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"Invertir en curar el cáncer es perder el tiempo. ¡Olvidémonos del cuerpo!"
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KEVIN WARWICK, EXPERTO EN CIBERNÉTICA

"Invertir en curar el cáncer es perder el tiempo. ¡Olvidémonos del cuerpo!"

Warwick cree que el próximo paso de la evolución no está en la naturaleza ni el entorno, sino en las ventajas que nos ofrece la tecnología que poseemos

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A Kevin Warwick (Coventry, Inglaterra, 1954) hay quien le llama Capitán Cyborg. No es por su faceta como experto en inteligencia artificial, ni por ser profesor de Cibernética de la Universidad de Reading, ni siquiera por sus diversas publicaciones sobre las posibilidades de conectar el sistema nervioso humano con la tecnología. El apodo se lo ganó al implantarse dispositivos en el cuerpo; uno para abrir las puertas y encender la luces de su despacho y el otro para comunicar su sistema nervioso con el de su sufrida esposa.

Las críticas le importan poco a estas alturas. "Ambos experimentos fueron exitosos y pioneros. ¿Me critican por ello? Quizá sea pura envidia tecnológica", explica entre risas. Está en Madrid invitado por la Fundación Telefónica para defender su verdad, que incluye afirmaciones como "nuestro cuerpo es un estorbo para nuestro cerebro" o "en el futuro nos comunicaremos telepáticamente cerebro a cerebro gracias a implantes". Su discurso suena a ciencia-ficción, aunque nos queda por saber cuánto será ciencia y cuánto ficción.

Pregunta: Estará cansado de hacer entrevistas. ¿Cómo sería este encuentro si pudiéramos comunicarnos de cerebro a cerebro?

Respuesta: (Risas) No estoy cansado, pero cuando conectemos nuestros cerebros en paralelo las relaciones personales cambiarán. Piensa que con el lenguaje, incluso con las personas que conocemos bien, hay un montón de malentendidos. Por ejemplo, yo llevo 22 años casado con mi mujer, creo que la conozco muy de sobra y, no obstante, gran parte de nuestros problemas surgen de una comunicación errónea o inexistente. No tengo ni que mencionar los problemas que solventaría en ámbitos como la política, sobre todo a nivel de relaciones internacionales, que está llenos de equívocos.

Si pudiéramos comunicarnos de cerebro a cerebro tendríamos la posibilidad de transmitir ideas, imágenes y emociones en toda su pureza. El lenguaje a veces no es suficiente para comunicarnos en plenitud, y esta alternativa es mucho más rica. Tenemos que verlo como una actualización del cerebro, que seguramente puede hacer muchas más cosas de las que creemos. Necesitamos experimentar y ver hasta dónde podemos llegar. Creo que sería un enorme salto.

P.: ¿Se nos está quedando obsoleto el lenguaje?

R.: No lo sé, pero sí le veo ciertas limitaciones. El lenguaje, como casi todas las acciones humanas, consiste en transmitir señales electroquímicas, que vienen del cerebro, en movimientos mecánicos, como mover la lengua o levantar un brazo. Se trata de convertir señales digitales en otras analógicas, es un proceso poco eficaz. Algunos científicos dicen que el cerebro es un órgano analógico, pero eso no es del todo verdad. Funciona de forma parecida a como lo hace un ordenador. Las neuronas están abiertas para transmitir un impulso o no lo están; es como los unos y los ceros del código binario.

P.: Dice que el proceso evolutivo del lenguaje no se ha lucido.

R.: El lenguaje está bien, es un sistema que ha funcionado siempre, pero ahora tenemos la posibilidad de mejorarlo. Es más, ya lo estamos haciendo. El lenguaje tiene una limitación geográfica que suplimos con dispositivos tecnológicos para comunicarnos. El problema está en la conversión de esta información a un sistema analógico, porque es lento y trabajoso, aunque estemos acostumbrados a hacerlo. Es un tremendo cuello de botella al que nos hemos acostumbrado.

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P.: Según lo cuenta parece un asunto de interfaz, de la forma en la que nos comunicamos con el cerebro.

R.: Eso es, sin ninguna duda. Si lees a Sam Morse, el inventor del famoso código, verás que lo que intentaba, a principios del XIX, era comunicar los cerebros con pitidos que se pueden descodificar. Con todo, el problema sigue siendo de interfaz. Desde 1830, que es cuando se inventó el código Morse, hemos mejorado enormemente la forma de comunicarnos a distancia, pero sigue el problema del interfaz. Yo creo que es uno de los puntos donde debemos centrar nuestra ciencia.

P.: Nuestra evolución se basa en la naturaleza y el entorno. ¿Dice usted que ahora tenemos que basarla en la tecnología?

