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Marissa Mayer, la dama de hierro de Google
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UNA DE LAS DIRECTIVAS MÁS INFLUYENTES

Marissa Mayer, la dama de hierro de Google

Abril de 1999. Marissa Mayer terminaba su plato de pasta frente a la pantalla del ordenador, mientras comprobaba el correo electrónico. Estaba a punto de graduarse

Foto: Marissa Mayer, la dama de hierro de Google
Marissa Mayer, la dama de hierro de Google

Abril de 1999. Marissa Mayer terminaba su plato de pasta frente a la pantalla del ordenador, mientras comprobaba el correo electrónico. Estaba a punto de graduarse con un impecable expediente como ingeniera por la prestigiosa universidad de Stanford y ya le llovían las ofertas de empleo. Mientras presionaba el botón ‘Suprimir’ en su ordenador, iba borrando los diferentes correos sin interés que inundaban la bandeja de entrada. Uno de ellos estuvo a punto de sufrir el mismo destino, pero algo llamó la atención de la brillante joven: se trataba de una oferta de empleo de una empresa con un nombre muy gracioso. “¿Quieres trabajar en Google?”. Doce años más tarde, Mayer es una de las directivas más influyentes y ostenta la vicepresidencia de una de la firmas más relevantes de nuestro tiempo. Ha llegado el momento de hacer balance, y en una entrevista concedida a Fortune, la ingeniera de 36 años reconoce que, en su momento, no dio a Google “ni un 2% de posibilidades de triunfar”.


Reunidos en torno a una mesa de ping pong

Los cálculos le fallaron en aquel momento, pero no el instinto. La joven de Wisconsin llegó a California para hacer carrera y ahora relata con nostalgia cómo fueron los primeros pasos de la compañía fundada por Sergey Brin y Larry Page. Se libró por meses de no realizar la primera entrevista en el famoso garaje que dio vida a Google. La firma acababa de mudarse a su primer local “convencional” y la rubia de Wausau fue citada para su primera entrevista de trabajo, habiendo descartado previamente otras opciones en firmas de renombre. El primer impacto fue demoledor. La empresa estaba formada por apenas 7 personas y la reunión se celebró sentados en torno una mesa de ping pong. Mayer fue preguntada sobre sus conocimientos y la joven no dudó en levantarse y comenzar a esbozar sobre una pizarra sus planteamientos, cuando de repente, Brin y Page se levantaron y se fueron. La reunión había concluido. Otro de los empleados de la recién creada firma preguntó a Mayer si podría venir al día siguiente a realizar otra entrevista.

Sin embargo, la situación no mejoró mucho en la siguiente reunión. Nuevamente la mesa de ping pong, y ahora su interlocutor era Amit Patel, el octavo empleado de la compañía, que había sido contratado esa misma mañana. El comienzo de la entrevista fue descorazonador. “No sé muy bien qué preguntarte porque no tengo claro qué hace Google”, reconocería asustado. Tras Patel, un nuevo ingeniero entró en la sala. Craig Silverstein también será recordado siempre por Mayer. “Antes de nada, recuérdame que mueva el coche a las 16h”, fueron las primeras palabras que espetó a la entrevistada. Las oficinas de Google se encontraban en una zona de estacionamiento limitado, y cada cierto tiempo, los empleados debían mover sus vehículos. La entrevista continuó y animada por el contenido de la misma, Mayer descubrió con horror que eran las 16h10 y no había avisado a Silberstein. “Lo siento”, se disculpó. Para entonces, Marissa Mayer había sido oficialmente contratada.

Pero el anecdotario que jalona los orígenes de Google desde la perspectiva de la vicepresidenta de la compañía continúa. Recuerda con cariño que Brin y Page fueron a Stanford a su propia graduación y se acercaron a conocer a sus padres, recién llegados de Wisconsin. Los fundadores de Google iban con pantalones cortos y sendos skates. De repente, Larry Page anunció sorprendido: “hey, creo que yo me graduaba hoy también. Voy a por mi título”. Y salió patinando a toda velocidad ante el asombro de los padres de la Mayer. Pero la ingeniera acertó en su apuesta y hoy es un peso pesado en la organización. Se dice de ella que es fría, metódica y calculadora, pero los que tratan con ella directamente hablan de un encanto personal que resulta irresistible.




Joven, guapa y con un innegable talento, Mayer pisa firme allá por donde pasa en Googleplex. Su opinión pesa y mucho, y se le reconoce el mérito de ser la precursora de la política de Google de permitir a los empleados dedicar el 20% de su tiempo a sus propios proyectos. Su apuesta ha sido un éxito: la propia Mayer reconoce que la mitad de esos proyectos termina siendo un producto de éxito en la casa. Una de las claves del éxito, según la directiva, reside en el error: “no hay problema en equivocarse: la clave reside en hacerlo rápido”, reconoce. En su apretadísima agenda, todavía hay tiempo para mantener una agitada cuenta en Twitter, y nos quedamos con uno de sus últimos mensajes: “Dicen los finlandeses que no hay nada más permanente que lo temporal. Qué cierto es eso”.

Abril de 1999. Marissa Mayer terminaba su plato de pasta frente a la pantalla del ordenador, mientras comprobaba el correo electrónico. Estaba a punto de graduarse con un impecable expediente como ingeniera por la prestigiosa universidad de Stanford y ya le llovían las ofertas de empleo. Mientras presionaba el botón ‘Suprimir’ en su ordenador, iba borrando los diferentes correos sin interés que inundaban la bandeja de entrada. Uno de ellos estuvo a punto de sufrir el mismo destino, pero algo llamó la atención de la brillante joven: se trataba de una oferta de empleo de una empresa con un nombre muy gracioso. “¿Quieres trabajar en Google?”. Doce años más tarde, Mayer es una de las directivas más influyentes y ostenta la vicepresidencia de una de la firmas más relevantes de nuestro tiempo. Ha llegado el momento de hacer balance, y en una entrevista concedida a Fortune, la ingeniera de 36 años reconoce que, en su momento, no dio a Google “ni un 2% de posibilidades de triunfar”.

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