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El vuelo de 10 centímetros que marcó la historia de la NASA
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un fallo eléctrico truncó el despegue

El vuelo de 10 centímetros que marcó la historia de la NASA

A principios de los 60 la NASA ponía todo su empeño en no quedarse atrás respecto a los soviéticos, pero era un campo de acción nuevo y los imprevistos eran inevitables

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Mucho antes de mandar un hombre al espacio, la NASA tuvo que hacer todo tipo de pruebas para certificar que sus cohetes y sus naves espaciales cumplían una serie de requisitos que garantizaban la seguridad de los astronautas a bordo. Hemos visto una de estas pruebas hace pocas semanas cuando la cápsula Orion completó su primer viaje no tripulado en lo que fue un éxito a todas luces, una misión en la que prácticamente no hubo fallos salvo alguna ligera mota de polvo en el amerizaje.

Pero el prestigio de la NASA no nació de la noche a la mañana. En los primeros años sesenta, con la URSS acumulando éxitos uno tras otro, la agencia espacial estadounidense tuvo que sudar sangre para colocarse a la altura de su homólogo soviético y, más importante, lo hizo después de superar una serie de ridículos que habrían encogido incluso al más osado de los estudiantes de clase.

El primer vuelo de prueba de la nave Mercury, la misma que convirtió a Alan Shepard en el primer estadounidense en el espacio y a John Glenn en el primero en orbitar la Tierra, sobre un cohete Redstone, tuvo un estreno nada halagüeño en lo que se ha conocido con los años como the four inch-flight (el vuelo de los diez centímetros). Un vuelo que nunca fue tal porque el cohete que impulsaba la Mercury no se alzó ni un palmo del suelo.

Una carrera para alcanzar a la URSS en el espacio

Corría noviembre de 1960 y Yuri Gagarin todavía no había teñido el espacio de rojo a bordo de una nave Vostok. No lo haría hasta abril de 1961, pero Estados Unidos y la NASA seguían, aceleradamente, con su plan para poner a un estadounidense en el espacio y no repetir la humillación sufrida a manos del Sputnik en octubre de 1957.

El primer vuelo de prueba de la nave Mercury tenía que servir para que la agencia diera el visto bueno a su primera nave espacial poniéndola a prueba de diferentes maneras: debía conseguir una velocidad de Mach 6 durante el vuelo, mantenerse en un periodo de ingravidez durante, por lo menos, cinco minutos, y sumar una fuerza de 11G durante la reentrada. Otras actividades estaban programadas para ese vuelo, como pruebas relacionadas con el cohete, los sistemas de seguimiento o de recuperación de la misma con un mismo fin, recabar información que certificara que la dupla entre la nave Mercury y el cohete Redstone, el mismo que puso en órbita el primer satélite de Estados Unidos, podía colocar a un astronauta en el espacio.

El día 21, después de superar algunos problemas previos (el primer vuelo estaba previsto para el 7 de ese mismo mes), la nave Mercury estaba preparada en la rampa de lanzamiento de Cabo Cañaveral para la que debía ser una primera y exitosa misión. Era la primera vez que se probaba un cohete Redstone, un arma del ejército de Tierra, con una carga diferente a la de un satélite y, por ello, su peso era diferente al de configuraciones anteriores. Ese simple hecho se antojó decisivo a la hora de explicar el fracaso de la misión.

Gene Kranz, uno de los hombres históricos de Control de Misión en Houston —fue el encargado de dirigir , desde Tierra, el alunizaje de Armstrong y Aldrin en julio del 69—, recuerda en sus memorias cómo fue su primera misión para la recién creada agencia: “La cuenta atrás progresó sin mayores incidentes. […] Cuando llegó a cero, se creó una gran nube de humo. [...] La cámara de televisión enfocó hacia arriba tan rápido que perdió de vista al cohete y sólo podíamos ver humo en la pantalla. Me sorprendió lo rápido que el Redstone había acelerado y se había alejado de nuestra vista”. Kranz no podía estar más equivocado.

Un despegue que fue un 'saltito'

La cuenta atrás se produjo sin sobresaltos sí, pero una serie de fenómenos se pusieron en marcha para dar luz al que sería el famoso vuelo de los diez centímetros. El cohete se encendió en el momento determinado para detenerse en cuestión de milésimas de segundo, tiempo de sobra para levantar la nube de humo que vio Kranz y que permitió al Redstone elevarse diez centímetros, volver a caer y mantenerse milagrosamente en posición vertical.