R.: Seguiremos teniendo un gran componente biológico desde el punto de que somos entidades biológicas. Pero sí, creo que el siguiente paso es apoyar nuestra evolución en la tecnología, y hacerlo todos juntos.

P.: En realidad esto ya está sucediendo. Nos gobierna la tecnología. La novedad que propone es integrarla en nuestro organismo.

R.: ¡Claro! Igual que a las personas que no oyen bien se les realiza un implante coclear, hay un montón de gente a la que se le instala tecnología en el organismo actualmente, aunque por el momento solo con fines médicos. ¿Por qué no experimentamos en otras direcciones?

P.: ¿Cree que la Medicina y otras disciplinas más técnicas como la Ingeniería o la Informática se unirán para dar lugar a una o varias nuevas?

R.: Sí. En los últimos quince o veinte años hemos constatado que el funcionamiento del cerebro es electroquímico, mientras que la Medicina es, y ha sido durante siglos y siglos, eminentemente química. Ahora tenemos la Electromedicina, que nos abre un montón de posibilidades porque es tremendamente específica. Puede actuar sobre una parte del sistema nervioso o del cerebro sin que el resto del organismo note las consecuencias. Hay avances en el tratamiento de enfermedades como el Parkinson o la epilepsia que funcionan tan bien que nos hacen pensar, “¿cómo es que antes lo hacíamos de otra manera?”. Todo lo relacionado con el cerebro, incluidos los dolores de cabeza o la depresión, será tratado electrónicamente, de igual forma que hasta ahora se ha recurrido a tratamientos químicos, porque no teníamos otros.

P.: Stephen Hawking dice que nuestro cerebro puede ser replicado informáticamente.

R.: No estoy en desacuerdo con el profesor Hawking, es más, lo veo probable. El cerebro tiene una parte biológica que, por el momento, no sabemos cómo reproducir con silicio y platino. Y si lo consiguiéramos nos encontraríamos ante un dilema fiolosófico: ¿esa reproducción exacta, tiene conciencia y sentimientos por sí misma? ¿No es esto otro ser humano? Al final somos nuestro cerebro.

De todos modos creo que Hawking se refiere a experimentar con nuestro cerebro, sobre todo con las partes que no funcionan. Cuando conozcamos cómo funciona la circuitería del cerebro, si nos deja de funcionar una parte, podremos reemplazarla con silicio. Debería ser una opción terapéutica como las que conocemos, una más.

P.: ¿Limita el resto del cuerpo al cerebro?

R.: Por supuesto. ¡Seguimos muriendo! ¡Qué vergüenza! Tienes cáncer de hígado y mueres. No tiene sentido, porque lo que somos es, esencialmente, un cerebro unido a un cuerpo. Invertir en curar el cáncer es una pérdida de tiempo. ¡Olvidémonos del cuerpo! Inviertan ese dinero en ver cómo mantener el cerebro vivo fuera de nuestro cuerpo.

P.: En esto también coincide con Hawking. Ambos suenan, tengo que decírselo, a Futurama.

R.: Exacto, así es como debería ser. ¿Quién necesita el cuerpo? Mira la obesidad, que es un problema creciente, sobre todo en países como Estados Unidos. O míreme a mí: yo soy un tipo normal, y tengo sobrepeso. Otros, para estar delgados y cuidar de su salud, hacen dos horas de ejercicio. ¡Vaya pérdida de tiempo! Solo estamos despiertos catorce o dieciséis horas al día como para tener que dedicarle dos al deporte, que podrían ser empleadas en algo útil.

P.: Esta concepción 'cerebrocéntrica', permítame la expresión, choca contra el concepto que los religiosos tienen por "alma".

R.: Uff… esta es una interesante discusión filosófica. No comprendo cómo un investigador puede conjugar, en estos tiempos, creencias religiosas con su trabajo. En cualquier caso, si esto les ayuda a conllevar las preocupaciones, me parece bien. El alma es una cuestión que pertenece a otros ámbitos, no a la ciencia.

P.: A mí me enseñaron que lo que diferencia a los humanos del resto de los animales es la inteligencia. Sin embargo hay partes de la inteligencia, como la memoria o el cálculo, en los que no podemos competir con las máquinas. ¿Son más humanas, en determinados aspectos, que nosotros?

R.: Definitivamente sí. Ya era difícil en los años 50, cuando Alan Turing creó un test para demostrar la existencia de una inteligencia informática, delimitar estos conceptos. La realidad es que algunas cosas que creíamos netamente humanas las puede hacer mejor una máquina, y nunca alcanzaremos su competencia. Lo mismo hay que redefinir lo que nos hace humanos.

P.: Imagino su futuro en el que podemos comprar 'chips' que nos hagan más inteligentes. ¿No implicará eso la creación de subespecies con distintas capacidades, como los humanos puros y los 'cyborgs'?

