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Y al tercer día, Santiago resucitó
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LA ESTACIÓN COMPOSTELANA TRATA DE RECUPERAR LA NORMALIDAD

Y al tercer día, Santiago resucitó

El hartazgo comienza a apoderarse de Santiago de Compostela. Sus habitantes tienen la sensación de haber aparecido demasiado en los medios

Foto: Pasajeros subiendo al tren este sábado en la estación de Santiago.
Pasajeros subiendo al tren este sábado en la estación de Santiago.

El hartazgo comienza a apoderarse de Santiago de Compostela. Sus habitantes tienen la sensación de haber aparecido en los medios de comunicación demasiadas veces en los últimos días, y eso es mucho decir en una ciudad que está acostumbrada a centrar el foco de la información nacional por su doble condición de capital de Galicia y del catolicismo en España. La resaca de la tragedia se está haciendo pesada y sus habitantes esperan que la normalidad asome pronto por algún sitio, aunque saben que la fecha ha quedado fijada en su calendario como los clavos en los ataúdes de los 78 muertos.

La estación de tren de Santiago condensa ese intento por pasar página. La rutina se truncó el miércoles a sólo cuatro kilómetros de aquí, después de que la megafonía de Adif avisara de que el Alvia que había salido de Madrid siete horas antes estaba apunto de efectuar su entrada. Nunca lo hizo. “De repente llegó la noticia, no sé muy bien cómo, yla gente que estaba esperando a sus familiares y amigos empezó a marcharse asustada. La verdad, no sé ni cómo ocurrió. Todo fue muy rápido”, cuenta David, empleado de tierra de Renfe, tensando el rostro mientras repasa esas imágenes. Su nombre es otro pero mejor mantenerlo en secreto porque las compañías relacionadas con el accidente han prohibido tajantemente a su personal realizar cualquier comentario. Y la orden afecta incluso a los empleados de la cafetería.

"Por suerte, sólo está herido"

La mañana del sábado ha aparecido nubosa, con lluvias intermitentes, y sólo a mediodía comienza a despejarse el tono gris que domina las instalaciones. Javier, guardia de seguridad de la estación, dice que le viene la imagen a la cabeza y que prefiere no pensarlo. Un colega suyo es uno de los 150 pasajeros que resultó herido. “Iba de pie. Y esos fueron los que peor salieron parados. Los que iban sentados tenían la protección del asiento, pero los que iban de pie se estrellaron contra las paredes de los vagones”, señala Javier. “Por suerte, este hombre sólo está herido”.

Aunque parezca insólito, aún hay gente que no conoce los detalles de la tragedia. Como Brian, un inglés que llegó el jueves a Santiago después de recorrer medio país en autocaravana. Está esperando en el andén 1 el tren que debe llevarle a Astorga, desde donde regresará a Santiago en bicicleta. “La verdad es que no sé muy bien lo que ha ocurrido”, dice. Al contárselo cristalizan de golpe en sus ojos las sensaciones que los españoles han asimilado en tresdías. “¿Cómo? ¿78 muertos? ¿En esta misma línea? ¿En la que voy a coger? Vaya”, reflexiona Brian. “Wow. ¿En esta línea?”, insiste. “Bueno, tengo que estar tranquilo”, se contesta. “El tren y el avión son más seguros que el coche. No se puede tener miedo”. Pero lo tiene.

Con todo, tres días después, predominan los esfuerzos para superar este episodio. Teresa, Esther y Chus están apunto de coger otro tren. Su destino es Monforte de Lemos. Son de esa localidad, al igual que el maquinista del Alvia. “Lo conozco de vista”, cuenta Chus. “Vive con su madre, una mujer mayor, cerca de la estación, enfrente del Bar Salamanca. Es una persona reservada pero poco más puedo decir. Bueno, eso y que está claro que la culpa no ha sido sólo suya. Aquí hay una responsabilidad política clarísima”, afirma. “Aquí alguien tiene que asumir la responsabilidad, porque hasta ahora lo único que sabemos es que se están echando la culpa unos a otros”. Las tres han pasado tantas veces por el lugar donde se produjo el accidente que les parece absurdo atemorizarse a estas alturas.

"Da cosa pasar por esa curva"

El pánico, sin embargo, sigue perfumando el ambiente. Demasiados familiares despidiendo a viajeros que van a hacer trayectos cortos. Demasiada inquietud cuando un tren Avant que debía llegar de Ourense a las 10.40 horas no aparece por la estación hasta las 11.15 horas. Y demasiado silencio dentro de esos vagones. Antonio se baja de ese convoy con la tensión en el cuerpo. “Da cosa pasar por esa curva”, dice. “Es un sentimiento raro. El vagón se quedó callado. Es difícil de explicarlo, ¿sabes?”. Temor, ¿quizá? “Un poco sí que tenía. No sé. Mi madre me pidió que cuando llegara le pusiera un mensaje diciéndole que estaba bien. Y voy a mandárselo ahora mismo”, promete Antonio.

Magdalena también acaba de pasar por el plató de la tragedia. “Era algo así cómo... Un sentimiento extraño”, afirma señalándose el corazón con su mano izquierda. “La gente quería mirar y un chico hasta ha hecho una foto de la curva con el móvil. Se ha quedado en silencio el vagón... Todo es muy triste”. “Sí”, concluye su acompañante, “son momentos duros, pero la vida sigue”. Y en eso está Santiago. En poner tiempo de por medio.

El hartazgo comienza a apoderarse de Santiago de Compostela. Sus habitantes tienen la sensación de haber aparecido en los medios de comunicación demasiadas veces en los últimos días, y eso es mucho decir en una ciudad que está acostumbrada a centrar el foco de la información nacional por su doble condición de capital de Galicia y del catolicismo en España. La resaca de la tragedia se está haciendo pesada y sus habitantes esperan que la normalidad asome pronto por algún sitio, aunque saben que la fecha ha quedado fijada en su calendario como los clavos en los ataúdes de los 78 muertos.

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