Fue la primera mujer en coronar los 14 picos más altos de la Tierra. Ahora, la alpinista nos abre las puertas de su casa para compartir un día con ella mientras nos relata las lecciones que aprendió en las montañas y que hoy aplica en su vida
son las 7:30 de la mañana y los primeros rayos de sol atraviesan los picos rocosos del Valle de Arán, en los Pirineos catalanes. Acaba de empezar la primavera en Vielha y el verde de las laderas gana terreno a la nieve que resiste en las cumbres. Frente al río Nere, en la última planta de un edificio de piedra y pizarra, suena el despertador. Es miércoles y, en apenas una hora, hay que estar en el colegio.
“He desayunado con mi marido y mi hijo, después le hemos llevado a la escuela y, ahora, saldré pronto al monte. A correr o a caminar. Necesito contacto con la naturaleza”. La conexión no es casual. Edurne Pasaban lleva toda su vida en las montañas. Sus mayores logros (al menos, los deportivos) han sucedido a más de 8.000 metros de altura. En 2010 se convirtió en la primera mujer en coronar los 14 picos más altos de la Tierra. Hoy, nos abre las puertas de su casa para pasar un día junto a ella, compartiendo su rutina, su trayectoria y las lecciones que le enseñaron las cumbres. Son las 9 de la mañana y, tras calzarse unas botas de montaña de color rojo, se dirige a la puerta: "¿Nos vamos?"
Bajamos las escaleras y nos montamos en el Nissan X-Trail, el crossover familiar de Nissan, aparcado frente al río. Conduce Edurne. Nos dirigimos a los alrededores de la Bassa d’Oles, un lago de origen natural situado a 1.600 metros de altitud, a unos 15 minutos en coche de la comarca. “Aquí me siento libre, siento paz, ¿no es un entorno maravilloso?”, relata mientras baja del vehículo y se acerca al maletero. Con la llave en su bolsillo, mueve el pie bajo el parachoques trasero para activar el sensor de apertura automática. La puerta trasera se abre, saca su mochila y la cuelga en su hombro: “Suelo reflexionar, respirar hondo y, muchas veces, me paro a recordar mi infancia, mi recorrido y hasta cómo empezó todo”.
Edurne nació el 1 de agosto de 1973 en Tolosa, un municipio situado en Guipúzcoa, en el País Vasco. Sus habitantes están a un paso del Parque Natural de Aralar y de zonas como Aizkorri-Aratz, uno de los espacios protegidos más importantes del norte de España. “Estamos rodeados de montañas y, aunque no son grandes, una de las tradiciones más extendidas es acudir al monte. Mis padres siempre me llevaban y creo que mi pasión comenzó de su mano”.
A los 14 años se apuntó a un club de montaña del pueblo junto a dos amigas. Querían aprender a escalar. Probar algo nuevo. No tardó en percatarse de que las emociones que sentía allí, no las había experimentado antes: “La adolescencia no es fácil para nadie y yo no terminaba de encajar con mi grupo de amigas. Nos llevábamos muy bien, pero me faltaba algo, y ese algo me lo daban las montañas”, comenta mientras se acomoda en una especie de banco rocoso a orillas de la laguna. Así, a los 15 años, con una mochila colgada en la espalda, recorrió varios cientos de kilómetros hasta los pies del Mont Blanc, en los Alpes.
“Todavía no tenía mis objetivos claros, pero sí que sabía el tipo de personas que quería a mi alrededor y los valores de los que me quería empapar. Encontré un grupo de amigos mayores que yo con los que compartía pasión. Ellos confiaban en mí y consiguieron que confiara en mí misma”, reflexiona. Junto a ellos vivió esta primera aventura. Algo que a sus padres les costó encajar: “Les pedí que me dejaran ir en una furgoneta a escalar el Mont Blanc con cinco hombres del pueblo. Desde luego, no era lo que solía pedir una hija a sus padres en las vacaciones de agosto. Desafié lo establecido porque no era lo que en aquel momento se esperaba de una niña de mi edad. Ellos también lo hicieron. Fueron muy valientes”.