R.: Será así, aunque nos duela, porque la inteligencia es clave en la evolución, en determinar quién se sitúa en los escalones más altos de la sociedad. En este aspecto, los cyborgs podrían ser inteligencias humanas conectadas entre sí, lo que les haría más inteligentes, ya que sus pensamientos se transmitirían más rápido y más claro, y además podrían pensar en abstracto, en numerosas dimensiones por ejemplo. Serán individuos más conectados con la tecnología que los demás, y eso les proporcionará un conocimiento más profundo de lo que sucede a su alrededor, más profundo que el de la subespecie humana.

P.: ¿Tiene miedo el ser humano a escuchar esto?

R.: La unión entre la tecnología y el ser humano implica muchos cambios, demasiados. Estoy de acuerdo, pero quizá la sociedad occidental no se da cuenta de hasta qué punto depende de la tecnología. Si los sistemas informáticos se vinieran abajo de golpe, muchas personas morirían. No habría comida, porque todos los procesos alimentarios, desde el tratamiento hasta el empaquetado, dependen de máquinas. La situación sería especialmente dramática en las ciudades, sin transportes, refrigeración, alcantarillado, agua… billones de personas dependen de la tecnología para cada cosa que hacen. Si estamos ya en esta situación, ¿por qué no dar un paso adelante y trabajar en la integración dentro de nuestro cuerpo?

P.: Quizá en ese proceso nos encontremos anomalías como la que se describe en la película ‘Her’, en la que un hombre se enamora de su sistema operativo.

R.: Es una posibilidad real. Cada año reunimos los ordenadores más potentes en Londres para ver si alguno es capaz de pasar el test de Turing, si puede confundirse con un ser humano. Y lo cierto es que son especialmente buenos comunicándose, hasta tal punto que es complicado saber si te escribe una máquina o un ser humano. Quizá es porque los ordenadores están mejorando, quizá porque los seres humanos somos más estúpidos (risas). En términos comunicacionales, sí, una máquina podría emular la competencia humana.

P.: ¿La inteligencia artificial puede basarse en la inteligencia humana o debe encontrar su propio modelo?

R.: Hay muchos tipos de inteligencia artificial. Vuelvo a Alan Turing. Era un tipo tremendamente inteligente, pero no contó con el potencial de las redes. La dificultad para superar su test es grande cuando el ordenador está desconectado, pero si tiene acceso a internet, que es como un gran cerebro, en realidad ya no estás lidiando con un cerebro, sino con un cerebro más otro cerebro, más otro cerebro, más otro cerebro… esta es la gran ventaja de la inteligencia artificial, que puede funcionar en red, y la gran desventaja de nuestro cerebro, que no puede. En estos casos, la inteligencia humana no puede servir de modelo.

P.: ¿No dependeremos demasiado de quienes fabriquen nuestros implantes cerebrales, de nuestros 'actualizadores'?

R.: Este es un gran problema. Cuando hablamos del Gran Hermano que describió George Orwell en 1949 siempre lo hacemos en negativo, sin darnos cuenta de que muchas de las cosas que describe ya están aquí, y nos gustan que estén. Queremos tarjetas de crédito y cámaras en todos los sitios, aunque unas le detallen al sistema nuestra forma de vida y las otras hayan destruido la privacidad. Si entras a un supermercado o simplemente sales a la calle, serás grabado. ¿No te gusta? Yo no escucho quejarse a casi nadie, porque prefieren estar seguros.

P.: No hablo tanto de privacidad como de servicio técnico. ¿Se imagina llamando a la asistencia técnica porque nos ha fallado el implante cerebral?

R.: (Risas) En el momento en el que enlacemos nuestro cerebro a una red dependeremos en gran medida de su mantenimiento y su seguridad. Tendremos que requerir de nuestros proveedores el mejor de los servicios, dado que tiene un papel crucial en nuestra vida.

P.: Hablando de seguridad. Ayer un 'hacker' era un tipo que enredaba con código en su habitación. Hoy es alguien que puede robar todo tu dinero y/o suplantar tu personalidad en la red. ¿Y si mañana pudiese 'hackear' tus implantes cerebrales y anular tu voluntad?

R.: ¡Pero esto ya lo podrían hacer! En algunos pacientes con Parkinson ponemos implantes para monitorizar su actividad cerebral. Lo hacemos desde Londres, independientemente de donde ellos vivan. Vemos en tiempo real el cerebro de las personas, y el sistema de inteligencia artificial, a tenor de los resultados, estimula una u otra parte del cerebro. Manejamos el cerebro de una persona a cien kilómetros de distancia. Esto no va a suceder, sino que está pasando ahora.

¿Qué pasaría su quisiésemos hacer el mal? No lo sé. Si un hacker del MIT quisiera, ¿podría hacerlo? Me temo que sí. Los científicos buscamos el bien común, aunque esto no significa que los avances puedan utilizarse para otras causas. La energía nuclear, por ejemplo, ha matado a millones de personas y, no obstante, es un hito en la historia de la ciencia. Tenemos que asustarnos ante el mal uso de la ciencia, pero no por ello dejar de avanzar.

