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Hacienda reclama 325.000 euros a los hijos de un albañil con ELA
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les han embargado todas sus posesiones

Hacienda reclama 325.000 euros a los hijos de un albañil con ELA

La familia, que a duras penas puede costear la medicación paliativa, teme que la administración ejecute el embargo sobre su casa

Foto: Ana ayuda a Víctor a comunicarse con una tableta (Fotografías: Carmen Castellón).
Ana ayuda a Víctor a comunicarse con una tableta (Fotografías: Carmen Castellón).

En todas las familias hay uno que tira de los demás. En la familia Sánchez Garrido, natural de Fuente El Fresno, Ciudad Real, era Víctor el que se echaba toda la responsabilidad a la espalda. A diferencia de sus hermanos menores, que trabajaban para cubrir sus gastos, todo lo que Víctor ganaba como albañil se lo entregaba a sus padres para mantener la casa. Años después, cuando Ana, su esposa, se lo echaba en cara, solo podía encogerse de hombos: "¿Y qué más me da que ellos no lo hagan? Alguien tiene que hacerlo, ¿no? Pues lo hago yo".

Es por eso que cuando en 2002 se asoció con su hermano Carlos en Seceryo, una empresa de construcción y reformas, nadie encontró desequilibrado su acuerdo al 50%, por el que Víctor se constituía en mano de obra y Carlos en gestor. El negocio funcionó bien hasta 2011, cuando Víctor tuvo que tomarse una baja por un dolor en una pierna que achacó a un tirón muscular. "Era ELA, pero aún no lo sabíamos, estuvimos meses en tensión hasta obtener el diagnóstico", explica Ana.

Antes de conocer los problemas de salud, los Sánchez Gonzalo descubrieron los económicos. "Nos llegó una carta de Hacienda reclamando 150.000 euros. Antes se habían intentado poner en contacto con Carlos, pero se desentendió y quemó todas las notificaciones", dice Ana. Las sucesivas cartas de la Administración para una inspección de las cuentas de la empresa fueron desatendidas y, al no presentar Seceryo documentos para acreditar desgravaciones, Hacienda les exigió la devolución de los 132.088 euros ingresados por IVA en 2005 más unos intereses de demora de 24.171 euros.

placeholder (Fotos: Carmen Castellón)
(Fotos: Carmen Castellón)

Como lidiar con la burocracia era el papel de Carlos, Víctor no supo del asunto hasta que Hacienda embargó parte de los fondos que tenía en su cuenta bancaria. Antes, su hermano, intuyendo nubarrones en el horizonte, se aseguró de parecer insolvente a ojos de la Administración, de modo que la deuda acumulada, una vez más, recayó íntegra sobre las anchas espaldas de Víctor. "Estaba trabajando en Barcelona cuando le llamé para decírselo. Yo estaba asustada, pero él no se lo creía, estaba seguro de que era un error", explica Ana.

Cada uno de los hijos de Víctor y Ana, de 18 y 21 años, deben más de 150.000 euros a Hacienda

Al regresar a Ciudad Real y hablar con su hermano, Víctor comprendió que no lo era. Comprendió que estaba solo ante una multa colosal, absolutamente imposible de pagar, y, presa del pánico, cometió un error: donarle la casa y un corral que la familia posee a sus hijos, de doce y catorce años. Un acto desesperado por salvar el patrimonio familiar que cosechó resultados adversos. Y es que Hacienda, que ya tenía listado el patrimonio de Sánchez, detectó el posible alzamiento de bienes y derivó la responsabilidad del pago en Celia y Sergio, los hijos, en cuanto cumplieron la mayoría de edad.

"Me han concedido dos becas por estudios y, según las ingresaron en mi banco, Hacienda las embargó", dice Celia, que estudia Ingeniería de Caminos en Ciudad Real. Acaba de cumplir los 18, tiene la cuenta del banco congelada y ya le debe 150.000 euros al Estado; la otra mitad la asume su hermano Sergio, de 21, que trabaja en el desguace del pueblo. Su nómina está intacta porque cobra el sueldo mínimo, pero sabe que el inminente aumento que espera se irá para la Administración. No sería la primera vez, dado que vio otras dos becas esfumarse durante su época de instituto.

placeholder Celia y Ana revisan las notificaciones de Hacienda
Celia y Ana revisan las notificaciones de Hacienda

