Desobediencia a la autoridad: cómo Israel ha creado un coloso científico
Israel se ha convertido en una potencia científica y tecnológica. ¿Cómo lo ha conseguido? El presidente de uno de sus centros de investigación de referencia da algunas claves
Estar al frente de uno de los centros punteros a nivel mundial en investigación científica no es sencillo. Y menos si se trata de una institución israelí. Sabes que de un momento a otro saltará la pregunta incómoda, el trasfondo político, la confrontación. Te pedirán tu opinión sobre el Estado de Israel o sobre el conflicto Palestino y eso, para un científico, es un equilibrio complejo. Daniel Zajfman, físico israelí de 57 años y presidente del Instituto Weizmann, que compite en las ligas de Stanford o el MIT, no se arruga cuando llega ese instante. Picotea como si nada los trozos de piña de su desayuno y responde sin titubear al preguntarle por el boicot científico a su país, parte de la campaña BDS en marcha desde hace más de una década. "Es puro antisemitismo".
El 'Boycott, Divestment and Sanctions Movement' (BDS) es solo uno de los casi infinitos puntos de conflicto entre Israel y Palestina. Exige desde el 2005 el fin de la ocupación de Israel de los territorios Palestinos, y lo pide llamando al boicot de todo lo que proceda de ese país. Incluida la investigación científica. Zajfman, que lleva justo una década al frente del Instituto Weizmann, un ejemplo mundial de cómo producir avances científicos que sirvan a la sociedad y, de paso, sean rentables, se desmarca. Y no le faltan argumentos.
Una ecuación tiene la misma solución en Israel y en Teherán. Si creamos un nuevo medicamento no curará solo a los judíos, curará a todos en este planeta
"Yo deletreo BDS de otra forma: 'Building Dialogue through Science' [Construir Diálogo a través de la Ciencia]", zanja Zajfman irónico en un encuentro con un reducido grupo de medios, entre ellos este periódico, en la residencia del embajador de Israel en España. "Una ecuación tiene la misma solución en Israel y en Teherán. La ciencia es un lenguaje internacional, no entiende de religión, de política, de nacionalidades… si creamos un nuevo medicamento no curará solo a los judíos, curará a todos en este planeta. Si permites que la ciencia se mezcle con política acaba ocurriendo lo mismo que con el cambio climático: el secuestro de un problema real a cargo de grupos de interés que tergiversan todo a su favor".
Tiempo, libertad y recursos
Daniel Zajfman, de visita en Madrid invitado a una conferencia por la Fundación Ramón Areces, prefiere hablar de aquello que, según él, define de verdad a su país: los avances científicos y tecnológicos. O, más bien, cómo perseguirlos. Pocos países en el mundo lo saben hacer mejor que Israel. Su gasto en I+D sigue siendo el más alto del mundo según el Banco Mundial: 4,21% en el 2013, por encima de Corea del Sur, Japón, Alemania o EEUU (España se queda en el 1,24%). El 'Silicon Wadi', su particular versión del Silicon Valley californiano, sigue agrupando la mayor concentración de 'start-ups' por metro cuadrado del planeta. Y las grandes tecnológicas, desde Microsoft a Apple pasando por Google, IBM o Intel, han establecido allí sus centros de investigación y desarrollo.
Las cifras impresionan, pero no son los datos ni el dinero los que marcan la diferencia, explica Zajfman con parsimonia. Es la filosofía que gobierna todo lo demás. "La clave no es centrarse en solucionar un problema, en curar el cáncer o encontrar nuevas fuentes de energía; la clave es dar con los científicos más brillantes para dejarles a ellos decidir cuál es el problema y cómo solucionarlo. Les damos todo el tiempo que necesitan, plena libertad y recursos para investigar. Eso es todo. A nosotros nos ha funcionado", sonríe.
Es difícil rebatirlo. Por el Instituto Weizmann, ubicado a 25 kilómetros de Tel Aviv, han pasado tres Premios Nobel y tres Premios Turing, los "Nobel" de la ingeniería informática. Es la institución que más proyectos y financiación recibe del European Research Council de la Unión Europea. Se compone de 2.400 empleados y 1.400 estudiantes (graduados, postgraduados y estudiantes de doctorado); entre los primeros hay 250 científicos que dedican todo su tiempo a investigar en cinco campos: biología, bioquímica, matemáticas, química, física e ingeniería informática. Y cuando decimos "todo su tiempo", es literal.
