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Joybubbles, el ciego que 'hackeaba' teléfonos a silbidos
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un documental cuenta su vida

Joybubbles, el ciego que 'hackeaba' teléfonos a silbidos

Privado de su infancia y con un altísimo coeficiente intelectual, Joe Engressia decidió que siempre haría lo que más le gustaba: 'hackear' la red telefónica con sus silbidos

Foto: (Joybubblesthemovie.com)
(Joybubblesthemovie.com)

Hubo un tiempo en que la red telefónica era el mayor reto para los amantes de la tecnología dispuestos a esquivar las barreras establecidas por los grandes emporios de la comunicación. Hace medio siglo internet todavía era una utopía y el concepto de hacker no se utilizaba con la asiduidad con que ahora recurrimos a él, los phreakers eran capaces de averiguar los sonidos y frecuencias que debían emitir a base de silbidos para usar el teléfono sin necesidad de pagar un solo céntimo por la llamada.

Fueron muchos los osados que lograron conocer los entresijos de este tipo de comunicaciones, pero pocos pudieron desarrollar la destreza del protagonista de nuestra historia. Ciego de su nacimiento en 1949, Joe Engressia nunca pudo ver un teléfono, lo cual no impidió que juguetease con él a todas horas. Basándose en lo que sus manos le decían, consiguió con el paso de los años una destreza tal que resulta imposible verle en acción, aún en pleno siglo XXI, y no quedar totalmente fascinado.

Sin la figura de su padre presente, privado por completo de su infancia y dotado de un alto coeficiente intelectual, Joe Engressia fue apartado de la sociedad por su madre. Ella creyó oportuno animarle para que destinara toda su curiosidad a potenciar su talento innato.

Un día falló y acabó contactando con una operadora de Montreal. La compañía se planteó presentar cargos, pero finalmente no pasó a mayores

Con cuatro y cinco años, su madre le decía que llamase al teléfono de información meteorológica para conocer la temperatura del día. Solo tenía que marcar los números y escuchar lo que la voz tenía a bien decirle, pero poco a poco fue variando sus llamadas. Tanto es así que, escuchando, escuchando y escuchando lo que sonaba en el altavoz de su teléfono, llegó a descubrir cómo ingeniárselas para surcar aquel laberinto infinito que era la red telefónica mundial. Al cabo del tiempo, no obstante, cuentan que sus padres tuvieron que quitar el teléfono de casa debido a la obsesión de Joe.

En unas de las escenas del documental sobre la vida de Joe Engressia que ha filmado Rachael Morrison tras conseguir su objetivo en Kickstarter, se explica cómo eran aquellas llamadas. Lo mismo que hacía con un silbato el mítico John Draper, uno de los más afamados phreakers, conocido en los anales del hacking como Capitán Crunch, Joybubbles era capaz de hacerlo solamente utilizando su boca y sus pulmones.

Cuando era necesaria la intervención de un empleado de la operadora para conectarse, los switches o interruptores que manipulaban emitían unos sonidos muy característicos que estos genios sabían interpretar.

Joybubbles podía llamar desde su ciudad natal, Richmond (Virginia, EEUU), a cualquier otra parte del territorio estadounidense. O, por qué no, a otros rincones del mundo. Una vez que descubrió cómo funcionaba aquel enmarañado sistema de cables subterráneos y aéreos que trasladaban la voz de un sitio a otro, no hubo quien le detuviera. Ni siquiera las leyes. Tras matricularse en la Universidad del Sur de Florida en 1968, Joe comenzó a utilizar sus habilidades como phreaker para hacer amigos y ganar cierta fama. Los que se reunían en torno a él apostaban si acertaría o no a la hora de llamar al lugar correcto.

Wozniak solo tenía palabras de admiración para los 'phreakers' que, como Joybubbles, eran capaces de entender los entresijos de la red telefónica

Un día falló. En su intento de contactar con alguien de Long Island, en Nueva York, cometió un pequeño fallo al silbar y acabó contactando con una operadora de Montreal. Esta, que ya sabía de la historia de un chico ciego capaz de infiltrarse en la red, permaneció unos segundos a la escucha hasta que descubrió que era él. Cuando le delató, Joe no escondió lo que había ocurrido. La compañía de telecomunicaciones se planteó presentar cargos, pero finalmente la situación no pasó a mayores.