La inocencia con la que Celia clasifica y muestra las cartas de Hacienda en una carpetita azul denota la disfunción: resulta increíble ver en esta notable estudiante una gran deudora del Estado. No tiene respuesta para ninguna de las complejas preguntas que se le plantean; su cabeza está en la física, la mecánica y, sobre todo, la salud de su padre. Por su parte, Víctor hace tiempo que contempla la situación con la impotencia del observador. Lleva tres años en cama y ya solo puede mover los ojos hacia los lados. Hacia la izquierda signfica sí; a la derecha, no. Ana le recita el alfabeto hasta que mueve los ojos en la letra seleccionada y vuelta a empezar. Como mi compañero Carlos Matallanas explica mejor que nadie, la ELA es la más cruel de las enfermedades, en tanto que aniquila el cuerpo de las personas preservando sus capacidades cognitivas. Esto es, Víctor lo sabe todo, lo siente todo, pero no puede hacer nada.

placeholder La última carta remitida por Hacienda a la familia
La última carta remitida por Hacienda a la familia

Su casa, la que construyó tirando metros de manguera desde casa de los padres de Ana, trabajando de madrugada los fines de semana para evitar que los camiones le cortasen el suministro de agua, está embargada por Hacienda. Si finalmente ejecutase el embargo, el inmueble y el corral no servirían para saldar una deuda que, con los recargos por impago, asciende a 325.873 euros. Si nada lo remedia, Sergio y Celia estarán condenados ante la Administración para siempre.

"El único deseo de Víctor es evitar que los niños paguen por esto", dice Ana. No le reprochan la actuación a Hacienda –incluso admiten que ha obrado justamente– pero se ven en un callejón sin salida. Antes, Ana sacaba algún dinero de la vendimia y de trabajos textiles por encargo; hace tres años que no puede, ya que dedica trece horas del día a cuidar a su marido. No puede salir de casa ni un minuto, porque Víctor es incapaz de pedir auxilio si algo le sucede. Se acuesta a las 3 de la mañana y se levanta a las 9, y lo hace con la mejor cara. No se le afloja la voz ni un momento explicando su penosa situación, aferrándose a la esperanza de que, de algún modo, todo se solucionará.

Después de toda una jornada de cuidados intensivos, interpretando la mirada para adivinar cuándo tiene, por ejemplo, que aspirarle a Víctor la saliva de la boca, Ana se ocupa de cuadrar las cuentas domésticas. Trescientos de los 1.400 euros que ingresa la casa, a través de dos pensiones mínimas, se los acaba de recortar la Administración. Le quedan poco menos de mil euros para comer, pagar los estudios de Celia y costear el tratamiento de Víctor, que entre medicinas y consumo eléctrico sale por 500 euros al mes.

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Ana ayuda a Víctor a comunicarse

El ánimo de Ana se desborda cuando le mencionan los 325.000 euros que deben sus hijos. Es una cifra que no le entra en la cabeza a un matrimonio tan humilde que, la única vez que cambió de coche, lo hizo con tanto sentimiento de culpa que pidió en el concesionario que le quitasen los elevalunas eléctricos al considerarlos un extra, cuando hace años que venían de serie.

La situación económica, junto al desengaño de su hermano y la pérdida de la movilidad, han hecho mella en el estado anímico de Víctor. Hace poco le confesó a Ana que está muy cansado, que no tenía energías para seguir luchando y que, por mucho que negase la evidencia, su enfermedad no tendrá un final feliz. "Tú fíjate qué tontería. Hace unos años el cáncer era sinónimo de muerte, y mira ahora la de personas que se curan. No, no, nosotros nos quedamos aquí, en esta habitación, hasta que salga algo", le dijo Ana. Ahora que Víctor no puede, es Ana la que tira de la familia. Antes de irnos nos recuerda que Víctor es una persona muy alegre y que todas las visitas entiendan que no es que esté serio, es que no puede sonreir.

En todas las familias hay uno que tira de los demás. En la familia Sánchez Garrido, natural de Fuente El Fresno, Ciudad Real, era Víctor el que se echaba toda la responsabilidad a la espalda. A diferencia de sus hermanos menores, que trabajaban para cubrir sus gastos, todo lo que Víctor ganaba como albañil se lo entregaba a sus padres para mantener la casa. Años después, cuando Ana, su esposa, se lo echaba en cara, solo podía encogerse de hombos: "¿Y qué más me da que ellos no lo hagan? Alguien tiene que hacerlo, ¿no? Pues lo hago yo".

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