Acto seguido, la torre de escape de la cápsula Mercury salió despedida hacia el cielo aunque no lo hizo llevándose a la nave consigo. “Llegó a una altura de unos 1.300 metros y, a medida que caía en picado sobre la zona de lanzamiento, las alarmas sonaron en la zona para que astronautas, ingenieros e invitados especiales se refugiaran. Al final, cayó a unos 300 metros de la rampa”, recuerda Kranz. Todo lo que se lanzó ese 21 de noviembre, como recuerda el futuro director de Control de Misión, fue la torre de escape.

La nave Mercury, inmóvil, expulsó tanto los paracaídas principales como los de emergencia a pesar de que se estaba moviendo a cero metros por segundo. El fracaso del lanzamiento tenía un lado oscuro durante los instantes inmediatamente posteriores: la nave estaba llena de combustible y no tenía el apoyo de ningún elemento que garantizara su seguridad. En pocas palabras, era una bomba de relojería esperando el más leve contratiempo para detonarse y los paracaídas que se habían desplegado eran una amenaza extra ya que cualquier golpe de viento podía utilizar sus telas para empujar el cohete y provocar una fenomenal explosión en la rampa de lanzamiento.

"No hagas nada si no sabes qué hacer"

“Unos segundos después del despegue la cámara regresó hacia abajo y se topó con que el mísil Redstone todavía seguía ahí”, recuerda Kranz. ¿Qué hizo la NASA para que el Mercury Redstone 1 no se convirtiera en un fracaso? Esperar. La frase es de Chris Kraft, director de aquella misión, y se convirtió en un mantra para una agencia que estaba dando sus primeros pasos para salir al espacio: “La primera regla de Control de Misión: no hacer nada si no sabes qué tienes que hacer”. La sentencia no la pronunció Kraft a la ligera sino que llegó después de un brainstorming en el que se propusieron soluciones estrambóticas, que Kranz narra en sus memorias: “Se sugirió utilizar una especie de grúa para que alguien, subido en lo alto, cortara los cables de los paracaídas que amenazaban el cohete. También alguien tuvo la idea de disparar a los tanques de combustible para bajar la presión del Redstone”.

La cordura fue la opción que se impuso y los responsables decidieron esperar a que las baterías del cohete se agotaran y a que la temperatura de los componentes del cohete bajara hasta una cifra razonable. El peligro había desaparecido 24 horas más tarde y la NASA pudo trabajar en el cohete para determinar las causas del fracaso y prepararse para un nuevo lanzamiento.

De los errores también se aprende y el fallo en cadena del Mercury Redstone 1 permitió a la NASA aprender un buen número de lecciones. La más importante estaba relacionada con el cohete y con la forma en la que le suministraba energía antes del despegue. El Redstone estaba conectado a tierra mediante dos cables de electricidad que se separaban del mismo de manera independiente, dos cables que proporcionaban toda la información relativa a Control de Misión justo antes del despegue.

En la versión militar del cohete, la misma que puso en órbita satélites como el Explorer, el tiempo de separación de los cables entraba dentro de lo estipulado por el fabricante pero en el caso del Mercury Redstone tardó 21 milésimas de segundo, más tiempo del previsto, lo que provocó que los sistemas del cohete dieran una señal de apagado de los motores justo cuando se habían puesto en marcha una fracción de segundo antes porque uno de los cables todavía estaba conectado a la corriente. Así se pudo explicar uno de los vuelos espaciales más breves de la historia del hombre.

La NASA también determinó las causas del lanzamiento de la torre de escape y los paracaídas. La primera se puso en marcha tal y como estaba previsto, en cuanto el cohete apagaba los motores en mitad de un vuelo. Pero no se llevó a la nave consigo por una razón muy sencilla: estaba programada para hacerlo cuando las fuerzas de gravedad estuvieran próximas a 0G, es decir, cuando los motores se hubieran apagado en la zona alta de la atmósfera donde la fuerza de la gravedad es casi inexistente, para evitar que el cohete se llevara la cápsula por delante. Pero en tierra firme, sin moverse, la fuerza de gravedad se mantenía estable a 1G por lo que la nave interpretó que el cohete podía estar en movimiento. Lo que estaba más que claro es que no se encontraba en una trayectoria de caída libre. Y con la fuga de la torre de escape se sucedió el lanzamiento de los paracaídas gracias a la presión atmosférica, que le indicó a la Mercury que se encontraba peligrosamente cerca de tomar tierra firme.

