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"En periodismo, cada vez es más difícil encontrar historias únicas "
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ENTREVISTA A DAVID JIMÉNEZ

"En periodismo, cada vez es más difícil encontrar historias únicas "

A David Jiménez publica 'El lugar más feliz del mundo', una colección de reportajes humanos salpicados de oportunas reflexiones sobre ser corresponsal

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David Jiménez (Barcelona, 1971) lleva 15 años como corresponsal de El Mundo en Asia. Le comparan con Ryszard Kapuściński, quizá el mejor reportero del siglo XX. Una entrada de su blog (Putas y periodistas) provocó un debate intenso en España, vía Twitter, sobre la maltrecha salud del periodismo. Ahora, en El lugar más feliz del mundo (Kailas), ofrece una colección de reportajes humanos, salpicados de oportunas reflexiones sobre el trabajo del corresponsal y enviado especial, como ya explicó en este diario.

Se trata de un viaje fascinante al reporterismo clásico en 30 historias divididas en seis partes: lugares, fronteras, calles, celdas, amaneceres y retornos; como su vuelta a la zona de exclusión nuclear de Fukushima; la conversación melancólica con el doctor Guru en el “paraíso en la tierra” de Cachemira; o ese irónico “lugar más feliz del mundo” de la Corea del Norte del “Querido Líder” Kim Il-Sung. “El final de un viaje hacia uno mismo”, relata en la obra, de 220 páginas.

El Confidencial entrevista vía telefónica a Jiménez, atrapado en medio de un atasco en el caos de tráfico de Bangkok, unos días antes de llegar a España. Este lunes la periodista Ana Pastor presenta su libro en la sede de la SGAE. El periodista, “un viajero que ha pasado a ser una especie en extinción en un mundo tomado por turistas”, conserva esa aura romántica e idealista de aquel reportero que en octubre de 1998 aterrizó en Hong Kong dispuesto a estar en la calle, conocer a gente y contar historias olvidadas o inéditas.

¿Cuál era la intención al escribir El lugar más feliz del mundo?

La idea del libro es un homenaje al reporterismo. No quería historias muy largas, mi objetivo era que tuvieran el mismo espacio que podrían tener en un periódico. Ahora que cada vez manda más la rapidez y la cantidad de información, me gustaba hacer ese homenaje al gran reportaje por temor a que esté agonizando. Cada vez hay menos dinero para ese tipo de periodismo y creo que he tenido la suerte de poder dedicarme durante gran parte de mi carrera mucho tiempo al reportaje; se me han dado los medios para poder hacer ese tipo de periodismo y me daría muchísima lástima que se perdiera.

En esa idea profundizaba en el capítulo "El último corresponsal dentro del libro Queremos saber".

Nunca me ha gustado el periodismo ‘vedette’

Cuando se paga a los colaboradores y freelance un dinero mísero, que a veces no llega ni a 30 euros la crónica, es muy difícil que alguien le pueda dedicar el tiempo, los medios y la energía a hacer un gran trabajo que lleva días, en el que tienes que hacer muchas llamadas y tienes que gastarte el dinero en viajar. He tenido la suerte de que durante 15 años El Mundo me ha ofrecido la oportunidad de hacerlo y, sin esa oportunidad, el libro no podría haberlo escrito.

¿Se siente más a gusto en el reportaje literario que en la novela El botones de Kabul (La Esfera de los Libros)?

El reporterismo literario es más cercano a lo que hago en El Mundo. Es normal que me sienta más cómodo escribiendo de la realidad y, aunque El botones de Kabul se basa en mi experiencia en Afganistán, no deja de ser ficción. No descarto en el futuro volver a la novela, pero requiere una dedicación, un tiempo y una continuidad a la hora de escribir que ahora no puedo tener por mi trabajo en el periódico.

¿Es El lugar más feliz del mundo una segunda parte de Hijos del monzón [en noviembre se publicará la traducción al inglés]?

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Se parecen. En ambas utilizo el reporterismo literario mezclado con vivencias que uno ha tenido mientras era enviado especial. En los dos casos hay una cosa muy importante, que yo no sea el protagonista, que lo sean los lugares y los personajes que me voy encontrando en el camino. Nunca me ha gustado el periodismo vedette, ese enviado especial que se va a cubrir un terremoto y te acaba contando las penurias que pasa más que lo que está sufriendo la gente a su alrededor. El libro es periodismo puro en su forma más clásica: ir a un sitio, dedicar tiempo a ese sitio, escuchar a la gente que te encuentras y cuidar el estilo.

No le gusta utilizar en sus reportajes la primera persona. Sin embargo, en este libro sí la usa.

Es verdad que la primera persona quita muchas veces el protagonismo a los que realmente importan, que son las personas de las que estás escribiendo y los lugares. Normalmente, cuando escribes un tema para el periódico, por espacio y por cuestiones de estilo, no pones todo tu sentimiento y todo lo que has vivido en ese reportaje; el libro te da la oportunidad de invitar al lector a un elemento extra: que se venga conmigo de viaje y viva todas las experiencias que he tenido como enviado especial, lo que tú viviste y cómo lo viviste.