Llegan las 12 de la mañana y, tras un largo paseo por la zona arbolada que rodea la laguna, charlamos mientras caminamos de nuevo hacia el coche. Es hora de regresar a Vielha. Llegamos a una curva cerrada, aunque no notamos movimientos bruscos. La tecnología e-4ORCE del vehículo, un sistema de tracción total 4x4 que usa dos motores eléctricos, uno por eje, consigue que el agarre en las curvas sea mayor. Además, el X-Trail cuenta con diferentes modos de conducción -nieve y todoterreno- para adaptarse a los caminos más agrestes, como aquellos que conducen a los lugares remotos a los que Edurne viaja en busca de nuevos desafíos. Durante la marcha, seguimos con la charla.
“Mi primera expedición a una montaña de 8.000 metros de altura llegó en 1998 en el Dhaulagiri, en la cordillera del Himalaya”, recuerda. Tenía 24 años. Esa vez, no consiguió su objetivo, pero interiorizó su primer gran aprendizaje: “Hubiera sido increíble llegar, pero estadísticamente era imposible. Las personas de la expedición no teníamos mucha idea. Hay que saber adaptarse a las situaciones. La montaña te enseña a ser humilde, a darte cuenta de a qué te estás enfrentando realmente. Fue mi gran lección y, ahí, verdaderamente, comenzó todo”.
Los catorceochomiles
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Tras el Everest, llegó el Makalu, el Lhotse, el Gasherbrum II, el Gasherbrum I, el Cho Oyu, el K2, Nanga Parbat… Hasta ese momento, había coronado un pico cada año. Era 2005. “Como comentaba, la montaña te enseña a ser humilde y ese año tuve que parar. Caí enferma, en una profunda depresión. Sentía que no encajaba en la sociedad. Tenía 31 años y, lo que estaba haciendo, no era lo que se esperaba de una mujer de mi edad. La pareja, los hijos… Ya sabéis. Seguía desafiando lo establecido. Me costó encontrar respuestas. Pero, afortunadamente, las encontré”.
Media hora más tarde, llegamos al pueblo. Con el techo solar panorámico abierto, ha entrado algo de frío en el coche. Edurne nos explica que desde la posición del copiloto es posible activar la calefacción de forma individual en el asiento. “Poned el grado de temperatura que consideréis”, dice. Mientras lo hacemos, baja a una pequeña tiendecita a comprar pan y algo de fiambre. “Mi hijo tiene fútbol a las 5 de la tarde y no le puedo dejar sin su bocadillo”, bromea. No tarda en regresar con las bolsas. “Vamos, os daré una vuelta por el pueblo mientras os sigo contando”.
Edurne recuerda el Broad Peak como el pico más difícil de su carrera. Lo escaló en 2006, tras un año de recuperación. “No fue fácil, pero volví. Llevaba conmigo el aprendizaje de la terapia. Conocí mucho a la persona que llevo dentro. Pedí ayuda y me ayudaron. Mi alrededor, mi familia, los médicos… Estuve en un hospital psiquiátrico ingresada durante unos meses y acabé comprendiendo que yo no tenía que ser lo que los demás esperaban de mí. Quería escribir mi propio libro de vida. Y uno de los capítulos más importantes llegó tan solo cuatro años después”.
En 2010 coronó el Shisha Pangma, ubicado en la zona centro-meridional del Tíbet, a tan solo cinco kilómetros de la frontera con Nepal. Era el decimocuarto pico de más de 8.000 metros de altura que culminaba. No hay más en el mundo. Acababa de marcar un hito histórico. “La adrenalina fue desbordante. Sentí que tenía en mis manos todo por lo que había luchado. Lo había conseguido después de tanto esfuerzo. Pero entonces, llegó otra de las grandes preguntas que me he hecho en mi vida, y que tampoco fue del todo fácil contestar: ¿y ahora qué?”.
