los teléfonos inteligentes. Y muchos de estos últimos cuestan apenas 40 euros. Lógicamente, se entiende que la mayoría esté equipado con chips de tercera fila y con 1 o 2 gigas de memoria RAM.

Pero la situación está cambiando. Una de las nuevas fortalezas económicas de India reside en la creciente clase media. Más concretamente, en su consumo. Aunque su nivel adquisitivo es todavía muy inferior al del mundo desarrollado, los 250 millones de indios que han accedido ya a esta categoría suponen una gran oportunidad para las empresas que sean pioneras en la conquista del mercado. Y el aumento de su exigencia es también un acicate para innovar y mejorar la calidad de los productos que luego se lanzan al mercado internacional.

El pastel indio

En esta coyuntura, también las marcas extranjeras quieren competir por el suculento pastel de India. Curiosamente, a pesar de las tradicionales inquinas entre ambos países, vecinos pero rivales, los fabricantes chinos están liderando la nueva peregrinación industrial hacia India, donde creen haber encontrado el lugar perfecto para contrarrestar el fin del robusto crecimiento del que han disfrutado en casa.

Marcas emergentes como Huawei -que invertirá 160 millones de euros en unas instalaciones de I+D-, Xiaomi -que ha arrastrado a Foxconn a fabricar en el sur de India-, Meizu -que ha comenzado a lanzar sus móviles en las principales ciudades-, u OPPO -que el pasado día 20 se convirtió en la última que anuncia una implantación productiva que le costará 13 millones de euros- ya dedican importantes recursos a la apertura de una puerta que les permita entrar en el segundo país más poblado del mundo.

Los 250 millones de indios que han accedido ya a la clase media suponen una gran oportunidad para las empresas que sean pioneras

No en vano, se espera que su mercado supere en 2016 al de Estados Unidos, y ya crece muy por encima del chino, que ha sufrido incluso una contracción en las ventas aunque retiene con gran diferencia la medalla de oro. El potencial es enorme, ya que sólo un 10% de los indios tienen un ‘smartphone’. Son muy pocos si se compara con el 55% de China, y la consultora Bernstein prevé que su porcentaje aumente hasta el 40% en 2020.

Pero a nadie se le escapa que la materialización del sueño industrial de Modi está llena de obstáculos. “El primero es la escasez de mano de obra cualificada”, comenta uno de los responsables de la planta de Intex. “Es cierto que India produce muchos ingenieros, pero hay un vacío enorme entre estos y la población rural, que es la más interesante para manejar las líneas de producción pero que tiene un nivel educativo muy bajo. Eso hace que el esfuerzo que las empresas tienen que hacer para formar al personal sea mayor”. Luego está la construcción de las infraestructuras de transporte necesarias, cuyo ritmo es mucho más lento del esperado. Y, finalmente, India presenta un obstáculo que no existe en China: la fragmentación política derivada de un sistema democrático y de un estado federal excepcionalmente complejos. “Pero estamos convencidos de que, a pesar de todo, podemos lograr nuestros objetivos”, sentencia Bansal.

Comparar China e India está de moda, pero es una gran obscenidad. Por mucho que los dirigentes de Nueva Delhi se empeñen en hacer creer que no es así, el país de Gandhi todavía está varias décadas por detrás del desarrollo que ha alcanzado su vecino asiático. Para certificarlo no hace falta más que comparar las desastradas calles de la capital india, llenas de ratas, cabras y vacas, con los vanguardistas edificios de Pekín; o las barriadas de chabolas de Mumbai con los espectaculares suburbios de Shanghái. Consciente de ello, el primer ministro indio, Narendra Modi, puso en marcha nada más llegar al poder, hace dos años, el ambicioso programa ‘Make in India’ (Hazlo en India), con el que pretende sentar las bases para convertir a su país en una potencia mundial de las manufacturas tecnológicas.

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