Un trabajo que no se había hecho nunca antes

Una frase de Gene Kranz ilustra a la perfección cuál era el estado de la NASA en aquellos primeros meses de la carrera espacial, en los que un grupo de jóvenes se enfrentaban a la tarea titánica de poner a un hombre en la Luna sin haber sido capaces siquiera de colocar una nave no tripulada en órbita terrestre: “Todos nosotros pensábamos en términos aeronáuticos, no astronáuticos. No teníamos la información necesaria para trabajar porque todavía no éramos lo suficientemente inteligentes para ello. Estábamos trabajando en un nuevo ámbito de trabajo, con una nueva red de trabajo, con nuevos procedimientos y en trabajos que nunca antes se habían desempeñado. Estábamos trabajando en algo que nunca se había hecho antes, un trabajo que era extraño hasta para nosotros mismos”. Los hechos y las palabras de Kranz demuestran el estado de precariedad en el que trabajaba la NASA en 1960, incapaz de tener sobre la mesa un protocolo de actuación en caso de que un cohete sufriera cualquier percance en la rampa de lanzamiento.

El fracaso de la misión Mercuro Redstone 1 se corrigió días más tarde. El 19 de diciembre, la Mercury Redstone 1A elevó por fin una nave hasta el espacio para traerla de vuelta sana y salva a la Tierra en quince minutos en lo que se conoce como un vuelo suborbital y que fue el que repitió unos meses más tarde Alan Shepard. Esta vez, eso sí, los cables que se encargaban de suministrar energía al cohete Redstone contaron con un nuevo añadido que garantizaba que no se volviera a repetir una situación como la anterior.

Despegues accidentados

No fue el único despegue con contratiempos. De hecho, la cápsula Mercury tuvo unos inicios bien duros. El vuelo de los diez centímetros tuvo lugar en noviembre de 1960 pero unos meses antes, el 29 de julio, el primer vuelo de prueba de la nave sobre un cohete Atlas, un misil intercontinental de la fuerza aérea que se iba a utilizar para las misiones orbitales, explotó pasados 57 segundos de misión en el que era el primer vuelo de prueba de una nave espacial estadounidense.

No acabaron aquí los problemas con la pareja, ya que la misión Mercury Atlas 3 terminó a los 43 segundos cuando Houston dio la orden de destruir el cohete después de que este no iniciara el cambio de trayectoria previsto veinte segundos después de encender los motores para colocarse en la órbita deseada. No todo fueron lamentos ya que el fallo del cohete permitió probar la torre de escape, con éxito, y recuperar la nave Mercury para futuras misiones.

De infausto recuerdo es el vuelo final del transbordador Challenger, que acabó con la vida de sus siete tripulantes en enero de 1986 cuando un fallo en uno de los cohetes de combustible sólido que propulsaban la nave tuvo lugar a los 73 segundos del despegue y provocó la desintegración de la nave debido a las fuerzas aerodinámicas que tuvo que soportar, y para las que no estaba preparada.

Precisamente el Challenger ya había sufrido un percance unos meses antes. Fue en la misión STS 51-F, lanzada el 29 de julio, y que supuso el único fallo que los motores principales de un transbordador sufrieron en toda su vida útil y que obligó a la tripulación a ejecutar una maniobra ATO (Abort to Orbit) que simplemente se tradujo en una ligera variación de la órbita planeada inicialmente para el resto de la misión.

Mucho antes de mandar un hombre al espacio, la NASA tuvo que hacer todo tipo de pruebas para certificar que sus cohetes y sus naves espaciales cumplían una serie de requisitos que garantizaban la seguridad de los astronautas a bordo. Hemos visto una de estas pruebas hace pocas semanas cuando la cápsula Orion completó su primer viaje no tripulado en lo que fue un éxito a todas luces, una misión en la que prácticamente no hubo fallos salvo alguna ligera mota de polvo en el amerizaje.

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