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Enseñar lo aprendido
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Es mediodía. Sin bajar del vehículo, recorremos algunas de las estrechas y empedradas calles de Vielha. A diferencia de un híbrido tradicional, las ruedas del X-Trail e-POWER son impulsadas 100% por un motor eléctrico, mientras que el motor de gasolina solo genera electricidad para recargar la batería. Esto nos permite continuar con una conducción fluida y suave en un híbrido reinventado con más de 900 km de autonomía. Encontramos panaderías, restaurantes, bares… “Aquí hay de todo”, afirma.
Es hora de volver a casa y, junto al portal, encontramos un aparcamiento. Es bastante estrecho, así que, para cuadrarlo, Edurne utiliza la cámara 360º, que crea una imagen en la pantalla de 12.3" para mostrar el coche y todo lo que lo rodea. Son las 2 y media de la tarde. Ya en la vivienda, comienza a preparar algo de comer mientras sigue contándonos.
“Acababa de coronar los 14 ochomiles, pero no había vuelto ni a España cuando comencé a plantearme qué sería ahora de mi vida. Tenía 38 años y, de nuevo, aparecieron mis miedos más profundos. La diferencia es que ahora contaba con herramientas para superarlos. Ahí encontré la respuesta que necesitaba”.
Edurne reorientó su vida y se formó como coach ejecutiva, acudió a varias escuelas de negocios, realizó másteres… “Soy ingeniera técnica industrial de profesión. Siempre me ha gustado emprender y comenzar proyectos nuevos. Sabía que este nuevo camino me haría muy feliz”. Desde entonces, es conferenciante internacional y ayuda a profesionales y equipos a gestionar retos y desarrollar habilidades de liderazgo aplicando su experiencia. También es profesora asociada en el IE Business School y fundó Kabi Travels, una agencia que organiza expediciones en los Pirineos y el Himalaya. Además, es patrona de la Fundación Montañeros para el Himalaya, que apoya la educación de niños en Nepal.
“Mi día a día es muy variopinto porque viajo mucho”, reconoce mientras comenzamos a comer. En España, ha trabajado en ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao y San Sebastián para empresas, universidades y eventos corporativos. A nivel internacional, en países como Italia, Francia, Estados Unidos y otros lugares de Europa y América. “Cuando vuelvo del monte, dedico la mañana a preparar mis conferencias y, en muchas ocasiones, a impartirlas por videollamada. Por la tarde tengo otras responsabilidades familiares”.
Fue madre en 2017, a los 43 años. “Era otro de los grandes sueños de mi vida y llegó cuando tenía que llegar”. Terminamos de comer y, mientras tomamos un café, la alpinista nos relata cómo continuará su día: “A las 5 de la tarde recojo a mi hijo del colegio, charlo con las madres del cole, le preparo el bocadillo y le llevo a las extraescolares. Mientras tanto, suelo aprovechar para ir a la compra. Después, vuelta a casa y paso un rato en familia. Es lo más importante que tengo”.
La alpinista ha encontrado un equilibrio entre su vida profesional y personal. Nuestra cita con ella está llegando a su fin. Pero antes de marcharnos, nos deja un último mensaje: “Las dificultades que he encontrado en la montaña y en mi vida me han enseñado a encarar las cosas de otra manera. Se habla mucho de la palabra resiliencia, pero yo no nací así, no lo llevo en mi ADN. La vida te va poniendo retos en el camino para que los superes. He perdido amigos en la montaña, he visto la muerte de cerca… Pero he seguido. Por eso siempre digo que el mayor logro de Edurne Pasaban no es haber coronado los 14 ochomiles, sino haber desafiado lo establecido en su carrera de vida. Esa fue la clave”.