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Puñetazos, paraguas y bolsos: las mujeres se arman contra la violencia machista
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TÉCNICAS PARA ESCAPAR CON ÉXITO DE UN ASALTO

Puñetazos, paraguas y bolsos: las mujeres se arman contra la violencia machista

Las clases de defensa personal viven un auge en España gracias a la llegada masiva de jóvenes y mayores que quieren aprender a repeler agresiones y malos tratos

“Muchas alumnas me dan las gracias al terminar la clase. Recuerdo una que tras varias sesiones se acercó y me dijo: ‘No me había vuelto a poner una falda ni a maquillarme desde que me agredieron hace años. Ahora he vuelto a hacerlo’. Ayudar así a las mujeres es la mejor recompensa”. Lo dice Juan Romero, instructor con más de 20 años de experiencia en talleres de defensa personal. “Y cada vez son más las mujeres que vienen a mis clases. Hace un tiempo era raro ver a una, pero ahora son casi la mitad y van camino de ser mayoría”.

Romero es entrenador nacional de combat hapkido, una disciplina nacida en 1990 en Estados Unidos con un único objetivo: repeler cualquier intento de agresión. Se basa en un puñado de técnicas muy intuitivas que permiten defenderse y escapar de un ataque sin necesidad de haber pisado jamás un 'tatami' ni estar en buena forma. El secreto es adquirir nociones de biomecánica, psicología y puntos de presión. “Por eso tiene tanto éxito entre las mujeres. Al captar fácilmente las dinámicas y conocer los puntos anatómicos clave a los que atacar, una mujer siente la confianza de saber que, llegado el caso, al menos cuenta con las herramientas para escapar con éxito”, señala Romero. “En tres movimientos debes ser capaz de detener la agresión. Si la técnica no es sencilla, a la hora de la verdad no te va a servir para nada”.

Esta tarde de sábado hay casi 30 mujeres sobre el tapete. Las ya iniciadas lucen un kimono negro, a diferencia de la decena que vienen por primera vez. Hay mujeres solas, parejas mixtas e incluso madres con hijas. “Las niñas quieren que les dejemos salir más, y para convencernos se apuntaron a defensa personal. Yo las acompañé un día, me gustó, y también me apunté”, cuenta Blanca Olaguibel junto a sus dos sobrinas. Aunque la mayoría de mujeres se apuntan por mera prevención o incluso para hacer ejercicio, un número significativo lo hace a raíz de un asalto sexual en la calle o víctimas de la violencia machista. “Yo he visto entrar chicas con una expresión de sufrimiento en la cara y salir dos horas después con una sonrisa de oreja a oreja. Es un subidón de autoestima, de confianza, de alivio. Más que la técnica, lo más beneficioso de estas clases es la parte psicológica. Con una sola clase ya se nota”, asegura Romero.

Un vacío entre las leyes y la realidad

Los instructores de defensa personal coinciden en que todas las mujeres deberían, al menos, apuntarse a un taller de autoprotección. “Está muy bien endurecer condenas, emitir órdenes de alejamiento e invertir en educación, pero en medio hay un hueco para esas mujeres en peligro. ¿Qué hacemos cuando se encuentran a su agresor? En ese momento, no va a estar la policía a su lado, por eso necesitan convertir su cuerpo en una armadura”, señala el máximo responsable de combat hapkido en España. Otro referente en este campo, el instructor Manuel Montero, secunda esa necesidad: “Las leyes amparan a las víctimas, pero las leyes no te van a ayudar cuando te quedes a solas frente a tu agresor”.

Montero también lleva más de dos décadas especializado en defensa personal. Es instructor policial, experto en varias artes marciales y profesor de mujeres no iniciadas. Un domingo al mes, organiza un taller específico solo para féminas. “No se puede entender la defensa personal solo entre mujeres, pero estos talleres son muy útiles para que rompan el hielo y se quiten la idea de que no pueden. Aquí ven que si otras pueden, ellas también”, explica.

Montero aplica técnicas muy parecidas a las de Romero. Manos arriba siempre en guardia, golpe seco y decidido al nervio facial o al mentoniano, detección de partes sensibles como ojos y testículos y una larga ristra de movimientos simples en los que siempre hay que jugar con un factor clave: la sorpresa. “Solo vamos a tener una oportunidad de escapar y hay que saber aprovecharla. Hacer creer al agresor que tienes miedo para de repente, con dos movimientos, zafarte de él, puede marcar la diferencia”, afirma Montero.

"Solo vamos a tener una oportunidad para escapar y hay que saber aprovecharla"

Las alumnas del taller de Defensa Personal Femenina aprenden a revolverse en el suelo simulando una agresión sexual, maniobran contra una pared con las manos de su agresor al cuello, e incluso utilizan paraguas, bolsos y carpetas como armas improvisadas. “Es increíble la rigidez y el filo que puede tener una carpeta bien utilizada, o las posibilidades para protegerte y hacer daño que te da un paraguas largo”, explica el instructor mientras sus alumnas, que van desde una joven adolescente a mujeres de más de 50 años, practican con sus ‘armas’.

“Hace tiempo que quería apuntarme. Salgo de trabajar a las dos de la mañana y alguna vez me he llevado un susto volviendo a casa. A veces pensamos, yo la primera, que físicamente somos muy débiles, que esto es para mujeres más fuertes, pero tenemos que atrevernos a saber golpear”, dice Coralie Gellee, quien antes de empezar no había dado nunca un puñetazo. Como ella se inició Rosalía Sierra hace seis años. Hoy es entrenadora nacional de Defensa Personal Femenina y maestra de Goshindo. “Impartimos talleres para asociaciones de mujeres maltratadas y es habitual que nos deriven a mujeres en proceso de divorcio que tienen pánico a sus maridos. Cada vez se está tomando mayor conciencia de la violencia doméstica y ahora sabemos que podemos hacer más por defendernos, que no siempre tenemos que ser víctimas”.

“Muchas mujeres que están en litigios por malos tratos me dicen que venir aquí y sentirse armadas les ha devuelto la vida”, asegura el profesor Romero. “Y no solo ellas. También estamos empezando a recibir adolescentes víctimas de acoso escolar. Lo ideal sería no tener que usar nunca estas herramientas, pero conocerlas te puede cambiar la vida”.

“Muchas alumnas me dan las gracias al terminar la clase. Recuerdo una que tras varias sesiones se acercó y me dijo: ‘No me había vuelto a poner una falda ni a maquillarme desde que me agredieron hace años. Ahora he vuelto a hacerlo’. Ayudar así a las mujeres es la mejor recompensa”. Lo dice Juan Romero, instructor con más de 20 años de experiencia en talleres de defensa personal. “Y cada vez son más las mujeres que vienen a mis clases. Hace un tiempo era raro ver a una, pero ahora son casi la mitad y van camino de ser mayoría”.

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