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“Mi truculenta experiencia de contratar 'online' un programador chino”
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LOS RIESGOS DEL DESARROLLO 'LOW COST'

“Mi truculenta experiencia de contratar 'online' un programador chino”

El 'freelance' que el joven Mike Lemovitz contrató para crear una 'app' se negó a darle el código hasta que no valorase su desarrollo con cinco estrellas

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¿Quién no ha tenido una idea feliz bajo la ducha? Esos momentos de relajación obligada a golpe de un constante chorro de agua caliente dan para mucho, pero por desgracia, esas perlas de creatividad por lo general se van por el sumidero como el agua. Pero este desperdicio se iba a terminar, al menos para Mike Lemovitz, un joven de Massachusetts. Tenía una idea ganadora y no podía dejarla pasar. No es que tenga problemas laborales ni viva una agónica situación financiera, pero la tentación del dinero fácil que proporcionan las apps es demasiado fuerte.

Son muchos los que han hecho una fortuna a cuenta de sencillas aplicaciones diseñadas de la noche a la mañana, aunque en este caso todo es diferente: por lo general, los que se montan en el dólar con su creación suelen ser programadores que tras muchas horas de código dan con un proyecto atractivo. No es el caso de nuestro Mike, que no ha escrito una sola línea de programación en su vida, pero está convencido de que ha dado con una idea ganadora, que además no tiene rival en la App Store del iPhone.

La idea le vino en este momento de catarsis en la ducha matinal cuando uno hace un repaso a su vida a velocidad del rayo. Se acercaban las navidades y había que ir pensando en los regalos para sus hijos de corta edad. Y la carta, muy importante la carta, en la que los más pequeños pedían sus sueños y a cambio contaban lo bien que se habían portado. Un momento ¿hay alguna app que haga esto en el iPhone? Fue en ese momento cuando este padre de familia vio la luz.

Aquello tenía que funcionar. La semilla de SantaDispatch, como había bautizado su criatura, había sido sembrada. Pero como apuntamos, este ejecutivo de marketing no tenía ni idea de cómo programar, cero absoluto. Lo que sí tenía claro es qué aspecto debía tener su aplicación y, por descontado, su funcionalidad. “No tenía un solo duro y se me echaba el tiempo encima”, reconoce, así que decidió probar con el conocido servicio Elance. Este sitio es una suerte de bolsa de trabajo en la que los freelance de todo el mundo ponen a su disposición sus servicios en trabajos concretos.

El funcionamiento de esta web es similar, salvando las distancias, a sitios como Tripadvisor: los mejores se llevan las puntuaciones más altas y así, el que quiera contratar a alguien sabe a qué se atiene. Otra de las grandes ventajas de Elance -y posiblemente la clave de su gran éxito- es que conecta a las primeras potencias del mundo con la mano de obra de economías emergentes.

Un mercado global

Esto es, que uno puede contratar desde Europa a un programador, traductor o asistente de India o China, con lo que el trabajo en cuestión sale por una miseria para los primeros, y un dinero importante para los segundos. Dar con un buen proveedor en Elance o similares puede suponer una ventaja competitiva considerable dados los altos costos laborales del primer mundo, pero como veremos, no es oro todo lo que reluce.

Sobre la excelente salud de este servicio, Forbes destaca que son ya 5 millones de proyectos online disponibles para esta mano de obra lowcost, que lleva ya ingresada en grueso la friolera de 900 millones de dólares. Casi nada. Desde el lado de los autónomos en busca de clientes para ir rellenando sus horas libres, el asunto tampoco es una broma, y algunos aseguran que se han levantado hasta 7.000 dólares en un buen mes.

El propio Tim Ferriss confiesa en su best seller La semana laboral de 4 horasque parte de su éxito se lo debe a Elance y la subcontratación de servicios a esta comunidad. ¿Cómo funciona exactamente? Uno se registra y expone el trabajo que desea que se lleve a cabo (deben ser en buena lógica trabajos de oficina), espera unos segundos y de repente se encuentra con el buzón lleno de propuestas de Bangladesh, India, China, aunque también desde Estados Unidos o Latinoamérica, y suelen rondar los 20 dólares el coste horario. Todo el proceso es virtual: se cierra un precio, un plazo y unos hitos en los que se van efectuando los pagos, mantienéndose la comunicación por mensajería o Skype.

Así las cosas, Mike no dudó en dar una oportunidad a su alocada idea bajo el grifo y puso su conciso anuncio en Elance. En cuestión de minutos tenía su buzón lleno de interesantes propuestas, y además podía cotejarlas con las votaciones previas de otros contratadores. Finalmente se decidió por un chino que le prometía desarrollar la aplicación para el iPhone en plazo y por apenas 800 dólares. Sin trampas ni cartón. Así era. Y cuatro horas más tarde se encontraba ya chateando por Skype con su programador, dando por iniciado el proyecto. Las cosas no comenzaron mal, más bien al contrario.

La primera versión en dos días

El primer hito llegó rápido y el norteamericano se mostró gratamente sorprendido: habían pasado sólo dos días y ya tenía la primera versión de la aplicación operativa. “Fue uno de los momentos más emocionantes que recuerdo”, escribe cautivado en su blog. Pero la alegría en casa del pobre dura poco. Pronto comenzarían los sinsabores. De hecho, este primer hito y el desembolso de los 200 dólares iniciales fue el punto de inflexión en esta relación.

El estadounidense comenzó a pulir pequeños detalles de la aplicación y el desarrollador comenzó a protestar argumentando que aquello no estaba en las especificaciones. Superada esta traba, el chino presionó a su contratador para recibir el segundo pago aunque no se había alcanzado el hito correspondiente. De repente, lo que era hasta entonces un agradable intercambio de mensajes se había convertido en un hosco dimes y diretes en los que el de Massachusetts veía cada vez el futuro más negro.

Pero con mano izquierda, tesón y capacidad de convicción, consiguió llevar al programador al paso final con el que se terminaba el proyecto. La aplicación había sido terminada con prisas y sin todas las funcionalidades deseadas, pero seguía siendo una ganga. Para cumplimentar el pago final faltaba con que el de Elance enviara el código fuente, su último gran activo para poder coartar de alguna manera al adinerado del primer mundo. Al serle requerido este paso la respuesta dejó planchado a Lemovitz: “Te enviaré el código cuando me puntúes con 5 estrellas”.

Sin caretas. Coacción de primer orden. Llegados a este punto ya no quedaba claro si los galones de este chino habían sido conseguidos de la misma manera. Nuestro hombre se atrincheró y se negó en redondo a valorar positivamente algo con lo que no confesaba, o más bien, a aceptar una coacción. El programador vio más peligros que ventajas en ese pulso y replegó velas enviando el código y dando por cerrado el trabajo.

La moraleja de toda esta historia queda patente en su blog: “Conseguí tener una aplicación para el iPhone en dos semanas y por 800 dólares”, escribe, “pero no compensa los malos ratos que me llevé y el toma y daca”. “La conclusión a la que he llegado es que compensa aprender a programar para hacer las cosas a tu manera”. Y en esas está.

¿Quién no ha tenido una idea feliz bajo la ducha? Esos momentos de relajación obligada a golpe de un constante chorro de agua caliente dan para mucho, pero por desgracia, esas perlas de creatividad por lo general se van por el sumidero como el agua. Pero este desperdicio se iba a terminar, al menos para Mike Lemovitz, un joven de Massachusetts. Tenía una idea ganadora y no podía dejarla pasar. No es que tenga problemas laborales ni viva una agónica situación financiera, pero la tentación del dinero fácil que proporcionan las apps es demasiado fuerte.

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