Crimen de Godelleta: "Le echamos sosa cáustica al cadáver para que desapareciera"
La justicia tendrá que dejar en libertad a un adolescente que confesó cómo él y su madre asesinaron en Valencia a su padrastro, un hombre postrado en una silla de ruedas
A Jorge (no se llama así, pero es menor de edad y hay que preservar su identidad) su madre le enseñó a matar cuando solo tenía 16 años. La docencia ya define a su progenitora, una mujer sin empatía que solo se quería a sí misma y que usaba a los demás como meras herramientas para conseguir sus fines. En su vida sobraba su marido, y padrastro de Jorge, Isaac Guillén, de 41 años. Isaac había trabajado de policía local en Catarroja, Valencia, hasta que una enfermedad degenerativa, ataxia, vació sus músculos de fuerza y le postró en una silla de ruedas. Incapaz de moverse, apenas de hablar, en 2019 se casó en segundas nupcias con Beatriz. Antes de entrar en la iglesia, el amor ya se había desaguado por las alcantarillas, porque en aquel enlace solo había interés, una especie de acuerdo táctico: tú me cuidas mientras viva y yo os mantengo a ti y a tu hijo.
Beatriz respetó el pacto apenas unos meses. El 1 de diciembre de 2019 lo asesinó, enterró su cuerpo y fingió que se había fugado con la intención de suicidarse y poner fin a su dolor. Aunque Isaac no podía ni moverse y nadie la creyó, el cuento se sostuvo unos meses, hasta que el extraordinario trabajo del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional de Valencia arrancó la careta de la mentira a la esposa y localizaron la evidencia más importante: los agentes encontraron el cuerpo de Isaac Guillén enterrado en una finca de la localidad valenciana de Godelleta y en la esquina más alejada su silla de ruedas, debajo de unos plásticos. A los investigadores solo les quedaba reconstruir la historia para conocer qué sucedió el 1 de diciembre de 2019, y Jorge estaba dispuesto a contarlo todo.
"Tú quédate con él hasta que se duerma y cuando ocurra me avisas, que yo me voy de compras", le dijo su madre
El Confidencial ha conocido en exclusiva el relato del todavía menor de edad: "Aquel día, después de comer, fuimos al 'parking' de un centro comercial cerca de la casa de una amiga de mi madre. Cuando llegamos, mi madre le dijo a Isaac: 'Anda, tómate estas pastillas que te quitarán el dolor'. Para que confiase y viera que no le iba a pasar nada, ella misma se metió una en la boca y se la tragó. Lo que no sabía Isaac es que mi madre había vaciado la cápsula de contenido para que a ella no le hiciera efecto".
El exagente de policía se tragó las pastillas y sin esperar a que le hicieran efecto, Beatriz se bajó del coche y le dijo a su hijo: "Tú quédate con él hasta que se duerma y cuando ocurra me avisas, que yo me voy de compras". Cuando por fin se quedó dormido, Jorge llamó a su madre: "Llego enseguida", cuenta el menor que le dijo. “Vino con una caja de cruasanes. Desde allí fuimos a casa de una amiga de mi madre. Cogió el teléfono de Isaac y me lo entregó: 'Súbeselo a casa de mi amiga y dile que lo guarde'. Así lo hice. La mujer me preguntó de quién era y por qué se lo tenía que quedar. Le respondí que no sabía. De ahí nos fuimos a casa de una prima. Ella se quedó con mi móvil y el de mi madre. Sabía que los tenía que guardar, pero no sabía para qué. Cuando le pregunté por qué íbamos dejando los teléfonos en diferentes casas me respondió: 'Es para que la policía no pueda rastrear dónde hemos estado hoy'. Me lo contó de camino a la parcela que mi madre había alquilado en la localidad de Godelleta".
Cuando llegaron allí, Beatriz aparcó el coche en mitad del terreno, se bajaron y dejaron en el interior a Isaac. Cerraron bien las ventanas y entre los dos manipularon una bombona de butano. "Ella colocó la manguera junto a la cabeza de Isaac, abrió el gas, salió del coche y cerró la puerta. 'Vayamos a dar un paseo para hacer tiempo', me ordenó. Regresamos media hora después. Mi madre se acercó al coche y al regresar me dijo: 'Creo que sigue vivo, vamos a seguir caminando un rato'. Treinta minutos después volvimos otra vez. Le vi moverse. Seguía vivo. Mi madre me dijo: 'Tú abre las puertas del coche y yo cierro la espita de la bombona'. Tuvimos que esperar un rato a que se ventilase".
Beatriz estaba nerviosa y no quería que la muerte se dilatase en el tiempo porque aumentaba las posibilidades de que les pudieran pillar. "Cuando el coche se vació de gas, mi madre me pidió que me quitase el cordón de una zapatilla. Se lo di y se colocó detrás del asiento en el que iba él. Rodeo su cuello con el cordón y apretó. Yo me giré porque no podía verlo. No quería ver morir a Isaac, pero sí escuché cómo se resistía. Le pedí a mi madre que parara. Yo no quería que sufriera, pero ella me respondió: 'No puedo. Tiene marcas en el cuello y nos puede denunciar. Tengo que matarlo'. Siguió apretando y yo me alejé. Cuando dejó de moverse y parecía que estaba muerto, mi madre me gritó que regresara y que la ayudase a tirar el cadáver a un agujero que había a escasos metros: 'Ayúdame que tengo mal las rodillas', se justificó. Obedecí. Intenté escuchar su corazón, pero no lo oí. Creí que estaba muerto y lo coloqué en el agujero. Entonces cubrimos el cuerpo entero con tierra y piedras que había allí". Los dos regresaron días después a la parcela: "Le echamos sosa cáustica al cadáver para que desapareciera".
A mediados del próximo mes de marzo Jorge cumplirá nueve meses de internamiento en un centro de menores. Es lo máximo que permite la ley. El juicio debería haberse celebrado, en esos nueve meses, para que no saliera en libertad, porque le pueden caer con toda seguridad ocho años de internamiento.
A Jorge (no se llama así, pero es menor de edad y hay que preservar su identidad) su madre le enseñó a matar cuando solo tenía 16 años. La docencia ya define a su progenitora, una mujer sin empatía que solo se quería a sí misma y que usaba a los demás como meras herramientas para conseguir sus fines. En su vida sobraba su marido, y padrastro de Jorge, Isaac Guillén, de 41 años. Isaac había trabajado de policía local en Catarroja, Valencia, hasta que una enfermedad degenerativa, ataxia, vació sus músculos de fuerza y le postró en una silla de ruedas. Incapaz de moverse, apenas de hablar, en 2019 se casó en segundas nupcias con Beatriz. Antes de entrar en la iglesia, el amor ya se había desaguado por las alcantarillas, porque en aquel enlace solo había interés, una especie de acuerdo táctico: tú me cuidas mientras viva y yo os mantengo a ti y a tu hijo.