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Aislados y sin amigos: así son los 'currelas' de Silicon Valley
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sus privilegios levantan ampollas

Aislados y sin amigos: así son los 'currelas' de Silicon Valley

Parecen tenerlo todo, pero la realidad no es tan bonita: los trabajadores de las tecnológicas viven en una auténtica jaula de oro, separados del mundo

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La pelota recorrió a gran velocidad el largo pasillo. Tras ella un par de jóvenes con largas melenas y aspecto desenfadado corrían divertidos. Uno podía pensar que la escena parece sacada de alguna fiesta en casa ajena o un guateque desenfadado pero no: esta realidad es habitual en muchas de las grandes corporaciones de Silicon Valley. Lejos del rigor de las grandes firmas en las que sus ejecutivos sólo se libran del traje los viernes, las brillantes startups nacidas en muchas ocasiones en garajes siguen fomentando el ocio y el entretenimiento como una forma de alimentar la creatividad de estos elegidos.

Son los nuevos curritosdel valle: ingenieros con expedientes brillantes, jóvenes con innegable talento que han despuntado en alguna faceta de su vida y que han logrado que marcas como Google o Apple se fijen en ellos. Todo es muy hipster, muy cool o cualquier calificativo de moda que describa este ambiente tan especial. Pero sin embargo, bajo esta sensación de buen rollo se oculta una realidad bastante más oscura: estos elegidos son los nuevos parias de nuestro tiempo y viven completamente aislados de la realidad en lo que parece una maquiavélica estrategia por parte de las firmas.

Una élite que da la espalda al populacho

O eres de los nuestros, o estás fuera. No hay término medio. Hace unas semanas nos hicimos eco de un atípico movimiento en Silicon Valley que pregonaba la independencia del valle y la sustitución del gobierno actual por la tecnologíaen lo que constataba una patente desconexión de estos patas negras con la realidad. En ese artículo reflejábamos una creciente insensibilidad entre un sector de jóvenes triunfadores del valle californiano que veían a los más desfavorecidos como basuray que entendían que si habían acabado así era, básicamente, por su mediocridad.

Bien, este matrixparticular en que muchos viven es consecuencia del dinero fácil, pero también de la voluntad deliberada de los grandes por fomentar la creación de tribus. El amor a la marca dura poco si se pone pasta sobre la mesa y los gigantes se lanzan a la yugular a robara los más brillantes empleados de sus rivales. Aquí nohay amigos. Una forma de retenerlos es aislarlos del mundo, y esto último es literal. Tanto Apple como Google, por nombrar sólo unas firmas, cuentan con una red de autobuses que se encarga de recoger a los empleados en sus casas y depositarlos en la sede, o cárcel de oro, como veremos.

Una vez dentro, la estampa que hemos descrito al comienzo del artículo: comida gratis, peluquería, servicio de lavandería, relajación en las formas... Un ambiente de distensión que a primera vista ofrece una sensación de absoluta libertad. Sí, todos muy libres pero dentro de los barrotes. Las jornadas son larguísimas y esta élite vuelve a casa a última hora del día sin más ganas ni energía que meterse en la cama. Eso sí, comidos, aseados y con la colada planchada bajo el brazo. Ante este panorama, la relación social de los miles de empleados de las lustrosas firmas del valle es prácticamente nula. Nadie les ve, nadie les conoce, pero su presencia se deja notar de una manera que está colmando la paciencia de los que se matan a servir hamburguesas en los McDonald’s de la zona o a barrer las calles de la ciudad.

Manifestaciones en contra de los 'techies'

Sí, en San Francisco, además del reluciente brillo de Apples y Googles, hay gente que se gana el pan con trabajos más cotidianos y que está sufriendo los daños colaterales de la expansión de las estrellas de la tecnología: la vida en la ciudad está por las nubes. Los alquileres han subido un 20% de media y el coste de la cesta de la compra se ha disparado. Visto desde la perspectiva de los trabajadores que están fuera de esta burbuja, los niños bien del valle, que ganan un dineral, no tienen que pagar el bus, no se relacionan con nadie, y encima provocan que su vida se haya encarecido hasta niveles insoportables para sus exiguos salarios.

¿Suena a broma? Ni de lejos. Han comenzado a organizarse manifestaciones y hasta se ha llegado a bloquear el acceso de autobuses llenos de asustados empleados que viven -sin posibilidad de elección- totalmente incomunicados del resto de la ciudad. Un coste económico y social provocado de forma directa o indirecta por marcas que exhiben en los cierres unos abultadísimos beneficios.

Una patata caliente que nadie sabe muy bien cómo abordar: las autoridades tratan con un comprensible mimo a los gigantes que dejan un buen pico en impuestos, pero por otro lado deben atender las necesidades del resto de los mortales. Los grandes de Silicon Valley parecen ser los primeros que, en medio de la confusión, han aceptado pagar por el uso de las paradas municipales, pero eso sí, sin renunciar a su flota de buses con cristales tintados que recoge a los elegidos en sus casas-dormitorio.

La pelota recorrió a gran velocidad el largo pasillo. Tras ella un par de jóvenes con largas melenas y aspecto desenfadado corrían divertidos. Uno podía pensar que la escena parece sacada de alguna fiesta en casa ajena o un guateque desenfadado pero no: esta realidad es habitual en muchas de las grandes corporaciones de Silicon Valley. Lejos del rigor de las grandes firmas en las que sus ejecutivos sólo se libran del traje los viernes, las brillantes startups nacidas en muchas ocasiones en garajes siguen fomentando el ocio y el entretenimiento como una forma de alimentar la creatividad de estos elegidos.

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