La muerte es una opción: así funciona la resurrección en la naturaleza
El viaje sin retorno a veces tiene una salida, que algunos animales han logrado tomar con estilo. La criptobiosis es una estrategia que reduce el metabolismo a extremos impensables para luego volver
La resurrección de la materia viva sólo es posible en las películas de zombis y en la Biblia. Aunque el ser humano está tan lejos de lograrla como de caminar sobre el agua, algunos seres vivos sí han desarrollado estrategias que rozan la resurrección, hasta el punto de alcanzar casi la inmortalidad y regresar de situaciones que para la mayoría de animales serían una muerte segura.
Siguiendo el símil zombi, las cigarras tienen un ciclo vital que recuerda a La noche de los muertos vivientes. Mientras que Jesús tardó tres días en volver con nosotros, estos insectos pueden permanecer hasta 17 años bajo tierra. Allí las ninfas (estadio larvario previo al adulto) sobreviven alimentándose de la savia de los árboles hasta que, como en las escenas clásicas del cine de zombis, emergen a la superficie listas para dar sus típicos conciertos de verano.
Este enterramiento en vida durante un período tan prolongado de tiempo obedece a un motivo práctico: ante la presencia de un gran número de depredadores como por ejemplo avispas, las cigarras desaparecen del terreno durante décadas confiando en que, al regresar, sus enemigos ya hayan pasado a mejor vida. Algo muy probable debido a que pocos insectos viven más de un par de años.
Aunque esta estrategia se acerque a un regreso en toda regla, algunos seres vivos se aproximan todavía más a la última frontera. El proceso más cercano en la naturaleza a la verdadera resurrección recibe el nombre de criptobiosis (del griego vida escondida). En él, las funciones metabólicas se reducen a la mínima expresión de una forma radical, hasta el punto de entrar en un estado de animación suspendida. Se trata de una técnica de emergencia cuando las condiciones son extremas, como la falta de agua, la congelación o la insuficiencia de oxígeno. Cuando el ambiente vuelve a ser óptimo para la vida, el organismo resucita como si no hubiera pasado nada.
Uno de los ejemplos más populares son las artemias, pequeñas gambas más conocidas bajo el nombre de monos marinos o hidromonos. Estos crustáceos pueden formar unos quistes con los que resistir cualquier condición ambiental, y así resisten en los sobres que se venden como juguetes para su cría en peceras: sólo es necesario añadir agua para que las artemias vuelvan a la vida.
Si se corta el cuerpo de la hidra en varias partes, cada una dará lugar a un nuevo individuo
Pero los campeones mundiales de la criptobiosis, aunque menos conocidos, son los tardígrados. Estos seres microscópicos reciben también el simpático nombre de osos de agua por su apariencia, pero son muchísimo más resistentes que sus homólogos mamíferos: pueden reducir su metabolismo al 0,01% si es necesario, y reducir el contenido de agua de su cuerpo a apenas un 1%.
Este estado de animación suspendida cercano a la muerte les permite soportar unas condiciones que matarían, sin dudarlo, a cualquier otro animal. En criptobiosis los tardígrados resisten temperaturas desde (casi) cero absoluto hasta 150⁰C durante unos minutos. También toleran condiciones extremas de presión y deshidratación, así como una radiación 1.000 veces superior a la que soportaría el resto de seres vivos. No sólo eso, sino que son el primer y único animal conocido capaz de sobrevivir en el espacio exterior.
La increíble resistencia de los osos de agua les permite renacer tras soportar condiciones que resultarían mortales para cualquier ser vivo. Pero esta hazaña todavía está lejos de la inmortalidad biológica. En el reino animal, ese récord lo ostenta la medusa Turritopsis nutricula (turri para los amigos). Este pequeño metazoo no necesita resucitar, porque es capaz de volver al estadio inicial tras llegar a adulto, en un ciclo potencialmente eterno que imita a Benjamin Button. El proceso recibe el nombre de transdiferenciación, y gracias a él cualquier célula diferenciada puede transformarse en otro tipo distinto, o incluso en una célula madre. Curiosamente, esa envidiable capacidad no le sirve de mucho en la naturaleza: debido a su pequeño tamaño, de apenas 5 milímetros, estos seres planctónicos suelen servir de alimento a otros animales mayores.
Los tardígrados pueden soportar temperaturas extremas, radiación y hasta sobrevivir en el espacio
Un primo de Turritopsis nutricula combina la resurrección con una multiplicación que recuerda a la de los panes y los peces. La hidra (además de un animal mitológico) es un pequeño hidrozoo emparentado con las medusas. Como su nombre sugiere, es capaz de regenerarse con sorprendente eficacia: si se corta su cuerpo en varias partes en cada una crecerá una cabeza nueva, que dará lugar a un individuo completo. Esto es posible porque cada una de las células su cuerpo puede dividirse hasta generar una nueva hidra.
Otros seres todavía más simples que medusas y tardígrados son capaces de superar situaciones de muerte segura. Las plantas, por ejemplo, son potencialmente inmortales, ya que aunque estructuras como hojas y flores se marchitan con el tiempo, la raíz y el tallo están compuestos por células que pueden regenerarse hasta el infinito. Por este motivo existen árboles en la naturaleza que superan los 10.000 años de edad, siempre y cuando no caigan víctimas de un incendio, una enfermedad o un leñador. Pero desgraciadamente, cuando aumenta la complejidad de un individuo se imposibilita su resurrección. Así que esta deberá permanecer en los libros de ciencia ficción para la mayoría de animales, incluido el ser humano.
La resurrección de la materia viva sólo es posible en las películas de zombis y en la Biblia. Aunque el ser humano está tan lejos de lograrla como de caminar sobre el agua, algunos seres vivos sí han desarrollado estrategias que rozan la resurrección, hasta el punto de alcanzar casi la inmortalidad y regresar de situaciones que para la mayoría de animales serían una muerte segura.