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¿Y si catalanizamos a todos los niños españoles?
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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¿Y si catalanizamos a todos los niños españoles?

Lo que nos hace iguales a todos los españoles es que todos nos creemos mejores que los demás. ¿Por qué no darnos la razón todos por una vez? Valorar nuestra diversidad es más urgente que nunca

Foto: Esteladas e ikurriñas en un amistoso entre las selecciones de Cataluña y Euskadi en el Camp Nou. (EFE)
Esteladas e ikurriñas en un amistoso entre las selecciones de Cataluña y Euskadi en el Camp Nou. (EFE)

El diputado andaluz de Ciudadanos José Antonio Funes ha lanzado una propuesta muy sensata. Quiere que los niños andaluces cursen una optativa en la escuela que les familiarice con las tres vernáculas del reino, el euskera, el catalán y el gallego. Supone Funes que con nociones básicas de los tres idiomas, los españoles de mañana mostrarán un poco más de amor -dicho de otra forma, un poco menos de hostilidad- hacia la riqueza idiomática española y nuestras diferencias culturofolclóricas. A mí me encanta esta idea, que está en las antípodas del sueño wertiano de españolizar a los catalanes.

A Funes le agradezco la valentía de la propuesta, pero yo iría mucho más lejos por esa vereda y la convertiría en autopista de 10 carriles. Hemos de catalanizar, galleguizar, euskaldizar, murcianizar, asturianizar, aragonizar, leonizar, etcétera a todos los críos de España, para que las fuerzas de las particularidades periféricas no nos hagan saltar a todos por los aires. Hemos de enseñar a las nuevas generaciones algo que desconocen muchos españoles de mi quinta: que España es una pero son muchas y todas igualmente valiosas; que el tesoro de quien nace en Sabadell solo es una pequeña parte de la riqueza que posee todo español.

A un separatista convencido no se le puede disuadir del sueño de un país propio, pero sí se le puede dejar solo con su matraca. Vivir en Cataluña me ha enseñado que muchos de esos nacionalistas que parecen tan hostiles solo esperan un poco de admiración por las cosas de su tierra. Llevamos demasiado tiempo entrando al trapo con las provocaciones de centristas y separatistas. Es hora de reconducir la visión de España, de romper con la psicología futbolera tan arraigada de Villa Arriba contra Villa Abajo.

Vivir en Cataluña me ha enseñado que muchos de esos nacionalistas que parecen tan hostiles sólo esperan un poco de admiración por su tierra

Si enseñamos a los escolares nociones básicas de las lenguas cooficiales, como propone Funes, tendremos algo adelantado porque arrebataremos al recalcitrante el monopolio de la particularidad. El respeto y la curiosidad son dos formas del amor. ¿Por qué conformarnos con una asignatura optativa? Los escolares tienen derecho a conocer el suelo que pisan mejor que sus padres.

Yo propongo un ciclo entero que comprenda toda la formación, desde el parvulario al bachiller, con una asignatura anual sobre España y sobre las culturas que componen nuestro país. Es vital que los niños puedan investigar lo que queda más allá de la demarcación territorial donde han nacido, que puedan profundizar en las lenguas, la geografía, la historia y toda esa sabiduría fragmentaria que hace inútiles las banderas.

La unidad de España es un pacto de convivencia entre pueblos distintos que comparten una historia y un idioma. Lo que nos hace iguales a todos los españoles es que todos nos creemos mejores que los demás. ¿Por qué no darnos la razón todos al mismo tiempo por una vez?

Es hora de actualizar la enseñanza para que ni un murciano se sienta extraño en Cataluña ni un catalán más allá del Guadalquivir

Yo recuerdo mi primer viaje a Andalucía y ese asombro de pasar del desierto almeriense a las gargantas sinuosas que llevan a Guarromán. Y la primera vez que pisé Galicia con la sensación de llegar al fin del mundo, y mi primer trago en una taberna euskalduna con ese idioma duro de piedra y madera que templaba música acordeónica a mi alrededor. Recuerdo pisar Burgos y notar el susurro de los espectros antiguos, recuerdo internarme en las callejas de Toledo de acero y espada, y después me enamoré de una catalana para vivir la vida gótica y la llevé a Murcia porque en esta vida hay que probar el zarangollo.

Valorar nuestra diversidad es más urgente ahora que nunca. El sábado pasado, una legión de columnistas viajamos al país del acento suave para celebrar el octogésimo octavo cumpleaños del malagueño Manuel Alcántara, el poeta más prolífico de la opinión de los diarios y el más longevo. El maestro brindaba con Ruano y ahora con nosotros porque le salió bueno el hígado para la ginebra y las páginas impares. Tras la comida, nos dejó el recado de explicar bien la España que les deja a sus bisnietos. “Corre peligro y hay que defenderla”.

Después de décadas cultivando las diferencias entre comunidades autónomas, es hora de actualizar la enseñanza para que un murciano no se sienta extraño en Cataluña y cualquier catalán pueda afirmar que está en su casa más allá del Guadalquivir. Es el único camino hacia una segunda transición, y de esto ya escribió Unamuno.

El diputado andaluz de Ciudadanos José Antonio Funes ha lanzado una propuesta muy sensata. Quiere que los niños andaluces cursen una optativa en la escuela que les familiarice con las tres vernáculas del reino, el euskera, el catalán y el gallego. Supone Funes que con nociones básicas de los tres idiomas, los españoles de mañana mostrarán un poco más de amor -dicho de otra forma, un poco menos de hostilidad- hacia la riqueza idiomática española y nuestras diferencias culturofolclóricas. A mí me encanta esta idea, que está en las antípodas del sueño wertiano de españolizar a los catalanes.

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