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P.: Supongo que antes de todo esto tendremos que entender cómo funciona el cerebro.

R.: Estamos aprendiendo sobre el cerebro todos los días, pero no necesitamos saberlo todo para ir experimentando. ¿Sabían todo sobre la aviación los hermanos Wright? Apenas sabían que con esas alas y el peso de su artefacto podían volar. Pues lo mismo con los implantes cerebrales. Hay un montón de cosas que sí sabemos para consumar un aproximamiento a nivel ingeniería y probar algunas cosas con el menor riesgo.

Yo mismo experimenté en mi propio organismo y nada malo me sucedió. Y si hubiera muerto, o hubiera acabado seriamente herido, la ciencia habría aprendido de su error.

P.: ¿Está el cerebro preparado para recibir información por otras vías que no sean los cinco sentidos de toda la vida?

R.: Sí, yo los llamo “nuevos sentidos”. Recibimos muchos más inputs en el cerebro de los que creemos, lo que sucede es que no nos generan interés y los descartamos. Pero es que, además, nuestro cerebro tiene la capacidad de aprender, de modo que si conectamos una serie de sensores a los nervios de nuestra mano, y le proporcionamos nuevos estímulos, seremos capaces de aprender cómo descodificarlos. Pueden ser rayos X, infrarrojos… si nos interesan, aprenderemos a comprenderlos.

P.: ¿No corremos el riesgo de sobrecalentar el órgano a base de trabajo para el que no está diseñado?

R.: No lo creo. El mundo está lleno de información que descartamos en función de dónde pongamos la atención. Cuando vas de caza, tu cerebro se centra en disparar a cosas que se mueven rápido, y eso es algo que no haces cuando vas por la calle. Lo mismo sucede ante una amenaza, que se prioriza la propia conservación y omites cualquier otra información. Es cuestión de prioridades; el cerebro sabe cuando recordar algo, cuando le es útil, y cuando tiene que olvidarlo.

P.: Tiene sentido: nosotros manejamos mucha más información que nuestros abuelos.

R.: Enormemente, y menos mal que los ordenadores retienen gran parte de esa información por nosotros (risas). No solo manejamos más información, sino que la recibimos y procesamos mucho más rápido. En serio, nuestro cerebro es realmente bueno adaptándose y descartando lo que no nos vale. La tecnología ha cambiado incluso la forma en la que memorizamos las cosas: no necesitamos hacerlo como nuestros abuelos, porque siempre tenemos internet para recordárnoslo.

Piensa en el colegio, en la forma en la que aprendimos la tabla de multiplicar o la letra del himno nacional…

P.: Los españoles no tenemos problemas a la hora de memorizar la letra del himno.

R.: ¿En serio? ¿Es muy sencilla?

P.: Y tanto. Se la quitamos en 1975.

R.: (Risas) Me alegro, porque no sirve para nada. El de Inglaterra es horroroso. Aparte, quizá nos encontremos con un futuro en el que la educación se descargue en nuestro cerebro. Yo soy profesor y, en cada examen, me enfrento al problema de la capacidad que tiene cada alumno de comunicarse con internet por medio de diversos dispositivos. ¡Es imposible controlarlos! Y además se me plantea el dilema de que ellos tendrán acceso a internet en sus futuros trabajos. ¿Por qué hay que prohibirlo en su formación? ¿Por qué obligarles a recordar hechos concretos? El punto crítico es que sepan acceder a la información y entiendan el funcionamiento de las cosas.

P.: Por último, ¿viviremos para ver un ordenador con conciencia propia?

R.: Seguro. Existen ya ordenadores con conciencia… a su manera. Algunos pagan grandes cantidades de dinero por una predicción de su futuro, mientras que lo cierto es que una máquina puede hacer ese trabajo mejor que un humano. Los humanos te dirán “ánimo, estás deprimido, verás cómo todo pasa y conoces a una persona ideal”, que no sirve de nada. Una máquina podrá basarse en tus experiencias pasadas para realizar un vaticinio más acertado que el de un ser consciente. Viviremos para verlo, y nos será útil.

A Kevin Warwick (Coventry, Inglaterra, 1954) hay quien le llama Capitán Cyborg. No es por su faceta como experto en inteligencia artificial, ni por ser profesor de Cibernética de la Universidad de Reading, ni siquiera por sus diversas publicaciones sobre las posibilidades de conectar el sistema nervioso humano con la tecnología. El apodo se lo ganó al implantarse dispositivos en el cuerpo; uno para abrir las puertas y encender la luces de su despacho y el otro para comunicar su sistema nervioso con el de su sufrida esposa.

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