Escribe los libros con distancia temporal.

Hijos del Monzón no lo escribí hasta que llevaba ocho años en Asia. En este caso para mí es muy importante el retorno. A mí no me vale con contar lo que ocurrió cuando estuve en un sitio, sino que quiero contar al lector la perspectiva de haber regresado a lugares, ver lo que has encontrado y qué ha sido de las personas de las que escribiste antes. Eso te da perspectiva al contenido del libro y puedes transmitir mucho más lo que es la historia. No te quedas en una cosa inmediata de lo que es la noticia del día o incluso en un reportaje temporal, sino que ya estás hablando de toda una generación de un pueblo, como en el reportaje del pueblo prostíbulo de Camboya. Estuve hace 15 años y en este libro cuento qué ocurrió con ese lugar, o en Cachemira con un paraíso que ha dejado de serlo. Aunque son historias sueltas, el hilo conductor ha sido el regreso a esos lugares, eso crea un vínculo desde el principio hasta el final.

Me gustaría encontrar y entrevistar al hombre/tanque de Tiananmen

¿Cuál es la historia que no ha escrito de Asia y le gustaría publicar?

A menudo digo que sería encontrar al hombre/tanque de Tiananmen y entrevistarle, porque me parece un símbolo de la resistencia pacífica ante la brutalidad de los regímenes autoritarios. Es un personaje del que no sabemos nada, si está vivo o no y ha inspirado a muchos, entre ellos a mí.

¿Cuándo fue la última vez que entró en China?

Mi entrada en China fue vetada por el Gobierno comunista de Pekín en marzo de 2011 [tras contar la represión del régimen chino, con detenciones religiosas y falta de libertad, a los ciudadanos del Tíbet]. Es uno de los problemas de llevar mucho tiempo en una corresponsalía: que tus informaciones disgustan a algunos Gobiernos y te ponen dificultades. Tampoco podría entrar en Corea del Norte [tras denunciar un sistema de “pensamiento único, totalitarismo, pobreza y ruina económica”]. Se enfadaron conmigo la última vez que estuve, pero yo siempre he pensado que un periodista no debe viajar o escribir en función de las consecuencias que vaya a tener lo que publique. Yo sabía que cuando iba a China a escribir del Tíbet me podría crear problemas, pero nunca me he arrepentido.

En el libro relata cómo sobornó a funcionarios y utilizó identidades falsas para cubrir una historia: ha sido empresario, profesor de escuela y hasta estrella de rock. “Menos favores sexuales, creo haber hecho de todo por entrar en países donde no era bienvenido”, admite. ¿La mentira es necesaria para contar la verdad?

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No utilizo la mentira ni me salto ninguna ley o norma en un país en el que haya un sistema legal y la gente puede decidir por sí misma qué líderes la gobiernan. Pero si para ir a una guerra tengo que mentir a quienes la están haciendo, pues lo hago. Y si me tengo que hacer pasar por una cosa que no lo soy para entrar en una Dictadura, también lo hago, precisamente porque el derecho de la gente a contar una historia está muy por encima de las normas arbitrarias que quieran poner los Gobiernos. Hay medios que tienen reglas, en los que los periodistas no pueden mentir o hacerse pasar por empresarios, pero elegí hace ya muchos años intentar entrar y contar las historias que merecen ser contadas utilizando todos los trucos que sean posibles.

¿Los cínicos no sirven para este oficio?

El problema para alguien que lleve muchos años cubriendo conflictos y desigualdades e injusticias es caer en el cinismo. Una dosis pequeña de cinismo te puede ayudar, pero es importante ver las cosas desde una perspectiva en la que no te creas casi nada porque te obliga a hacerte preguntas a veces necesarias. También es verdad que un exceso de cinismo hace que dejes de creer en todo y entonces sea difícil transmitir las historias.

Le llaman incluso “el Kapuściński español”.

Si se levantara de la tumba, se enfadaría con razón. Es una comparación de marketing. Mi trabajo y lo que he hecho está muy por debajo del nivel de Kapuściński; mi obra es muy inferior en cantidad y calidad a la suya, así que no creo que sea una comparación válida, pero es verdad que hay gente como amigos y gente que aprecia tu trabajo que a lo mejor ha visto alguna coincidencia porque los dos practicamos el reporterismo literario. Le considero una inspiración, un maestro y en ningún caso me considero cercano a su nivel.

¿Cuál es la obra que más le impactó de Kapuściński?

Siempre me ha gustado viajar solo. El periodista trabaja mucho mejor así

Me enganchó Ébano. Ha influido en los libros que he escrito. Me gusta mucho la forma en la que escribe, se detieneen detalles que parecen tontos y logra darle un significado mayor. Una cosa que aprendí de Kapuściński fue fijarme en los detalles. Cuando viajas a veces te quedas en lo más amplio y a veces pequeños detalles dicen muchas más cosas. En un libro te está narrando una revuelta y una frase que dice un personaje te aporta más que un libro académico con una parrafada en la que te explican mil detalles.

¿Por qué suele trabajar en solitario?