Solo en 2014, las ventas de productos con alguna licencia salida de investigaciones del Instituto Weizmann superaron los 30.000 millones de dólares
"Hablamos de 10, 20 o 30 años, lo que sea necesario. Muchas veces se investiga para algo cuya aplicación solo aparecerá décadas después. Avances en química que hicimos hace 30 años se han comenzado a utilizar ahora para tratamientos de cáncer o esclerosis múltiple, en medicamentos que generan millones de dólares en 'royalties' gracias a las cuales podemos seguir investigando. Nuestro trabajo es encontrar soluciones a problemas que ni siquiera sabemos que existen hoy. Ponemos los cimientos para que generaciones futuras puedan levantar el edificio completo", explica Zajfman.
Algo así, que puede sonar a científicos perdiendo el tiempo en sus torres de marfil, en realidad funciona a la perfección en términos prácticos. Solo el 20% de los 350 millones de euros anuales de presupuesto del Instituto Weizmann proviene del estado (hace 10 años era un 60%). Con el paso de los años han logrado transformar la investigación en ingresos por 'royalties' de productos que usan su propiedad inteletual, y también por acuedos con grandes compañías que pagan por tener acceso a las ideas del futuro. "La farmacéutica Merck nos paga un millón de euros al año no por avanzar su línea actual de productos, sino por tener acceso a conocimiento que igual puedan utilizar en 30 años", dice Zajfman. "Solo en 2014, las ventas de productos que contienen alguna licencia de nuestras investigaciones superaron los 30.000 millones de dólares".
Poco respeto a la autoridad
Curiosamente, el lema del Instituto Weizmann es "transformar dinero en conocimiento". Y en el fondo eso es justo lo que hacen: invertir millones en producir conocimiento que luego licencian a grandes compañías para que ellas creen un producto viable. "De los 35 medicamentos más utilizados en el mundo, siete de ellos salieron de aquí", señala Zajfman.
Pocos sistemas de transferencia tecnológica son tan efectivos. Una vez logran un avance en investigación, lo ponen a disposición de una compañía. Si no logra transformarlo en algo comercializable, lo re-licencian otra vez, y otra vez, y otra vez. "Así hasta cuatro o cinco veces. Solo cuando ese producto tiene éxito y llega al mercado, cobramos 'royalties': el 40% va a los científicos y el 60% al centro. Ese dinero lo invertimos y, con los intereses, pagamos los gastos corrientes del instituto".
¿Podría España adoptar un modelo similar al israelí? Todo depende de tres factores, según Zajfman: tiempo, recursos y sistema educativo. Los dos primeros están claros: centros como el Instituto Weizmann llevan desde finales de los años 40, sin descanso, invirtiendo en esta estrategia. Ahora recogen los frutos. Sobre el sistema educativo, Zajfman tiene una visión muy particular: un buen sistema educativo no es aquel que te enseña conocimientos, es el que te enseña a hacer cosas con lo que has aprendido.
"Los famosos informes Pisa no valen para nada. Miden la capacidad de los alumnos de responder preguntas, no su habilidad para usar lo que saben de cara al futuro. En Israel el sistema educativo entre los 0 y los 18 años es bastante deficiente. Pero entre los 18 y los 25 años es uno de los mejores del mundo: enseñamos a los alumnos a utilizar sus conocimientos para hacer cosas, en lugar de seguir obligándoles a memorizar", explica. Y recuerda otro ingrediente cultural y social que, según él, hace que Israel se haya convertido en una potencia científica y tecnológica. "Es algo fundamental: el poco respeto de los israelíes a la autoridad. Solo cuando pones en duda lo establecido logras avanzar".
Estar al frente de uno de los centros punteros a nivel mundial en investigación científica no es sencillo. Y menos si se trata de una institución israelí. Sabes que de un momento a otro saltará la pregunta incómoda, el trasfondo político, la confrontación. Te pedirán tu opinión sobre el Estado de Israel o sobre el conflicto Palestino y eso, para un científico, es un equilibrio complejo. Daniel Zajfman, físico israelí de 57 años y presidente del Instituto Weizmann, que compite en las ligas de Stanford o el MIT, no se arruga cuando llega ese instante. Picotea como si nada los trozos de piña de su desayuno y responde sin titubear al preguntarle por el boicot científico a su país, parte de la campaña BDS en marcha desde hace más de una década. "Es puro antisemitismo".