Por aquello de que no hay mal que por bien no venga, gracias a que el periódico universitario se hizo eco de la noticia, su habilidad llegó a conocimiento no solo de los medios locales sino incluso de Associated Press. La comunidad phreaker comenzaba a salir del anonimato y, gracias a esta travesura, Joe pudo conocer a otros tantos individuos talentosos con los que compartía esta afición.

Anclado en el país de Nunca Jamás

Más allá de su talento y de las habilidades que, con los años, había conseguido desarrollar, Joe Engressia era un tipo entrañable. Cuando tomó el control de su vida y dejó en el pasado lo que su madre había querido para él, decidió que jamás crecería. Que al margen de lo que pusiera en su documento de identidad, siempre tendría cinco años. Jamás se haría adulto. Para dejar constancia de este hecho, en 1991 cambió su nombre. Desde entonces, todo el mundo le conocería como Joybubbles.

Como él mismo contaba, fue durante un retiro espiritual en 1986 cuando se decantó por ese apelativo. Los monitores pidieron a los miembros del grupo que cambiaran sus nombres todas las semanas, y entonces Joe lo vio claro: “De repente empezó a rondarme y dije: 'Joybubbles'. Fue como un soplo de aire. Podías sentir que estaba bien... Supongo que era porque conjuraba sentimientos alegres en mi mente”. Por si todo esto fuera poco, llenó su apartamento de cientos de juguetes y otros artículos de los que no pudo disfutar cuando era niño.

Más allá de todo esto, el bueno de Joe siguió trabajando y sorprendiendo al mundo. Si bien su experiencia en el terreno laboral no fue muy fructífera, ya que dejó las empresas en las que trabajó a lo largo de su vida para seguir investigando por su cuenta, sí que sirvió de inspiración para los que después levantarían grandes imperios tecnológicos.

Uno de sus mayores admiradores era Steve Wozniak, cofundador de Apple. Como el propio pionero de la informática contaba, quedó fascinado cuando conoció a Joybubbles. Lo que más le sorprendía era su capacidad, aún siendo invidente, de desenvolverse con la tecnología. Para Woz fue una “imagen fascinante” ver cómo aquel individuo entendía a la perfección el dispositivo electrónico que solo podía tocar con su mano.

Wozniak solo tenía palabras de admiración para los phreakers que, como Joybubbles, eran capaces de entender los entresijos de la red telefónica mundial. “Eran héroes para mí. Ellos fueron mucho más allá de lo que jamás podría llegar yo en mi vida, pero era lo que yo quería ser”, admite Wozniak en el documental de Rachael Morrison sobre la vida y obra de Joybubbles.

De hecho, las habilidades y destrezas de Joe sirvieron de inspiración a los fundadores de Apple para diseñar las blue boxes. Tras leer el obituario de Joybubbles, Steve Jobs pensó que sería buena idea fabricar unos dispositivos capaces de replicar los silbidos que permtían a Joe llamar gratis a cualquier lugar del mundo. Con estos aparatos, los creadores de la firma de la manzana mordida hicieron muy buenos negocios y ganaron cuantiosas sumas de dinero.

En agosto de 2007, la llama de este peculiar genio se apagó. Para siempre quedará la destreza de aquel chico ciego que, con solo sus silbidos, consiguió poner patas arriba la tecnología más puntera de la segunda mitad del siglo XX. Todos aquellos que un día descolgaron el teléfono y se encontraron con Joybubbles al otro lado de la línea tampoco olvidarán jamás a este entrañable niño haciendo travesuras en el cuerpo de un adulto.

Hubo un tiempo en que la red telefónica era el mayor reto para los amantes de la tecnología dispuestos a esquivar las barreras establecidas por los grandes emporios de la comunicación. Hace medio siglo internet todavía era una utopía y el concepto de hacker no se utilizaba con la asiduidad con que ahora recurrimos a él, los phreakers eran capaces de averiguar los sonidos y frecuencias que debían emitir a base de silbidos para usar el teléfono sin necesidad de pagar un solo céntimo por la llamada.

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