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"La misma semana que me escoge la NASA, el Gobierno me niega la financiación"
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adriano campo, físico de la universidad de alicante

"La misma semana que me escoge la NASA, el Gobierno me niega la financiación"

El investigador participará en el proyecto internacional AIDA, cuyo objetivo es demostrar que podría desviarse un asteroide que fuera a impactar contra la Tierra

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Cuando un asteroide amenaza con impactar contra la Tierra, las películas de ciencia ficción suelen optar por destruirlo con una bomba. La solución real, sin embargo, sería mucho más elegante: desviar su órbita mediante un impacto bien calculado, como si fuera una carambola de billar o un niño jugando a las canicas. La misión espacial AIDA, coordinada por la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA), busca averiguar si esto es posible y llevará a cabo una prueba en 2022.

AIDA contará con un nombre español entre sus filas. Se trata de Adriano Campo, investigador de la Universidad de Alicante seleccionado para la misión. El físico compara la probabilidad de que un meteorito de gran tamaño impactara contra nuestro planeta con un accidente de avión: “Es un evento de muy baja probabilidad pero con enormes consecuencias”, explica a Teknautas. Eso sí, deja claro que en estos momentos no se conoce ningún objeto que suponga un riesgo.

Los meteoritos más pequeños no suponen un riesgo porque la atmósfera hace gran parte del trabajo a la hora de deshacerlos. Es lo que sucedió en Cheliábinsk (Rusia) en 2013 y que, tal y como asegura Campo, “causó daño pero no es excesivamente catastrófico”. Los más grandes, a partir de 600 metros, están controlados: se conocen más del 90% y ninguno es peligroso.

Se conocen menos del 15% de los meteoritos de entre 100 y 500 metros

El proyecto AIDA se centra en los asteroides más problemáticos, aquellos de entre 100 y 500 metros. El investigador asegura que de estos “puede haber decenas de miles y sólo se conoce entre un 10% y un 15%”. Por ese motivo, y aunque entre ese porcentaje controlado no existan riesgos, “igual mañana se descubre uno que pueda colisionar en un par de décadas”.

Didymos es uno de estos asteroides, y se pretende interceptarlo cuando se aproxime al máximo a la Tierra, en 2022. Este cuerpo no impactará contra nuestro planeta en ningún caso, pero se pretende desviarlo para demostrar que este plan de acción sería factible en caso de riesgo real.

Se trata de un asteroide binario, compuesto por un cuerpo principal de unos 800 metros y un satélite de 150 metros, que tiene el tamaño deseado por los investigadores. Así que en 2020 una sonda europea alcanzará a Didymos para estudiar su órbita y su estructura. Tras ella, la sonda estadounidense colisionaría en 2022 para desviar el satélite.

Campo asegura que una vez se haya producido el impacto, la sonda europea regresará para calcular la nueva órbita: “Así sabremos el impulso que le hemos dado al satélite”. Unos datos “clave” para entender cómo reaccionan a las colisiones estos objetos, y poder aprovecharlo en nuestro beneficio si fuera necesario.

Más vale prevenir que curar

Calcular la probabilidad de que un asteroide impacte la Tierra no es sencillo. “Es complicado hacer una previsión, aunque se estima que hay un evento cada 1.000 o 10.000 años”, explica Campo. Sin embargo el investigador advierte que “esto no es como cuando pasa el metro clavado cada 5 minutos, sino más bien como el paso del autobús en una ciudad con tráfico, en el que a veces llega 10 minutos tarde y otras pasan dos casi seguidos”.

Tampoco sabemos cuándo cayó el último de estos cuerpos. “Hay un cráter en Arizona de 1km de tamaño que probablemente fue provocado por un objeto metálico de menos de 100 metros”, explica el físico. Esto sucedió hace 50.000 años, pero puede que otros hayan caído en el mar o simplemente nadie se haya enterado.

La misión AIDA desviará un asteroide de su trayectoria en el año 2022

Por este motivo, el investigador asegura que estos evendos van a volver a suceder, aunque no se sepa cuándo. También señala que, gracias al avance de la tecnología, cada vez habrá más alertas de pequeños objetos que se acercan, puesto que cada semana un meteorito de 50 metros pasa a una distancia similar a la que hay entre la Tierra y la Luna. Por este motivo insiste en que no hay que causar el pánico con casos de muy baja probabilidad, para que no ocurra “como en Pedro y el lobo”.

En cuanto a los daños que un hipotético impacto podría provocar, Campo asegura que un objeto de 200 metros provocaría daños a un nivel regional. “Depende de dónde cayera, en el Mediterráneo podría causar un tsunami devastador, y en una selva tropical un incendio de enormes proporciones”.

Un proyecto pendiente de un hilo

La misión de Campo es la de coordinar el equipo de trabajo de AIDA que se ocupa de analizar las características físicas del asteroide y su satélite, para así conocerlo a fondo antes de la colisión. Y es que el investigador se dedica con su grupo a estudiar la estructura interna de este tipo de cuerpos desde hace tiempo, por lo que su aportación será fundamental para comprender a Didymos y su satélite.

Sin embargo, su participación en el proyecto de la NASA y la ESA podría pender de un hilo, ya que hasta 2016 el dinero necesario para la investigación corre a cuenta de los órganos locales. “Es curioso porque la misma semana en la que se hizo oficial la elección por parte de la NASA hemos recibido la noticia de que la convocatoria del ministerio que habíamos solicitado para seguir con el estudio nos ha sido denegada, aunque la resolución es preliminar. Nos dan una tarea que no sabemos cómo vamos a llevar a cabo porque sin financiación va a ser un problema”, se lamenta el investigador. De momento confía en poder continuar su investigación, porque el Armageddon no espera.

Cuando un asteroide amenaza con impactar contra la Tierra, las películas de ciencia ficción suelen optar por destruirlo con una bomba. La solución real, sin embargo, sería mucho más elegante: desviar su órbita mediante un impacto bien calculado, como si fuera una carambola de billar o un niño jugando a las canicas. La misión espacial AIDA, coordinada por la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA), busca averiguar si esto es posible y llevará a cabo una prueba en 2022.

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