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El té verde, clave en la investigación sobre el síndrome de Down

Sara Rivas

El equipo que lidera Mara Dierssen ha descubierto que existe una sustancia en esta planta que favorece el avance cognitivo

M

ara Dierssen Sotos estudió medicina pero siempre quiso ser investigadora científica. “Lo que verdaderamente me interesaba entender era cómo funcionaba el cerebro humano y como, en concreto, somos capaces de almacenar información. Cómo de ese entramado de células y moléculas surge lo que llamamos la actividad mental: el pensamiento, las idea, las emociones”, afirma. Por eso decidió realizar su doctorado en neurobiología y una tesis en neurofarmacología.

Estuvo trabajando en el laboratorio del profesor Jesús Flórez en Cantabria cuando despertó su interés por el síndrome de Down. “Él tiene una hija con este síndrome y le consulté si podríamos investigar en esa línea”, rememora. Solo pudieron empezar tiempo después tras la creación del primer modelo de ratón trisómico.

“Cuando tuvimos la oportunidad de disponer de un modelo animal que permitiera, por fin, estudiar la neurobiología de esas alteraciones cognitivas fue cuando decidimos empezar una línea de investigación que ha continuado hasta hoy”, apunta Dierssen. Concretamente estudian cuáles son los genes que están en el cromosoma 21, ya que el síndrome de Down es una trisomía de ese gen, lo que quiere decir que quien padece este trastorno genético tiene tres copias distintas de ese cromosoma y, por tanto, tienen todo un grupo de genes que están en exceso.

Lo que Dierssen y su equipo intentan entender es cómo ese exceso de dosis conlleva alteraciones de la memoria del aprendizaje, cuáles son los genes que podrían ser mejores candidatos para explicar esas alteraciones y qué hacer para normalizarlo. Durante mucho tiempo estuvieron intentando encontrar cual de todos los que forman el cromosoma 21 podía estar más relacionado con los procesos de memoria y aprendizaje hasta que encontraron su diana.

“Tuvimos la suerte de que además era un buen candidato farmacológico, ya que se trataba de una enzima, una equinasa, una especie de interruptor molecular que tiene el poder de influir sobre otras muchas cosas”, explica. La forma de averiguar si ese gen era importante era ponerlo en exceso de dosis con todo el resto de genes a niveles normales y ver si, por sí solo, era capaz de alterar el gen que debe corregir. Y sucedió.

Dierssen y su equipo encontraron el gen del cromosoma 21 relacionado con la memoria y el aprendizaje

“Pusimos en exceso de dosis esta quinasa, que se llama dirc 1, y lo que vimos es que era suficiente para producir las alteraciones de aprendizaje y memoria en el ratón, pero también las alteraciones neuronales que pensamos que subyacen a esos cambios cognitivos”, apunta. El siguiente paso era hacer ese experimento en el ratón trisómico, donde vierno que al normalizar el dirc 1 se conseguían corregir déficits de aprendizaje y también alteraciones neuronales.

Para la siguiente fase debían encontrar una sustancia que tuviera propiedades inhibidoras sobre dirc 1 y el té verde fue la clave. “Se trata de una catequina, la epigalocatequina galato, que está en el té verde y que normaliza el exceso de dosis de dirc 1”. Una particularidad de esta sustancia es que favorece la plasticidad que uno consigue cuando aprende, por lo tanto “no se trata de una píldora mágica, sino que es algo que ayuda a que lo que tú haces con la estimulación y con la intervención temprana tenga un efecto más eficaz. Es mucho más fisiológico pero requiere que la persona haga un esfuerzo también”, apunta la investigadora. El cerebro solo aprende a través del esfuerzo. “Las cosas que no cuestan, no dejan marca”, resume.

Han comenzado un estudio con niños de entre seis y 12 años en el que participan tres hospitales y dos institutos médicos

Desde 2012 han realizado dos ensayos con esta sustancia. El primero, en edad adulta. Tras ver que el fármaco era seguro, lo pusieron a prueba entre personas con síndrome de Down para ver si producía una mejoría en su estado y el resultado fue positivo ya que apreciaron cierto avance cognitivo. Dierssen apunta que los resultados son más complicados de ver en estas edades debido a que la persona arrastra toda una serie de defectos en su neurodesarrollo desde que nacen. Por eso han comenzado un estudio clínico de seguridad multicéntrico con población de entre seis y 12 años en el que participan el Hospital Niño Jesús (Madrid), el Instituto Hispalense de Pediatría (Sevilla), el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (Santander), el Hospital del Mar (Barcelona) y el Instituto Jérôme Lejeune (París).

“La idea es que a esas edades hay mucha más capacidad plástica en el cerebro y pensamos -y esperamos- que esa catequina sea mucho más eficaz en ellos”, confía. Prevén tener esta primera fase lista el próximo año y comenzar lo antes posible con la segunda. En ese momento sabrán si la sustancia funciona como esperan en niños. “Hubiésemos ido mucho más rápido si hubiéramos tenido recursos, pero la falta que fondos económicos nos ha retrasado muchísimo”, apunta.

El Confidencial, en colaboración con Banco Santander, tiene como principal objetivo dar a conocer los proyectos de personas que transforman la sociedad e impulsan el progreso.

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