A mí siempre me ha gustado viajar solo. El periodista trabaja mucho mejor así. Es verdad que por razones de seguridad o presupuesto a veces no puedo elegir, pero me gusta tomar las decisiones de a dónde quiero ir. Eso te centra mucho más en todo el entorno y en los personajes y lugares que estás visitando. Cuantas menos distracciones, mejor. Una de las cosas que siempre me ha gustado es intentar publicar de lugares, historias y personajes de los que otros no estén escribiendo. Siempre me ha gustado el valor del reportaje como un texto original. ¿Cuándo he estado más satisfecho? No cuando he cubierto la guerra de Afganistán o Fukushima, donde te pueden felicitar o no por una cobertura, sino cuando he sentido que he aportado más es cuando he escrito una historia que nadie haya hecho antes.

¿Qué lugar todavía le queda por explorar como reportero?

Eso cada vez está más difícil, porque con Internet, con miles de publicaciones por todos los sitios y el turismo que lo ha invadido casi todo, encontrar sitios donde uno pueda estar solo y no haya compañeros y no te encuentres un autobús lleno de turistas, es cada vez más difícil, la verdad. Y a mí eso me da un poco de pena. Para mí el periodismo en esencia es descubrir cosas y contarlas, pero cuando cada destino está lleno de periodistas, de turistas, de gente, eso hace cada vez más difícil encontrar esas historias únicas que gustan a la gente y aportan valor.

Este es el tercer libro sobre Asia. ¿Escribirá más sobre este continente?

Mi idea es no volver a escribir en muchos años sobre Asia. Es como un cierre de etapa después de 15 años. El próximo libro será novela o un libro de periodismo, pero no estará relacionado con Asia. Lo que tenía que hacer en el continente lo he hecho, aunque lo cierto es que te podías pasar tres, cuatro o cinco vidas viendo Asia y habría cubierto una pequeñísima parte del continente. Un solo país (China) es 15 veces más grande de España y los países que cubro suponen el 60% de la población del mundo. Las historias nunca acaban.

¿“La nostalgia es una pésima compañera de viaje”, como apunta en el libro?

Asia es inabarcable. Yo podría estar en Asia el resto de mi vida y habría cubierto una parte pequeñísima del continente. Conozco muy bien la región, pero es verdad que cuando estás mucho tiempo en un sitio te cuesta más sorprenderte y ver historias que te motiven. Por una parte, sabes más y puedes profundizar, pero por otra has perdido la capacidad de sorpresa y eso es importante para el periodista. Es verdad que la nostalgia, y yo me considero un periodista y viajero nostálgico, es mala compañera porque te arrastra a lo que ya conoces y no te empuja lo suficiente hacia lo nuevo, quieres seguir viviendo esas experiencias que forman algo especial dentro de tus viajes y tus recuerdos.

¿Se ha sentido el hombre más feliz del mundo en el lugar más feliz del mundo?

La nostalgia no te empuja lo suficiente hacia lo nuevo

Creo que he tenido el trabajo mejor del mundo en Asia. He sido un privilegiado. El periódico me dejó total libertad para viajar y sin apenas restricciones en cuanto al tiempo que podría dedicar a las historias y los medios. Y eso se refleja en el libro. Es cierto que El lugar más feliz del mundo, no está en un punto geográfico, sino que cada uno lo puede encontrar en sí mismo. Para alguna gente ese lugar más feliz del mundo estará en Bangkok, en el bullicio, la diversión, y habrá gente que lo encontrará en el Bután, al lado del Himalaya, en completa tranquilidad. Para mí ha sido, casi siempre, al menos profesionalmente, cuando he podido hacer el periodismo que me gustaba.

¿En algún momento perdió el idealismo como periodista?

No lo he perdido nunca y me resulta agotador no perderlo. Me sigue ocurriendo que cuando voy a un país y encuentro a gente que vive una situación difícil, mi primera reacción siempre es que lo tengo que contar, no por llevar mi historia a portada, eso ya no te motiva como al principio, sino porque me da la sensación que con el periodismo todavía se pueden cambiar cosas. Algún efecto han tenido las historias que he hecho. Hasta que no cuento esa historia no me quedo tranquilo y yo creo que en el momento que no creyera que el periodismo no sirve para nada probablemente lo tendría que dejar; no tendría sentido escribir por escribir porque no lo hago para que la gente me lea, me conozca o compre mis libros. Escribo historias humanas con la esperanza que al contarlas se produzca algún tipo de reacción y que pueda ayudar a cambiarlas.

David Jiménez (Barcelona, 1971) lleva 15 años como corresponsal de El Mundo en Asia. Le comparan con Ryszard Kapuściński, quizá el mejor reportero del siglo XX. Una entrada de su blog (Putas y periodistas) provocó un debate intenso en España, vía Twitter, sobre la maltrecha salud del periodismo. Ahora, en El lugar más feliz del mundo (Kailas), ofrece una colección de reportajes humanos, salpicados de oportunas reflexiones sobre el trabajo del corresponsal y enviado especial, como ya explicó en este diario.

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